El Café

Imagen: Internet

«A Murakami hay que leerlo y escucharlo». Eso pensaba mientras sonaba a través de los auriculares ‘Reliquie’, la Sonata en do mayor de Schubert, al tiempo que caminaba hacia el lugar acordado.

El reloj de la plaza marcaba las 10.00 cuando llegué. El local era un antiguo establecimiento, un Café emblemático, regentado durante años por sucesivas generaciones de la misma familia. Al entrar me senté cerca de la puerta para poder ver a quienes entraban.

A esas horas la cafetería era un rosario de gente que entraba y salía a desayunar: los comerciantes de la zona y los de la sucursal bancaria que había justo al lado, a los que se sumaba un ir y venir de mujeres que venían de la compra de un mercado cercano y un grupo de profesores del colegio del barrio.

Me entretuve mirando sus paredes llenas de fotos en blanco y negro, en muchas de las cuales un señor calvo con bigote aparecía posando una y otra vez: «Será el dueño, −me dije». La zona de la barra, lucía una pared de azulejos blancos algunos agrietados, otros rotos, casi todos desgatados. Los camareros, que vestían una chaqueta negra, un tanto raída, con pajarita, se movían con rapidez y soltura entre las numerosas mesas.  

La vieja máquina de café no paraba de sonar llenando tazas y vasos: «Dos cortados, uno con leche, uno largo de café y uno solo», sonaba una y otra vez la comanda, que era repetida por el que estaba apostado junto a la máquina. Los chasquidos de las tazas y planos eran constantes, y en general todo rezumaba un cierto olor a nostalgia y una pátina de añoranza envolvía el ambiente convirtiéndolo en un lugar especial, donde el tiempo parecía haberse detenido.

Yo esperaba impaciente su llegada, a sabiendas que esta podía ser la última oportunidad para arreglar las cosas. Él se había mostrado reticente pero al final le convencí para que habláramos, segura como estaba, de poder enderezar la situación. Pero empecé a preocuparme cuando pasaron diez minutos de la hora acordada. Vacilé el siguiente cuarto de hora y me alegré dos café más tarde, cuando dieron las once. Entonces me acordé del tiempo que pasamos juntos y de que “los recuerdos calientan desde dentro, pero también te destrozan”. Entonces, en aquel momento, me dije a mi misma que era mejor así. Pedí la cuenta. Pagué. Me puse los auriculares y leí de nuevo las últimas palabras de la página marcada: «Escuchando la sonata en do mayor soy consciente de los límites de lo que podemos hacer los humanos, me doy cuenta que un cierto tipo de perfección solo se puede conseguir mediante la acumulación de un número ilimitado de imperfecciones.» Luego guardé el libro y me marché. Afortunadamente todo había terminado.

©lady_p

Participación en el reto ‘Relatos Jueveros’ esta vez desde el Blog de Mag “La Trastienda del Pecado”.

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28 comentarios sobre “El Café

  1. Coincido con Nuria, he notado el aroma del café desde mi mesa, el tintineo de cubiertos, los chasquidos de las tazas, el rumor de la cafetera… Describes muy bien.

    La situación que relatas… En fin, si un hombre no te quiere que le den morcilla. Encima maleducado por no presentarse a la cita. Sin duda la protagonista esta mejor sin él.

    Un abrazo, Lady

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  2. Me ha gustado mucho tu relato! Y has encajado muy bien la frase escogida. Pero me ha encantado esta otra frase «me doy cuenta que un cierto tipo de perfección solo se puede conseguir mediante la acumulación de un número ilimitado de imperfecciones» ! Es genial! Y Murakami también! Un abrazote!

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  3. No sé por qué, me he imaginado esa estupenda cafetería en una estación de tren, como la estación de Francia en Barcelona, con ese hall o, más aún, en la antigua y emblemática de Canfranc.
    Has escrito una historia donde su murmullo envuelve esa sensación que aprisiona a la protagonista. Durante la narración he visualizado una jaula cuyos barrotes se van aproximando hacia el centro, ahogando, en cierto modo, el alma de la chica pero, al final, la no presencia es el punto de inflexión y el modo mejor de levantar anclas o echarse a volar.
    Mil gracias por tu participación, Sibila.
    Un besazo.

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  4. Una cafetería que me transmite serenidad y complicidad en asuntos de amores, o tal vez es la sensación que me transmite la protagonista, es como querer arreglar algo que ya no tiene remedio. Un buen relato. Besotes.

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  5. La atmósfera que consigues crear en esa cafetería, el aspecto desaliñado que los años han imprimido en todos sus rincones, con la actividad de los camareros con y sus uniformes que han librado mil batallas,… es un alarde de expresividad. Me quedo con la frase:
    «Una pátina de añoranza envolvía el ambiente convirtiéndolo en un lugar especial, donde el tiempo parecía haberse detenido». Excelente.
    Y en efecto, gracias a la acumulación de imperfecciones es por lo que podemos alcanzar un cierto grado de perfección. Enhorabuena.
    Mi participación en el reto es esta:

    https://marcosplanet.blog/la-mirada-perdida/

    Un cordial saludo.

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  6. Es duro aceptar lo que no queremos ver, pero lastima. Está allí, lacerando lis sentimientos que insisten en seguir latiendo y uno se empeña en suavizar lo que tanto daño hace. Muy buena ambientación para esa espera que terminó por definir la situación. Un abrazo, disfruté de la lectura

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  7. Me encantan las cafeterías, por su aroma especial, por la diversidad de situaciones que uno ni se imagina que están sucediendo en ese instante, que la protagonista espera a alguien que no llega y se siente en ese malestar y decisorio momento de que ya esta.

    Un abrazo Lagy,

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  8. Hola. Me he permitido la licencia de incluirte en mi sección de “Blogs Recomendados” como a todos los participantes en el reto del último jueves.
    Desearía que me dijeras si te gusta cómo ha quedado y si no deseas figurar por favor házmelo saber. En mi opinión, creo que es una forma de dar visibilidad a compañer@s que tanto trabajan, cuidan y aman sus entrañables blogs.
    El enlace directo es: https://marcosplanet.blog/entra-y-descubre-nuestros-blogs-recomendados/
    Saludos cordiales.

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  9. me encantó lo de la pátina fe antigüedad, con ese ajetreo desmesurado a pesar de ser un fitio viejo. vi las mesas redondas de mármol con pie de fundición pintados de negro y el gran espejo tras la cafetera. Todo ello para ilustrar la intensidad de algo antiguo y pasado, que ya murió porque todo se acaba.
    hoy he podido comentarte , otros días no puedo, pero hoy me ha salido el icono del correo junto al de WordPress y Facebook
    abrazoo

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  10. Hola lady_p.
    ¡Ah las añosas y hermosísimas cafeterías!
    La frase de tu relato que me encanta: «Escuchando la sonata en do mayor soy consciente de los límites de lo que podemos hacer los humanos, me doy cuenta que un cierto tipo de perfección solo se puede conseguir mediante la acumulación de un número ilimitado de imperfecciones.» ¡¡Perfecta!! Un abrazo. Marlen.

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  11. Una historia breve, pero que dice mucho. La frase final, con mil imperfecciones se logra una perfección, es buenísima. Me encanta el tono de aceptación y sabiduría de la protagonista, y por supuesto, esa descripción del café, con aire antiguo y como detenido en el tiempo. Muy logrado! (la sonata es preciosa e ideal para ambientar, la escucho ahora)

    Un abrazo y encantada de leerte 🙂

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