El extraño caso del brazo biónico

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Todo comenzó cuando le implantaron el brazo biónico. El accidente de moto le había arrancado de cuajo su brazo derecho. Aun así, todos afirmaban que había tenido mucha suerte: salvó la vida y el seguro le cubrió aquella costosa prótesis. No obstante, intuyó desde el principio que aquel cuerpo extraño frío, duro e inerte le traería problemas, cosa que pensó el mismo día que salió del hospital sentado en una silla de ruedas. Todo el personal de trauma se había acercado a despedirlo, y cuando salía a la calle bajando por una rampa para discapacitados, la mano biónica frenó repentinamente provocando que la silla se parase en seco, se desestabilizara y cayera al suelo. Fue entonces cuando presintió que aquel artefacto y él no se compenetrarían, aunque en opinión de los fisioterapeutas todo era cuestión de entrenamiento. Finalmente le aconsejaron que tuviera paciencia, que con el tiempo, el brazo y él serían uno. Con aquella perspectiva volvió a su casa.

Pasaron varios meses en los que poco a poco había conseguido retomar su vida, su rutina y costumbres. Parecía que todo iba bien y logró borrar de su cabeza aquellos malos augurios de los primeros días. Aunque vivía solo se desenvolvía bien y prácticamente lo hacía todo. Cuando las sesiones de fisioterapia se pausaron, tuvo más tiempo para dedicarse a sus aficiones, entre otras, la lectura. Solía sentarse junto a un gran ventanal por el que podía contemplar el mar. Allí había colocado a tal efecto una cómoda butaca donde disfrutar y relajarse. Era su rincón favorito. Pero cuando se sentó la primera vez, apenas habían pasado diez o quince minutos, los dedos de la mano biónica empezaron a tamborilear sobre la madera del sillón. No podía controlarlos y aquel sonido incesante y rítmico lo exasperaba. No cabía duda: el brazo se impacientaba y lo estaba avisando. Intentó en vano dominarlo, pero no respondía a sus órdenes y continuaba repicando una y otra vez hasta que se vio obligado a cerrar el libro. Y cuando lo hizo, la mano se relajó. Por la noche probó de nuevo en la cama, donde siempre leía unas páginas antes de dormir, pero la dichosa mano repiqueteaba esta vez sobre el colchón, distrayéndolo. Así fue como poco a poco abandonó la lectura y se conformó con repasar los titulares de los periódicos a toda prisa, a sabiendas, que la mano, de un momento a otro, se impacientaría.

Consultó a los médicos pero no le dieron importancia y le aconsejaron que pasado un tiempo volviera a intentarlo de nuevo, seguro de que funcionaría: «Un brazo biónico no tiene vida propia» dijeron. 

Con el paso de los días se convenció de que todo iba mejor, que por fin aquel brazo obedecía a su cerebro. Pero, aunque no lo sabía, lo peor aún estaba por llegar.

Todo sucedió un día cuando se levantó, se duchó y se disponía a afeitarse delante del espejo. Extendió abundante jabón por la cara y cogió la navaja. Se afeitó las mejillas, el labio superior y la barbilla y comenzó a rasurarse el cuello. Nada más empezar se le resbaló la hoja y se hizo un pequeño corte que tapó con un trocito de papel, y ya se preparaba para continuar cuando comprobó que el codo no le respondía. Intentó tirar de él ayudándose del brazo izquierdo, su brazo natural. Quiso abrir los dedos de la mano biónica para que soltara la navaja pero tenía demasiada fuerza y permanecía presionando el cuello. Era absurdo luchar contra sí mismo, pero la mano actuaba por voluntad propia y apretaba la piel hasta que sintió un corte profundo y un chorro de sangre salpicó el espejo. Entonces cogió con la izquierda una toalla, y desnudo como estaba, salió a la calle a pedir ayuda. La mano seguía oprimiendo el cuello mientras sentía que la hoja se hundía y la pérdida de sangre lo debilitaba. Apenas pudo dar tres o cuatro pasos, cayó desmayado.

Cuando despertó estaba en la UCI. Llevaba allí tres días inconsciente. Le explicaron que lo sucedido era insólito y que por seguridad le habían implantado un nuevo modelo de prótesis avalado por los buenos resultados. Pasó varios meses bajo supervisión médica, psiquiátrica y psicológica. Y en casa de nuevo, hizo vida normal y olvidó lo sucedido a base de terapia. Había pasado más de un año sin ningún altercado y el brazo nuevo parecía haberse integrado a su cuerpo con total normalidad. Por fin se sentía seguro, tanto como para tener una primera cita. Cuando llegó al restaurante acordado, se sentó y pidió una copa, y cuando se disponía a levantarla para saborear el primer trago, los dedos biónicos comenzaron a tamborilear sobre la mesa de madera sin que pudiera controlarlos… La pesadilla comenzaba de nuevo…

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ENERO/2024

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El corazón de Nora

Aquella mañana Nora se levantó preocupada. Había tenido una terrible pesadilla en la que sentía que su reloj interior se paraba. La mano de un ser grotesco atravesaba su pecho y arrancaba de cuajo el mecanismo del reloj que hacía las veces de corazón e impulsaba su vida. El recuerdo de semejante sueño la inquietó. Por eso, de vez en cuando, colocaba las manos sobre su pecho para percibir el tic tac y comprobar que seguía funcionando. Hasta que el recuerdo de las manecillas de turmalina negra la alivió: su poder la protegía de cualquier negatividad.

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Participación en el reto “Escribir Jugando” desde el Blog de Lidia Castro.  

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La pócima

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Flyn salió como cada mañana del agujero donde vivía pared con pared, junto al laboratorio del humanoide que trabajaba día y noche en su laboratorio. El diminuto subía de cajón en cajón hasta la cima del escritorio, resoplaba y daba los buenos días mientras el profesor se rascaba la verruga y proseguía alimentando su pócima:

−El cascabel de una serpiente, un pelo de búfalo, la púa de un erizo, grasa de foca, un anca de rana…

−¿Para cuándo acabarás? –preguntaba Flyn impaciente.

−Ten paciencia. Esta vez no fallaré. Lo tengo todo controlado.

−Eso mismo dijiste la última vez –le reprochó−. Me has convertido en oruga, en cucaracha y en una mosca verde. ¿Qué tiene todo eso que ver con un apuesto ser humano de 2.00 m de estatura?

−Nada. Pero todos esos errores me han servido para perfeccionar la fórmula y profundizar en mis conocimientos.

Flyn movió la cabeza a ambos lados y se volvió a su mini cuchitril dispuesto a pasar otro día sin resultados. Y allí, tumbado en su cama, soñaba con verlo todo desde las alturas y mirar a todos desde arriba. Soñaba ser grande y alto , lo más parecido posible a un jugador de baloncesto.

Mientras, el profesor Braun se afanaba en su nueva fórmula para crecer, saboreando la fama y notoriedad que alcanzaría una vez la consiguiera:

−Ya me imagino recibiendo el Nobel −pensaba−. Todos querrán conocerme y estrechar mis sabias manos. La prensa, la radio y la TV concertarán entrevistas. Seré rico y famoso…

Por fin, a la mañana siguiente, Flyn escuchó:

−¡Esto está listo! Esta vez funcionará, te lo garantizo.

Se levantó de un salto y salió raudo y veloz dispuesto a beber su ración de pócima, consistente en un vaso de un líquido verdoso –aparentemente repugnante- que le sumirían en un profundo sopor que duraría dos días y tres noches, los mismos que duraría transformación y tras los cuales –en teoría- su tamaño sería el de un apuesto joven de 2.00 m de altura.

Y así lo hizo. Bebió y bebió hasta apurar aquel líquido amargo. Luego se echó en la cama dispuesto a dormir. Mientras, el científico ilusionado, salió a comprarle algo de ropa tamaño XXXL y zapatos del número 48-50. Todo debía estar preparado para el despertar.

Cuando volvió estaba tan cansado que se quedó dormido junto a Flyn.

De repente un fuerte gruñido le sacó del sueño.

−¿Qué es esto? –gritó−. Algo extraño está pasando…

Entonces vio a un enorme dragón de rostro conocido, tan verde como el brebaje, que ocupaba toda la habitación. Le miró fijamente a los ojos y reconoció la mirada enfadada de Flyn.

−Lo siento amigo. Algo ha fallado. Por lo menos esta vez eres un animal de gran tamaño. Todos querrán conocerte. ¡Alégrate Flyn, por fin cumpliremos nuestros sueño: tu eres grande y mirarás desde arriba, y yo seré famoso!

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Participación en Vadereto desde el Blog ‘Acervo de letras”, esta vez el relato contiene como uno de los personajes a un ‘dragón’.

Una noche en High Tower

Imagen: Blog, «Elbicnaranja»

Acepté la invitación para conocer el Castillo de High Tower, situado al norte de Escocia. Los invitados fuimos recibidos por un comité organizador que no escatimó detalles. Un lacayo con librea abría las puertas de los coches conforme llegaban. Otro, apostado en la puerta, saludaba mientras daba paso con exquisita corrección. Y ya en el interior un señor de mediana edad con traje y corbata, encargado de la visita, nos entregaba una carpeta con informaciones varias: un mapa de la zona, posibles itinerarios en los alrededores, dónde comer y una breve historia del castillo que contenía fabulosas ilustraciones del interior y de las vistas desde las altas torres. A continuación nos entregaron las llaves de las habitaciones que no iban enumeradas sino que tenían nombre alusivos a las diferentes partes del castillo: El Homenaje; Las caballerizas; La despensa; El paso de ronda o ‘Las mazmorras’, la mía…

Nada más entrar en la habitación me llamó la atención una enorme cama de madera con dosel. Me gustó tanto que de un salto me eché en ella y estiré los brazos y las piernas. Entonces apareció frente a mí un cuadro de grandes dimensiones en el que posaba una muchacha sobre una cama coronada por un fantástico tigre que, cual gárgola, la custodiaba al tiempo que lamía su cabeza con ojos desafiantes. Al fondo, un espejo reflejaba los muebles de esta misma habitación. Entonces  sentí un ligero escalofrío cuando me vino a la cabeza la imagen de aquel enorme felino, siendo retratado en este mismo lugar, en esta cama. Y reaccioné rechazando esa idea enfrascándome en la lectura de los folletos, a fin de conocer los orígenes y leyendas de aquella fortaleza.

Tras la cena y después de dar algunas vueltas, agitada por el viaje, me dormí profundamente. Recuerdo que tuve una pesadilla de la que intentaba salir. Y en esas estaba cuando un extraño sonido me sacó del letargo. Miré hacia el balcón y sobre las cortinas observé la sombra de un grotesco animal, semejante al tigre del cuadro, que se arrastraba y aproximaba hacia mí. Me quedé inmóvil. Tapé mi boca con una mano intentando que no se oyera la respiración. Apreté un almohadón sobre mi pecho para calmar los latidos acelerados de mi corazón, mientras seguía con la mirada el lento desplazamiento del animal que se movía sigiloso hasta que de repente se paró para tomar impulso y saltó sobre la cama… Dos segundos después lo tenía acurrucado a mi lado dócil y cariñoso…No era más que un precioso gato, agrandado por el juego de las sombras, que buscaba calor y cariño…

Cuando desperté ya se había marchado. Los recuerdos estaban borrosos en mi cabeza…Pero… ¡Oh noo! En el cuadro el tigre había desaparecido y en su lugar aparecía un dulce gatito que lamía sumiso la cabeza de la joven…

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P.D. Participación en el reto de los Viernes Creativos del blog “Elbicnaranja, Escribe fino”, esta vez bajo el título “Angustia”.

La sombra

Imagen: Internet

Del otoño se dice que es la fiesta del equilibrio, de los contrastes, de la recolección. La cultura popular reúne diferentes tradiciones que celebran los solsticios y los equinoccios. Por eso en el pueblo estos días se preparan para la fiesta. Los campos se han recolectado y los jóvenes han pisado las uvas. Ahora toca alegría y regocijo, dar gracias a dios por tantos bienes y reunirse para festejarlo…

Se me hacían raras estas costumbres porque yo venía de una gran ciudad en la que prima el anonimato y los vínculos de vecindad son inexistentes. Pero mi abuela se hacía muy mayor, por eso vine aquí a principios de verano, decidida a quedarme una temporada. Claro que mi interés se vio reforzado cuando me contaron una leyenda según la cual, durante el equinoccio, las sombras se revelan y tienes la oportunidad de vivir aventuras inolvidables. Primero solté una carcajada. Luego me excusé y pedí perdón por herir la sensibilidad de algunos ante las tradiciones. «Pero yo –les dije- necesito ver para creer». Y aquí estoy.

Los días van pasando serenos, esperando impaciente la famosa festividad, hasta que llegó el esperado día ‘d’. Aquella mañana nos fuimos a un prado y participamos de una comida colectiva. Después me marché a casa a descansar. Y al cabo de un buen rato, cuando pensé que ya estaría todo preparado, me dispuse a salir para conocer lo mejor de la fiesta. Pero el cielo está cubierto de nubes negras a punto de descargar: «No creo que las sombras aparezcan, la lluvia las borrará –pensé en tono burlón-». Me equivoqué. Aunque cayó un chaparrón, el sol lució el resto del día, y aunque yo no hacía más que mirar para un lado y otro, las dichosas sombras no aparecían…

Así transcurrió gran parte de la tarde hasta que, al atardecer, a punto de hacerse de noche y ya decidida a retirarme, convencida de que me habían tomado el pelo, me volví a casa y una vez delante de la puerta una sombra negra se presentó ante mí: sin duda era la sombra de mi abuela que, agachándose, cogió una pequeña rama y escribió en el suelo: «Déjate llevar y sígueme».

Entonces una sensación de escalofrío me recorrió el cuerpo. No podía negar la realidad, ahora la decisión era mía. A mi alrededor la gente corría, saltaba y bailaba a capricho de las sombras que los perseguían. Y sin embargo no había un atisbo de miedo o terror en el ambiente. Así que respiré hondo dispuesta a seguir a mi abuela a donde quiera que decidiera llevarme. Le dije: «vale abuela, aquí me tienes, iré dónde me lleves». Ella extendió los brazos, al tiempo que abría una enorme capa que nos cubrió a las dos y de repente dejé de notar el suelo bajo mis pies. Un instante después aparecimos ante la ventana de una casa, y a través de ella podía ver a un bebé jugando en el regazo de un hombre en el que reconocí a mi padre: «Eres tú unos meses después de nacer y ésta era tu casa». Esbocé una sonrisa que de inmediato se borró cuando comprobé que mi sombra y la de mi padre campaban a sus anchas por aquella estancia. «Tu madre no quiso que vivir aquí, porque no tenía sombra».

Entonces me di cuenta de que aquella casa era la de mi abuela, la misma en que ahora vivía. Ella, como intuyendo mi pensamiento me dijo: «Sí. Esta era mi casa y tú te quedaste conmigo unos años». Entonces abrió la puerta. Entramos y me condujo hacia un sótano que yo no sabía que existía. Cuando llegamos y encendió la luz, descubrí una enorme mesa llena de tubos de ensayos y probetas burbujeantes que exhalaban una especie de humo blanco. Detrás, una estantería llena de material químico, botes, botellas, tarros varios. Y entonces me oí decir: «¿Eras una bruja?» «¡Jajaja! Mejor aún -me contestó- esto que ves es alquimia pura. Sus saberes fueron conservados por mis antepasados y transmitidos de generación en generación. No buscamos la piedra filosofal sino cómo curar el cuerpo y tranquilizar el alma, proporcionando paz y bienestar a nuestros seres queridos y a nuestros vecinos. Y tú y tu sombra fuisteis elegidas durante la niñez para continuar la labor de tus ancestros. ¿Aceptas el reto?». Y llevada por la emoción dije que sí. Entonces abrió un grueso libro que permanecía apoyado sobre un atril, buscó entre las páginas empolvadas hasta que llegó al juramento: «Levanta tu mano izquierda, la del corazón, y repite conmigo…». Pero yo no podía levantarla por más esfuerzos que hacía. Tiraba y tiraba para alzarla, sentí un extraño olor y algo flácido y blando parecía pegado a mi cara…

De repente abrí los ojos y me encontré cara a cara con mi perra que estaba sobre mí lamiéndome, al tiempo que mi abuela entraba con una bandeja que portaba el desayuno. La abracé fuerte contra mí y le pregunté muy seria: «¿Abuela esta casa tiene sótano?».

©lady_p

Palabras claves: otoño, equinoccio, sueño, sombras.

Participación «Reto creativo: Equinocio de otoño»