‘Tempus fugit…’

Desde el blog ‘Alianzara’ este mes de marzo se nos invita a escribir un relato basado en la ‘percepción del tiempo’

Dicen los, filósofos, los físicos y los eruditos que el tiempo en realidad no existe, aunque a la par formulan diversas teorías sobre su percepción. Yo sólo sé que cuando me siento bien o estoy a gusto, quiero que el tiempo pase con mayor lentitud y cuando sufro o lo paso mal, tengo la impresión de que los minutos se ralentizan, aunque yo quisiera acelerarlo…

Esa es la experiencia cotidiana del paso del tiempo, no obstante, lo que voy a contar es un suceso extraordinario ocurrido durante mi adolescencia, un verano que pasé en el pueblo de mis abuelos, un lugar idílico en medio de un bosque en el que tuve una insólita experiencia.

Como cada mañana salí a dar un paseo con Dana, una galga de cuatro años adoptada por mis abuelos. A la pobre la iban a sacrificar y ellos la salvaron. Es lista, agradecida y veloz. Como decía, salimos al amanecer. Dana corría de un lado a otro curioseando y oliendo sin parar cuando de repente la vi detenida y escarbando la tierra.  La llamé y como no hacía caso me acerqué, comprobando que entre la tierra removida había un objeto: Dana había encontrado un reloj de bolsillo, dorado, desgastado y con una inscripción en latín: «Tempus fugit». Yo no sabía qué significaba. Me gustó. Le di las gracias a Dana por encontrarlo. Lo guardé en el bolsillo y seguimos caminando.

Al llegar de vuelta a casa se lo enseñé a mi abuelo. Él me dijo que aquella frase significaba «El tiempo vuela». Lo limpiamos y lo abrimos. La esfera era blanca. Tenía minutero y segundero. El abuelo le dio cuerda y dijo que era muy extraño que aún funcionara, sobre todo porque el suelo del bosque es muy húmedo. Sin embargo, milagrosamente, el reloj funcionaba.

Por la noche, ya en la cama, me entretuve mirándolo y comprobé que había adelantado cinco minutos así que volví a ponerlo en hora y entonces ocurrió. La habitación comenzó a girar. Primero despacio y luego rápido. Hasta que paró de nuevo. Estaba mareado y no podía ponerme de pie. Cuando por fin abrí los ojos, la habitación había cambiado, la decoración era otra. Las pareces tenían papel pintado, los muebles no eran los mismos. No sabía qué pensar, así que decidí buscar al abuelo. Salí de mi cuarto, todo estaba distinto. Miré por los barrotes del pasamano de la escalera y vi a una pareja joven con un bebé entre los brazos: eran mis abuelos y aquella criatura sin duda era mi madre.

De repente comprendí que aquello tenía que ver con el reloj, con el tiempo. Por alguna razón que yo desconocía al atrasar el reloj también retrasé el tiempo. Y allí estaba yo, perdido en una época que no era la mía pues faltaban muchos años para que yo naciera.

Curioseé la planta de arriba, miré un buen rato a los abuelos y me volví a mi habitación. No sabía qué hacer ¿Y si ya no volvía a mi tiempo? ¿Cómo lo explicaría? ¿Me criaría junto a mi madre como si yo fuera su hermano mayor? ¡No podía creerlo! ¡Estaba asustado!

Pasé gran parte de la noche en vela, escuchando el llanto de mi madre en la cuna. Asustado, sin encontrar respuestas. Hasta que me dormí…

Al despertar observé que la habitación había cambiado de nuevo. Escuché a la abuela llamarme para el desayuno y comprendí que el tiempo se había acoplado de nuevo: el reloj había vuelto a adelantar cinco minutos.

Me vestí y bajé corriendo. Escuché a la abuela refunfuñar detrás de mí: «dónde irá este chico con tanta prisa». Corrí y corrí hasta adentrarme en el bosque. Entré hasta el fondo de una gruta. Cavé un agujero profundo y escondí el reloj, asegurándome de que nadie lo encontrara. Luego regresé agitado y nunca jamás comenté a nadie lo ocurrido…

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Campoamor Vs. Kent

Desde el blog de Nuria, ‘Bitácora Literaria’, esta semana en ‘relatos jueveros’ se nos invita a escribir un relato o un texto en homenaje al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

Corría el mes de junio de 1931. La II República se había instaurado en España y por primera vez se celebraban unas elecciones generales en las que fueron votadas dos mujeres, que hoy por hoy, representan un referente en la lucha feminista por la igualdad de derechos: Clara Campoamor y Victoria Kent. Ambas se enfrentaron en el Congreso en representación de dos visiones diferentes y contrapuestas respecto al reconocimiento del voto femenino, pues mientras Campoamor lo reclamaba abiertamente y sin fisuras, Kent argumentaba que las féminas de entonces no estaban preparadas aún, debido a la influencia negativa que la Iglesia había ejercido sobre ellas, influencia que podría perjudicar a la República.

Las diferencias ideológicas y el intenso debate sostenido entre ambas no permitieron el acercamiento personal, por lo que su relación no tuvo proyección más allá del ámbito político.

La diputada Clara Campoamor luchó incansablemente por el sufragio universal femenino afrontando acaloradas sesiones en las que confrontó con su oponente. Para ella el voto femenino era un derecho inalienable, defendiendo que las mujeres tenían las mismas capacidades que los hombres por lo que podían participar en la política de pleno derecho, desmontando así la idea de sus contrincantes, quienes las consideraban manipulables basándose  en su educación.

Por su parte Victoria Kent, igualmente feminista, defendía que había que esperar, que no era el momento adecuado porque el voto femenino, según su criterio, podía acabar beneficiando a los conservadores perjudicando así los posibles avances republicanos.

El impacto de dicha controversia acabó inclinando la balanza a favor de las premisas defendidas por Campoamor, y el sufragio universal para las mujeres fue incluido en la Constitución de 1931. Un logro que marcó un hito en la lucha por la igualdad de género en España.

En 1833 se celebraron nuevas elecciones. Por primera vez las mujeres españolas acudían a las urnas. La participación total de la población fue del 67%. No contamos con datos exactos desglosados por sexos pero se dice que hubo una nutrida intervención femenina. Y es que, parafraseando a Clara Campoamor: «La libertad se aprende ejerciéndola».

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Sucedió en invierno…

Desde el blog ‘Mil y una historias’, en ‘las palabras de los viernes’, Mercedes nos invita a escribir sobre ‘el invierno’.

Sucedió en invierno. Cuando los caminos de desdibujan bajo la nieve y los árboles esconden sus hojas bajo pesados copos mecidos en sus ramas. Los coches permanecen sepultados y la ciudad entera se oculta tras un manto espeso de silencio roto por un laberinto de caminos abiertos de huellas y pisadas.

La noticia de su cercana muerte me sacó de casa y anduve perdida, deambulando de un lado a otro, sin saber a dónde ir o dónde refugiarme. En mi cabeza sonaba la sentencia firme de los médicos que negaban toda posibilidad de salvación y veía la cara desencajada de Marcos intentando asumir su condena. Luego, en el taxi, durante el trayecto de vuelta, ambos permanecimos callados, con las manos entrelazadas y la mirada al frente. Hasta que llegamos a casa. Marcos se acomodó en una esquina del sofá. Yo entré en el cuarto de baño y me miré al espejo. Me fijé en mis facciones envejecidas, en las ojeras moradas bajo los párpados y en las sienes tan nevadas como día. No quería llorar. O sí, pero sin que nadie me viera. Y entonces inventé la tonta excusa de salir a comprar unas cervezas y algo para picar. Y escapé a la ciudad para perderme entre la gente y sentirme por un instante una más, alguien anónimo, ausente, extraño, desconocido…

Y sucedió aquel invierno. Cuando la espesa nieve intentó ocultar el dolor. Mientras la tierra aguardaba la primavera para poder germinar de nuevo su recuerdo …

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Despedida

Desde el ‘Blog Alianzara’, Cristina nos invita este mes de febrero, a escribir un texto a partir de la ‘Teoría del Iceberg’ de Ernest Hemingway.

La ciudad dormitaba bajo el tórrido calor de una tarde de agosto. El ventilador agitaba sus aspas sin cesar sobre la cama. Había quedado con Javier a las ocho de la tarde e intentaba descansar un rato y poner en orden mis ideas. Sabía que sería difícil. O puede que no. Ambos salíamos que todo estaba perdido, que no valían más intentos, que nada de lo que dijéramos arreglaría la situación. No obstante, en aquel momento pensaba que él insistiría, que no querría que me marchara, que suplicaría y me lo pondría difícil: me equivoqué.

Casi sin darme cuenta el sonido de las aspas se fue perdiendo en mi cabeza y me quedé dormida. Dormí profundamente más de dos horas y desperté un poco apurada, con el tiempo casi justo para ducharme y salir.

Habíamos quedado en el ‘Café Quirós’, junto a la fuente de la plaza. Una cafetería con solera que se prolongaba a lo largo de los soportales y se había estirado ocupando un buen trozo del solar público, frente a una enorme fuente que refrescaba el ambiente. Al doblar la esquina lo vi sentado, exhalando una bocanada de humo procedente de un cigarrillo fumado con ansia. Lo observé mientras me acercaba. Había envejecido y lucía un pelo cano ondulado y peinado hacia atrás que comenzaba a escasear. La verdad, me pareció atractivo, aunque reconozco que ya ni me impresiona ni me provocaba sensación alguna.

−Hola ¿llevas mucho tiempo esperando? He dormido una siesta demasiado larga, perdona –dije excusándome.

−No te preocupes. Apenas hace un par de minutos que llegué –contestó mirándome, mientras apagaba el cigarro.

El camarero se acercó. Javier me miró y pidió dos gin tonics. Yo asentí con la cabeza. Él encendió de nuevo un cigarrillo y comenzó a fumar dando enormes caladas.

−¿Has pensado en nosotros? –preguntó a media voz mientras intentaba acercar su mano a la mía.

−Sí, claro que sí. ¡Como no hacerlo…! No puedo más Javier, no quiero seguir… –contesté casi sin mirarle mientras retiraba bruscamente mi mano.

Él acercó su cara a mi oído, dispuesto a susurrar que me quedara como solía hacer, cuando de repente, movida por un impulso, me levanté, tiré un billete sobre la mesa y afirmé con rotundidad: «Se acabó…»

Y me marché…

Atravesé la plaza lentamente, acompañada por el sonido de mis tacones, al tiempo que sonreía satisfecha: Por primera vez desde hacía años me sentí libre…

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‘Saberes femeninos’

Desde el Blog ‘Café Hypatia’, el tema de escritura para este mes de febrero versará sobre ‘mujer y ciencia’.

A lo largo de la Historia y desde la más remota antigüedad, las mujeres han estado fuera del espacio público quedando relegadas a la esfera de lo privado. Y aunque siempre hubo díscolas, disidentes e inconformistas que alzaron la voz, se resistieron y rebelaron contra las normas impuestas en las sociedades patriarcales del pasado, ha sido en la privacidad donde ejercieron los denominados ‘saberes femeninos’, siempre relacionados con el cuidado  personal y familiar. Las mujeres se encargaron de la atención del  hogar y de sus miembros, tratando enfermedades comunes, curando heridas, asistiendo a los partos, a veces solas, sin médicos ni matronas. En definitiva las mujeres se ocuparon de todas aquellas tareas que ponían la vida en el centro y que requerían unos conocimientos ‘plenos de ciencia implícita’ aunque vacíos de formación previa legítima, y mucho menos, reglada.

La línea materna ha funcionado como vehículo de transmisión de saberes cuyos conocimientos eran eminentemente prácticos y se transmitían de madres a hijas, de generación en generación. Pócimas, ungüentos y emplastes unidos a recetas de caldos y comidas caseras ayudaban a aminorar y paliar los efectos y síntomas de catarros, enfriamientos, diarreas, de la menstruación o durante el puerperio. Y junto a estos saberes, también se hicieron cargo de la economía familiar, administrando los gastos cotidianos de la casa. Una contabilidad que exigía unos conocimientos de rudimentarios de lectura, escritura y cálculo. De ahí que con el devenir de los tiempos muchas profesiones quedaran asociadas a las féminas: enfermería, docencia, secretariado y muchos otros títulos de ‘ayudantes de…’, siempre bajo liderazgo masculino.

Fue en el siglo XVIII con la Ilustración, cuando surgieron y desarrollaron los famosos ‘Salones literarios’, liderados y promocionados por mujeres, en cuyo seno se conversaba sobre política, economía y ciencia, que emergieron figuras femeninas destacadas como Émile de Châtelet que tradujo una obra de Newton al francés de la que dedujo la conservación de la energía.

El XVIII marcó un antes y un después y comenzaron a  promocionarse estudios de carácter científico, de manera particular en el campo de la botánica, hecho que se vio favorecido por las múltiples expediciones fomentadas tras el descubrimiento del Nuevo Mundo.

Fue un siglo muy prolífero para las mujeres científicas que destacaron en el terreno de las matemáticas como María Gaetana Agnesi, de la medicina como Mary Montagu, de la astromonía con Caroline Herschel o con la científica Laura Bassi entre otras.

Aún tendríamos que esperar el paso del siglo XIX e incluso el XX para que ‘mujer y ciencia’ formaran un tándem reconocido y prestigioso, y aun así, el reto sigue estando ahí para muchas féminas cuyos logros, más que demostrados, a veces quedan difuminados o la sombra de considerados ilustres varones. La falta de modelos, el encasillamiento en los roles de género constreñidos al ámbito del hogar y de las tareas domésticas y las funciones asignadas como esposa y madre, han sido los principales escollos que las mujeres han tenido que afrontar en su lucha por abrirse paso en la ciencia.

Afortunadamente, hoy por hoy, la lista de mujeres destacadas en los diferentes campos de la ciencia es muy extensa y son muchísimos los logros aunque en cierto modo aún tengan que afrontar el desafío de estereotipos de género para fomentar la plena igualdad de participación.

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Piratas cibernéticos

Desde el blog ‘El Tintero de Oro’ se convoca un nuevo concurso de relatos en esta ocasión dedicado al tema: una de piratas.

En la oscuridad de la noche, Helen tecleaba a gran velocidad en su ordenador. Los dedos sobrevolaban las teclas y mil pensamientos atravesaban su cabeza. Llevaba meses planeando el golpe junto a un grupo de amigos, piratas informáticos que vigilaban desde la red oscura las aguas convulsas del ciberocéano. El objetivo no era otro que atacar a los poderosos mundiales que desde los márgenes del poder actuaban a través de terminales mediáticos, lobbies y múltiples colaboradores que disfrazan sus perfiles para mover los hilos con libertad desde reconocidas redes sociales y tabloides digitales, con el fin de manipular y trocar voluntades a su favor. Ellos son considerados por estos grupos marginales cibernéticos los principales responsables de convertir estos espacios en un vertedero donde vomitar sus mentiras, engaños y bulos, ayudados por un séquito de seguidores ignorantes, todos ellos amparados en la libertad y la democracia contra la que atentan continuamente. Helen y sus amigos querían paralizar la red durante 24 horas en señal de protesta y defensa de la verdad, la transparencia de la información y la veracidad de los hechos.

Mientras unos preparaban los hackings, ajustaban los monitores y teclados otros se disponían a lanzar el ataque, intentando asaltar el sistema, aprovechando cualquier fisura de vulnerabilidad para irrumpir en la red, asegurando a sus amigos que los firewalls o sistemas de seguridad, a pesar de su capacidad restrictiva, no serían un problema. El tráfico de datos a esas horas había disminuido y todo sería más fácil.

Tom, por su parte, había diseñado un virus que introducido en los sistemas de seguridad, facilitaría el ataque, mientras Marc, otro de los hackers, se infiltraba y comenzaba a bajar información de gran utilidad para la lucha.

La noche avanzaba y los piratas estaban resueltos a hacerse con la red y bloquearla, al tiempo que preparaban el texto de un comunicado que difundirían en varios idiomas al amanecer: «Usuarios todos, somos el GIPC (Grupo Internacional de Piratas Cibernéticos). Nos hemos apoderado temporalmente de la red para denunciar que estamos viviendo una era de contaminación y retroceso. Agentes infiltrados de todas partes del mundo, nos desafían con el fin de desestabilizar el orden mundial sembrando el caos informativo. Estos agentes, al paraguas del anonimato, atacan instituciones y gobiernos con el fin de imponer medidas extremistas y reaccionarias en un intento por devolvernos al pasado, derribando aquellas libertades conquistadas a lo largo de más de medio siglo de democracia. Somos conscientes de la intención por parte de ciertos líderes mundiales, movidos por intereses económicos y por quienes los representan, de imponer su ideología para hacerse con el control mundial. Os invitamos a reflexionar sobre sus consecuencias. A las 00:00 horas de mañana la red volverá a funcionar con normalidad».

Los homólogos informáticos asiáticos encabezados por Chuanli, lanzaron una invasión de ransomware para retener bajo control los dispositivos y capturar como rehenes datos suficientemente importantes como para que los poderosos se lo tomaran en serio y se supieran amenazados y vulnerables. Ese era el efecto deseado, que sintieran cómo su poder en la red se tambaleaba y en un solo instante podían ser descubiertos.

Tras la prórroga señalada, el ataque había sido todo un éxito. Las redes sociales multiplicaron exponencialmente sus visitas. El mensaje había recorrido la geografía mundial ciberespacial. Muchos usuarios comentaban que ya no se sentían seguros, ni tenían garantía sobre la verdad de la información y las abandonaron. Algunos poderosos sufrieron un enorme cataclismo…

Cumplido el plazo, los ciberpiratas retiraron sus naves a las aguas pacíficas de la red oscura, dejando tras de sí un ligero atisbo de esperanza. La operación había culminado positivamente. El GIPC en su lucha contra los grupos de presión y manipulación, tiranos y oligarcas, se preparaba para actuar de nuevo: la lucha continúa…

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La grieta

Literautas propone un nuevo reto para este mes de febrero en su convocatoria mensual ‘móntame una escena’ y para participar hay que escribir un relato que contenga la frase había una grieta en la pared en algún lugar de un texto de 750 palabras máximo.

Cuando Amanda despertó, nada más levantarse de la cama, observó que había una grieta en la pared. Era una grieta delgada y fina que corría hacia abajo zigzagueando hasta morir en el zócalo. En aquel momento se preguntó cuántas más aparecerían y hasta cuándo podría aguantar viviendo bajo el techo de aquella casa que se caía a trozos.

Recorrió el piso comprobando los sellos de las otras grietas y los postes que sujetaban el techo de la cocina, colocados por gentileza de los arquitectos municipales. Todo parecía estar en orden, de momento el día comenzaba con la misma normalidad de siempre.

Pasaron un par de meses cuando una mañana Amanda advirtió que la grieta del dormitorio se había ensanchado. Se acercó y cabían un par de dedos. Luego, cogió la linterna y alumbró hasta el final, comprobando al fondo el borde de algo que parecía un papel de color morado. Intentó alcanzarlo con los dedos pero se le escapaba. Entonces fue por la pinza de depilar, y con paciencia, y después de varios intentos, consiguió extraerlo. No daba crédito. ¡Era un billete de 500 euros! Amanda jamás había tenido uno en sus manos. Comenzó a temblar. Miró de nuevo y le pareció que había algo más. Volvió a meter la pinza y de nuevo extrajo un billete idéntico al anterior. Se llevó las manos a la cabeza. No sabía si reír o llorar. ¿Y si había más dinero escondido en aquella pared? ¿Y si aquella grieta era como  la beta de una mina de oro?

Se tranquilizó. De momento aquello le daba para pagar la luz que debía y hasta dos meses de alquiler, aunque debía ser cauta para no despertar sospechas…

Pasaron semanas y cada día cuando se levantaba, cogía la pinza y sacaba de la grieta dos o tres billetes que gastaba con cautela para no levantar sospechas. Bajo el colchón comenzó a apilar montoncitos de billetes en fajos de seis mil euros. Y de momento, la grieta no paraba de dar a luz billetes y billetes que Amanda recogía con cierta pátina de avaricia.

La vida parecía sonreírle. Por primera vez vivía despreocupada y pagaba todas sus deudas. Algunas veces se alejaba del barrio para ir a comer donde no la conocieran. Se compró ropa nueva que fingió haber recogido de los contenedores de ropa usada. Aquella grieta le proporcionaba felicidad y la posibilidad de llevar una vida tranquila, hasta que una mañana Amanda no se levantó. Su amiga y vecina Herminia la echó de menos. Llamó a su casa y como no contestaba, cogió la llave que Amanda le había dado y entró. La llamó dos o tres veces hasta que llegó al dormitorio, donde la encontró desmayada sobre la cama. Llamó enseguida a la ambulancia y la llevaron al hospital más cercano: había sufrido un ictus.

La recuperación fue larga. Pasó dos meses en el hospital  hasta que por fin le dieron el alta.

Herminia fue a recogerla. Le dijo que tenía preparada una sorpresa. Amanda estaba deseando llegar para comprobar que la grieta seguía intacta. Y cuando entró en la casa observó que los postes ya no estaban en la cocina y las grietas estaban cubiertas y pintadas. Fue al dormitorio y no quedaba señal alguna de la grieta… Miró bajo el colchón y no había un solo euro. De repente sintió una punzada en el pecho, no podía articular palabra alguna, le faltaba el aire y cayó al suelo casi inconsciente.

De nuevo en el hospital le dijeron a Herminia que el ictus se había repetido y esta vez había dejado secuelas importantes. Amanda tenía medio cuerpo paralizado y no podía hablar. Herminia, dándole palmaditas en el hombro, le susurró al oído: no te preocupes por nada, tu secreto está a salvo. A partir de ahora yo me encargaré de cuidarte…

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El premio

En ‘relatos jueveros’ desde el blog de Marcos, se nos invita a escribir un relato inspirado en ‘el gran premio’

Una vez casi soy rico. Y digo casi porque tuve en mis manos un décimo premiado, nada más y nada menos, que con el primer premio, dotado con tantos millones que no soy capaz de imaginar.

Todo sucedió cuando me disponía a desayunar en el café de Matías, donde solemos ir los compañeros y compañeras de la oficina. Nada más entrar Matías nos mira y ya sabe qué queremos. Y a nosotros nos resulta cómodo y agradable que nos conozca así, porque ese gesto nos hace sentir como en casa.

Cuando llegué a la barra, alguien había estado haciendo limpieza en su cartera y había dejado un montón de pequeños restos amontonados en un cenicero y un décimo arrugado culminando aquella montaña de papeles.

Lo cogí y lo abrí. El sorteo había sido el día anterior así que comprobé el número. Y sí, no había duda, ¡el número coincidía con el primer premio!  

Llamé a Matías y le pregunté que quien había estado allí, en aquella zona de la barra, antes que yo y me comentó que un señor mayor de pelo blanco que había entrado con unos excursionistas, todos de la tercera edad. Salí a la calle, un grupo de mayores sería fácilmente reconocible. Anduve hasta la plaza y allí estaban a punto de subir a un autobús.

Hablé con el responsable y me comentó de un tan César que, al parecer, es muy despistado. El hombre se acercó y yo le entregué el décimo y le dije sonriendo: «Está premiado. Le han tocado muchos millones». Él me miró sin inmutarse y contestó:

−Lo sé. Pero no me interesa. A mis años tengo lo que necesito y lo que quiero tener no lo puedo comprar. Así que la suerte para usted, se la regalo…

Se subió de nuevo al autobús y me dejó allí con cara de memo mirando cómo se alejaba…

Pero yo no podía aceptar aquel dinero. Así que el caballero de pelo blanco lo cobró. Resultó que estaba muy enfermo y tenía la ilusión de hacer un último viaje al que yo me ofrecí para acompañarlo. A partir de aquí mi vida cambió para siempre.

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Un momento memorable

Este mes de enero en ‘Divagacionistas‘ se nos invita a escribir sobre el tema ‘Momentos’.

La entrega de premios requería etiqueta, así que alquilé un esmoquin. Mi actual salario no me daba para adquirir uno nuevo que seguramente aparcaría en el armario durante mucho tiempo, pues en aquellos días escribir no era mi auténtica profesión.

Todo comenzó con mi primera novela. Cuando mi hermana la leyó tuvo la osadía de presentarla a los premios ‘Cometas’. Mis relatos nunca habían ido más allá de concursos locales o provinciales, por eso al concluir la novela no supe qué hacer. El caso es que llegó la invitación para la ceremonia de la entrega de premios a la que Alicia, mi hermana, me acompañó. Sobra decir que iba nervioso pero sin la más mínima esperanza.

Entramos en el teatro y nos sentamos en la octava fila. El recinto estaba a rebosar. Los anfitriones salieron a la palestra. Un veterano del mundo de las letras disertó sobre la importancia y el papel de la literatura en la sociedad actual así como sobre el prestigio de los Premios, cuya trayectoria cumplía ya la vigésima edición. Y después de varios discursos y diferentes actuaciones de grupos musicales, por fin llegó la hora de anunciar a los nominados y hubo sorpresa pues entre los tres finalistas escuché mi nombre.

Y ahí comenzó el momento más memorable de mi vida, un punto de inflexión. Una famosa actriz era la encargada de nombrar al ganador. La chica salía desde el lado contrario al atril. Lucía un vestido fantástico y caminaba despacio mientras miraba sonriente al público. Los segundos se hicieron eternos hasta que llegó al atril. Saludó brevemente. Un niño se acercó a ella con una bandeja que portaba el sobre. Ella lo cogió y se volvió sin perder la sonrisa. Luego hizo una pausa para crear aún mayor expectación. El corazón me latía a gran velocidad. Mi hermana me estrechaba fuertemente la mano. La chica despegó la solapa del sobre y extrajo una tarjeta del interior. La miró e hizo el gesto pegándola un instante al pecho. Fueron los instantes más emocionantes y largos de toda mi vida, hasta que de repente se oyó alto y claro: «Y el ganador de la vigésima edición de los Premios Cometas es Víctor Presset por su novela ‘El Danubio no es azul’».

Y desde aquel instante mi vida cambió para siempre.     

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El trébol de cuatro hojas 82): Renacimiento

desde el blog ‘Acerbo de letras’ el Vadereto de este mes de enero se inspirará en la idea del ‘renacimiento

Algunas historias merecen una segunda parte que las completen, las cierren y le den cierto sentido. El relato ‘El trébol de cuatro hojas’ la merece…

Cuando Charly murió una parte de mí murió con él. El mayor acto de amor fue dejarle ir, desprenderme de su mano y despedirme. Luego, sostuve entre mis dedos el trébol de cuatro hojas y lo guardé en un libro y en aquel mismo instante el mundo se detuvo. Esa fue mi percepción. La tierra giraba y giraba y a mí alrededor todo seguía el curso natural de la vida y sin embargo yo vivía ajena, ensimismada, apartada de todo y de todos. Durante mucho tiempo quedé atrapada en una espiral de desconsuelo, de negación, de rechazo y transité por todas las estaciones del duelo en un vía crucis de dolor que intenté sobrellevar con la mayor dignidad posible.

Con el tiempo he conservado el trébol seco entre las páginas de una novela que jamás acabé. Cuando miro la estantería compruebo que sigue ahí, y de vez en cuando lo abro, acaricio cada pétalo con la yema de mi dedo y recuerdo aquel tiempo pasado, aquella noche que se obró el milagro. Entonces me estremezco y siento que un ligero temblor me recorre el cuerpo. 

Recuerdo que cuando todo acabó sentí la necesidad de reclamar para mí grandes dosis de soledad, de estar a solas conmigo misma. Sentía una necesidad imperiosa de recordar constantemente a Charly porque me aterraba la idea de olvidarlo, así que revivía una y otra vez muchos momentos de nuestra vida juntos. De vez en cuando lloraba con desesperación hasta quedar exhausta y después dormida. Y al despertar experimentaba una gran frustración por continuar viva. Durante mucho tiempo confié mi vida al sueño, deseando quedarme en él eternamente. De vez en cuando me refugiaba en los abrazos de los seres queridos que me reconfortaron, y más tarde, me ayudaron a sanar las heridas de un alma hecha trizas que parecía imposible de recomponer.

De la negación a la ira, para pasar a la negociación, la depresión y por fin a la aceptación. Y en cada tramo imprescindible la resiliencia, el esfuerzo, el deseo de superación para alcanzar el renacimiento, la catarsis, el resurgir cual Ave Fénix de las propias cenizas, dejando atrás a Sísifo arrastrando la enorme piedra de la culpa y alzar el vuelo renovada, dispuesta a afrontar la vida con todas las incertidumbres, los miedos, las alegrías y las demás penas y pesares que me tuviera reservada.

Aprendí. Aprendí que se aprende en la dificultad, que valoramos más lo que nos cuesta, que lo peor es todo aquello que pudimos hacer y no hicimos aún más que los propios errores. Y que renacer es darnos una segunda oportunidad para encarar la vida renovada y reinventada aunque llena de heridas y cicatrices. Y algo más: aprendí que mientras lo recordara, Charly permanecería conmigo para siempre.

©lady_p