El tomtom

Dede el Blog ‘El bic naranja’, la convocatoria ‘un viernes creativo’ nos invita a escribir sobre el tema missing. 

Siempre he sentido envidia de quienes poseen un buen sentido de la orientación, quizá porque el mío deja mucho que desear. No obstante, esta carencia nunca ha sido un obstáculo para viajar o para ir a cualquier sitio. Tal vez sea por eso que nunca he sentido el menor pudor en preguntar cuántas veces haya sido necesario hasta dar con el lugar exacto. Así ha sido siempre, desde que tengo memoria, hasta que hace ya unos cuantos años se inventó el GPS y me regalaron un tomtom, al que programé con voz de mujer y bauticé con el nombre de ‘Marta’.

Recuerdo que lo estrené un verano, cuando una amiga y yo hicimos un viaje a la Costa Brava y nada más llegar al primer destino fijamos la dirección del hotel para nos guiase hasta la puerta. Al principio todo iba bien. Marta nos indicaba las rotondas y el orden de los ramales. Luego atravesamos una gran avenida y varias calles que salían a derecha e izquierda. Pero claro, lo que Marta ignoraba y nosotras también, era una gran plaza en obras donde se desviaba la circulación en sentido contrario al indicado. Y ahí llegó el lío… El tomtom se redirigía una y otra vez y nosotras parábamos el coche hasta que se aclaraba. Así que entramos en bucle y pasamos varias veces por el mismo sitio. Reglón seguido se me ocurrió probar con el callejero. Lo desplegué e intenté indicar a la conductora sin éxito en la operación, mientras de fondo Marta seguía a lo suyo, dando sus propias instrucciones…

Pasamos un buen rato perdidas, dando vueltas por la ciudad, hasta que finalmente vimos un guardia municipal y recurrimos al método tradicional: paramos, abrimos la ventanilla y le preguntamos. El guardia amablemente nos indicó: «cojan la avenida recta, la primera calle que sale a la derecha y luego la tercera a la izquierda…» Así lo hicimos y en diez minutos ya habíamos llegado a la puerta del hotel. Entonces se oyó alto y claro la voz de Marta: «ha llegado a su destino…».

Sin comentarios…

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Los Miller

Esta semana en ‘Viernes creativo’ del blog ‘Escribe fino’ se nos invita a escribir un relato inspirado en esta fotografía de Eliot Erwirt.
Fotografía de Eliot Erwirt

Los Miller quieren hacerse un retrato de familia. A media mañana se presentan en el estudio. Quieren una foto informal, una escena que refleje una situación más o menos cotidiana, distendida, aunque se intuya preparada para la ocasión.

El retratista les ofrece varias opciones, entre ellas el clásico retrato con el matrimonio sentado y los hijos detrás en pie. Pero no les convence. Desean mostrar una pose algo más casual. Entonces ella, la esposa, una mujer esbelta y elegante, observa un rincón con un sofá. Le recuerda un trozo del salón de su casa. Enseguida la inspiró: «este es el lugar perfecto» afirmó convencida.

El fotógrafo aprovechó el acuerdo. Colocó el trípode frente a ellos. Comprobó los parámetros. Enfocó. Hizo varias observaciones al tiempo que daba algunas instrucciones a la familia: « A ver el hijo mayor junto a su padre y el menor al lado de su madre». Enseguida se colocaron menos el pequeño que permanecía distraído, deambulando por el local, curioseando las fotografías de la pared, que en ese instante, al oír las indicaciones, se volvió  y dando un salto se sentó muy cerca de su madre… Ésta, mirándolo de reojo, con una sonrisa un poco forzada, le comentó entre dientes: «te advertí que te pusieras calcetines negros»

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Inocentemente culpable

Desde el Blog ‘Escribe Fino’ el reto dedicado a ‘viernes creativo’, nos invita a escribir sobre esta foto de Stefania Mucci: “La Inspectora Torres ha resuelto el caso, sabes que eres culpable de los hechos, pero ¿cuáles son los hechos? Ahora que se ha descubierto todo, puedes hacer tu confesión”. 
Fotografía: Stefanía Mucci

Tenía entre mis manos el periódico del día. No podía dejar de mirar la foto de la inspectora. Al parecer había sido sorprendida en la terraza de un bar, a punto de tomar algo para disfrutar su victoria, considerando que por fin había cerrado el caso y me habían condenado a diez años de cárcel por un delito que no cometí. Ahora ya conozco la verdad, aunque la inocencia no vale nada si no se demuestra y yo no puedo demostrarla. Todo está en mí contra: estaba en el lugar menos oportuno, en el momento justo y sin coartada. ¡Qué más se puede pedir! Se lo serví en bandeja. Todas las pruebas me señalaban y todos los testigos me reconocían. «La inspectora Torres es una mujer concienzuda o al menos tiene fama de serlo», me repetía a mí mismo durante la investigación.  Por eso, cuando me miraba a los ojos yo los abría de par en par como queriendo que mirara bien dentro para ver si así reconocía la verdad. Mi actitud era la de alguien cuyo único miedo era que le confundieran con el verdadero culpable. En los interrogatorios yo estaba tranquilo. Respondía rápido y no eludía ninguna pregunta. Ni siquiera me importaba no tener abogado, seguro como estaba de que en cualquier momento aparecería el auténtico responsable. Alguien con rasgos parecidos a mí o ese doble que dicen que todos tenemos…

Una tarde sentí que aporreaban la puerta de mi celda: el funcionario de guardia me avisaba que tenía una agradable visita. Me custodió hasta el locutorio y de repente, me encontré frente a un joven idéntico a mí que sonreía tras el cristal. Ni siquiera parpadeé y como un autómata, sin poder pronunciar una sola palabra, me senté cara a cara con él y le oí decir:

−¿Sorprendido? Somos gemelos monocigóticos, con idéntica genética al 100%. Fuimos adoptados por separado al nacer. Ahora ya sabes la verdad y también por qué estás tú ahí dentro y yo aquí fuera. Gracias hermano.

Esta es toda la verdad, una verdad que desgraciadamente nunca podré demostrar.

®lady_p

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Un puesto ambulante

Desde el Blog ‘Escribe fino’el reto dedicado a ‘viernes creativo’, nos invita a escribir sobre esta foto de Amalia Márquez tomada en Agadir, marruecos.

Apenas amanece, Omar se dispone a abrir su puesto ambulante. Está aparcado al borde de una carretera poco transitada, cerca de una barriada. Una vez abiertos tres de sus cuatro laterales, pone a la calentar el infernillo donde cocina su especialidad: los trid o pequeños dulces y los baghir, unas tortillas de harina muy parecidas a las creps. Ambas delicias son muy populares y tienen un precio muy asequible. Aparte, también vende un batiburrillo de cosas muy dispares: tabaco, mecheros, chucherías y hasta pilas.

Al pasar tantas horas en el puesto, lo tiene bien acondicionado: se protege del sol con una lona, posee una pequeña banqueta para descansar cuando no hay clientes y ha colocado una papelera de plástico para mantener limpio el lugar de trabajo.

Sin embargo el negocio de Omar no es el único. Por allí aparcan también otros vendedores de mayor caché que tienen furgonetas y se dedican a vender ropa. La gente sube y baja de la camioneta para probarse, y según dicen los dueños, no les va nada mal. Pero Omar heredó el negocio de su padre y lo aprendió desde pequeño. Por eso, al parecer, logra salir a flote, gracias a ese enorme trasiego de gente -incluso la que compra ropa- venida desde algunos rincones de la ciudad, dispuesta a probar sus famosos trid y baghir, los únicos de la zona, y que a decir de todos, no tienen parangón.  

©lady_p

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El corsé…

Desde el Blog ‘El bic naranja’ se nos invita a inspirarnos en la foto para escribir sobre el tema: ‘el periódico da la talla’

No me puedo creer que a estas alturas de la vida y con esta figura esté pensando en comprarme un corsé…Menos mal que está de oferta. La etiqueta no se lee bien, la letra es demasiado pequeña, pero la marca sí: está fabricado en Paris. Las varillas parecen muy flexibles, me ajustarán y estilizarán. Tendré que probármelo, con el frío que hace. Y luego compraré unas medias para el liguero…

Vaya contrariedad porque este artefacto debe ser muy molesto e incómodo… Y todo por un caprichito de mi George… No sé si daré la talla…

©lady_p

FEBRERO/2024

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El jubilado

Hace ya algunos años que Plácido se jubiló para poder cuidar de Jacinta, su mujer. Por entonces ella estaba delicada y su enfermedad requería una vida tranquila y reposada. Pero a pesar de haber trabajado desde los dieciséis años, la pensión que le correspondió era tan exigua que apenas le llega para pagar el alquiler y poder comer. Las cuentas no le salen y él ya no sabe cómo aumentar los ingresos. Así que busca trabajos compatibles con su actual situación.

Primero se hizo representante de seguros, pero no alcanzaba la cuota de ventas y tuvo que dejarlo. Luego se dedicó al buzoneo de propaganda, pero tenía que andar demasiado porque carecía de vehículo propio. Probó un tiempo de ayudante en una barbería, barriendo. Pero eran muchas horas y no podía dejar tanto tiempo sola a Jacinta. Se arriesgó a vender ropa a domicilio, pero el margen era tan pequeño que no le compensaba. Y así, trabajo tras trabajo, Plácido se desesperaba contemplando cómo menguaban los pocos ahorros que tenía guardados.

Un día vio un anuncio de un circo que llegaba a la ciudad. Se necesitaba gente para disfrazarse y salir en una cabalgata anunciando el espectáculo. No se lo pensó dos veces. Tenía que conseguir un extra para sorprender a su mujer. Pero cuando llegó solo quedaba un disfraz de Minnie que aceptó sin remilgos.

Camino de vuelta, hizo una parada, y descabezado de aquel disfraz, fumó sin reparos un cigarrillo en plena calle mientras pensaba: «Mañana llevaré a Jacinta al cine».

©lady_p 

Participación en el reto “El viernes creativo: He visto fumar a Minnie” por iniciativa del Blog ‘El bic naranja. Escribe fino’.       

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