Desde el blog de ‘Neogéminis’, el encuentro juevero de esta semana se nos invita a escribir sobre un ‘personaje descontextualizado’. Esta es mi aportación.

A veces –como en este caso- no es necesario imaginar personajes ficticios que protagonicen una historia inventada porque la propia vida, cuando empieza a ser larga, contiene todo tipo de situaciones que pueden ayudar a ilustrar el ‘tema juevero’ de la semana. Así que echo mano de la memoria para contar una historia real, vivida en primera persona acorde al tema propuesto por Mónica.
Para empezar debo aclarar que me he dedicado a la enseñanza. Por mis manos han pasado muchos alumnos a una media de ciento veinte por año. Ha habido de todo, buenas y malas cosechas. Todos se han abierto camino y hoy son hombres y mujeres profesionales en muchos campos.
Durante los primeros años viví en la misma localidad donde trabajaba. Les veía hacerse mayores y no les perdía la pista. Pero luego me mudé a otra localidad y ese contacto más cercano se limitó al círculo del instituto, a las clases, al aula. Y una vez acaban no sabía nada más de ellos.
Es fácil comprender que ellos se quedaran con una imagen mía petrificada y con pocos cambios en el tiempo. Ellos, en cambio, pasaban de adolescentes a hombres y mujeres. Cambiaban el peinado, el cuerpo se estilizaba, crecían y algunos se dejaba crecer la barba. Imposible recordarlos a todos. Resultaba fácil retener los extremos: los brillantes y los más traviesos o conflictivos. Por eso ellos me han seguido saludando y yo muchas veces he respondido sin saber quiénes eran…
Y esta fue la situación incómoda que viví, cuando al cabo de los años se me acercó un antiguo alumno, que dio por hecho que lo reconocía.
Recuerdo que estaba de compras en un centro comercial local y de repente se me plantó un chico delante con una inmensa sonrisa…
−Hola ¿no te acuerdas de mí? Soy David, tu alumno favorito…−dijo con un tono de sorna.
En mi cabeza se fueron abriendo archivos y carpetas de antiguos alumnos: «A ver…David…David… ¿Bueno o malo?»
−Espera que te localice, has cambiado mucho…
−Sí mujer, ¿no te acuerdas? Claro, llevaba el pelo muy largo y ahora rapado…¿Te acuerdas que me suspendiste pero me diste otra oportunidad…?
«Madre mía…Carpeta de ‘pelos largos y segundas oportunidades…’ Pero quien es este…Y piensa que sé en qué centro estuvo y no tengo ni idea…»
−Sí, David, David Fernández Pérez. Luego le diste clases a mi hermana Azucena, dos años después. Tenemos muy buen recuerdo de ti, sobre todo cuando fuimos de excursión a Port Aventura y me perdí…Bueno, dije que me perdí pero estuve todo el rato subido en la ‘Montaña Rusa’…
« David, pelo largo, segunda oportunidad, hermana Azucena…Nada. Mente en blanco. Eso sí, recordé que ‘alguien’ se perdió en un viaje y nos llevamos un gran disgusto». Y sin poder soportar más aquel tormento dije sonriendo:
−¡Ah claro, David!¡Ahora caigo! Vaya susto que nos diste −dije no muy − estuvimos a punto de llamar a la policía. Y ¡qué es de tu vida…?
¿Quieren saber la verdad? Nunca recordé con claridad, a David…Su imagen acudía borrosa a mi mente y me sentía mal por ello. Pero a pesar de mi olvido el encuentro fue muy agradable, porque siempre es un placer y una satisfacción que te recuerden con cariño…
©lady_p










