Esta semana en ‘Relatos Jueveros’, el Blog de Marcos nos propone un reto ‘explorador’, relacionado con la aventura de ‘viajar’ para hacer un descubrimiento: huellas de otras civilizaciones, la investigación de un crimen, los restos de un naufragio, hallar una persona desaparecida o encontrar un mensaje en una botella.
La inspectora Amaia Iraola llegó por los pelos a la estación. Subió al tren. Se dirigió al vagón silencio y se acomodó en su asiento. Estaba sofocada porque había llegado corriendo a causa de un atasco en el centro de la ciudad. Se quitó la bufanda y el abrigo. Desplegó la mesa portátil y colocó el bolso repleto de papeles y carpetas. Luego respiró profundamente varias veces y se calmó.
Le encantaba el tren. De hecho podía haber volado y ahorrarse unas horas de viaje, pero desde pequeña el traqueteo la relajaba y ese sonido característico al pasar por los puentes y estaciones la sumía en una agradable sensación. Su mente alcanzaba un grado de lucidez tal que muchos casos los resolvía durante el trayecto, empleando esas horas en ordenar sus ideas y apuntar en su libreta cuántos pensamientos acudieran a su mente.
El caso que tenía entre manos le preocupaba. Para resolverlo debía confiar en la información de un soplón del que no se fiaba. Pero había empleado demasiado tiempo, necesitaba resolver ese crimen, dejarlo atrás. De momento tenía ocho horas por delante para repasarlo todo y trabajar su hipótesis. Pidió un café y un donut, hacía horas que no comía. Y después decidió dar una cabezada para despejar.
De repente la puerta de vagón se abrió y allí estaba El Zurdo, un famoso delincuente común, un ratero, que había conmutado condena a cambio de informar. Ambos se miraron a los ojos. El Zurdo se encaminó hacia ella y se sentó en el asiento de al lado: «No volveré a ser tu chivato», dijo apretando los dientes. Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó una afilada navaja y la hundió hasta la empuñadura en su estómago. La inspectora tapó la herida con la mano para detener el sangrado y con un hilo de voz gritó: «Socorro, deténganle, es El Zurdo». Y a lo lejos escuchó una voz que repetía una y otra vez: «Señorita, señorita, despierte, hemos llegado».
Amaia abrió los ojos, se miró el estómago y sonrió. Nunca se alegró tanto de acabar un viaje.
®lady_p
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