Una chispa eléctrica

Recuerdo aquella noche de la avería eléctrica a causa de una chispa. Nos habíamos reunido en el pueblo, en casa de mi tío Horacio, un hermano de mi padre. Horacio era un hombre corpulento que había criado una enorme barriga, lucía un gran bigote y cejas pobladas. Todo en él parecía gigante. Según cuenta mi padre, cuando se cumplía el aniversario de la muerte del abuelo,  todos nos reuníamos a cenar y contar anécdotas. Una tradición que el abuelo mismo  se había encargado de perpetuar por su cumpleaños, pues precisamente durante aquellas celebraciones, había solicitado de manera explícita que tras su muerte se le rindiera homenaje todos los años con una copiosa cena en la que se le recordara. Y así, año tras año, cumplimos su deseo.

Pues bien, aquella vez estábamos reunidos y con las copas levantadas para brindar, cuando una chispa provocó un apagón en toda la casa. Enseguida mis tíos y mi padre fueron a comprobar los fusibles. Eran de los antiguos y se habían quemado. El tío Luis, el mayor de todos, repitió hasta la saciedad que ya había predicho él que sucedería, que los plomos eran muy viejos, pero que como nadie le hacía caso pues ahora tendríamos que cenar sin luz.

Las mujeres, más prácticas y menos dramáticas, restaron importancia al asunto: «Cenaremos con velas» dijeron convencidas. Los niños estábamos encantados y nos lo pasábamos bomba, pues en la penumbra, a los mayores se les escapaban algunas de nuestras travesuras bajo la mesa. Los perros se asustaron y tuvimos que calmarlos y dejarles estar cerca para que no ladrasen. Mi padre -que era un bromista- se levantó de la mesa y volvió haciendo el tonto con una sábana por encima, disfrazado de fantasma. Los más pequeños se asustaron y empezaron a llorar. Tuvo que quitarse la sábana frente a ellos para que comprobasen que era él y que todo era una broma.

Y en esas estábamos, todos riendo, cuando unos golpes secos sonaron en la pared. Pensamos que era otra chanza pero no. Alrededor de la mesa no faltaba nadie. Nos miramos sin pestañear, aguantando la respiración. Nuevamente sonaron tres golpes seguidos, esta vez, más fuertes. La tensión era máxima. Mis primos y yo estábamos a punto de gritar y salir corriendo. Pero entonces una voz sonó al fondo de la casa:

−¿Se puede? Es que no hay luz en esta santa casa…

La cabeza de Agapito, el alcalde, asomó entre las llamas de las velas.

−¿Qué? ¿Arreglamos lo fusibles? ¿Por qué me miráis todos así? Alguien me ha llamado hace un rato para que viniera a mirar los plomos y aquí estoy…

Entonces nos volvimos a mirar y nos echamos a reír todos a la vez…

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Participación en el reto semanal del Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas | Facebook. Disparador: chispa

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El diagnóstico

El médico, enfundado en una bata blanca impoluta, entró parsimonioso y se sentó frente a mí. Mi impaciencia era tal que me adelanté a preguntar:

−Dígame doctor ¿Cuáles son las razones del corazón que la razón no comprende?

−Véalo usted misma – dijo condescendiente, mostrándome la radiografía.

La miré perpleja. Comprobé las venas, arterias y capilares. Observé una maraña enrevesada pensando que toda ella conformaba una única razón, causa de mi padecimiento y de mi destino.

−Las principales arterias –prosiguió en tono serio− están colapsadas. Es posible que sufra un ictus ‘vital’ y si no lo remedia, podría producirse la muerte en vida.

−Y esa especie de nudo oscuro de la que parten, ¿no será la razón principal? –pregunté asustada.

−Ese ‘nudo’ –como usted lo llama- es el que conecta todo el entramado a su organismo. Ahí se concentran las emociones, por eso es la razón de ser de un corazón sano. Como ve hay mucha sombra y oscuridad de las que usted debería deshacerse si quiere sanar.   

−Entonces ¿Cuál es el diagnóstico? –pregunté con inquietud.

– ‘Ausencia del ánima vitae’, más conocida como ‘ganas de vivir’.

-Y ¿Cuál es el tratamiento?

−Es muy sencillo. Valore cuánto posee. Lleve una vida sana: mucho amor y buena compañía. Limítese a vivir el día a día. Reúnase con la familia y los amigos. Quiera a quienes la quieren. Y apártese de quiénes nada le aporten. En unos meses su corazón tendrá sobradas razones para latir a buen ritmo. ¡Anímese!

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Participación en reto «Escribe fino» desde el blog «elbicnaranja»

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La ventisca

De repente la puerta se abrió dando paso a una mañana fría y desapacible. El muñeco de nieve aparecía de lado, medio deshecho. La zanahoria que hacía las veces de nariz había desaparecido. El sombrero salió volando ante mis propios ojos y la bufanda roja fue arrastrada por una fuerte racha hasta mis pies… Más que un muñeco parecía un pobre espantapájaros desnudo, deforme y solitario sobre un manto de nieve, condenado su destino al vaivén de una furiosa ventisca.

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Participación en el reto “5Líneas”. (MEDALLA DE BRONCE). Este mes de noviembre debe contener las palabras Puerta, mañana y lado.

Extraña sorpresa

Fue un capricho del destino. O no. Pero allí estaba, paseando por la acera contraria. Llevaba puesto un abrigo rojo rematado con una boina negra de medio lado que se retocaba usando el cristal de un escaparate como espejo. Tan esbelta y elegante como la recordaba. Por un instante, cerré los ojos y me acerqué a su cuello para oler su perfume, seguro como estaba de que no suprimí aquel recuerdo de mi memoria. Continuó andando y entró en una farmacia. Me acerqué deprisa para no ser visto y comprobé cómo extendía sobre el mostrador unas recetas. Luego, mientras la farmacéutica entraba al almacén a buscar la medicación, ella paseaba parsimoniosa ante los perfumes y geles de baño. Finalmente abrió el bolso y se dispuso a pagar. Yo volví raudo a mi acera asegurándome de no ser visto.

Continuó caminando hasta la cafetería “Alhambra”, donde tantas veces quedamos para desayunar. Recordé aquella última vez y aquel desencuentro inesperado que nunca comprendí del todo. Se sentó en la barra. «Pedirá un zumo de naranja, café con leche y tostadas –me dije.»  Todo un clásico que no cambió ni un solo día. En casa, cada mañana exprimí para ella las naranjas e hice el café y las tostadas, añadiendo que le daba un toque especial del que ella carecía.

Dudé si acercarme y me deprimí por momentos. Después pensé que habían pasado varios años. Que cada uno había rehecho su vida, aunque ahora al verla algunas emociones se habían desperezado dentro de mí. Me rondaba la cabeza la idea de pararme ante ella, saludarla e invitarla a otro café para charlar un rato. Al fin y al cabo compartíamos recuerdos y conocidos comunes con quienes habíamos mantenido amistad aunque cada uno por su lado. «No creo que le importe. Igual hasta se alegra de verme tanto como yo -pensé». Aquella fuerte discusión había quedado atrás. Estaba seguro de habernos perdonado. El tiempo tiene la capacidad de poner todo en su sitio, limar asperezas, cribar, moderar y minimizar los hechos. Y todo eso era una realidad porque quince años no pasan en balde para nadie. Nuestras vidas de ahora nada tenían que ver con las de antes salvo pequeños detalles o manías que se resisten al paso del tiempo y se incorporan definitivamente a nuestra identidad. «Sí, voy a cruzar. Me pararé delante de ella y le diré simplemente “hola” en buen tono. Seguro que me reconoce enseguida como yo a ella incluso de espalda, porque su silueta es inconfundible para mí».

Rápido y decidido primero aceleré el paso para adelantarla en paralelo. Luego me crucé y anduve en dirección contraria para toparme de frente y una vez la tuve delante dije sonriendo:

−¡Hola Amanda!

Ella se paró en seco. Parecía dudar e insistí:

−Soy yo, Mateo, ¿no me reconoces?

La mujer me miró con extrañeza y mientras se levantaba las gafas de sol, frunció el ceño y contestó categórica:

−No sé quién cree que soy, pero no me llamo Amanda ni le conozco. Creo que me confunde. Buenos días.

Decepcionado y absorto me di la vuelta para tropezarme cara a cara con el rostro de una desconocida -un tanto extravagante- que sin dudarlo se dirigió a mí diciendo:

−Pero Mateo, Mateito ¿Qué haces tú por aquí? ¿No me reconoces? Soy yo, Amanda ¿no te acuerdas?

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Participación en «Relatos Jueveros» esta vez desde el Blog de Mag y los ‘acertijos’ de las palabras capricho, deprisa, suprimí, deprimí y exprimí.

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La pócima

Imagen: Internet

Flyn salió como cada mañana del agujero donde vivía pared con pared, junto al laboratorio del humanoide que trabajaba día y noche en su laboratorio. El diminuto subía de cajón en cajón hasta la cima del escritorio, resoplaba y daba los buenos días mientras el profesor se rascaba la verruga y proseguía alimentando su pócima:

−El cascabel de una serpiente, un pelo de búfalo, la púa de un erizo, grasa de foca, un anca de rana…

−¿Para cuándo acabarás? –preguntaba Flyn impaciente.

−Ten paciencia. Esta vez no fallaré. Lo tengo todo controlado.

−Eso mismo dijiste la última vez –le reprochó−. Me has convertido en oruga, en cucaracha y en una mosca verde. ¿Qué tiene todo eso que ver con un apuesto ser humano de 2.00 m de estatura?

−Nada. Pero todos esos errores me han servido para perfeccionar la fórmula y profundizar en mis conocimientos.

Flyn movió la cabeza a ambos lados y se volvió a su mini cuchitril dispuesto a pasar otro día sin resultados. Y allí, tumbado en su cama, soñaba con verlo todo desde las alturas y mirar a todos desde arriba. Soñaba ser grande y alto , lo más parecido posible a un jugador de baloncesto.

Mientras, el profesor Braun se afanaba en su nueva fórmula para crecer, saboreando la fama y notoriedad que alcanzaría una vez la consiguiera:

−Ya me imagino recibiendo el Nobel −pensaba−. Todos querrán conocerme y estrechar mis sabias manos. La prensa, la radio y la TV concertarán entrevistas. Seré rico y famoso…

Por fin, a la mañana siguiente, Flyn escuchó:

−¡Esto está listo! Esta vez funcionará, te lo garantizo.

Se levantó de un salto y salió raudo y veloz dispuesto a beber su ración de pócima, consistente en un vaso de un líquido verdoso –aparentemente repugnante- que le sumirían en un profundo sopor que duraría dos días y tres noches, los mismos que duraría transformación y tras los cuales –en teoría- su tamaño sería el de un apuesto joven de 2.00 m de altura.

Y así lo hizo. Bebió y bebió hasta apurar aquel líquido amargo. Luego se echó en la cama dispuesto a dormir. Mientras, el científico ilusionado, salió a comprarle algo de ropa tamaño XXXL y zapatos del número 48-50. Todo debía estar preparado para el despertar.

Cuando volvió estaba tan cansado que se quedó dormido junto a Flyn.

De repente un fuerte gruñido le sacó del sueño.

−¿Qué es esto? –gritó−. Algo extraño está pasando…

Entonces vio a un enorme dragón de rostro conocido, tan verde como el brebaje, que ocupaba toda la habitación. Le miró fijamente a los ojos y reconoció la mirada enfadada de Flyn.

−Lo siento amigo. Algo ha fallado. Por lo menos esta vez eres un animal de gran tamaño. Todos querrán conocerte. ¡Alégrate Flyn, por fin cumpliremos nuestros sueño: tu eres grande y mirarás desde arriba, y yo seré famoso!

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Participación en Vadereto desde el Blog ‘Acervo de letras”, esta vez el relato contiene como uno de los personajes a un ‘dragón’.

Muerte súbita

Estoy cansada de pasearte por mis textos. Harta de que seas uno más en mis historias. Por eso pretendo deshacerme de ti. Sí. Sé lo que vas a decir. Hace mucho que trabajamos juntos y me has prestado un gran servicio conduciendo a los lectores a través de mis relatos. Hemos mantenido una relación respetuosa y me has servido de puente, de interlocutor. Has actuado como mi propia voz en off y has sabido presentar a mis personajes, visibilizar lugares y escenas, describir el ambiente, crear el misterio, sembrar la duda, asustar, sorprender, preparar la sonrisa, insinuar lágrimas, hablar entre líneas y hasta utilizar eufemismos porque eres incapaz de estar callado. Pero ya está bien de robar protagonismo. A veces me resultas demasiado creído porque eres consciente de saberlo todo y tan omnisciente que conoces todos los detalles. Eres capaz de seguir y perseguir a uno de mis intérpretes a través de su propia historia, en ocasiones, incluso sin ser visto ni oído. Me conoces demasiado bien. Lo sabes casi todo de mí. Eso parece peligroso y ya no me fío. Por eso voy a eliminarte. Acabaré contigo y dejaré que mis actores se defiendan solos sin necesidad de que nadie ande tras ellos. Desaparecerás de mis textos. Te borraré de un plumazo. Yo te condeno a la peor de las muertes: te enviaré al exilio durante toda una eternidad. Pasarás eones en silencio. Luego tal vez, sólo tal vez, recurra de nuevo a ti.

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Participación en el reto del ‘Blog El Tintero de Oro’, este mes de noviembre bajo el título: “Matar al narrador».

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Una puerta de salida

Me oculté en la playa. No sabía a dónde ir para que no me encontrasen y recordé una pequeña gruta entre las rocas.  Una vez allí, encerrado, en más absoluta oscuridad, repasé varias veces lo ocurrido. Primero una acalorada discusión y después un fuerte golpe en el pecho. Tirado en el suelo, casi sin aliento, me sobrepuse y respondí con un potente derechazo directo a la mandíbula. John cayó al suelo como un peso muerto, con la mala fortuna de golpearse el cráneo con el bordillo del escalón de la barra. Un hilillo de sangre brotó de su nariz hacia el labio superior. Alguien gritó: «¡Lo ha matado! ¡John está muerto!». Entonces corrí. Un fuerte dolor me apretaba el pecho. No recuerdo las calles, solo que corría dejando detrás el revuelo y los gritos cada vez más lejanos hasta que dejé de oírlos. Entonces paré para coger aire. No podía pensar donde esconderme hasta que recordé esta cueva y aquí estoy. De nuevo un intenso dolor en el pecho y un escalofrío recorre mi cuerpo hasta que me duermo profundamente… No siento nada.

Al despuntar el día decidí salir y dar la cara. Afrontar las consecuencias. Anduve por la orilla hasta que de súbito encontré una puerta abierta frente a una duna. No tenía sentido pero no dudé. Entré precipitadamente. Miré a mi alrededor: era otra playa. Respiré hondo creyéndome a salvo. Ya no experimentaba dolor alguno así que caminé tranquilo, sin rumbo, hasta que de repente divisé a lo lejos una silueta que caminaba hacia mí. Conforme se iba acercando comprobé que se trataba de un chico joven. La imagen borrosa era cada vez más nítida: «No puede ser, pensé. Es John». Me quedé quieto mientras él avanzaba hacia mí. Cuando lo tuve delante observé el hilillo de sangre sobre el labio superior y un hematoma en la barbilla. Nos miramos:

−Bienvenido al otro lado −dijo.

−No puede ser −afirmé titubeando− ¿Estás muerto John?

Entonces me miró fijamente a los ojos y afirmó:

−Tú también, amigo mío. Tú también.

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Participación en el reto ‘Viernes creativos’ a iniciativa de Ele y su blog “Escribe fino” quien esta vez nos invita a escribir un relato sobre ‘una puerta por donde escapar’, inspirado en la fotografía de Shinn Abedinirad.

La (ab)solución

El reo fue conducido a través de un largo pasillo, en uno de cuyos laterales se agrupaban las celdas. Unas esposas aseguraban la inmovilidad de sus manos. Nada ni nadie había podido demostrar su inocencia.

De pie esperaba la apertura de la puerta de acceso a su cubículo -apenas cinco metros cuadrados- donde podría pasar algunos años. El juez tenía en sus manos una decisión difícil pero justa que, de momento, le proporcionaba algo más de tiempo.

Repasaba lo sucedido una y otra vez mientras caminaba de un lado a otro. Revisaba mentalmente las declaraciones, consciente de que todo pendía de la aparición de una sola prueba que acreditara su paso por la gasolinera. Recordaba su asistencia a una especie de mitin pacifista en la calle. Pero no coincidió con ningún conocido. Allí estuvo una media hora. Luego marchó a buscar el coche, puso gasolina, pagó en metálico y se fue a casa. No había testigos.

Las luces se apagaron. Hora de dormir, cosa que no podía permitirse. Sabía que algún detalle insignificante se le escapaba. En aquel momento recordó aquello que había leído sobre las alucinaciones hipnagógicas y Einstein. Lo intentó y se dispuso a dormir con un jarrito de agua en la mano, que se vertió en cuanto que le venció el sueño. Entonces se despertó sobresaltado y lo vio claro: la gasolinera había sorteado entre los clientes el pago de un año de gasolina gratis y había salido el 155. Recordó que había participado y que el boleto estaba en su cartera, en un bolsillo secreto. El abogado era su salvación.  

Por la mañana se lo contó. Y unas horas más tarde le visitó para comunicarle que en la cartera no había nada, que la condena se haría firme en unos días. Luego salió y se dirigió a la gasolinera. Enseñó la papeleta premiada aún en vigor y llenó su viejo Ford con gasolina especial sin plomo: «Este año –se dijo- no gastaré un céntimo en repostar. Al fin y al cabo sólo soy un maldito abogado de oficio. No me puedo permitir tener escrúpulos». 

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Participación en ‘Relatos Jueveros’ esta vez desde el blog “Neogeminis Mónica Frau”.

Los supuestos elegidos son: 1.- Un personaje en riesgo. 2.- Un detalle insignificante 3.- Una decisión difícil 4.- Una promesa rota.

La colina de las flores

Los dos jóvenes adolescentes se perdieron en la espesura verde del bosque. Caminando de la mano escapaban del bullicio de la ciudad mientras buscaban un lugar idóneo y romántico para un encuentro amoroso. Así fue como llegaron a una pequeña colina desde donde se divisaba un hermoso lago de aguas azuladas y allí se amaron. El tiempo les pasó sin darse cuenta y se quedaron dormidos, desnudos, uno junto al otro, cubiertos con la ropa que ambos llevaban.

A la mañana siguiente él se detuvo para mirarla. La muchacha yacía con el cuerpo de perfil, mostrando los senos y el rostro de frente con los ojos abiertos, mirando a ninguna parte. El joven la llamó en vano varias veces. Su cuerpo gélido delataba que había iniciado el camino hacia el más allá. Se asustó. Gritó. Sollozó desconsolado, impotente, afligido. Cayó de rodillas al suelo. Golpeó y maldijo aquel lugar. Conjuró a las fuerzas del mal invitándolas a que arrasaran aquel promontorio testigo silencioso de su amor para que nadie más se dejara atrapar por su belleza.

De repente una suave brisa se levantó y cientos de flores rosas, azules, violetas fueron arrastradas acoplándose alrededor del cuerpo de la muchacha hasta conformar un lecho que rodeaba su cabeza, la espalda, el pecho, cubriéndola hasta la cintura… Él, aturdido, guardó para siempre en su corazón aquella imagen plena de amor y de paz.

Desde entonces, dicen que todos los años por esa fecha un viento suave transporta cientos de flores de colores que se desparraman por la loma formando un espeso tapiz, que con el tiempo, ha dado fama a este lugar hoy conocido como ‘la colina de las flores’.

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Participación en el reto ‘Viernes creativos’ a iniciativa de Ele y su blog “Escribe fino”, esta vez bajo el título: Fractales.

Una mirada desde los ojos de Abdul…

Imagen: Internet

Este relato no es una ficción, es una historia real escrita hace tiempo (reescrita ahora) basada en una experiencia personal durante una larga estancia como acompañante en el hospital.

Cuando entramos en la habitación él se ocultaba tras la cortina blanca que separaba las dos camas. Apenas podía ver la mitad de su cuerpo que casi no abultaba bajo las sábanas. Luego, mientras colocaba la ropa y nos instalábamos pude ver su figura, aunque no su rostro, que permanecía escondido tras un libro pequeño que sostenía tembloroso entre sus manos y que acercaba a los ojos para poder leer. Sobre la frente comprobé una parte de sus gafas, y un pelo negro, espeso y ondulado por el que asomaban las primeras canas, delataba que no era muy mayor.

Al cabo de un rato se levantó y pude verlo en pie: enjuto, delgado, débil y lento en sus movimientos, arrastraba los pies calzados con unas chanclas de goma con calcetines, mientras se apoyaba en un andador para poder desplazarse. Saludó tímidamente, con voz baja y asintiendo con la cabeza…Así, de esta guisa, se paseaba arriba y abajo por el largo pasillo de la quinta planta…Mientras se alejaba comprobé que su pelo oscuro -conservado a pesar de la enfermedad- destacaba entre el resto de enfermos a los que agrupé en el denominado cariñosamente por mí “el club de las cabezas rapadas”, en el que destacaba como una nota disonante en aquella sinfonía: una negra en contrapunto a una melodía de redondas y blancas…

Abdul –que significa “siervo de Dios” en árabe- posee una historia corriente, aunque para mí es especial porque es cercano y me tocó la fibra. Marroquí de un pueblecito próximo a Casablanca, llegó a España buscando una vida mejor, ignorando que sería aquí, en este país, donde descansarían sus huesos, seguramente en una fosa común, porque nadie lo podría reclamar por falta de medios para llevárselo. Este era su dilema: no podía irse por estar enfermo, necesitado de hospitalización y cuidados paliativos que en su país no tendría, pero a cambio debía afrontar sólo su desgraciado destino.

Al día siguiente cuando despertó me pidió perdón porque hablaba en voz alta mientras dormía. Le dije que sí, que era verdad, pero que estuviera tranquilo porque soñaba en árabe. Él me miró y sonrió aliviado al tiempo que saludaba levantando la mano...

Una vez presentados y compartida esa primera noche, estuvimos charlando. Pensé que sería grato para él hablar de su país de origen. «¿Eres marroquí verdad? –le pregunté». Asintió con la cabeza y me dijo un nombre de ciudad que no entendí aunque mencionó Casablanca y entonces le contesté que había estado allí.

−¿Tú conoces Marruecos? -me preguntó con una media sonrisa.

−Un poco. He ido un par de veces -contesté.

Y le conté mi viaje.

Le narré las ciudades visitadas, mencionando los lugares que más me habían gustado. Alabé la belleza de sus paisajes, la riqueza de sus monumentos, la exquisitez de su gastronomía. Él escuchaba atento como un niño, con una sonrisa dibujada en su boca desdentada. Señalé todas y cada una de las bondades de su país, insistiendo en que volvería en cuanto tuviera ocasión.

Y mientras acabo los ojos de Abdul se enturbian tras este rápido viaje a través de la memoria. Y enseguida se recoge de lado en su cama, cierras los ojos y se duerme plácidamente como un niño a quien acaban de leer un cuento…

Abdul murió pocos días después, quien sabe con esta melodía en su cabeza…Nunca he podido olvidar su sonrisa amable, la ternura de tu rostro, su mirada y ese pequeño viaje compartido, el mismo que apenas por unos instantes nos sacó de aquella habitación de un hospital y nos trasladó a lugares de ensueño…

De Abdul aprendí que no tener nada no está reñido con darlo todo. Que la gratitud y la valentía son valores universales y que uno puede ser pobre pero digno.

Han pasado algunos años, aunque de vez en cuando como ahora, con el actual conflicto en Próximo Oriente como ruido de fondo, las noticias nos muestren imágenes de personas que como Abdul, se ven obligados a abandonar su tierra (o eso intentan) para buscar un lugar en el mundo donde vivir en paz y un poquito mejor.

©lady_p