La excursión

Desde el Blog de Ginebra Blonde ‘Varietes’, este mes de abril se nos invita a escribir sobre el tema ‘Subliminal’ o “aquello que se ubica por debajo del umbral de la conciencia”.

Ángel era un nombre equivocado para él. Era un tipo envidioso, resentido, suspicaz y sumamente desconfiado. Incapaz de alegrarse del bien ajeno padecía una especie de manía persecutoria hacia su compañero de piso, un chico inteligente y con suerte a quien el éxito se le amontonaba tras la puerta. No soportaba tanta enhorabuena frente a su mediocridad. Le reconcomía por dentro la fama, la celebridad y el triunfo  constante de su compañero, y sobre todo le podía su sencillez y el que las cosas le salieran bien sin el más mínimo forcejeo con la vida. Sólo superaba a su amigo en fortaleza física: era más alto y grande que él.

A pesar de todo vivía simulando que lo apreciaba, que se alegraba de sus triunfos, aunque el veneno interior rezumaba por cada poro de su piel y esperaba paciente la oportunidad de poder asestarle el golpe de gracia. Solo tenía que estar atento y esperar.

Y a punto de acabar el curso, un día salieron de excursión a la montaña. Aunque Ángel no lo sabía, esta salida le proporcionaría la ocasión para vengarse.

Todo sucedió muy rápido. Decidieron escalar la cima de una montaña y en la bajada su compañero resbaló y se quedó colgado de una pared con los pies lanzados a un vacío de más de dos mil metros. Ángel lo observó con una disimulada sonrisa mientras sujetaba la cuerda que los mantenía unidos. Durante unos segundos lo miró fijamente a los ojos recreándose mentalmente en la idea de tener su vida en sus manos. El chico le pedía ayuda desesperadamente al tiempo que percibió en la mirada de Ángel un sentimiento de odio que no había visto hasta entonces. Y cuando pareció haber entendido el mensaje le dijo: «Sálvame la vida y estaré en deuda contigo para siempre».

Ángel valoró las consecuencias de semejantes palabras, pero no era suficiente, le podía el afán de venganza. Entonces se visualizó como el desdichado y doliente montañero que no pudo salvar a su amigo. Por su cabeza pasaron imágenes de la noticia en la prensa, las entrevistas, los golpes en la espalda, la compasión de los familiares y amigos comprensivos ante la desgracia… Y sin dudarlo abrió suavemente las manos y soltó la cuerda. Unos segundos después el cuerpo había sido engullido por aquel enorme y profundo vacío…

©lady_p  

Resiliencia

Desde el blog de Ginebra el reto de este mes nos invita a escribir sobre la ‘motivación’. Todos sabemos “que si hay algo que debe permanecer en nosotros más allá de las distintas circunstancias de la vida es la motivación. Si la perdemos en cualquiera de sus formas o contextos que la requieran, caeremos en una dejadez de la que, sin darnos cuenta, seremos prisioneros sin apenas ver o sentir un atisbo de luz”.

Finalmente todo había terminado. Habían pasado siete meses durante los cuales la enfermedad lo había consumido hasta difuminar su aspecto. Para entonces ya no había otra solución y todos esperábamos que llegara la parca para acabar su trabajo. Después la vida se tiñó de un gris plomizo, y una luz procedente de los reflejos de una llovizna constante que duró mucho, lo envolvió todo.   

Al regresar, la casa parecía empañada, envuelta en un halo de tristeza, permeada por un dolor insondable que poco a poco fue dando paso a una rutina tediosa y monótona de la que no era capaz de salir: vacía de aromas sus `paredes destilaban sabores insípidos y colores neutros. La realidad se vistió monocroma y oscura. Como un gusano me encerré en el capullo pensando que podría quedarme allí para siempre.

Así pasaron muchos soles y lunas. Días, semanas, meses y años. Una vida enajenada, paralela, a la espera de que un salvavidas flotara cerca para asirme. Pero el mar estaba demasiado agitado y enfurecido. Hubo tormentas que provocaron enormes mareas y el mar bravo me mantenía casi engullida a merced de los vientos y las corrientes. Así estuve hasta que Neptuno y Poseidón se apiadaron y decidieron dejarme sobre una orilla seca y cálida donde respiré hondo y sobreviví.

Cuando desperté, cansada de luchar contracorriente, algo dentro me hizo sentir ligeramente aliviada y por primera vez consideré la opción de permanecer con vida entre los vivos y remontar la condición de muerta viviente. Así lo hice.  Entonces sentí que el sol me calentaba, que la lluvia me mojaba y que los días se sucedían entre amaneceres y atardeceres de ensueño: espectáculos de luz y de color dignos de ser contemplados. Y del capullo nació una hermosa mariposa.

Desde entonces y tras semejante catarsis, el mundo me parece menos cruel y más amable: es el milagro de la resiliencia

®lady_p

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