Este mes de septiembre, desde el blog ‘Acervo de letras’ en Vadereto nos invita a escribir sobre ‘la soledad’ en cualquiera de sus formas.

El abuelo Matías se había quedado completamente sordo. Llevaba años sin oír nada a no ser que le hablaran alto al oído. Se acostumbró a leer los labios, aunque no es lo mismo. Él sabe que necesita unos audífonos pero su exigua pensión no le da para más porque además ayuda a su hija que también anda un poco escasa.
Cada sábado va a comer con su ella, con su yerno y sus nietos. Piensa -está seguro- que le quieren mucho y él procura no faltar a esa cita para que no le echen de menos. Su amigo de toda la vida, Tomás, quiere que vaya algún fin de semana con él a su pueblo, pero él rehúsa toda invitación porque quiere estar con su familia. Siempre dice que le reciben con cariño, que todos le sonríen, que su hija hace las comidas que a él le gusta y que sus nietos se desviven por él.
Pero la verdad es que Matías, como no oye, se siente solo y aislado, por eso lleva años ahorrando de las pagas extraordinarias para comprarse unos audífonos y darle la sorpresa de la escucha a todos.
Un día Tomás le dijo muy serio: «como me toque la lotería te regalo unos audífonos». Y sucedió. ¡Le tocaron nada más y nada menos que seis mil euros! Tomás estaba pletórico, y aunque Matías pensaba que ya no se acordaría de la promesa que le hizo, nada más salir del casino, después de celebrarlo con los amigos, se le acercó al oído y le dijo: «ahora vamos a por tus audífonos». Y se encaminaron al Centro de Audición que había en el barrio. Allí le hicieron las pruebas pertinentes y al cabo de unos días el tema estaba resuelto.
El día que se lo pusieron, nada más salir del establecimiento, a Matías se le cayeron dos lágrimas. Podía escuchar el murmullo de la gente, los coches, los pasos y la voz de su amigo emocionado como él. A continuación Matías le contó que daría una sorpresa a su familia cuando el próximo sábado fuera a comer con ellos.
Así fue. Llegó el sábado, se acicaló con sus mejores galas y con una amplia sonrisa se dirigió a casa de su hija. Le recibieron como siempre sólo que Matías escuchaba por primera vez sus voces y la TV que estaba muy alta. Nadie notó nada porque los audífonos eran de última generación, tan pequeños que resultaba imposible verlos a simple vista. Llegó la hora de comer y se sentaron a la mesa. Matías esperaba seguir la conversación e intervenir en el momento oportuno. Primero habló su yerno recordándole a su mujer que le pidiera dinero al ‘viejo’ para el abono del futbol. El nieto se quejó diciendo que ya estaba harto de tener que comer todos los sábados con el abuelo, que si no tenía casa propia. La niña por su parte, dijo que ella le dedicaría un cariño porque quería que le comprara un vestido que había visto en Zara y su hija se dirigió a todos diciendo: «sonreíd, disimulad no sea que se dé cuenta de todo…».
A Matías poco a poco se le fue borrando la sonrisa y la comida no le bajaba de la garganta. Carraspeó un poco conteniendo las lágrimas y se excusó diciendo que no se sentía bien desde hacía unos días, que mejor se marchaba a echarse un rato.
Cabizbajo, decepcionado y triste marchó a su casa al tiempo que recordaba cuanto había oído. Comprendió que seguía tan solo como siempre, más aún si cabe. Llegó a su casa y se desplomó sobre la butaca hasta que la luz del día desapareció. Luego se levantó, fue a la mesita de noche y guardó en la caja los audífonos… Dicen quienes le conocieron que nunca más los usó.
©lady_p