Esa semana en Relatos Jueveros, desde el Blog de ‘Mariana Pussó’ se nos invita a escribir sobre el vino. El enlace conecta con un artículo del periódico El País, muy interesante, dedicado a las Bodegas De Müller que oficialmente surten de vino de misa a la Santa Sede.

El sacristán preparaba los ornamentos sagrados para la liturgia. Abría una de las cajoneras de la sacristía y desplegaba sobre ella las vestiduras sagradas para la misa. Luego se acercó a una de las vitrinas y cogió el cáliz y la patena de plata y se dispuso a rellenar las vinagreras de agua y vino. Después, de dirigió a una pequeña despensa donde se guardaba la botella de vino, importada desde las bodegas De Müller, situadas en Reus, Tarragona (España), encargadas desde 1883 de elaborar el vino de misa.
Benigno, el sacristán, acostumbraba a tomarse una copita a escondidas del párroco, y en veinte años que llevaba en el oficio, jamás lo habían descubierto. Así que, como cada día sacó una copa y la llenó de aquel néctar de los dioses para después saborearlo plácidamente antes que llegara el sacerdote a la hora de la misa.
Aquellos viñedos catalanes se habían ganado a pulso el privilegio de ser los primeros del mundo el convertirse en Proveedores de la Santa Sede y él daba fe de ese delicioso sabor protagonista del misterio de la eucaristía que cada día, don Anselmo realizaba a la vista de todos.
El acólito se sentaba en un magnífico sillón del siglo XIX, tapizado en terciopelo encarnado, y echaba la cabeza para atrás mientras cerraba los ojos y dejaba embriagar su ‘espíritu’ por los sueños que acudían ‘sin palabras’ a su cabeza mientras se calentaba el estómago con pequeños sorbos. Tan abstraído estaba que aquel día, ante la tardanza del párroco, bebió varias copas seguidas y cuando quiso incorporarse experimentó cierto desequilibrio que le advirtió del posible lío en el que se había metido. Más aún, observó que en la botella apenas quedaba vino para la misa y no podía disponer de otra pues el resto se guardaban bajo llave en la vivienda parroquial. Alegre como estaba, a Benigno no se le ocurrió sino rellenar lo que faltaba con agua y disimular como si nada hubiera pasado.
Finalmente el párroco llegó y al finalizar la misa le dijo al sacristán:
−Benigno, hoy he notado el vino un poco más flojo de lo habitual, ¿será que no obró el milagro de la eucaristía?
A lo que el Benigno respondió:
−Hay que ser humildes señor, no siempre se pueden obrar milagros…
-Jaque mate Benigno, jaque mate…-respondió el cura condescendiente.

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