Un insignificante detalle…

Desde el blog ‘Acervo de leytras’ el Vadereto de este mes de agostó nos invita a contar una historia inspirada en una imagen de las varias propuestas, Esta es la mía…

A propósito de las muchas series que actualmente circulan en las diferentes plataformas, recordaba con unas amigas una de ciencia ficción que estrenaron en TV cuando éramos adolescentes y que iba de extraterrestres. Se llamaba ‘Los Invasores’. En cada episodio, el protagonista, David Vincent,  se afanaba por denunciar una conspiración de estos seres venidos desde otro planeta, dispuestos a apropiarse de la Tierra. Él los denunciaba aunque siempre se quedaba a punto de descubrirlos porque tenían una apariencia humana y normal, como la nuestra, a excepción de un insignificante detalle: no podían flexionar el dedo meñique.

Con esta remembranza reciente en la cabeza, quedé con ellas para ver una exposición de pintura, aprovechando la buena temperatura después de la terrible ola de calor que nos asoló la primera quincena de agosto. Y así, con esta buena disposición, salimos lista y preparadas para embriagarnos con las magníficas obras de algunos artistas de la tierra.

Todo iba bien. ‘Horizontes paralelos’ mostraba obras muy variadas y de estilos diferentes. Nos paramos delante de cada cuadro para comentar. La sala estaba tranquila, apenas se escuchaba el leve murmullo de una pareja. Todo normal hasta que apareció un señor que llamó nuestra atención por su aspecto, pues era excesivamente alto y delgado. Vestía traje y chaqueta de lino blanco, sin corbata, y portaba un sombrero panamá en la mano. Todas nos volvimos para mirarlo. No le quitamos la vista de encima debido a una excesiva delgadez repartida a lo largo de un cuerpo de al menos dos metros. El caso es que este señor comenzó a ver la exposición por el lado contrario al nuestro y claro, nos encontramos hacia la mitad de la muestra. Entonces sucedió. Primero le vimos inmóvil, con la mirada fija en un cuadro. Luego se alejó para contemplarlo detenidamente, y a continuación se acercó para leer la tarjeta lateral que contenía el título y al señalarlo levantó el dedo índice y el meñique a la vez… En aquel momento nos miramos y gritamos muy bajito: «¡Es un invasor!»

A partir de aquel momento, comenzó una persecución en toda regla, aunque con el mayor disimulo posible. Acabamos de ver la exposición sin perderlo de vista. Después salió a la calle y nosotras tras él. Cruzamos la plaza, enfilamos la calle principal y unos metros más adelante el supuesto ‘invasor’ se detuvo en una cafetería. Pillamos una mesa. Todos pedimos café. Cuando le sirvieron, tomó la taza por el asa y comenzó a beber despacio, sorbo a sorbo, saboreándolo, pero con el meñique levantado… Nosotras nos miramos y asentimos. De nuevo percibimos la señal inequívoca de los ‘invasores’.

Al cabo de un rato, se acercó un señor con un maletín. Saludó y ambos se fueron caminando hacia el portal de la casa situada frente al establecimiento en el que estábamos. Ambos subieron la escalera. Nosotras seguíamos observando sin mediar palabra. Y pasada una media hora, vimos bajando la escalera al señor alto y enjuto. Y al salir a la calle una de nosotras dijo: «le falta la mano izquierda, la del dedo meñique estirado…» Y entonces, levantamos la cabeza y vimos un cartel colgado en el balcón del segundo piso: ‘Taller de reparaciones ortopédicas’. Atónitas nos echamos a reír al descubrir que el brazo era ortopédico . No sólo eso, además estaba estropeado, por eso no doblaba el dedo pequeño… Con razón decía Santa Teresa que la imaginación es la ‘loca de la casa’…

Y sin parar de reír hasta que nos dolieron las mandíbulas alguien comentó: «Si estuviera aquí David Vincent, también se habría dado cuenta de ese insignificante detalle…»

©lady_p