El viaje

En la vieja estación todo seguía igual. El tiempo parecía haberse detenido. Eso pensé cuando al entrar vi aquellos asientos viejos y decolorados, colocados, como siempre, en el mismo sitio junto a la pared…

Siempre me gustó viajar en tren y las estaciones me parecen una digna metáfora de la vida: hay trenes que llegan, paran y te subes. Otros que dejas pasar ante tus narices, cuestionándote si el destino es o no conveniente. Y  a veces, alguno pasa de largo porque llegamos demasiado tarde… Además, estas terminales conforman espacios donde confluyen sentimientos encontrados. Lugares donde se producen encuentros deseados y esperados pero también despedidas inevitables. Así que sí. Las estaciones me producen cierta nostalgia y despiertan en mi memoria el recuerdo de  viajes inolvidables, como aquella primera vez que fui con mis padres a Madrid para conocer a mi sobrino cuando yo apenas tenía once años…

Por aquel entonces la estación de mi ciudad era –para mi gusto- más bonita que la actual: antigua, con cubierta a dos aguas y cerchas de hierro. Cuando llegamos el tren estaba parado en la primera línea del andén y se extendía a lo largo una fila de vagones enumerados con las puertas abiertas para que los viajeros se fueran incorporando. Sonaba el bullicio de la gente. Y aunque íbamos bien de tiempo, todos parecíamos tener prisa y caminábamos acelerados de un lado para otro: abrazos apretados y besos a pie de los tres escalones de acceso al vagón, demasiado altos para mí. Y una vez dentro, los viajeros se apelotonaban de pie en el pasillo, mirando por las ventanillas, despidiéndose con gestos y con palabras de aliento y cariño, hasta que un ligero impulso, acompañado en un sonido característico, y comenzaba a moverse lentamente, deslizándose despacio por las vías hasta que poco a poco notábamos cómo aceleraba y las personas se iban haciendo diminutas y lejanas: el viaje comenzaba…

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Participación en “Relatos Jueveros”. Esta semana desde el Blog Neogeminis que nos invita a escribir sobre ‘los rastros de una existencia’.  

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Flirteando

Aquel atractivo e irresistible vendedor me guiñó un ojo. Turbada e inquieta miré a mí alrededor para comprobar que era yo el objeto de deseo. Y segura como estaba, respondí sonriendo, pasando mi lengua por el labio inferior provocadora y coqueta… Esperaba un nuevo gesto a mi desafío pero él, un tanto perplejo y nervioso, se giró para colocar, un poco tembloroso, los productos en las estanterías. Cuando se volvió de nuevo hacia mí, una segunda ráfaga de guiños me sorprendió: era evidente que aquel hombre no flirteaba, simplemente padecía un tic nervioso.

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Participación en Relatos en cadena. Semana 14. La frase de inicio para los microrrelatos de esta ronda es: Aquel atractivo e irresistible vendedor…

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Del azul al verde

Recuerdo que aquella mañana el cielo amaneció despejado, de un azul intenso, raso, despejado de nubes. Hacía frío pero el sol pegaba y nos reconfortó. El día se presentaba triste y aciago, lleno de emociones. Es curioso porque en enero no suele hacer tan buen tiempo, es más, se había anunciado lluvia y viento e incluso nieve, aunque todo se retrasó. Nos dieron una pausa para templar nuestros cuerpos fríos y demacrados. Días después el sol desapareció, el cielo se cubrió de nubes y soplaron ráfagas de un viento huracanado que precipitó las lluvias. Y luego un manto de nieve espesa lo cubrió todo y nos separó definitivamente.

Sé bien, aunque no lo dijeras con palabras, que no querías marcharte. Y créeme yo tampoco quería dejarte ir. Pero todo se volvió tan complicado que quedarte dejó de ser una opción y marcharte la única salida. Imposible luchar contra el destino. Inútil negarse. El final se aceleró como suele suceder en estos casos y no fue posible retenerte. El tiempo se agotó. Y para despedirme me dirigí al azul del sur, atravesando el verde norte. Dejé a mi paso campos y prados, montañas y bosques. De norte a sur, del verde al azul, sembré dolor y olvido.

Llegué a casa desolada, doliente y añorante, preparada para recordarte, lista para llorarte. Y entonces recordé un detalle insignificante: que del azul al verde sólo media un color, el amarillo, justamente el tuyo.

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Participación en reto del Blog ‘El tintero de Oro’, convocatoria bajo el tema: escribir sobre un color.  

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El naufragio

Después de varios días navegando sin rumbo, alcanzamos una frondosa isla. Estaba llena de árboles y de palmeras cargadas de cocos. Descansamos y la recorrimos para hacernos una idea de su tamaño: nos pareció inmensa. Pensamos que tardarían en encontrarnos. No tenía ni idea de lo que me aguardaba, pero  cuando cayó el día y contemplé aquel atardecer rojo, supe que llegar hasta aquí había merecido la pena.

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Participación en el reto ‘Cinco Líneas’ desde el Blog de Adella Brac. Este mes con las palabras días, isla y rojo.

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Una Noche Mágica

Nadie me creyó cuando afirmé haber visto al Rey Melchor. Pero era verdad. Lo vi. Pasó junto a mí, silencioso, y con su capa roja con el borde de piel blanca moteada de negro, rozó mis sábanas. Tenía el pelo y la barba blanca y en su cabeza una corona dorada. Era alto y fuerte. Yo no lo sabía pero aquella noche de magia me traería dos sorpresas…

Como todos los años por aquella fecha, estaba nerviosa e inquieta, por eso me costaba muchísimo dormir. Cerraba y apretaba los ojos en vano porque el sueño no llegaba y el tiempo pasaba muy lento. Recuerdo que llamaba a mi padre una y otra vez. Él venía y me calmaba. Me animaba a contar ovejitas seguro de que, al final, me dormiría. Y así fue. Al final lo conseguí. Primero estuve un buen rato en una especie de duermevela durante la cual pude ver que mis padres se acercaban para comprobar que realmente el sueño me había vencido. Y en ese tránsito estaba cuando entreabrí los ojos y descubrí que iban de un lado a otro con los regalos: mi madre con la muñeca que yo había pedido y mi padre con un tren para mi hermano. Sentí pena. Y entonces pensé que era verdad lo que habían dicho mis compañeras de colegio: los reyes eran los padres. Renglón seguido, desilusionada, cansada, creyendo que ya nada sería igual, me dormí, esta vez profundamente.

Y en esas profundidades estaba cuando un pequeño movimiento en el colchón me sacó repentinamente del sueño. Y allí estaba él, el Rey Melchor el persona, casi saltando por encima de mi cama y señalando con el dedo en su boca que me quedara callada. Luego me sonrió y se despidió con la mano. Feliz y contenta me volví a dormir. Por la mañana, nada más entrar algo de luz por la ventana, pude ver junto a mi cama la cartera para el cole que había visto en una papelería y que tanto me gustaba.

Al instante, salí de la habitación con ella entre las manos gritando: «mira lo que me ha dejado el Rey Melchor». Mis padres se miraron extrañados, interrogativos, frunciendo el ceño… Y desde aquella noche crecí y me hice mayor considerando que a pesar de los rumores algo de magia sí que tiene esa noche…

¡Feliz Noche de Magia a todos y todas!

©lady_p

Participación en “Relatos Jueveros”. Esta semana desde el Blog de Campirela que nos invita a escribir sobre La Noche de Reyes.

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