La relatividad del tiempo

En el mes de mayo el Tintero de Oro nos invita a escribir sobre el enigma del tiempo’. Ese será nuestro punto de partida para el microrreto. Una historia en un máximo de 250 palabras que gire en torno a alguna de sus múltiples vertientes.

Los vecinos de Königsberg ajustaban la hora de sus relojes a su paso: «Las siete en punto» murmuraban. Y es que Kant, rutinario y metódico, paseaba a diario, siempre a la misma hora y en la misma dirección, de manera que quienes le veían ya sabían qué hora era.

Pero aquella mañana al despertar, comprobó que había amanecido de lo que dedujo que no podían ser las 5.00. Cogió el reloj de la mesita y confirmó que las manecillas se habían detenido a las 3.00. De un salto se levantó, y rascándose la cabeza, fue al despacho para mirar la hora en el reloj de pared. Se quedó estupefacto: eran las 7.00. No daba crédito.

Enseguida bajó al comedor. Bebió el té y fumó su pipa con un ajetreo impropio en él. Apenas saboreó el tabaco y apuró la taza de té en un par de sorbos. Luego se dirigió hasta la entrada, se puso el abrigo y el sombrero y salió a su caminata diaria, esta vez una hora más tarde de lo habitual pues eran casi las 8.00.

Recorrió las calles adyacentes y desembocó en la principal. Observó que los vecinos le miraban con asombro y cómo un funcionario del ayuntamiento se subía en una escalera hasta el reloj situado sobre la cornisa del edificio. El joven manipulaba las manecillas y justo cuando él atravesaba los soportales, sonaron una a una ‘las siete’ campanadas tal y como sucedía a diario. Entonces Kant, aminoró el paso y suspiró tranquilo…

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Esa no soy yo

En el mes de marzo, desde el Tintero de Oro queremos desafiar a nuestra comunidad a un microrreto musical.La música va a tener que estar presente en nuestros trabajos. pero no la utilizaremos como una anécdota sino como un personaje más del relato, un elemento indispensable o el eje sobre el que se articule.

Yo no soy esa que tú te imaginas, una señorita tranquila y sencilla, que ríe por nada diciendo si a todo, esa no soy yo…

Soy mucho más rebelde y lo sabes. No dejo títere con cabeza si la situación lo requiere y peleo hasta la extenuación si quiero algo o si veo peligrar lo mío.

Yo no soy esa que tú te creías, la paloma blanca que te baila el agua, que ríe por nada diciendo sí a todo. Esa no soy yo. No creas que me convencen todas tus propuestas y mucho menos tú forma de vida. Sólo intento que haya paz entre nosotros y con frecuencia te dejo estar y no te llevo la contraria. Pero no te equivoques, esa no soy yo.

No podrás presumir jamás, de haber jugado con la verdad, con el amor de los demás. Porque todos te hemos calado y sabemos bien cómo eres y lo que buscas. Pero no te equivoques, no confundas la tolerancia o la paciencia con la aceptación.

Pero si buscas tan solo aventuras, amigo, pon guardia a toda tu casa. Yo no soy esa que pierde esperanzas. Piénsalo ya. Decídete.. No te esperaré siempre. Si te marchas ahora no estaré aquí cuando vuelvas. Tengo demasiado claro quién soy y lo que quiero. No estoy dispuesta a menos, porque yo no soy esa que tú te imaginas, una señorita tranquila y sencilla, que un día abandonas y siempre perdona… Esa no soy yo.

®lady_p

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Del azul al verde

Recuerdo que aquella mañana el cielo amaneció despejado, de un azul intenso, raso, despejado de nubes. Hacía frío pero el sol pegaba y nos reconfortó. El día se presentaba triste y aciago, lleno de emociones. Es curioso porque en enero no suele hacer tan buen tiempo, es más, se había anunciado lluvia y viento e incluso nieve, aunque todo se retrasó. Nos dieron una pausa para templar nuestros cuerpos fríos y demacrados. Días después el sol desapareció, el cielo se cubrió de nubes y soplaron ráfagas de un viento huracanado que precipitó las lluvias. Y luego un manto de nieve espesa lo cubrió todo y nos separó definitivamente.

Sé bien, aunque no lo dijeras con palabras, que no querías marcharte. Y créeme yo tampoco quería dejarte ir. Pero todo se volvió tan complicado que quedarte dejó de ser una opción y marcharte la única salida. Imposible luchar contra el destino. Inútil negarse. El final se aceleró como suele suceder en estos casos y no fue posible retenerte. El tiempo se agotó. Y para despedirme me dirigí al azul del sur, atravesando el verde norte. Dejé a mi paso campos y prados, montañas y bosques. De norte a sur, del verde al azul, sembré dolor y olvido.

Llegué a casa desolada, doliente y añorante, preparada para recordarte, lista para llorarte. Y entonces recordé un detalle insignificante: que del azul al verde sólo media un color, el amarillo, justamente el tuyo.

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Participación en reto del Blog ‘El tintero de Oro’, convocatoria bajo el tema: escribir sobre un color.  

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‘Ángela la justiciera’

Ángela era ama de casa. Esposa y madre entregada al cuidado de dos mellizos las veinticuatro horas del día. Vivía en una urbanización, en un adosado de dos plantas, con un pequeño jardín que le permitía entretenerse con sus macetas y un cuadradito de césped.

Aunque había estudiado derecho nunca había ejercido, pues tras quedarse embarazada demasiado pronto, acordó junto con su esposo, que se quedaría en casa hasta que los niños tuvieran diez años. Pero todos se habían acomodado y cada vez que sacaba el tema, su marido cambiaba de conversación convenciéndola de que él ganaba lo suficiente, que no les faltaba nada, que dónde iba a estar mejor, que para qué estar sujeta a horarios inflexibles y aguantar a jefes exigentes y tiranos… Y así fueron pasando los años desde hacía ya dieciséis.

Pero, aunque aparentemente conforme, Ángela no se resignaba e intentaba mantenerse al día. Leía artículos y refrescaba sus apuntes porque amaba su profesión y deseaba ejercerla.  

Un buen día, mientras se entretenía plantando un jazmín junto a la pared del patio, al escarbar la tierra se tropezó con algo duro. Siguió cavando un poco más hasta que sacó un extraño objeto envuelto en un paño. Lo limpió y vio que se trataba de una especie de tótem tallado en madera, en cuya base había una inscripción escrita en una lengua extraña. La curiosidad le pudo. Así que copió la frase en un papel, abrió el ordenador y la escribió en Google: «Теләү һәм эйә булыу» que traducido significa «Desea y tendrás». Ángela lo leyó una y otra vez mientras pensaba si aquello funcionaría como la lámpara de Aladino. Y entonces comenzó a tocarlo y pedir sencillos deseos pero no funcionaba. Así que lo colocó sobre la chimenea y acabó de plantar el jazmín que, extrañamente, y aunque no le prestara atención, floreció al día siguiente.

Al principio no se dio cuenta pero parecía que la vida le sonreía. Todo iba como la seda. Ángela sentía que algo extraño pasaba, algo de lo que no era consciente, y por eso su cuerpo le enviaba señales que aún no sabía interpretar. Hasta que sucedió…

Aquella noche se habían acostado algo más tarde. Ella daba vueltas y vueltas sin poder dormir. Le dolía la espalda, le picaba a ambos lados y el dolor se volvía insoportable por segundos. De repente no pudo más y se levantó de la cama para tomar un calmante. Apenas dio un par de pasos y sintió un extraño crujido. La carne se abrió y algo brotó al exterior. Rápidamente se miró al espejo y vio desplegadas dos enormes alas de plumas blancas y suaves. No daba crédito. Se asustó. Se tapó la boca para no gritar. Pensó que estaba soñando pero no, era real. Entonces comprobó que podía dirigirlas y se preguntó si podría volar. Sin dudarlo subió a la planta superior, se acercó al balcón. Colocó una silla y trepó. Primero agitó las alas, comprobando que tenía control sobre ellas. Luego puso los pies en el borde de pretil y se dejó caer aleteando. Pero como un polluelo que vuela por primera vez, Ángela se estrelló apenas a dos metro de iniciar el recorrido. Lo intentó de nuevo una y otra vez hasta que despegó y sobrevoló la urbanización. Desde arriba la visión era espectacular. Podía visualizar las calles, la ciudad y las personas como si fueran diminutas hormigas.

Perdió la noción del tiempo, y dándose cuenta que el sol estaba a punto de salir, puso rumbo a casa. Por el camino se preguntaba cómo explicaría a su familia la aparición de aquellas alas tan grandes, imposibles de ocultar. Pero nada más poner los pies en el jardín, las alas se plegaron y recogieron dentro de la piel, de manera que apenas quedaron dos pequeñas cicatrices que ella cubrió cuidadosamente.

Pasó el día en casa, ensimismada. Recogiendo, cocinando, planchando. Intentaba encontrar un sentido a lo sucedido, preguntándose si aquello sería algo puntual. Entonces recordó el tótem y se acercó. Lo tomó entre las manos y leyó en voz alta: «Desea y tendrás» «Desea y tendrás».

Llegada la noche, cuando todos se acostaron y se durmieron, Ángela se sentó en el salón, esperando impaciente la salida de sus hermosas alas. Y efectivamente, nada más dieron las doce, de nuevo la invadió el picor y un ligero cosquilleo hasta que las dos alas se abrieron. Entonces repitió la operación: puso la silla en el balcón y saltó. Esta vez, sintiéndose totalmente segura, alzó el vuelo sobre la ciudad y comenzó su aventura.

Desde arriba observó cómo intentaban atracar a una señora. Enfiló a los ladrones que nada más verla salieron corriendo. Luego comprobó que una pandilla de jóvenes pretendía robar una tienda. Ángela los sobrevoló a tal velocidad que soltaron la mercancía y se marcharon asustados. Luego vio a un tipo que intentaba vender droga a unos adolescentes, y ni corta ni perezosa, les silbó desde lo alto indicándoles, con un movimiento de su dedo índice, que no lo hicieran. Igualmente se asustaron y se marcharon. Y regresó feliz a su casa: por fin alguien había hecho justicia.

Al día siguiente todos hablaban  de la ‘mujer alada’, defensora del bien con el sólo batir de sus alas. Y Ángela comprendió que ese era su deseo y su misión: impartir justicia. Por eso precisamente había estudiado derecho.

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Concurso de relatos 39ª Ed. Harry Potter y la piedra filosofal de J. K. Rowling, desde el Blog ‘El Tintero de Oro’.

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Muerte súbita

Estoy cansada de pasearte por mis textos. Harta de que seas uno más en mis historias. Por eso pretendo deshacerme de ti. Sí. Sé lo que vas a decir. Hace mucho que trabajamos juntos y me has prestado un gran servicio conduciendo a los lectores a través de mis relatos. Hemos mantenido una relación respetuosa y me has servido de puente, de interlocutor. Has actuado como mi propia voz en off y has sabido presentar a mis personajes, visibilizar lugares y escenas, describir el ambiente, crear el misterio, sembrar la duda, asustar, sorprender, preparar la sonrisa, insinuar lágrimas, hablar entre líneas y hasta utilizar eufemismos porque eres incapaz de estar callado. Pero ya está bien de robar protagonismo. A veces me resultas demasiado creído porque eres consciente de saberlo todo y tan omnisciente que conoces todos los detalles. Eres capaz de seguir y perseguir a uno de mis intérpretes a través de su propia historia, en ocasiones, incluso sin ser visto ni oído. Me conoces demasiado bien. Lo sabes casi todo de mí. Eso parece peligroso y ya no me fío. Por eso voy a eliminarte. Acabaré contigo y dejaré que mis actores se defiendan solos sin necesidad de que nadie ande tras ellos. Desaparecerás de mis textos. Te borraré de un plumazo. Yo te condeno a la peor de las muertes: te enviaré al exilio durante toda una eternidad. Pasarás eones en silencio. Luego tal vez, sólo tal vez, recurra de nuevo a ti.

©lady_p

Participación en el reto del ‘Blog El Tintero de Oro’, este mes de noviembre bajo el título: “Matar al narrador».

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