El trébol de cuatro hojas

Desde el Blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de  este mes de diciembre está dedicado a la Navidad.

Cuando Charly enfermó todo se desmoronó a mi alrededor. Al shock del diagnóstico se unió el miedo al tabú en que siempre ha venido envuelta una enfermedad como el cáncer. Pero enseguida nos encontramos con un personal sanitario experto, con un largo recorrido y una enorme calidad humana que nos asesoró y nos inyectó un buen chute de esperanza. Poco a poco percibimos que estábamos en marcha, sin bajar la guardia, pero con buen ánimo o así lo viví yo que conjugué la enfermedad en segunda persona.  

Casi sin darnos cuenta nuestras vidas ya habían entrado en una nueva dinámica. Sesiones de quimio, ingresos, pequeñas estancias que alternaban el hospital y la casa…Sin querer habíamos normalizado algo tan anormal como padecer una enfermedad. Y a pesar del miedo y la incertidumbre, despojamos la situación de cualquier dramatismo. Animar a Charly, acompañarle en este inesperado viaje, era nuestra máxima preocupación ¿Por qué no podía ser él uno de los llamados a salvarse? ¿Por qué no iba a sobrevivir? Las estadísticas señalaban un margen de supervivencia pequeño, pero a fin de cuentas, a alguno le tenía que tocar ¿por qué no a él?

El tiempo transcurrió ahora no sé si demasiado lento o más o menos rápido. Estábamos tan inmersos en un presente continuo, en un día a día sin más, que no sé muy bien cómo pasó para él aunque casi seguro demasiado largo. Recuerdo que aquel año pasamos puentes y Navidades entre ingresos y tratamientos y que pasó el otoño, el invierno, la primavera, y que llegando el verano siguiente todo se había acabado. Ahora tocaba esperar que la cirugía y los tratamientos tuvieran el efecto deseado, cosa que sabríamos mediante las sucesivas revisiones.

Charly desprendía vitalidad y energía, se revelaba contra los efectos secundarios, tal vez por eso todos le daban por ganador y yo también, hasta que un día, a mediados del verano siguiente, volvió a quejarse de un ligero dolor en el abdomen y un pequeño bulto a la altura de uno de los pulmones, asomó por la espalda. Una gammagrafía, una ecografía y un TAC revelaron el regreso de la enfermedad, la metástasis. Algo que los médicos llaman ‘recidiva’. Desgraciadamente no había marcha atrás. Unas sesiones de quimio y radioterapia para prolongar un poco el fatídico final y tratamientos paliativos, esas fueron las únicas alternativas.

Nunca hablamos del final. Charly lo sabía o lo intuía pero no preguntaba, no quería saber, no quería poner palabras… Yo temía que me preguntara. Todos callábamos pero todos sabíamos…

Para octubre ya había perdido mucho peso aunque seguía lo suficientemente fuerte como para celebrar una barbacoa con toda la familia. Fue un anticipo de la Navidad. Recuerdo que hubo risas, comida abundante, cantos alrededor de una hoguera, brindis por la vida y un halo de nostalgia que lo impregnaba todo. A veces las imágenes se pierden en mi cabeza y aunque quiero recordar qué sentía, el dolor me impide recordar todo aquello que no fuera dolor o un amargo sabor a despedida.

Después de aquella celebración el deterioro se precipitó y para la siguiente Navidad Charly apenas podía tragar así que no hubo cena, sólo estuvimos con él viendo la película que dieron por la TV: ‘Mary Poppins’. Al día siguiente ingresamos en el hospital donde pasamos fin de año y el día de Reyes.

Ya sé que sobre la noche de Reyes corren muchas historias inventadas para alimentar la fantasía de los niños y que Charly, aunque muy joven, tenía suficiente edad como para distinguir realidad y ficción. Yo sólo voy a contar lo que ocurrió sin pretender convencer pero sin negar lo sucedido.

Aquella noche ninguno de los dos podía dormir. Estuvimos hablando hasta muy tarde. Sentada en la butaca frente a él recordaba cómo era esta fecha cuando él y sus hermanos eran pequeños. Charly y yo fantaseábamos sobre deseos cuando de repente una luz brillante entró directa desde la ventana y un Rey Mago, que dijo llamarse Melchor, apareció ante nosotros. Charly se sentó en la cama de un salto y yo me puse de pie a su lado y le tomé de la mano:

−Hola Charly, este año te ha tocado a ti el ‘trébol de cuatro hojas’. No te asustes. Estas cosas pasan lo que ocurre es que nadie las cuenta porque son increíbles. A ver ¿Qué sueño quieres hacer realidad esta noche? No puedo obrar milagros pero sí conceder sueños.

Charly y yo nos miramos sin dar crédito a lo que sucedía:

−Pide algo hijo ¿Qué desearías soñar? –le dije animándolo.

Entonces Charly se levantó y susurró algo al oído de Melchor que lo escuchaba muy atentamente.

−Si eso es lo que quieres, concedido. Vuelve a la cama e intenta dormir…

La luz se apagó y el Rey Mago desapareció. Unos instantes después Charly dormía plácidamente mientras su rostro dibujaba una amplia sonrisa. Yo me acomodé en la butaca hasta que el sueño, poco a poco, se fue apoderando de mí.

Cuando desperté pensé que nada había sido real. Miré a Charly que aún dormía con las manos apoyadas bajo su regazo. Me acerqué para llamarle pero no respondía. Su rostro estaba lívido y su cuerpo tibio. Entonces comprendí que todo se había terminado. Le tomé de la mano y un trébol de cuatro hojas, salpicado de rocío, se deslizó sobre las sábanas. Entonces, sólo entonces, comprendí el motivo de su sueño y el deseo que le concedió Melchor.

Puede que la muerte no sea un final sino un nuevo comienzo o eso quiero creer. Y a pesar de los años transcurridos  desde entonces, cada Noche de Reyes espero que me toque en suerte el trébol de cuatro hojas para poder hacer realidad un sueño: volver a ver a Charly.

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El naufragio

Desde el Blog de Marcos, esta semana en ‘relatos jueveros’ se nos anima a escribir un relato sobre le tema: ‘tú o yo en una isla’

Cuando abrí los ojos sentí la boca pastosa y mi cuerpo flotaba mecido en la orilla por el suave ritmo de las olas. Me incorporé a duras penas y vi a Dana unos metros por detrás. Me acerqué a rastras y puse mi mano sobre sus labios: respiraba. La zarandeé y la llamé varias veces hasta que despertó: «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?» Me preguntó confusa. Lo último que recordaba era la fiesta en el yate de aquella pareja tan enrollada que conocimos en el hotel. Había mucha gente y lo pasábamos bien. Bebida y comida en abundancia, pero si habíamos naufragado ¿Dónde estaban los demás?

Miré de un lado a otro. Parecía una pequeña isla y lo era porque la recorrimos relativamente pronto. Estaba deshabitada y apenas tenía recursos para sobrevivir. Después de caminar un rato encontré un abrigo en los acantilados y allí nos refugiamos. Recordé cómo hacían fuego nuestros ancestros, pues una vez visité con el colegio un taller de arqueología y nos enseñaron a hacerlo  manipulando dos palos. Me costó pero lo conseguí. Dana y yo nos calentamos. Ella estaba aturdida, necesitaba descansar. De vez en cuando soltaba alguna incoherencia, así que se recostó cerca de la fogata y se durmió.

Aprovechando la luz del atardecer, la dejé allí y salí a buscar algo de comer. Encontré bayas y bananas. Cargué lo que pude y llegué justo al anochecer. Ya seco y con algo de comida en el estómago me eché en el suelo dispuesto a pasar la noche…

Entonces, de repente, unos gritos me despertaron bruscamente: «¡Policía! ¡Esto es una redada!» Dana y yo nos miramos. Estábamos echados en la cubierta del yate. No podía dar crédito ¿Y la isla? ¿No habíamos naufragado?

Nos esposaron, nos leyeron nuestros derechos y nos acusaron de autoconsumo y tráfico de droga…Entonces lo entendí todo: la isla había sido una alucinación. Nosotros éramos unos pardillos y aquellas bolitas de colores eran algo más que inofensivos ‘caramelos…’

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El tomtom

Dede el Blog ‘El bic naranja’, la convocatoria ‘un viernes creativo’ nos invita a escribir sobre el tema missing. 

Siempre he sentido envidia de quienes poseen un buen sentido de la orientación, quizá porque el mío deja mucho que desear. No obstante, esta carencia nunca ha sido un obstáculo para viajar o para ir a cualquier sitio. Tal vez sea por eso que nunca he sentido el menor pudor en preguntar cuántas veces haya sido necesario hasta dar con el lugar exacto. Así ha sido siempre, desde que tengo memoria, hasta que hace ya unos cuantos años se inventó el GPS y me regalaron un tomtom, al que programé con voz de mujer y bauticé con el nombre de ‘Marta’.

Recuerdo que lo estrené un verano, cuando una amiga y yo hicimos un viaje a la Costa Brava y nada más llegar al primer destino fijamos la dirección del hotel para nos guiase hasta la puerta. Al principio todo iba bien. Marta nos indicaba las rotondas y el orden de los ramales. Luego atravesamos una gran avenida y varias calles que salían a derecha e izquierda. Pero claro, lo que Marta ignoraba y nosotras también, era una gran plaza en obras donde se desviaba la circulación en sentido contrario al indicado. Y ahí llegó el lío… El tomtom se redirigía una y otra vez y nosotras parábamos el coche hasta que se aclaraba. Así que entramos en bucle y pasamos varias veces por el mismo sitio. Reglón seguido se me ocurrió probar con el callejero. Lo desplegué e intenté indicar a la conductora sin éxito en la operación, mientras de fondo Marta seguía a lo suyo, dando sus propias instrucciones…

Pasamos un buen rato perdidas, dando vueltas por la ciudad, hasta que finalmente vimos un guardia municipal y recurrimos al método tradicional: paramos, abrimos la ventanilla y le preguntamos. El guardia amablemente nos indicó: «cojan la avenida recta, la primera calle que sale a la derecha y luego la tercera a la izquierda…» Así lo hicimos y en diez minutos ya habíamos llegado a la puerta del hotel. Entonces se oyó alto y claro la voz de Marta: «ha llegado a su destino…».

Sin comentarios…

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‘El Faro’

Desde el blog ‘Divagacionistas’ la convocatoria de este mes invita a participar escribiendo un relato sobre el tema ‘FARO’.

Todo comenzó aquella madrugada de radio cuando llamé al programa ‘El Faro’ para participar en la sección ‘Suena la vida’. Después de unos minutos de amable conversación Mara Torres, la conductora del programa, me invitó al estudio para una entrevista en directo, pues aunque suele llevar a personajes públicos conocidos y famosos, consideró que yo podría simbolizar a esa ciudadanía que sólo se representa a sí misma. Y acepté a condición de mantener el anonimato y ser la voz del pueblo, una de tantas oyentes que escuchan la radio durante las largas madrugadas de insomnio o trabajo.

Las preguntas tenían que ver con cada una de las etapas de la vida, con las personas que sucesivamente fueron confluyendo en ella, incidiendo de manera particular en aquellas que mayor influencia haya podido ejercer o hayan sido determinantes a la hora de forjar la identidad, y sobre aquellas otras que hayan arrojado luz en los momentos más confusos o hayan inspirado respuestas en situaciones difíciles, es decir, aquellos seres de luz o faros-guías cuya presencia nos hayan marcado. Como colofón final, la entrevista concluye con una pregunta que gira en torno a un ‘faro’, animando al invitado o invitada –yo en este caso- a que se visualice en él junto a otra persona mientras suena de fondo su música favorita. Y porque no hay faro sin mar, acabamos hablamos de la influencia, la importancia o la impronta que éste haya podido dejarnos así como su mayor o menor presencia y protagonismo en el momento actual.

Recuerdo que la conversación transcurrió serena, tirando de recuerdos, mencionando a todos aquellos que han sido relevantes en mi vida porque en algún momento han servido de guía, empezando por mi padre hasta llegar a mi hijo, los dos faros que más han iluminado mi camino.

Un faro es metáfora de estabilidad, firmeza, perseverancia, orientación, iluminación…Y entonces la periodista me preguntó: «¿Quién es el faro de tu vida?» Después de pensarlo unos segundos no supe qué contestar. Y es que en esta etapa no hay un faro que me conduzca porque sobre todo yo me he transformado en el faro que ilumina otros caminos desde la distancia. Una luz encendida en la oscuridad, un refugio, un hogar, una mano amiga… Y esta es la misión que a estas alturas me toca desempeñar.

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Una mañana perfecta

Para la próxima convocatoria de ENTC tenemos la palabra NEKAPARTOJAMA, término lituano que viene a significar ‘momento irrepetible’ o ‘situación perfecta’ con la que se nos invita a escribir un texto.

La mañana había amanecido gris y amenazando lluvia, pero a Amancio, a quien gustaba tanto el invierno, le pareció un buen día para salir a pasear. Sin dudarlo y mientras canturreaba, desayunó, se vistió, se enfundó la vieja gabardina, cogió el paraguas y salió.

Las nubes oscuras del día anterior habían descargado durante la noche porque la calle estaba mojada y los baches de la carretera llenos de charcos. Nada más salir del portal un coche pasó a toda velocidad y salpicó su recién lavada gabardina: «parece que Ayuntamiento aún no arregló los socavones…» se dijo paciente.

Apenas llevaba unos minutos caminando cuando un fuerte viento comenzó a soplar y una nube caprichosa descargó sin tregua. Amancio se dispuso a abrir su paraguas pero el viento volvió las varillas, y sin darle tiempo a refugiarse en un portal, acabó mojado como una sopa: «es lo que tiene la lluvia, que moja» dijo mientras se secaba la cara con un pañuelo…

Diez minutos más tarde y después de caminar a duras penas unos doscientos metros desde su casa, Amancio regresaba empapado pero feliz: « una mañana perfecta para caminar» se dijo a sí mismo satisfecho y esbozando una ligera sonrisa…

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Por eso…

Esta semana en ‘relatos jueveros. El blog de ‘Neogéminis’ nos invita a escribir un texto en el que aparezcan ‘las palabras de otros’ recopiladas en algunas frases célebres de escritores y pensadores conocidos que, es este caso, van en cursiva.  

La verdad es raramente pura y nunca simple. Por eso, aunque me quiero explicar con toda claridad me resulta tan difícil. Por eso intento hacer ver lo que yo tengo claro: sólo aquello que se ha ido es lo que no nos pertenece. Y él se ha marchado para siempre y dejarlo marchar susurrándole al oído mi amor incondicional, debería bastar para considerar que cada acto de amor, es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada en su propio ritual.

Con su muerte no dejo de pensar que cada uno tenía un pasado encerrado en sí mismo y ahora ese pasado viaja allá donde vaya, más que un lugar una nueva dimensión, un ‘ser’ más que un ‘estar’, un nuevo principio más que un final… Por eso de nada sirven mis explicaciones, ni mis miedos, ni mis dudas, si ya no las puedo confrontar con él. Y siento que el infierno está vacío y todos los demonios están aquí, ahora, en este momento indescriptiblemente doloroso y triste. Por eso siento miedo, soledad y abandono…Por eso siento que la seguridad, es básicamente, una superstición. Por eso, porque soy incapaz de sentirla.

En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones vacías, absurdas, insuficientes o innecesarias. Una montaña construida con todo lo que ya no sirve ni servirá. Por eso ahora que él ya no está, experimento la impotencia, la desesperación e incluso el miedo de perderme en un relato que no es del todo cierto, que permanecerá incompleto por siempre jamás.

Sólo me resta considerar un mensaje: mantén siempre tu cara hacia el sol y las sombras caerán detrás ti. Por eso, precisamente por eso, todas estas sombras siempre me acompañarán.

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Con la ‘@’ de arroba…

Desde elBlog ‘Café Hypatia’el reto para este mes de noviembre nos invita a escribir sobre el tema ‘símbolos’

Desde 1971 la ‘arroba’ se ha convertido un símbolo de comunicación escrita imprescindible en el correo electrónico, estratégicamente colocada entre el destinatario y su dirección, tal y como estableció Ray Tomlinson, su inventor.

Ese minúsculo símbolo, heredado de los teclados de las antiguas máquinas de escribir, se ha vuelto cotidiano y un elemento indispensable para la comunicación escrita en sustitución de la correspondencia epistolar o cartas manuscritas incapaces de sobrevivir ante avance imparable de internet y que los nostálgicos tanto añoran.

La palabra ‘arroba’ hunde sus raíces en la lengua árabe –ruba– que significa ‘cuarta parte’. En algunas regiones de Europa y Oriente representaba una unidad de peso, el quintal, de donde proviene el conocido dicho que hace referencia a un peso exagerado (‘pesa un quintal’), cuya grafía se creó durante la Edad Media tal y como corroboran algunos documentos.

Por otro lado, en la antigua Roma representaba una medida, el ‘ánfora’, vasija en la que cabían unos 26 litros. Lo que me hace recordar aquellos barcos cargados de ánforas de aceite, vino o garum que partían desde Bolonia, en Cádiz, hasta Roma capital. Entonces nadie hubiera pensado que aquella medida pasaría a tener un lugar en la posteridad. Siglos después, un documento de carácter comercial fechado en 1536 entre Sevilla y Roma, evidencia el uso de la ‘arroba’ tal y como la representamos ahora, o sea, como una ‘@’ encerrada en un círculo, pues la escritura de la época contiene numerosas abreviatura dada la ingente cantidad de documentos escritos que se generaban, pues no podemos obviar la importancia que adquiere el protocolo notarial a partir del siglo XVI.

Además, concretamente en Francia, España y Portugal, la arroba aparece en transacciones económicas que señalan cantidades de peso o volumen. Dichas cantidades vienen acompañadas del símbolo, que se mantuvo durante años en las máquinas de escribir y que después aparecerá también en los primeros teclados de las computadoras. Tomlinson observó que en el ordenador tenía poca utilidad y decidió adoptarlo y universalizarlo incorporándolo, como ya se ha señalado, a la dirección de correos.

Hoy en día la ‘arroba’ tiene otras utilidades como por ejemplo en matemáticas, en programas de diseño gráfico o en el marco del lenguaje de programación. Además en medios rurales se sigue usando como medida de capacidad y cada vez es más frecuente usarlo en el lenguaje inclusivo a pesar del desacuerdo de la RAE.

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El milagro de cada día

Esa semana en Relatos Jueveros, desde el Blog de ‘Mariana Pussó’ se nos invita a escribir sobre el vino. El enlace conecta con un artículo del periódico El País, muy interesante, dedicado a las Bodegas De Müller que oficialmente surten de vino de misa a la Santa Sede.

El sacristán preparaba los ornamentos sagrados para la liturgia. Abría una de las cajoneras de la sacristía y desplegaba sobre ella las vestiduras sagradas para la misa. Luego se acercó a una de las vitrinas y cogió el cáliz y la patena de plata y se dispuso a rellenar las vinagreras de agua y vino. Después, de dirigió a una pequeña despensa donde se guardaba la botella de vino, importada desde las bodegas De Müller, situadas en Reus, Tarragona (España), encargadas desde 1883 de elaborar el vino de misa.

Benigno, el sacristán, acostumbraba a tomarse una copita a escondidas del párroco, y en veinte años que llevaba en el oficio, jamás lo habían descubierto. Así que, como cada día sacó una copa y la llenó de aquel néctar de los dioses para después saborearlo plácidamente antes que llegara el sacerdote a la hora de la misa.

Aquellos viñedos catalanes se habían ganado a pulso el privilegio de ser los primeros del mundo el convertirse en Proveedores de la Santa Sede y él daba fe de ese delicioso sabor protagonista del misterio de la eucaristía que cada día, don Anselmo realizaba a la vista de todos.

El acólito se sentaba en un magnífico sillón del siglo XIX, tapizado en terciopelo encarnado, y echaba la cabeza para atrás mientras cerraba los ojos y dejaba embriagar su ‘espíritu’ por los sueños que acudían ‘sin palabras’ a su cabeza mientras se calentaba el estómago con pequeños sorbos. Tan abstraído estaba que aquel día, ante la tardanza del párroco, bebió varias copas seguidas y cuando quiso incorporarse experimentó cierto desequilibrio que le advirtió del posible lío en el que se había metido. Más aún, observó que en la botella apenas quedaba vino para la misa y no podía disponer de otra pues el resto se guardaban bajo llave en la vivienda parroquial. Alegre como estaba, a Benigno no se le ocurrió sino rellenar lo que faltaba con agua y disimular como si nada hubiera pasado.

Finalmente el párroco llegó y al finalizar la misa le dijo al sacristán:

−Benigno, hoy he notado el vino un poco más flojo de lo habitual, ¿será que no obró el milagro de la eucaristía?

A lo que el Benigno respondió:

−Hay que ser humildes señor, no siempre se pueden obrar milagros…

-Jaque mate Benigno, jaque mate…-respondió el cura condescendiente.

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El viaje a ninguna parte

Este mes Vadereto y Alianzara proponen un desafío conjunto y nos invitan a escribir tomando como referencia el ‘espacio’ donde acontece y se desarrolla la trama, la historia.

Paul se sube al autobús en dirección al aeropuerto. Está cansado así que se desploma sobre el asiento y pega la cabeza al cristal de la ventanilla. El frio en la sien le hace sentir un ligero alivio. La cabeza le bulle. Demasiadas emociones contenidas en los dos últimos días. En aquel instante recuerda que no ha dormido nada las últimas 48 horas y se siente roto. Se acomoda. Echa la cabeza hacia atrás y mira el reloj: aún le quedan cuarenta minutos de trayecto. Cierra los ojos y el sueño le atrapa…

De repente el fuerte traqueteo le sacude de un lado a otro y la cabeza cae y golpea el respaldar del asiento de delante ¿Dónde está? No reconoce el lugar. Se incorpora y mira de nuevo el reloj: ¡ha pasado más de una hora! ¿Y el aeropuerto? ¡Hace veinte minutos que quedó atrás! Sale al pasillo, camina entre los asientos vacíos y se acerca al conductor que al verle por el retrovisor le grita furioso:

−¿Qué hace usted aquí?

−Iba al aeropuerto y me quedé dormido –comentó Paul balbuceando.  

−¡Siéntese por el amor de dios!–le ordenó el conductor−. Es usted un imbécil. Permanezca callado y no me cree más problemas.

Paul no comprende lo que ocurre pero intuye que no es una situación normal. El autobús va demasiado rápido por un camino de tierra y campos a ambos lados. Suenan las sirenas y se divisan dos coches patrullas de la policía que pretenden darles alcance aunque el autobús zigzaguea para evitarlo. El conductor habla por el móvil:

−Ha surgido un imprevisto y llevo un paquete. No, no habrá problema, seguro. Me desharé de él en cuanto llegue.

El camino se estrecha y los coches patrullas tienen que hacer cola detrás hasta que inesperadamente el conductor frena en seco y los coches se estrellan uno contra otro y ambos contra el autobús. Y en una experta maniobra y con la parte trasera deshecha, el vehículo continua su camino dejando a la policía fuera de juego.

El chofer se ríe a carcajadas:

−¿Has visto eso? –presume sonriendo a Paul.

−Sí, sí que lo he visto…Muy inteligente por tu parte –afirmó algo asustado.

Apenas unos minutos después se desvía por un carril a la izquierda hasta desembocar en un antiguo hangar con un viejo cobertizo abierto de par en par donde el autobús aparca.

Paul respira hondo, aliviado, aunque con gran incertidumbre al no comprender que estaba pasando, y sobre todo, qué sería de él… Y entonces el chófer se levanta de su asiento, se dirige hacia él y apuntándole con una pistola en la frente dice muy serio:

−Esto no estaba previsto pero mi causa no me permite dejarte con vida…

Paul cierra los ojos y escucha el sonido de un disparo al tiempo que oye una voz :

−Lástima que te pasaras la parada del aeropuerto…Aeropuerto…Aeropuerto…

Alguien le zarandea una y otra vez. Abre los ojos y ve el rostro del conductor frente a él:

−Señor, hemos llegado al aeropuerto, despierte o perderá su vuelo…

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Susurros en el ático

Desde el Blog ‘El Tintero de Oro’, en una nueva convocatoria, nos invita a escribir un micro de 250 palabras sobre el ‘personaje y su entorno’ a fin de profundizar en sus emociones.

Recién llegada a la ciudad, Marta buscaba un piso para alquilar y aquella mañana se había citado con un agente inmobiliario para visitar un ático. Cuando llegó la puerta estaba abierta y se decidió a entrar al tiempo que saludaba: «Hola. Buenos días, ¿hay alguien?». Como nadie contestaba, pensó verlo por su cuenta. Y justo cuando estaba en el dormitorio principal, frente a un amplio armario, con las puertas abiertas de par en par, escuchó susurros y sonidos extraños  que la alarmaron. Se asustó, y casi inconscientemente se metió dentro y cerró las puertas. Después se agazapó en un rincón con las piernas encogidas y la cabeza gacha intentando no hacer el más mínimo ruido.

Sentía que el corazón le palpitaba a toda velocidad y que un ligero temblor se apoderaba de su cuerpo. Fuera, alguien gritaba y emitía sonidos extraños, y ella, presa del pánico, era incapaz de moverse y salir a socorrerla. Gritos y susurros se sucedían. Marta imaginaba escenas terribles, considerando la posibilidad de que el agente fuera un psicópata asesino. De repente, un gemido unánime precedió a un gran silencio.

Miró el reloj, habían pasado quince minutos y apenas se oían algunos sonidos ininteligibles. Entonces abrió la puerta y muy lentamente recorrió el pasillo con pequeños y temblorosos pasos hasta que el salón quedo visible y ahí estaban dos jóvenes en el sofá acabándose de colocar la ropa y sin percibir mi presencia el chico se levantó y dijo: « Y ahora ¿te enseño la casa?»

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