Noviembre

Fotografía: lady_p

Noviembre comienza su andadura con la celebración de los Tosantos y el Día de los Difuntos, ambas festividades precedidas por la noche de Haloween, una fiesta importada de los países de habla inglesa, de origen pagano, que surge como producto de la cristianización de la fiesta del final del verano que marcaba el inicio del año nuevo celta.

Es por tanto un mes marcado por las tradiciones y con una fuerte impronta procedente de la cultura judeo-cristiana del mundo occidental.

Pero la mayoría ignoramos que noviembre es un mes pleno de celebraciones nacionales e internacionales que festejan acontecimientos tan dispares como la ‘concienciación de los Tsunamis’, ‘el día de los Payasos’, ‘de la adopción’, ‘de las magdalenas de vainilla’, `’de los huérfanos’, ‘de la filosofía’, ‘del saludo’, ‘de Mickey Mouse’ y hasta ‘de la bondad’. Prácticamente cada día del mes cuenta con varias celebraciones simultáneas en diferentes países del mundo.

Tanta festividad se dejan ver en el contexto de las ciudades, que teñidas de otoño, destilan aromas diversos, que a mi personalmente, me trasladan a la niñez.

Lo primero que me llega es el olor a castañas asadas. Como en los cuentos de Dikens, algunas vendedoras –señoras mayores con guantes de medio dedo- aprovechan para ofrecer cucuruchos de castañas recién asadas, que antes de calentar nuestro estómago, templan nuestras manos del frío que anuncia la proximidad del invierno.

Recuerdo las flores, protagonistas indispensables en noviembre. Las floristerías, conscientes del papel simbólico que encierran, llenan las calles de color y se muestran dispuestas a hacer su agosto, pues muchas personas, siguiendo la tradición cristiana, se acercan a los cementerios para arreglar y adornar las tumbas de los familiares fallecidos.

Y junto a las flores la gastronomía ocupa un papel principal, particularmente la repostería. Y es que en el pasado solía celebrarse una noche de vigilia, con abstinencia de carne, antes del día de Todos los Santos, durante la cual la familia se reunía para rezar y recordar a los muertos. La ausencia de carne se suplía con otras delicias culinarias que han marcado la tradición de estas fechas como los buñuelos, huesos de santos o pestiños, entre otros.

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Participación en ‘Relatos Jueveros’, esta vez y desde el blog de ‘Molí del Canyer’, bajo el título NOVIEMBRE .

Una puerta de salida

Me oculté en la playa. No sabía a dónde ir para que no me encontrasen y recordé una pequeña gruta entre las rocas.  Una vez allí, encerrado, en más absoluta oscuridad, repasé varias veces lo ocurrido. Primero una acalorada discusión y después un fuerte golpe en el pecho. Tirado en el suelo, casi sin aliento, me sobrepuse y respondí con un potente derechazo directo a la mandíbula. John cayó al suelo como un peso muerto, con la mala fortuna de golpearse el cráneo con el bordillo del escalón de la barra. Un hilillo de sangre brotó de su nariz hacia el labio superior. Alguien gritó: «¡Lo ha matado! ¡John está muerto!». Entonces corrí. Un fuerte dolor me apretaba el pecho. No recuerdo las calles, solo que corría dejando detrás el revuelo y los gritos cada vez más lejanos hasta que dejé de oírlos. Entonces paré para coger aire. No podía pensar donde esconderme hasta que recordé esta cueva y aquí estoy. De nuevo un intenso dolor en el pecho y un escalofrío recorre mi cuerpo hasta que me duermo profundamente… No siento nada.

Al despuntar el día decidí salir y dar la cara. Afrontar las consecuencias. Anduve por la orilla hasta que de súbito encontré una puerta abierta frente a una duna. No tenía sentido pero no dudé. Entré precipitadamente. Miré a mi alrededor: era otra playa. Respiré hondo creyéndome a salvo. Ya no experimentaba dolor alguno así que caminé tranquilo, sin rumbo, hasta que de repente divisé a lo lejos una silueta que caminaba hacia mí. Conforme se iba acercando comprobé que se trataba de un chico joven. La imagen borrosa era cada vez más nítida: «No puede ser, pensé. Es John». Me quedé quieto mientras él avanzaba hacia mí. Cuando lo tuve delante observé el hilillo de sangre sobre el labio superior y un hematoma en la barbilla. Nos miramos:

−Bienvenido al otro lado −dijo.

−No puede ser −afirmé titubeando− ¿Estás muerto John?

Entonces me miró fijamente a los ojos y afirmó:

−Tú también, amigo mío. Tú también.

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Participación en el reto ‘Viernes creativos’ a iniciativa de Ele y su blog “Escribe fino” quien esta vez nos invita a escribir un relato sobre ‘una puerta por donde escapar’, inspirado en la fotografía de Shinn Abedinirad.

La filtración

El temita de las bajantes había creado discrepancias. Resultaba imposible llegar a un acuerdo con una comunidad de jubilados condenados a malvivir con una escasa pensión. Pero la escalera era zona común y las tuberías filtraban un extraño líquido viscoso de procedencia desconocida. Todos parados ante la mancha de la pared opinaban y daban su versión. Cada cual defendía su propia hipótesis inculpando a los demás al tiempo que eludían cualquier responsabilidad. Todos menos don Eloy, quien después de observarla detenidamente, sentenció seguro y contundente: «Tranquilos. Esto proviene del edificio de al lado. Estamos salvados».  Entonces se miraron unos a otros y respiraron con alivio.

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Participación en “Relatos en Cadena”, Semana 7.

La (ab)solución

El reo fue conducido a través de un largo pasillo, en uno de cuyos laterales se agrupaban las celdas. Unas esposas aseguraban la inmovilidad de sus manos. Nada ni nadie había podido demostrar su inocencia.

De pie esperaba la apertura de la puerta de acceso a su cubículo -apenas cinco metros cuadrados- donde podría pasar algunos años. El juez tenía en sus manos una decisión difícil pero justa que, de momento, le proporcionaba algo más de tiempo.

Repasaba lo sucedido una y otra vez mientras caminaba de un lado a otro. Revisaba mentalmente las declaraciones, consciente de que todo pendía de la aparición de una sola prueba que acreditara su paso por la gasolinera. Recordaba su asistencia a una especie de mitin pacifista en la calle. Pero no coincidió con ningún conocido. Allí estuvo una media hora. Luego marchó a buscar el coche, puso gasolina, pagó en metálico y se fue a casa. No había testigos.

Las luces se apagaron. Hora de dormir, cosa que no podía permitirse. Sabía que algún detalle insignificante se le escapaba. En aquel momento recordó aquello que había leído sobre las alucinaciones hipnagógicas y Einstein. Lo intentó y se dispuso a dormir con un jarrito de agua en la mano, que se vertió en cuanto que le venció el sueño. Entonces se despertó sobresaltado y lo vio claro: la gasolinera había sorteado entre los clientes el pago de un año de gasolina gratis y había salido el 155. Recordó que había participado y que el boleto estaba en su cartera, en un bolsillo secreto. El abogado era su salvación.  

Por la mañana se lo contó. Y unas horas más tarde le visitó para comunicarle que en la cartera no había nada, que la condena se haría firme en unos días. Luego salió y se dirigió a la gasolinera. Enseñó la papeleta premiada aún en vigor y llenó su viejo Ford con gasolina especial sin plomo: «Este año –se dijo- no gastaré un céntimo en repostar. Al fin y al cabo sólo soy un maldito abogado de oficio. No me puedo permitir tener escrúpulos». 

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Participación en ‘Relatos Jueveros’ esta vez desde el blog “Neogeminis Mónica Frau”.

Los supuestos elegidos son: 1.- Un personaje en riesgo. 2.- Un detalle insignificante 3.- Una decisión difícil 4.- Una promesa rota.

La colina de las flores

Los dos jóvenes adolescentes se perdieron en la espesura verde del bosque. Caminando de la mano escapaban del bullicio de la ciudad mientras buscaban un lugar idóneo y romántico para un encuentro amoroso. Así fue como llegaron a una pequeña colina desde donde se divisaba un hermoso lago de aguas azuladas y allí se amaron. El tiempo les pasó sin darse cuenta y se quedaron dormidos, desnudos, uno junto al otro, cubiertos con la ropa que ambos llevaban.

A la mañana siguiente él se detuvo para mirarla. La muchacha yacía con el cuerpo de perfil, mostrando los senos y el rostro de frente con los ojos abiertos, mirando a ninguna parte. El joven la llamó en vano varias veces. Su cuerpo gélido delataba que había iniciado el camino hacia el más allá. Se asustó. Gritó. Sollozó desconsolado, impotente, afligido. Cayó de rodillas al suelo. Golpeó y maldijo aquel lugar. Conjuró a las fuerzas del mal invitándolas a que arrasaran aquel promontorio testigo silencioso de su amor para que nadie más se dejara atrapar por su belleza.

De repente una suave brisa se levantó y cientos de flores rosas, azules, violetas fueron arrastradas acoplándose alrededor del cuerpo de la muchacha hasta conformar un lecho que rodeaba su cabeza, la espalda, el pecho, cubriéndola hasta la cintura… Él, aturdido, guardó para siempre en su corazón aquella imagen plena de amor y de paz.

Desde entonces, dicen que todos los años por esa fecha un viento suave transporta cientos de flores de colores que se desparraman por la loma formando un espeso tapiz, que con el tiempo, ha dado fama a este lugar hoy conocido como ‘la colina de las flores’.

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Participación en el reto ‘Viernes creativos’ a iniciativa de Ele y su blog “Escribe fino”, esta vez bajo el título: Fractales.

Los ‘cuatro elementos’ naturales

Imagen: Internet

Para la cultura occidental, los cuatro elementos se remontan a la Antigüedad Clásica pues fueron los griegos quienes los señalaron como ‘el origen de todas las cosas’: agua, aire, tierra o fuego subyacen en el principio básico de la ‘materia’.

Posteriormente fue el filósofo Empédocles de Agrigento (s. V a.C.) quien primero dijo: «Hay cuatro elementos: fuego, agua, tierra y aire. La amistad los une y el odio los separa», porque consideraba que dichos elementos se regían por ciclos de predominancia entre el amor y el odio.

Luego aparecieron los alquimistas, mitad protocientíficos mitad filósofos, aunque tildados de meros charlatanes y farsantes dedicados a elaborar remedios para curar males extraños, pócimas con las que intentaban hacer milagros. Actualmente se les consideran antepasados de los científicos y a la alquimia el origen de la ciencia actual. Los alquimistas basaron su sabiduría en los mencionados elementos, a partir de los cuales experimentaban a fin de conseguir un ‘quinto elemento’ que, en teoría, reuniría el potencial de todos los demás juntos… Al parecer no lo consiguieron…

Finalmente los científicos, herederos de esta disciplina pero con métodos más modernos y precisos, analizaron y definieron cada uno de los elementos. De ahí que conozcamos su composición química así como su función en el contexto de la naturaleza.

No obstante no queda ahí la cosa, pues más allá de la ciencia, en el ámbito folosófico-espiritual, los elementos contienen un gran simbolismo e influencia en cada uno de nosotros. Así el fuego, asociado al sol, es el símbolo del amor y representa la pasión, la ira, la energía. Su color es el rojo. El agua simboliza el renacimiento, la curación, la intuición. Se asocia al otoño. Su color es el azul. La tierra es el símbolo de la estabilidad, la salud y la fertilidad. Se relaciona con el invierno. Su color es el marrón y el verde. Y el aire simboliza el conocimiento. Su color es el amarillo o el blanco y se vincula a la respiración y a la vida.

Si quieres conocer qué elemento predomina según tu signo del zodiaco consulta AQUI

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Participación en ‘Relatos Jueveros’, esta vez dedicado a escribir sobre ‘los cuatro elementos’.

Una mirada desde los ojos de Abdul…

Imagen: Internet

Este relato no es una ficción, es una historia real escrita hace tiempo (reescrita ahora) basada en una experiencia personal durante una larga estancia como acompañante en el hospital.

Cuando entramos en la habitación él se ocultaba tras la cortina blanca que separaba las dos camas. Apenas podía ver la mitad de su cuerpo que casi no abultaba bajo las sábanas. Luego, mientras colocaba la ropa y nos instalábamos pude ver su figura, aunque no su rostro, que permanecía escondido tras un libro pequeño que sostenía tembloroso entre sus manos y que acercaba a los ojos para poder leer. Sobre la frente comprobé una parte de sus gafas, y un pelo negro, espeso y ondulado por el que asomaban las primeras canas, delataba que no era muy mayor.

Al cabo de un rato se levantó y pude verlo en pie: enjuto, delgado, débil y lento en sus movimientos, arrastraba los pies calzados con unas chanclas de goma con calcetines, mientras se apoyaba en un andador para poder desplazarse. Saludó tímidamente, con voz baja y asintiendo con la cabeza…Así, de esta guisa, se paseaba arriba y abajo por el largo pasillo de la quinta planta…Mientras se alejaba comprobé que su pelo oscuro -conservado a pesar de la enfermedad- destacaba entre el resto de enfermos a los que agrupé en el denominado cariñosamente por mí “el club de las cabezas rapadas”, en el que destacaba como una nota disonante en aquella sinfonía: una negra en contrapunto a una melodía de redondas y blancas…

Abdul –que significa “siervo de Dios” en árabe- posee una historia corriente, aunque para mí es especial porque es cercano y me tocó la fibra. Marroquí de un pueblecito próximo a Casablanca, llegó a España buscando una vida mejor, ignorando que sería aquí, en este país, donde descansarían sus huesos, seguramente en una fosa común, porque nadie lo podría reclamar por falta de medios para llevárselo. Este era su dilema: no podía irse por estar enfermo, necesitado de hospitalización y cuidados paliativos que en su país no tendría, pero a cambio debía afrontar sólo su desgraciado destino.

Al día siguiente cuando despertó me pidió perdón porque hablaba en voz alta mientras dormía. Le dije que sí, que era verdad, pero que estuviera tranquilo porque soñaba en árabe. Él me miró y sonrió aliviado al tiempo que saludaba levantando la mano...

Una vez presentados y compartida esa primera noche, estuvimos charlando. Pensé que sería grato para él hablar de su país de origen. «¿Eres marroquí verdad? –le pregunté». Asintió con la cabeza y me dijo un nombre de ciudad que no entendí aunque mencionó Casablanca y entonces le contesté que había estado allí.

−¿Tú conoces Marruecos? -me preguntó con una media sonrisa.

−Un poco. He ido un par de veces -contesté.

Y le conté mi viaje.

Le narré las ciudades visitadas, mencionando los lugares que más me habían gustado. Alabé la belleza de sus paisajes, la riqueza de sus monumentos, la exquisitez de su gastronomía. Él escuchaba atento como un niño, con una sonrisa dibujada en su boca desdentada. Señalé todas y cada una de las bondades de su país, insistiendo en que volvería en cuanto tuviera ocasión.

Y mientras acabo los ojos de Abdul se enturbian tras este rápido viaje a través de la memoria. Y enseguida se recoge de lado en su cama, cierras los ojos y se duerme plácidamente como un niño a quien acaban de leer un cuento…

Abdul murió pocos días después, quien sabe con esta melodía en su cabeza…Nunca he podido olvidar su sonrisa amable, la ternura de tu rostro, su mirada y ese pequeño viaje compartido, el mismo que apenas por unos instantes nos sacó de aquella habitación de un hospital y nos trasladó a lugares de ensueño…

De Abdul aprendí que no tener nada no está reñido con darlo todo. Que la gratitud y la valentía son valores universales y que uno puede ser pobre pero digno.

Han pasado algunos años, aunque de vez en cuando como ahora, con el actual conflicto en Próximo Oriente como ruido de fondo, las noticias nos muestren imágenes de personas que como Abdul, se ven obligados a abandonar su tierra (o eso intentan) para buscar un lugar en el mundo donde vivir en paz y un poquito mejor.

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Amigos

Recuerdo que en aquel barrio todo resultaba divertido. Viví allí hasta que cumplí trece años. Pasé mi infancia en aquellas calles, en las que por entonces jugábamos desde que salíamos del colegio hasta la hora de cenar. Pablo y Raúl eran mis mejores amigos, aún lo son. Además también éramos vecinos y andábamos siempre de una casa a otra cuando no nos dejaban salir o hacía mal tiempo. Formábamos un trío inseparable.

Me acuerdo de mil aventuras y cientos de anécdotas. De risas, de planes, de proyectos y travesuras, pero sobre todo no puedo evitar que me asalte la memoria aquel día en particular, tan nítido y claro como si fuera hoy.

Aquella tarde, como tantas otras, cogimos la merienda y nos marchamos a jugar las escaleras que había frente a nuestro edificio. Pablo y Raúl eran unos picados tirándose desde arriba por las barandillas, a ver quién tardaba menos. Yo los cronometraba subido a una farola. Desde allí la visión era perfecta. Ellos subían y bajaban los diferentes tramos y a continuación me preguntaban: «¿Cuánto tiempo?» Yo les decía mientras miraba el reloj que tenía desde mi primera comunión y ellos añadían: «Vamos a mejorar la marca» Y así se pasaban todo el tiempo. Ellos subiendo y bajando y yo encaramado a una u otra farola, balanceándome con una o dos manos, cronometrando el tiempo de aquella monótona competición. No teníamos prisa. Nuestras madres nos miraban de vez en cuando desde las ventanas.

Pero un día las cosas no salieron bien. Raúl, más competitivo, utilizó un trozo de cuero colocado bajo su trasero para aumentar la velocidad. Y en el último tramo se descontroló y cayó de cabeza al suelo. Allí quedó inconsciente mientras Pablo y yo avisábamos a sus padres que salieron asustados y lo llevaron corriendo al hospital…

Por suerte todo quedó en una anécdota y una enorme cicatriz en la cabeza. Nunca más repitieron semejante concurso o torneo, y durante una buena temporada nos dedicamos a jugar al monopoli, a las cartas, al parchís, a cualquier juego de mesa. Todo menos salir afuera… Lástima que por aquel entonces no existieran las consolas ni los videojuegos, aunque si así hubiera sido, probablemente yo no tendría en mi haber esta fascinante historia ni aquella lección aprendida.

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Convocatoria ‘Viernes creativos’ a iniciativa del Blog ‘Elbicnaranja.Escribefino’.

Ven y camina conmigo…

Ven y camina conmigo…Bunbury y Pepe Aguilar

Algunos viajes resultan inolvidables por las huellas indelebles que dejan en la memoria, y en general, suelen implicar pequeñas catarsis porque trascienden la realidad de lo cotidiano para elevarnos más allá de lo común. Casi todos tenemos la oportunidad de vivir uno o varios de estos viajes, aunque siempre hay uno que marca, e incluso, cambia el rumbo de nuestras vidas para siempre.

Hacía ya una temporada que aquella relación andaba a trancas y barrancas. No había pasado nada concreto: no había peleas, ni discusiones. Sencillamente lejanía. Cada cual permanecía sumido en sus cosas. De vez en cuando uno de los dos caía en la cuenta del silencio atronador que los rodeaba, de que casi no salían con los amigos o que habían pasado varias semanas sin hacer el amor…

Decidieron viajar.

En el avión apenas hablaron. Él permanecía absorto en una revista. Ella, desde su asiento, de vez en cuando ladeaba la cabeza para mirarlo. Sus entradas eran enormes y pintaban unas patillas y sienes canosas, de herencia materna, aunque aún era joven. Solía  mirarlo cuando no se daba cuenta y observaba pequeños gestos que delataban su carácter perfeccionista y parsimonioso. Aquel escrutinio más allá del amor le inspiraba ternura y le recordaba que le aceptaba tal como era. Pero sabía que algo iba mal, que este viaje representaba una oportunidad para el reencuentro o la separación.

Los días pasaron casi sin darse cuenta. Y la última noche salieron a cenar. Hablaron. Efectivamente se habían distanciado. Estaban de acuerdo. Ninguno encontraba una razón concreta. Simplemente había pasado. Y ambos necesitaban algo, que sin saber cómo o por qué, había desaparecido y el cariño no les bastaba.

Decidieron separarse.

El recuerdo de aquel viaje aún se torna agridulce, un sabor que se volvió añejo con los años. Y aunque el amor puso a salvo otros afectos como el cariño, la amistad o la confianza, ella lamenta que no haya sido él quien la acompañe. Y a veces, en su cabeza suela la letra de aquella canción: Ven y camina conmigo un tramo tan solo y hablamos después

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Reto de este jueves desde el blog de Merche. Una canción puede decirlo todo…

La entrevista

Tranquilidad, mucha tranquilidad. Todo saldrá bien. Es verdad que coche te ha fallado pero vas bien de tiempo, puedes coger un bus o incluso un taxi. Eso es llamaré a un taxi.

−¡Taxi! A la calle Esperanza por favor.

Vaya nombrecito. Lo más importante es recordar que apenas tendrás quince o veinte minutos para convencer a tu entrevistador de que eres la candidata perfecta porque conoces tus funciones, manejas la jerga empresarial, eres firme, segura, competitiva y todo esto mostrando tu mejor sonrisa. Procura no enseñar las manos. Te has comido todas las uñas y eso que juraste no volver a hacerlo. Todo irá bien. Llevas muchos días repitiéndote a ti misma lo mismo, Te sabes este discurso de memoria.

−Hemos llegado. Son 27 euros.

¡Vaya edificio! A ver. Ah sí, las oficinas están en la quinta planta. Vaya sorpresa…No me puedo creer que no haya nadie y que yo sea la única aspirante…

−Buenos días vengo para la entrevista con el señor Martínez.

−Pues viene usted con mucho tiempo. La entrevista será mañana doce a las 11.OOh y no hoy once a las 12.00h…

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Reto “Micreoteatro Octubre” esta vez con el tema ‘tiempo’.