El trasplante

Desde el blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de este mes de mayo nos invitan a escribir sobre una historia de terror en el que participe algún animal de apariencia dulce y amigable…

Félix padecía una estenosis mitral, una cardiopatía cuya curación venía de la mano del implante de una válvula ovina, intervención que para cualquier cirujano vascular no revertía mayor importancia. De manera que, en principio, aparte de los riesgos que cualquier operación conlleva, todos estaban seguros y tranquilos de su probable éxito. Y llegado el día señalado Félix ingresó en el hospital para, apenas unos días después, estar de vuelta en casa feliz y satisfecho ante las buenas expectativas.

Pasado el primer mes y tras la primera revisión, comenzó a tener sensaciones extrañas. No podía concretar qué le pasaba pero no se sentía del todo bien. En la garganta, y cada vez que debía contestar ‘sí’, advertía una especie de burbujas y balbuceo, al tiempo que notaba que debía hacer un gran esfuerzo para pronunciar la partícula afirmativa: un alto y claro ‘sí’ se convirtió así en todo un reto. Y por si no fuera poco, experimentaba ciertos picores en brazos, piernas y cabeza que le obligaban a rascarse continuamente, sobre todo por las noches.  

Al principio no quiso darle importancia, pero pasado el tiempo y ante unos síntomas que iban in crescendo, comenzó a preocuparse.  Hasta que una mañana su mujer le preguntó si quería desayunar y él al querer contestar afirmativamente, lo hizo con un nítido balido: “¡Beee!”

La mujer, que no daba crédito a lo que había oído, insistió:

−No te he entendido bien ¿quieres desayunar querido?

−¡Beee! –volvió a contestar con gesto de notable extrañeza.

Félix saltó de la cama no sin antes comprobar que sus piernas y brazos comenzaban a cubrirse de una pelusa blanca y espesa. Sorprendido y algo atemorizado, compartió con su mujer su inquietud ante todas aquellas señales y ambos decidieron ir rápidamente al médico para que le diera una explicación.

El médico escuchó con atención su relato e hizo varias  preguntas sobre cuestiones que requerían una respuesta afirmativa a las que, efectivamente, Félix contestaba balando. Después le hizo un reconocimiento, varias pruebas y análisis de aquel extraño vello que lo recubría, comprobando que se trataba de una incipiente lanilla. Luego se introdujo en el sistema para ver su historial clínico donde comprobó la reciente reposición de la válvula mitral por una ovina. Fue entonces cuando le miró fijamente y emitió un claro diagnóstico:

−Siento mucho comunicarle que padece una enfermedad que en medicina conocemos como ‘síndrome verborreico y ovináceo’ a consecuencia del implante. A veces sucede que el ADN de la oveja contamina el del paciente injertado y suceden cosas como estas. No tiene tratamiento. Es un extraño padecimiento que se produce en uno de cada mil casos de trasplante. Tendrá que tener paciencia. Puede ser temporal y reversible o definitivo, eso el tiempo lo dirá. No quiero contarle qué hubiera sucedido si la válvula hubiera sido ‘bovina…’ ¿Comprende lo que le digo?

−Beee, beee… Contestó Félix resignado mientras se rascaba unas pequeñas prominencias que comenzaban a surgir de ambos lados de su cabeza…

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La invitación

Desde el blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de este mes de marzo nos invita a imaginar una cita después de Recibir una carta escrita con una letra manuscrita preciosa,
¿quién escribe a mano hoy en día?
El texto es breve y claro:
El escribiente anónimo te invita a cenar al restaurante X

Encontré la invitación debajo de la puerta de entrada. Venía en un sobre de color azul, mi favorito. Dentro, escrito de puño y letra con una escritura firme y con personalidad, había una invitación a cenar en un conocido restaurante local, para el próximo sábado. La contraseña sería un libro y una flor. Yo debería ir vestida de negro y llevar “Mujercitas” y una rosa blanca. Él supuestamente llevaría “La Odisea” de Joyce y un lirio blanco. Aquellos libros tenían un especial significado para mí.  

Dudé sobre si aceptar o no ¿ quién podría ser tan atrevido anfitrión que me invitaba de manera anónima e incluso dejando instrucciones sobre el atuendo? Si me conocía ¿por qué no acercarse y hablar? A fin de cuentas nada mejor para conocer a alguien que el método tradicional: o sea una buena conversación en directo. Esa es la manera más segura para una primera toma de contacto. Mirar a los ojos, observar los gestos, la forma de hablar, los detalles. En fin, todas esas cosas que nos dan pistas sobre cómo puede ser un desconocido. Así que pensé que había alguna razón por la que no se atreviera a acercarse directamente a mí. Las casualidades no existen…

En fin que pasé varios días dándole vueltas al asunto y dudando sobre si aceptar la invitación. Pero la curiosidad me pudo.

Y cuando me levanté el día ‘d’, fui a la peluquería y a una floristería para comprar una rosa blanca. Preparé todo y lo puse encima de la cama. Sólo quedaba esperar unas horas que, dicho sea de paso, pasaron con cierta lentitud. Finalmente me vestí, cogí el libro y la rosa y salí de casa dispuesta a vivir la aventura.

Cuando llegué al restaurante miré por la ventana y comprobé que el salón era bastante pequeño y estaba vacío. Entré. De inmediato el metre me condujo a otro salón interior, a un reservado, dónde tampoco había nadie. Pedí un vermut y me dispuse a disfrutarlo sin quitar los ojos de la única puerta  del local.

Unos cinco minutos después entró una señora. Vestida de negro, con el mismo libro y la rosa blanca. Ocupó una segunda mesa. A continuación llegó otra, también de negro, con el libro y la rosa. Me pareció una burla, pero me quedé sentada, esperando a ver qué pasaba. Pasados un par de minutos entró otra, otra y otra más. Así hasta que en cuestión de diez minutos las mesas se llenaron de mujeres de negro, y sobre cada mesa, a la vista, un ejemplar de “Mujercitas” y una rosa blanca. Todas nos mirábamos con casa de sospecha. Hasta que de pronto el metre se colocó en el centro y dijo:

−Atención señoras. Con todas ustedes el anfitrión: el famoso fotógrafo Chema Madoz, quien con vuestro permiso os hará una fotografía para celebrar el centenario de la publicación de “Mujercitas” y optar al libro de los Guinness.  

La puerta se abrió y apareció un señor trajeado de negro con un ejemplar de “La odisea” de Joyce y un ramo de lirios blancos en las manos. Mientras nos entregaba uno a cada una, se disculpaba por la forma en la que nos había convocado y nos convenció de que consideráramos un honor posar para tal evento, explicándonos que nos había elegido personalmente a cada una. Tras él un equipo de fotógrafos se acercó dispuesto a inmortalizar el momento…

Al día siguiente la prensa, la radio y la TV se hicieron eco de semejante suceso y la foto lució en las portadas de las más prestigiosas revistas nacionales y extranjeras. La cita resultó, finalmente, inolvidable. 

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Un lamentable suceso…

Desde el ‘blog Acervo de letras’, este VadeReto, vamos a quedarnos con la excusa de la música y vamos a crear historias alrededor del: JAZZ

Desde pequeño Eric mostró gran interés y habilidad por la música. Apenas con cinco años pidió a los Reyes un saxo de juguete, y comprobando sus buenas aptitudes, sus padres se decidieron y lo matricularon en el conservatorio. El niño enseguida se decantó por el saxo, un instrumento que  dominó con gran facilidad. A sus padres les gustaba la voz de Billie Holliday, cuyos discos de vinilo sonaban frecuentemente en casa. Podría decirse Eric creció bajo los ecos del jazz, de ahí que muy pronto se convirtieran en sus sonidos favoritos, que inventara solos y dominara el instrumento magistralmente. Todos lo consideraban un prodigio y admiraban su talento.

Los conciertos comenzaron en la adolescencia. Aunque lo que él de verdad deseaba era integrarse en una banda y hacer un tour por Nueva Orleans, la cuna de jazz. Y apenas cumplidos los dieciocho hizo las maletas y se marchó en busca de aventuras. Comenzó a tocar en algunos pubs y entró en contacto con algunos grupos que lo invitaban a sumarse ocasionalmente. Pasó dos largos años malviviendo. Combinando la música con trabajos esporádicos de camarero o lavaplatos, viviendo en un apartamento inmundo, compartiendo baño y cocina. Pero a pesar de las duras circunstancias era feliz dedicándose a la música.

Y así iban las cosas cuando en una actuación en la que participó haciendo una sustitución, un representante de una célebre banda lo escuchó y lo fichó, haciéndole un contrato bastante bien remunerado que incluía una gira por el país. Así cambiaron las tornas. Eric comenzó a ganar dinero y fama. Grabó discos y actuó durante tres años sin parar. Se sentía agotado. Su fotografía circulaba por las revistas del corazón en las que aparecía con otras celebridades del momento. Lo invitaban a fiestas, a estrenos de teatro, de cine. Todo parecía un sueño hecho realidad.

Pero tanto éxito levantó alguna que otra ampolla entre bandas y saxofonistas rivales hambrientos y envidiosos de su éxito. Muy pronto aparecieron bulos y corrieron noticias falsas que lo incriminaban en el mundillo de las drogas y de la mala vida. Eric se afanaba por rescatar su prestigio pero tenía demasiados enemigos que lo veían como un intruso salido de la nada. Le acusaban de comprar voluntades, de hacer favores personales, de ser un tipo sin escrúpulos. Y a medida que toda esta falsedad salía a flote, su reputación se enfangaba y los contratos desaparecían. Aun así conseguía salir a flote, remontar y mantenerse en la cumbre como uno de los mejores saxofonistas del momento.

Un día fue invitado por The Club Playhause, un afamado club de Nueva Orleans, para tocar con una conocida banda local. Eric aceptó en recuerdo de aquellos años en los que era un desconocido e invitó a su mejor amiga la detective Chris Müller, a quien le unía una sólida amistad y un breve romance. Los cuatro integrantes ocuparon el escenario. Comenzaron a tocar. Eric cambiaba de vez en cuando la boquilla. Tocaba despertando largos aplausos entre el público asistente. Sudaba feliz bajo los focos, hasta que empezó a experimentar sofocos y a sentir cómo se aceleraban los latidos de su corazón, pero no quería parar. Puso toda su energía en los últimos compases y en medio de una fuerte ovación cayó desplomado al suelo. Chris Müller fue la primera en acercarse al cuerpo de su amigo y diagnosticar su muerte.

Los periódicos del día siguiente dieron la triste noticia: «Joven prodigio del saxo fallecido por un infarto fulminante». No obstante, Chris Müller sospechó que lejos de ser una muerte natural, cabía la posibilidad de que fuera un asesinato cuyo único móvil era la envidia. Nadie la creyó y tras meses de investigación, se cerró el caso.

Pasado el tiempo la detective Müller recibió un paquete anónimo. En su interior una boquilla de un saxo ponía a la detective sobre una posible pista…Resultó imposible abrir el caso y la muerte de Eric pasó a la historia como un lamentable suceso.

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Héroe inesperado

El año comenzó, como todos los anteriores, en la más estricta soledad. Aunque tal vez no del todo. Porque los ojos negros de Nora, una galga de seis años, lo miraban fijo mientras lamía incesantemente el dorso de la mano que colgaba fuera de las sábanas. Parecía un día cualquiera y sin embargo era el primero del nuevo año que comenzaba y con él se suponían nuevas expectativas y experiencias de vida. O eso quería creer Roger mientras acariciaba la cabeza de Nora al tiempo que se disponía a levantarse un poco perezoso, con algo de malestar que achacó al vino de la cena de la noche anterior. Se vistió y sacó a su perra para que diera su paseo matutino, el primero del día y del año.

Las calles de la pequeña ciudad permanecían vacías y silenciosas. En el suelo, restos de confeti y serpentina recordaban los festejos del día anterior. Roger conocía bien aquellas fiestas en las que había participado durante su juventud. Recordaba cuánto se había divertido y bailado y bebido hasta el amanecer cuando se marchaban al pueblo de al lado a por los churros… Era aún muy temprano y todos dormían la resaca de la nochevieja. Roger y Nora se dirigieron a la plaza donde se encontraron a los amigos de siempre, compañeros de ruta de la misma quinta que se saludaban felicitándose por el nuevo año.

El café de la esquina comenzaba a colocar las mesas al tiempo que la clientela fija y fiel se acercaba al mostrador y la cafetera daba a luz los primeros cafés del día. Al punto se concentraron los de siempre, los más madrugadores que no diferenciaban los festivos de los corrientes. Se saludaban y comentaban que si el tiempo, que si el futbol, que si el alcalde o el vecino de marras que sigue aparcando donde no debe… Roger, con cara de pocos amigos, se separó del grupo, tomó su café y marchó, adentrándose en un sendero para seguir su paseo por el bosque…

«Parece que todo sigue igual Nora -pensó dirigiéndose a la galga como único interlocutor-. A veces pienso que mi vida ya no tiene sentido, que de no ser por ti no sé qué haría. Mi mundo se ha vuelto pequeño con los años. No percibo un horizonte y no sé qué objetivos puedo plantearme a estas alturas. Me siento sólo y cansado.»

Mientras mascullaba aquellos pensamientos, Nora levantó atenta las orejas y ladró un par de veces: «Algo pasa -dijo Roger en voz alta». Miró a su alrededor y vio cómo una columna de humo se desplazaba hacia el pueblo. ¡Fuego!. Se dio media vuelta y comenzó a caminar tan rápido como pudo. Hizo una pausa para llamar a la policía del pueblo y les envió la ubicación exacta por whatsapp. A continuación alertó a sus amigos para que abandonase sus casas pues el fuego se acercaba rápidamente. A la mayor brevedad los bomberos acudieron para abrir cortafuegos y los hidroaviones descargaban una y otra vez sobre la zona.  Gracias a la rapidez de los vecinos se despejó el pueblo y tras una larga noche de insomnio e incertidumbre, al amanecer, afortunadamente sólo había que lamentar la destrucción de una parte importante del bosque.

Después todo volvía a su ser y todos daban la enhorabuena a Roger y le querían invitar para celebrarlo. Decían que era un héroe. Él sonreía amable, un poco sobrepasado ante tanta adulación…

De vuelta a casa recordó aquellos pensamientos grises instalados en su cabeza y comprobó que aquel nubarrón mental se había disipado. Se dio cuenta de que no estaba solo y pensó que la vida siempre ofrece oportunidades para ser útil e incluso para hacer el bien. No necesitaba marcarse grandes objetivos para el nuevo año, cada día abría ante él un horizonte amplio y lleno de posibilidades que compartir, sólo tenía que dejarse llevar y saber aprovecharlas. A fin de cuentas en esto consiste el arte del buen vivir.   

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Enero/2024

Participación en Vadereto desde el blog “Acervo de letras”. Este mes de enero nos invitan a escribir sobre “Horizontes compartidos”

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El suplente

El día del estreno había llegado. Los espectadores empiezan a entrar. Se colocan en sus asientos. Hablan en voz baja. Van muy acicalados: ellos de chaqué, ellas con vestidos de noche, luciendo magníficas e impresionantes joyas. Toda una paleta de color se derrama sobre los palcos y el patio de butacas…

En el camerino el tenor se prepara para interpretar el aria. Hoy es el gran día del todopoderoso, del inigualable y sin igual divo que estrena su voz por primera en este teatro de ciudad. Pequeño sí, pero con un público entregado, entendido, aficionado a la música clásica y a la ópera. El gran tenor italiano, Luigi Di Santi, venido a menos, había tenido que bajar su caché a causa de su propia dejadez y desidia. Con los años se había vuelto engreído y soberbio. Pensaba que era el mejor, que lo sabía todo, que ya no tenía nada que aprender. Por eso apenas ensayaba y se había entregado en cuerpo y alma a la vida disipada, viviendo de las rentas que su época doraba le había proporcionado. Un tiempo que empezaba a quedarse muy atrás.

Como siempre, un suplente lo acompañaba por si las moscas. Al contrario que él era disciplinado, trabajador. Ensayaba y ensayaba cada día, confiando que llegaría su oportunidad.

En el teatro todo parecía preparado. Se apagaron las luces y un haz de luz con forma de círculo iluminó la figura esbelta del director que saludó con una respetuosa y discreta reverencia en medio de un gran aplauso. Luego se dirigió a paso lento hacia una pequeña tarima donde estaba situado el atril. En ese momento el escenario se iluminó totalmente, distinguiéndose a la perfección las caras y manos de los músicos vestidos con esmoquin, tanto los hombres como las mujeres. Entonces sube con firmeza el peldaño, coge la batuta delicadamente entre los dedos índice y pulgar, golpea un par de veces la madera y eleva los brazos hacia la orquesta señalando a los violines para darles la entrada. Apenas un instante después, comienzan a sonar dulcemente, ‘piano piano’, los primeros compases de la Obertura. Los violines son seguidos por las violas, los chelos y los bajos. A continuación da paso a los instrumentos de viento, metal, percusión. Y una vez todos unidos e integrados, se produce un estallido de sonidos perfectamente conjugados, armónicos y acordes.

Todo está a punto. Sin embargo el tenor empieza a notar un persistente picor en la garganta. Comienza a carraspear y a toser compulsivamente. Bebe agua. Se retoca la laringe con un spray. Pero su voz no sale. No puede cantar porque no puede dejar de toser. Ha fumado y bebido demasiado. Faltan apenas unos diez minutos y hay que tomar una decisión: suspender o dejarlo todo en manos del sustituto.

Y se lo juegan todo a una carta. ¡Que siga la función!

Unos minutos después el foco de luz se detiene sobre el tenor suplente mientras suenan los primeros compases de la famosa arias de Puccini ’Nessum dorma’ de la ópera ‘Turandot’. La voz del tenor envuelve y emociona a los asistentes. El vello se eriza y algunos ojos dejan escapar unas lágrimas mientras resuena el clímax.

Poco a poco la música y la voz se apagan. El público se pone en pie e irrumpe con un fuerte aplauso que dura ocho minutos largos mientras rasga el silencio con vítores y halagos. El concierto se ha terminado. El tenor suplente ha triunfado.

©lady_p

Fábula ‘La cigarra y la hormiga’: La previsión y el trabajo constante tienen recompensa.

Participación en Vadereto, desde el Blog Acervo de Letras.  Este mes dedicado a “Recuéntame un cuento”

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