La Sibila Priscila

Desde el blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de este mes de junio nos invita a escribir sobre ‘oráculos y Sibilas’.

A la Sibila Priscila le precedía de una larga tradición de mujeres longevas, profetizas, capaces de desentrañar el futuro y predecir acontecimientos con un alto grado de acierto.

Como sus predecesoras y siguiendo la tradición, la Sibila pasaba los días en una gruta situada en las afueras del pueblo. Y como sus antecesoras gustaba del aislamiento y la soledad, estados  que consideraba ideales para preparar su ánimo y su espíritu adivinador.

Aunque Priscila era respetada muchos la tenían por una vieja loca, asocial y rara. Y aunque nadie quería darle pábulo ni creer sus predicciones, eran muchos los que iban a verla a escondidas, cuando presentían ciertos temores o querían conocer su destino. Ella siempre los atendía a cambio de algún presente: ropa o comida. Nunca dinero, pues según decía su sapiencia no tenía precio. Era un don que debía poner al servicio de los demás, por eso sólo aceptaba lo necesario para subsistir.

En sus largas horas de soledad la Sibila Priscila miraba su bola de cristal y consultaba el oráculo en el tarot. En ellos interpretaba el malestar general del mundo: las guerras, las miserias, los terremotos, el hambre, las incertidumbres de los gobiernos… Priscila veía un mundo en ebullición a punto de estallar en pedazos.

Pero los poderes de Priscila iban más allá de las predicciones y profecías, pues además, poseía la capacidad de comunicarse con los animales, una facultad insólita entre las Sibilas.

Un buen día despertó con un extraño presentimiento. Por eso se levantó y corrió enseguida a consultar el oráculo en su bola. Y ahí estaba: un extraño fenómeno atmosférico, acompañado de abundantes lluvias, se acercaba al lugar provocando el desbordamiento del río, que a continuación, engulliría el  pueblo sepultándolo bajo las aguas. Pero ¿Quién se creería semejante vaticinio? Allí apenas llovía en invierno. Nunca había habido una inundación, ni siquiera se formaban charcos…

Entonces, a sabiendas de que no le harían caso, se apresuró a enviar una misiva al alcalde a través del único vecino con el que se relacionaba. El alcalde nada más leer la carta, se rio a carcajadas moviendo la cabeza y afirmando lo mal que estaba… Y enseguida le contestó diciéndole que lo tendría en cuenta, aunque la Sibila supo de inmediato que no la había creído.

Temiendo lo que se avecinaba y mientras el cielo se teñía de gris oscuro, Priscila se dirigió al río donde convocó a todos los castores: «Tenéis que trabajar a toda prisa en un dique. Las lluvias se acercan y el río se desbordará si no contenéis sus aguas». Enseguida los castores se organizaron y comenzaron la faena. De inmediato empezó a llover con fuerza mientras ellos arrastraban por la superficie trozos de troncos, ramas, palos y todo lo que encontraban para construir un muro que contuviera el agua y desviara una parte hacia un afluente evitando así la crecida e inundación.

Mientras, en el pueblo, el alcalde que no había parado de reírse por la predicción, comenzaba a preocuparse. Los vecinos se agolpaban para preguntarle qué iba hacer si se producía una riada. Pero él no tenían ningún plan y las lluvias no cesaban, más bien al contrario, eran cada vez más fuertes e intensas.

Algunas casas comenzaban a inundarse, los coches flotaban y en el campo los cultivos se anegaban…

De repente alguien se acercó corriendo y gritando lo que los castores estaban haciendo. Todos se dirigieron rápidamente al puente para ver cómo se afanaban en la construcción de un dique que ya comenzaba a contener el agua.

Al cabo de unas horas, cuando las lluvias se volvieron más intensas, el río drenaba sus aguas y desviaba una parte hacia otro riachuelo evitando así que las casas quedaran sepultadas  por la tromba de agua.

La Sibila, a salvo en su gruta, contemplaba en su bola de cristal el trabajo de los castores y miraba pacientemente a los vecinos del pueblo, quienes ignorante de lo sucedido, se disponían a celebrar una gran fiesta en honor de los animales a quienes pensaban debían la supervivencia.  Desde entonces todos los años se celebra ‘el día del castor’ para no olvidar lo ocurrido.

Poco a poco el pueblo recobró la normalidad y siguió con su vida. La Sibila continúo en su gruta, atenta a los oráculos. El alcalde alguna vez que otra va a visitarla aunque nunca desveló la advertencia de Priscila, de manera que nadie supo jamás que fue su intervención quien los salvó a todos.

A la Sibila Priscila le precedía de una larga tradición de mujeres longevas, profetizas, capaces de desentrañar el futuro y predecir acontecimientos con un alto grado de acierto.

Como sus predecesoras y siguiendo la tradición, la Sibila pasaba los días en una gruta situada en las afueras del pueblo. Y como sus antecesoras gustaba del aislamiento y la soledad, estados  que consideraba ideales para preparar su ánimo y su espíritu adivinador.

Aunque Priscila era respetada muchos la tenían por una vieja loca, asocial y rara. Y aunque nadie quería darle pábulo ni creer sus predicciones, eran muchos los que iban a verla a escondidas, cuando presentían ciertos temores o querían conocer su destino. Ella siempre los atendía a cambio de algún presente: ropa o comida. Nunca dinero, pues según decía su sapiencia no tenía precio. Era un don que debía poner al servicio de los demás, por eso sólo aceptaba lo necesario para subsistir.

En sus largas horas de soledad la Sibila Priscila miraba su bola de cristal y consultaba el oráculo en el tarot. En ellos interpretaba el malestar general del mundo: las guerras, las miserias, los terremotos, el hambre, las incertidumbres de los gobiernos… Priscila veía un mundo en ebullición a punto de estallar en pedazos.

Pero los poderes de Priscila iban más allá de las predicciones y profecías, pues además, poseía la capacidad de comunicarse con los animales, una facultad insólita entre las Sibilas.

Un buen día se despertó con un extraño presentimiento. Por eso se levantó y corrió enseguida a consultar el oráculo en su bola. Y ahí estaba: un extraño fenómeno atmosférico, acompañado de abundantes lluvias, se acercaba al lugar provocando el desbordamiento del río, que a continuación, engulliría el  pueblo sepultándolo bajo las aguas. Pero ¿Quién se creería semejante vaticinio? Allí apenas llovía en invierno. Nunca había habido una inundación, ni siquiera se formaban charcos…

Entonces, a sabiendas de que no le harían caso, se apresuró a enviar una misiva al alcalde a través del único vecino con el que se relacionaba. El alcalde nada más leer la carta, se rio a carcajadas moviendo la cabeza y afirmando lo mal que estaba… Y enseguida le contestó diciéndole que lo tendría en cuenta, aunque la Sibila supo de inmediato que no la había creído.

Temiendo lo que se avecinaba y mientras el cielo se teñía de gris oscuro, Priscila se dirigió al río donde convocó a todos los castores: «Tenéis que trabajar a toda prisa en un dique. Las lluvias se acercan y el río se desbordará si no contenéis sus aguas». Enseguida los castores se organizaron y comenzaron la faena. De inmediato empezó a llover con fuerza mientras ellos arrastraban por la superficie trozos de troncos, ramas, palos y todo lo que encontraban para construir un muro que contuviera el agua y desviara una parte hacia un afluente evitando así la crecida e inundación.

Mientras, en el pueblo, el alcalde que no había parado de reírse por la predicción, comenzaba a preocuparse. Los vecinos se agolpaban para preguntarle qué iba hacer si se producía una riada. Pero él no tenían ningún plan y las lluvias no cesaban, más bien al contrario, eran cada vez más fuertes e intensas.

Algunas casas comenzaban a inundarse, los coches flotaban y en el campo los cultivos se anegaban…

De repente alguien se acercó corriendo y gritando lo que los castores estaban haciendo. Todos se dirigieron rápidamente al puente para ver cómo se afanaban en la construcción de un dique que ya comenzaba a contener el agua.

Al cabo de unas horas, cuando las lluvias se volvieron más intensas, el río drenaba sus aguas y desviaba una parte hacia otro riachuelo evitando así que las casas quedaran sepultadas  por la tromba de agua.

La Sibila, a salvo en su gruta, contemplaba en su bola de cristal el trabajo de los castores y miraba pacientemente a los vecinos del pueblo, quienes ignorante de lo sucedido, se disponían a celebrar una gran fiesta en honor de los animales a quienes pensaban debían la supervivencia.  Desde entonces todos los años se celebra ‘el día del castor’ para no olvidar lo ocurrido.

Poco a poco el pueblo recobró la normalidad y siguió con su vida. La Sibila continúo en su gruta, atenta a los oráculos. El alcalde alguna vez que otra va a visitarla aunque nunca desveló la advertencia de Priscila, de manera que nadie supo jamás que fue su intervención quien los salvó a todos.

©lady_p 

©lady_p 

9 comentarios sobre “La Sibila Priscila

  1. Hola, Lady.

    Tu relato es una preciosísima fábula que nos recuerda la cantidad de buenas personas que nos cuidan y hacen cosas en nuestro beneficio, pero cuyos nombres nunca aparecen en los créditos. Este maravilloso altruismo es lo que hace grandes sus corazones. De hecho, tu Sibila ya lo deja claro al principio, «despreciando» el dinero y aceptando solo pequeñas ayudas para su subsistencia.

    También muestras cómo el poder, nuestros sabelotodos y preparadísimos políticos, se benefician de ese altruismo y, al final, quedan como los grandes salvadores del pueblo. La fábula se convierte en triste realidad y nos avisa de abrir bien los ojos y mirar a nuestro entorno.

    Tu Sibila es una fantástica druida, que representa a todos aquellos que comulgan con la naturaleza y se integran de tal forma con ella que hasta pueden «hablar» con los animales y las plantas (no tiene por qué ser en sentido literal). Ojalá los escucháramos más. Estos son los verdaderos influencers que nos pueden ayudar a salvar el planeta.

    Ni que decir tiene que me ha encantado tu relato. Es una preciosa historia para hacernos reflexionar. Es una delicia poder disfrutar de los relatos mi paisana CuentaCuentos.

    Muchas gracias.

    Abrazo grande.

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    1. MUchas gracias paisano . Me alegra mucho que te haya gustado. la verdad es que disfruté escribiéndolo. Las Sibilas son personajes que siempre me han atraído. De hecho mi casa se llama así: ‘La Sibila’. Aunque te aseguro que poderes no tengo. Un abrazo!

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  2. Hola Lady, tu sibila es una personaje interesante sobre todo porque lo dotas del poder de comunicarse con los animales, que en este caso hicieron la diferencia para que se salvara el pueblo. Un relato que tiene sus enseñanzas para quien esté dispuesto a verlas. Saludos.

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