El milagro de cada día

Esa semana en Relatos Jueveros, desde el Blog de ‘Mariana Pussó’ se nos invita a escribir sobre el vino. El enlace conecta con un artículo del periódico El País, muy interesante, dedicado a las Bodegas De Müller que oficialmente surten de vino de misa a la Santa Sede.

El sacristán preparaba los ornamentos sagrados para la liturgia. Abría una de las cajoneras de la sacristía y desplegaba sobre ella las vestiduras sagradas para la misa. Luego se acercó a una de las vitrinas y cogió el cáliz y la patena de plata y se dispuso a rellenar las vinagreras de agua y vino. Después, de dirigió a una pequeña despensa donde se guardaba la botella de vino, importada desde las bodegas De Müller, situadas en Reus, Tarragona (España), encargadas desde 1883 de elaborar el vino de misa.

Benigno, el sacristán, acostumbraba a tomarse una copita a escondidas del párroco, y en veinte años que llevaba en el oficio, jamás lo habían descubierto. Así que, como cada día sacó una copa y la llenó de aquel néctar de los dioses para después saborearlo plácidamente antes que llegara el sacerdote a la hora de la misa.

Aquellos viñedos catalanes se habían ganado a pulso el privilegio de ser los primeros del mundo el convertirse en Proveedores de la Santa Sede y él daba fe de ese delicioso sabor protagonista del misterio de la eucaristía que cada día, don Anselmo realizaba a la vista de todos.

El acólito se sentaba en un magnífico sillón del siglo XIX, tapizado en terciopelo encarnado, y echaba la cabeza para atrás mientras cerraba los ojos y dejaba embriagar su ‘espíritu’ por los sueños que acudían ‘sin palabras’ a su cabeza mientras se calentaba el estómago con pequeños sorbos. Tan abstraído estaba que aquel día, ante la tardanza del párroco, bebió varias copas seguidas y cuando quiso incorporarse experimentó cierto desequilibrio que le advirtió del posible lío en el que se había metido. Más aún, observó que en la botella apenas quedaba vino para la misa y no podía disponer de otra pues el resto se guardaban bajo llave en la vivienda parroquial. Alegre como estaba, a Benigno no se le ocurrió sino rellenar lo que faltaba con agua y disimular como si nada hubiera pasado.

Finalmente el párroco llegó y al finalizar la misa le dijo al sacristán:

−Benigno, hoy he notado el vino un poco más flojo de lo habitual, ¿será que no obró el milagro de la eucaristía?

A lo que el Benigno respondió:

−Hay que ser humildes señor, no siempre se pueden obrar milagros…

-Jaque mate Benigno, jaque mate…-respondió el cura condescendiente.

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El viaje a ninguna parte

Este mes Vadereto y Alianzara proponen un desafío conjunto y nos invitan a escribir tomando como referencia el ‘espacio’ donde acontece y se desarrolla la trama, la historia.

Paul se sube al autobús en dirección al aeropuerto. Está cansado así que se desploma sobre el asiento y pega la cabeza al cristal de la ventanilla. El frio en la sien le hace sentir un ligero alivio. La cabeza le bulle. Demasiadas emociones contenidas en los dos últimos días. En aquel instante recuerda que no ha dormido nada las últimas 48 horas y se siente roto. Se acomoda. Echa la cabeza hacia atrás y mira el reloj: aún le quedan cuarenta minutos de trayecto. Cierra los ojos y el sueño le atrapa…

De repente el fuerte traqueteo le sacude de un lado a otro y la cabeza cae y golpea el respaldar del asiento de delante ¿Dónde está? No reconoce el lugar. Se incorpora y mira de nuevo el reloj: ¡ha pasado más de una hora! ¿Y el aeropuerto? ¡Hace veinte minutos que quedó atrás! Sale al pasillo, camina entre los asientos vacíos y se acerca al conductor que al verle por el retrovisor le grita furioso:

−¿Qué hace usted aquí?

−Iba al aeropuerto y me quedé dormido –comentó Paul balbuceando.  

−¡Siéntese por el amor de dios!–le ordenó el conductor−. Es usted un imbécil. Permanezca callado y no me cree más problemas.

Paul no comprende lo que ocurre pero intuye que no es una situación normal. El autobús va demasiado rápido por un camino de tierra y campos a ambos lados. Suenan las sirenas y se divisan dos coches patrullas de la policía que pretenden darles alcance aunque el autobús zigzaguea para evitarlo. El conductor habla por el móvil:

−Ha surgido un imprevisto y llevo un paquete. No, no habrá problema, seguro. Me desharé de él en cuanto llegue.

El camino se estrecha y los coches patrullas tienen que hacer cola detrás hasta que inesperadamente el conductor frena en seco y los coches se estrellan uno contra otro y ambos contra el autobús. Y en una experta maniobra y con la parte trasera deshecha, el vehículo continua su camino dejando a la policía fuera de juego.

El chofer se ríe a carcajadas:

−¿Has visto eso? –presume sonriendo a Paul.

−Sí, sí que lo he visto…Muy inteligente por tu parte –afirmó algo asustado.

Apenas unos minutos después se desvía por un carril a la izquierda hasta desembocar en un antiguo hangar con un viejo cobertizo abierto de par en par donde el autobús aparca.

Paul respira hondo, aliviado, aunque con gran incertidumbre al no comprender que estaba pasando, y sobre todo, qué sería de él… Y entonces el chófer se levanta de su asiento, se dirige hacia él y apuntándole con una pistola en la frente dice muy serio:

−Esto no estaba previsto pero mi causa no me permite dejarte con vida…

Paul cierra los ojos y escucha el sonido de un disparo al tiempo que oye una voz :

−Lástima que te pasaras la parada del aeropuerto…Aeropuerto…Aeropuerto…

Alguien le zarandea una y otra vez. Abre los ojos y ve el rostro del conductor frente a él:

−Señor, hemos llegado al aeropuerto, despierte o perderá su vuelo…

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El último viaje

Esta semana desde el blog ‘El Demiurgo de Hurligham’, el reto juevero nos invita a escribir sobre ‘una caja misteriosa’

Nada más despegar el avión, Emma sintió un pellizco en el estómago y pitidos en oído izquierdo. No lo dudó. Aquellas señales no vaticinaban nada bueno. Lo sabía. Sabía desde pequeña que aquellas sensaciones en su cuerpo presagiaban alguna calamidad. Lo presintió a los 12 años cuando sucedió el accidente en el que murió su madre. Aquel día ella se anticipó y experimentó los mismos indicios. Años después sucedió otro tanto con su abuela, el día que murió de un infarto de miocardio después de saber por la TV que había ganado la primitiva, aunque resultó ser una discreta cantidad. O cuando se prendió fuego en la cocina, según ella por dejarse encendido un tostador, según los bomberos por un cortocircuito. O cuando subió a la noria con sus amigos y se quedaron toda la noche parados en el punto más alto… En fin, a Emma la precedía una larga lista de desgracias e infortunios, por lo que se consideraba a sí misma un poco gafe. Y siempre, a tales acontecimientos, le precedían aquellos síntomas corporales.

El vuelo parecía transcurrir con total normalidad aunque Emma no dejaba de sentir cierta inquietud y rezaba para que todo fuera bien. No se perdonaría otra desgracia. Se sentía responsable de las numerosas vidas de quienes la acompañaban en aquel viaje y que conste que nunca habría volado si no fuera necesario.

Y en esas estaba, cuando el capitán avisó que el aeropuerto ya estaba cerca. A continuación hizo las correspondientes advertencias y todos se colocaron en sus asientos para preparar el aterrizaje. Entonces, de repente, se escucharon sonidos extraños y el avión comenzó a descender en picado. Emma no dejaba de repetirse: «Lo sabía. Sabía que algo iba a suceder». Una azafata advirtió que nadie se moviera del asiento y que estuvieran alerta, que si saltaban las mascarillas siguieran el protocolo. Por la ventanilla se podía ver como el avión descendía rápido y se acercaba a la pista, hasta que el tren de aterrizaje tocó el suelo a tanta velocidad que el capitán no pudo frenar y el avión se salió de la pista para estrellarse contra unos matorrales. Afortunadamente no hubo víctimas mortales pero sí numerosos heridos y grandes destrozos en el fuselaje.

La investigación de la ‘caja negra’, testigo mudo de toda la actividad del vuelo, no desveló fallos humanos ni del motor, concluyendo que el accidente se había producido por causas ‘desconocidas’. Una vez conocido el informe, Emma decidió no viajar nunca más en avión.

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Jugando con las ‘nubes…’

Desde el blog ‘Artesano de la palabra’, el reto juevero de esta semana nos invita a escribir un relato de nos más de 350 palabras sobre el tema ‘nubes’.
Fotografía: mp_dc

A menudo me preguntan si ‘estoy en las nubes’ porque con frecuencia me quedo absorta en mis propios pensamientos, cosa que me sucede, sobre todo, cuando lo que hay en mi entorno o una determinada conversación no despierta mi interés. Desde pequeña he alimentado mis sueños, he tenido una vida interior muy rica y mi cabeza pocas veces está quieta. Casi nada ha cambiado con la edad. Sin embargo considero que lo realmente peligroso no es ‘estar en las nubes’ sino bajar… Y es que a veces es mejor quedarse en ellas porque en realidad ‘no hay nublado que dure todo el año’.

Y es por esa idea de andar siempre refugiada en las alturas que a menudo suelo caminar mirando el cielo, sobre todo si está plagado de nubes para jugar con ellas, y ya de paso, acudir al sabio refranero para interpretarlo. ‘Borreguitos en el cielo, charquitos en el suelo’ me digo, y acierta, porque aquel día no paró de llover. Claro que cuando se trata una lluvia persistente ya nos avisa el ‘nublado a mediodía’ que garantiza, ‘agua para todo el día’. Eso sucedió ayer y me quedé en casa sin salir a causa de la lluvia.

Pero las nubes también suelen ser metafóricas como cuando una siente ‘un nubarrón’ en la cabeza y sin poderlo evitar,  los malos augurios se apoderan de nosotros y miramos la vida con cierto pesimismo, con el pálpito de un mal presagio. Entonces, más que nunca, es necesario que la nube descargue toda el agua, que se despeje la atmósfera, para que de nuevo el sol luzca en el horizonte. Al fin y al cabo ‘toda nube negra tiene su orilla de plata’ y ‘la melancolía no es más que la sombra de una nube pasajera’. Sí, todo pasa, también las nubes y los nubarrones, y algunas veces, a continuación, en el cielo queda dibujado un hermoso y brillante arcoíris que nos asegura que ‘tarde de arcos, mañana de charcos’.

En fin, de vez en cuando está bien recordar que ‘toda nube negra tiene su lado claro’ y que después del ‘nublado’ el sol brillará de nuevo… Y esto no es una metáfora…

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Esquizofrenia…

Desde el Blog ‘Varietes’, Ginebra nos propone escribir un relato inspirado en  un ‘Mosaico’ de frases y palabras que deberán incluirse en el texto.

El ‘oráculo’ había sido claro mencionando ‘la búsqueda del alma’ como requisito fundamental para ‘desentrañar’ toda la verdad y liberarme. ‘Lejos de casa’ sentí ‘de todo corazón’ no tener a mis amigos más cerca. Tenerlos para poder hablarles, yo a ellos y ellos a mí, en esta ‘mi hora más oscura’.

No podía creer que otra vez estuviera pasando, ni que me sintiera de nuevo tan sola. Pero ‘lo que vuelve’ está demasiado ‘enredado’ y estos ‘días extraños’ no hago sino recordar ese pasado feliz, cuando todo parecía marchar de manera apacible. ‘¡Adelante, hacía arriba!’ me repito a mí misma como una letanía. No es la primera vez –ni será la última, sospecho- que el ‘contagio’ de un pesimismo exacerbado me pone fuera de mí. Asistir a este ‘espectáculo de humo’ no me permitirá un ‘nuevo crecimiento’.

Recuerdo que la última vez que mis fantasmas me visitaron me llevaron hasta el delirio, la locura, la pérdida del equilibro y me trajeron de vuelta el miedo y la desolación. Esta es la ‘gravedad’ de los hechos que me hacen sentir como en el ‘mito’ de Sísifo, cargando siempre con el enorme peso de mi propia piedra.

Por más que lucho, por más ‘reflexión e introspección’ que haga, por más que me insista a mí misma en que no son o no existen, ellos están presentes, aparecen cuando menos lo espero. Los veo. Sus voces me hablan y me repiten sin cesar que el ‘futuro pasó’ porque lo que ha de venir es la repetición del pasado. Lucho para que se vayan, para que desaparezcan. Pero vienen conmigo, me acompañan allá donde vaya y me ordenan que obedezca con ciega sumisión, que someta mi voluntad a la suya para después sentirme desdichada, infeliz y desgraciada… Y este es el ‘trance’, porque nadie los ve excepto yo…

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El aniversario

El Blog ‘Acervo de letras’ cumple cinco años. Y con tal motivo, el reto de este mes nos invita a celebrarlo con un relato sobre el ‘Aniversario’ y con final feliz.

En la librería estaba todo preparado para celebrar el quinto aniversario desde su nueva apertura. Con anterioridad había pertenecido a Pascual, el único en el pueblo que vendía algunos libros y sobre todo la prensa diaria, las revistas del corazón, los cromos de futbol, chucherías y material de papelería, aunque al final también tenía agua y tabaco. Martina recuerda que de niña iba a comprar con sus amigos y él siempre les regalaba algo. Hasta que un año a Pascual le tocó la lotería de Navidad y decidió traspasarla y marcharse del pueblo. Nunca más supimos de él. Pasaron algunos años hasta que Martina acabó de estudiar, se hizo cargo del local y montó una auténtica librería. La mejor de toda la comarca. Y como está en una zona muy transitada y ahora el turismo rural está de moda, el negocio va viento en popa.

Con motivo de la celebración Martina lo ha invitado. Ella cree que se lo debe todo, y que gracias a él tiene un futuro. Después de mucho indagar lo ha localizado a través del amigo de un amigo. Vamos, que no tiene certeza de que le haya llegado la invitación. Pero todos le esperan porque, a pesar de ser un tipo un poco raro, solitario y un tanto antisocial, en el pueblo todo el mundo le aprecia.

Martina ha pasado la semana dedicada a los preparativos. Incluso ha invitado a un conocido escritor de la zona que ha aceptado ir y aprovechar para presentar su último libro. También asistirán las autoridades, el alcalde y la concejala de cultura. Y después de los discursos oficiales y una copa de cava mientras ojean los libros, ha organizado una cena con los amigos más íntimos en el único restaurante de la localidad: ‘El Paraíso’, un nombre por cierto muy apropiado para la ocasión. De vez en cuando Martina mira hacia la puerta con la esperanza de que Pascual llegue, pero parece que no: «Igual no le ha llegado la invitación» murmulla entre dientes…

Y a punto de clausurar el acto, cuando el alcalde dedicaba unos halagos a la función cultural de la librería, un señor encorbatado, con barba blanca y de buen ver, ha abierto la puerta que a su vez ha rozado el móvil que colgaba del techo dejando sonar unas campanitas, convirtiéndose así en el centro de todas las miradas. Todas las cabezas se giraron hacia él, y de paso, hacia una señora guapa y elegante que colgaba de su brazo. Él se disculpó pidiendo perdón por interrumpir, se paró en el primer hueco que vio libre, mientras el alcalde proseguía con el discurso, alabando las bondades de la librería y de la dueña.

Tras el alcalde, Martina tomó la palabra para agradecer la presencia de todos y mostrar su gratitud a Pascual -al que creía ausente- desvelando lo bien que se había portado con ella cuando se hizo el traspaso permitiéndole pagar en cómodos plazos, porque de no haber sido así, el negocio no habría salido adelante. Habló de Pascual con cariño, recordando algunas anécdotas de la infancia y lo disculpó por no haber podido asistir, pues aunque lo había intentado, no había podido localizado. Y cuando pronunció esas palabras, el señor encorbatado de barba blanca, levantó la mano y dijo: «estoy aquí Martina, soy yo, Pascual». Había pasado tanto tiempo que nadie lo había reconocido. Y de nuevo todas las miradas se posaron en él. Martina se acercó emocionada y ambos se fundieron en un fuerte abrazo: «ahora si estamos todos». Y levantando las copas brindaron por la buena salud de todos y de la librería claro…

La celebración del quinto aniversario había sido todo un éxito y la anfitriona prometió más y mejor dentro de otros cinco años. ¡Enhorabuena!

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El conserje

Desde el blog ‘Neogéminis’, el reto juevero de esta semana nos invita a escribir incluyendo un collage de las palabras incluidas en la foto de la cabecera. ¡Cuantas más mejor!

Antón, el conserje, con cierta delicadeza, aunque dejándose llevar por el instinto, comunicó a los vecinos la desgracia. Con su mejor caligrafía escribió un pequeño cartel que pegó con adhesivo en el cristal de la entrada del portal. La noticia era ya un secreto a voces: don Cosme, el vecino del quinto A, había fallecido de manera inesperada. Y en un gesto de amabilidad, él se había encargado de colocar un lazo negro en la puerta de su casa.

Impecablemente uniformado, Antón se colocó de tal manera que según iban entrando los familiares y conocidos del finado, les estrechaba la mano uno a uno y daba de inmediato las gracias compungido, como si de su propia familia se tratara, algo que llamaba la atención de todos.

Don Cosme vivía en aquel edificio desde su construcción, hacía más de cuarenta años, los mismos que él fue contratado para hacerse cargo de la portería. Lo recuerda como si fuera hoy. Llegó con su mujer. Ella se dedicaba a hacer arreglos de costura y él, además de atender el mantenimiento del bloque, hacía alguna que otra chapuza. Aquellos años fueron inolvidables. Don Cosme por su parte, también llegó recién casado y con un bebé en camino. Apenas un año mayor que él, recuerda cómo los domingos ambos se paraban para comentar el partido de futbol como fieles ‘colchoneros’ que eran y cómo se felicitaban ante la victoria de su equipo. «¡Qué tiempos aquellos!» se decía.

Apostado en el quicio de la puerta del cuarto de los contadores, la cabeza de Antón era un océano donde los recuerdos de aquellos años de juventud naufragaban solitarios. «No somos nada», se decía y suspiraba. Tal era su abatimiento que despertó la curiosidad de todos. Y es que nadie sabía que la muerte de don Cosme, el último vecino del edificio, implicaba el abandono de la casa por parte de Antón para la posterior demolición del bloque,  tal y como rezaba en el contrato. La muerte de don Cosme tenía un efecto colateral en la vida de Antón, que viudo y sin hijos, debería afrontar el último tramo de su vida desde la residencia del barrio.  

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El lobito bueno

Esta semana desde el Blog de Nuria, ‘Relatos jueveros’ nos invita a escribir sobre la figura del lobo feroz. Este relato está inspirado en la poesía de Goytisolo “El mundo al revés”: Érase una vez/ un lobito bueno/ al que maltrataban/todos los corderos…

Mikel vivía con su abuelo en el monte y cada día salía a pastar con sus ovejas pues el abuelo era muy mayor y de aquel rebaño dependía su subsistencia.

Por las noches se sentaban junto a la chimenea y el abuelo contaba historias y enseñaba a Mikel los secretos de la naturaleza para aprender del cielo, del viento, de las plantas y sobre todo a defender el rebaño del asedio de su mayor enemigo: el lobo. «Como sabes -le explicaba el abuelo- los lobos sienten debilidad por las ovejas. Son sus presas favoritas. Por eso cuando pases la noche fuera debes encender una hoguera y el fuego los espantará».

Cuando llegó el invierno y Mikel llevó el rebaño a pastar al valle, como debía hacer noche, el abuelo le preparó comida y le instruyó sobre dónde debía quedarse. Así, Mikel emprendió el camino mientras Canelo, el perro, pastoreaba y dirigía a las ovejas ladera abajo.

Justo cuando el sol se ponía encontró el refugio. Estiró la manta en el suelo y se dispuso a recoger leña para encender la hoguera. Luego sacó un trozo de queso y comió hasta saciarse. La noche estaba fría pero calma. No se movía una hoja. Y bajo aquel cielo estrellado, cansado como estaba, se durmió.

De repente escuchó los ladridos de Canelo. Las ovejas balaban sin parar y un enorme aullido lo sacó del sueño. Se levantó y vio que el rebaño hacía un corrillo. Corrió y corrió. Vio sangre en el sueño y cuando se acercó comprobó a varias ovejas atacando a un lobezno que apenas le dada la vida para intentar defenderse. Las ovejas habían perdido su candor y docilidad y parecían fieras enfurecidas mientras el lobito, indefenso, era maltratado por todas…

Mikel y Canelo consiguieron separarlas. El joven pastor  cogió entre sus brazos al pobre lobito. Lo curó, le dio algo de comer y el lobito lo siguió de vuelta a casa.

Dicen que el lobezno se hizo mayor acompañando a Mikel y a Canelo a pastorear las ovejas y ningún otro lobo volvió a acercarse al rebaño nunca más.

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El discurso

Desde el Blog ‘Café Hypatia’ el reto para este mes de octubre nos invita a escribir sobre el tema ‘rebeldía’.  

Reconozco que cuando conocí a María Skłodowska me impresionó. Éramos sólo veintisiete mujeres entre los más de setecientos hombres que conformaban el campus de la Universidad de París. Veintisiete insurrectas que caminábamos contracorriente y nos negábamos a asumir las funciones asignadas a nuestro rol de género. Veintisiete incomprendidas no sólo por los hombres sino por las propias mujeres, quienes, como dijera más adelante Marie, con frecuencia se cuestionaban, “sobre cómo podríamos conciliar la vida familiar con una carrera científica”.

Me acerqué. Tenía la tez pálida y ojerosa. Lucía un vestido oscuro, algo pardo y raído, el pelo recogido y llevaba un cuaderno en las manos. Como no conocía a nadie me presenté con la idea de entrar y sentarnos juntas en clase. Ella me pareció algo tímida e introvertida, y yo que acostumbro a ponerme nerviosa en estas situaciones, no paraba de hablar, cosa de lo que era consciente aunque no pudiera evitarlo. Afortunadamente el murmullo grave de las voces masculinas me hizo callar. Entramos en el aula y nos sentamos en la tercera fila. De repente entró solemne el profesor y al instante se hizo un silencio de ultratumba.

María, al contrario que yo, apenas tomó apuntes y permaneció rígida, cual estatua, atendiendo sin pestañear. Cuando acabó la clase le pregunté y ella me contestó que tendría que esforzarse en matemáticas y física, además de mejorar su francés que dejaba mucho que desear. Entonces comprendí el porqué de su actitud. Y a este respecto la tranquilicé y le dije que la ayudaría con el idioma. Ella sonrió y me dio las gracias.

Al parecer estaba recién llegada de Polonia. Ella y su hermana se acababan de trasladar a una buhardilla del Barrio Latino, cerca de la Facultad. Me contó que como su país había sido ocupado por los rusos, había tenido que estudiar primero en escuelas clandestinas y después en la ‘universidad flotante’. No entendía muy bien a qué se refería y debió notármelo en la cara porque enseguida se dispuso a explicarme de qué iba todo aquello. Y dicho muy sucintamente se trataba de una institución ilegal que educaba en la cultura polaca y no siguiendo los nuevos supuestos que los rusos pretendían implantar tras la ocupación. María hablaba desde la pasión, la resistencia y la rebeldía. No se había resignado a que sus escasos recursos, ni su condición de mujer, le impidieran estudiar o ir a la universidad o ser una científica, y aunque todo se le resistió, ella lo afrontó con determinación y aplomo.

Aquel año fue muy duro. En más de una ocasión se desmayó porque apenas comía. ¡Los ingresos eran tan exiguos! Y ella prefería pagar por unos libros en lugar de comer. En más de una ocasión la socorrí pues mis padres me enviaban ayuda y alimentos.

Al acabar el curso (era el año 1893) nos licenciamos, y al año siguiente María comenzó a investigar sobre ‘las propiedades magnéticas de los aceros’ por encargo de la Sociedad para el Fomento de la Industria Nacional. Fue entonces cuando conoció a Pierre Curie y el interés por la ciencia les unió. A partir de aquí nuestras vidas se separaron y siguieron caminos diferentes. Pero nos seguimos escribiendo durante años.

La trayectoria de Marie Curie o Madame Curie, que así pasará a la historia, fue imparable a pesar de los obstáculos que sufría una y otra vez por el simple hecho de ser mujer, hecho contra el que se revolvía aunque siempre contó con el apoyo incondicional de su marido que consideraba cada descubrimiento como un éxito de ambos. Pero la sociedad de finales del XIX y principio del XX era poco tolerante e invisibilizó a las mujeres, sólo las más fuertes y rebeldes subsistieron y vencieron.

Los avances de Marie eran incuestionables y constituyeron un aval para su efectivo reconocimiento a nivel mundial, reconocimiento que llegó de muchas formas, sobre todo de la mano del máximo galardón: el Premio Novel en Física que Pierre se negó a recibir solo.   

Todas estas cosas pasaban por mi cabeza mientras la radio retransmitía la entrega de Premios de la Academia Sueca. Corría el año 1911 y en esta ocasión Marie Curie recibía su segundo Premio Novel, esta vez en Química y en solitario, pues en aquella fecha Pierre ya había muerto. Y entonces, en directo desde Estocolmo, la voz de Marie Curie sonaba entonando su discurso “La  belleza de la ciencia”: «Podría decir muchas cosas sobre el radio y la radioactividad pero me tomaría demasiado tiempo. Y como no podemos hacerlo, déjenme solamente darles una pequeña muestra de mi trabajo con el radio…».

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«La ridícula idea de no volver a verte…»

Desde el Blog de Critina ‘Alianzara’ el reto de este mes nos invita a escribir a partir del título de un libro. En mi caso he elegido el de Rosa Montero “La ridícula idea de no volver a verte”.

Esta es la crónica de un absurdo, que comenzó una mañana cualquiera de un tibio día de febrero. Recuerdo que dijiste que te dolía la espalda y yo no quise hacerte caso. Eras un quejica, un exagerado y un miedoso. Tus constantes augurios derrotistas me hacían verte como un pájaro de mal agüero. Por eso pasó casi un mes antes que te hiciera caso, y después de poner en práctica varios remedios caseros, decidimos ir al médico. Y delante de mí, haciéndote el valiente, dijiste que casi no sentías dolor, cuando yo sabía que no podías dormir.

Salimos de la consulta con varias peticiones para diversas pruebas: tac, resonancia, radiografía… «¿Y para un dolor de espaldas tantas pruebas?» «Esto no va a ser nada bueno». Dijiste enfurruñado, con el ceño fruncido y el optimismo que te caracterizaba… Yo comenté que no te preocuparas, que las pruebas eran indoloras, que tuvieras paciencia: «todo va a salir bien…» dije positiva. Aunque, la verdad, en mi interior tenía mis miedos y dudas.

Al cabo de varios días estábamos de nuevo en consulta, sentados en el despacho frente al médico, mientras él miraba las imágenes y leía los informes atentamente. Aquellos escasos dos o tres minutos pasaron como una eternidad y aquel silencio me producía un gran recelo. Mi temor aumentaba por momentos. Hasta que finalmente el doctor sentenció: «es un tumor maligno y es inoperable».

En aquel instante dejé de escuchar. Sólo podía oír la repetición constante de aquella frase en el interior de mi cabeza: «es un tumor maligno, es inoperable, inoperable…».

Después, en casa, estuvimos hablando. Los dos teníamos claro que en semejante circunstancia, mejor ‘poco y bueno que mucho y malo’. El pronóstico era de unos siete meses así que nos liamos la manta a la cabeza y tiramos la casa por la ventana. Vendimos todo menos nuestro piso: la moto, el terrenito en el campo, mis joyas… Reunimos una suma importante junto con los ahorros y el dinero de la herencia de tu padre que teníamos reservado para la vejez. Y a la vista de los acontecimientos y con un tratamiento paliativo para el dolor, decidimos viajar. Compramos un globo terráqueo, de esos escolares que giran. Le dábamos una vuelta y poníamos el dedo para elegir destino. Hicimos una lista por orden de preferencia y nos fuimos a una agencia de viajes para que nos ajustara el presupuesto de vuelos y hoteles.

La ridícula idea de no volver a verte’ me pasaba por la cabeza una y otra vez. No concebía la vida sin ti y no queríamos esperar la muerte sin más. Queríamos vivir a tope mientras la enfermedad lo permitiera y luego, para el trayecto final, alquilamos una preciosa casa en la costa, junto a una pequeña cala donde habías decidido descansar para siempre.  

Asistimos a la ópera en Sídney, al Carnaval de Venecia, al Moulin Rouge de París y la Scala de Milán… Visitamos algunos países de Europa y Asia. Cuatro meses inolvidables hasta que se nos acabó el dinero y llegó el momento de iniciar el camino de vuelta.

Durante el trayecto, como era un viaje largo, no paramos de recordar anécdotas, lugares, comidas, amaneceres, puestas de sol… Yo te veía mejor aspecto, más animado y fuerte. Tanto es así que de vez en cuando pensaba si el Altísimo no habría obrado un milagro y te habría curado… Y en esas estábamos cuando sonó tu móvil. Te pregunté con un gesto que quien era, me hiciste una señal con la mano para que esperase. Sólo te oía afirmar muy serio: «sí, sí, sí». Me preocupé. Cuando acabó la conversación tu cara estaba blanca como una pared. Apenas pudiste balbucear: «Era de la clínica, creo ha habido un error. Tengo que hacerme otra vez las pruebas». Y luego, lleno de ira, repetiste varias veces: «¿Un error?» «¿He abandonado mi trabajo y nos hemos gastados los ahorros de toda una vida por un error?» Yo te dije que te calmaras, que no te precipitaras, que fueras positivo, que en el mejor de los casos yo sólo había pedido una excedencia y con mi sueldo podíamos vivir. Pero tú te agobiaste y te enfadaste muchísimo. Golpeaste la mesa. Dijiste que los demandarías, que había sido injusto hacernos pasar por todo esto para nada… Y entonces sucedió. De repente te costaba respirar. Te tocabas el brazo izquierdo, te llevaste la mano al pecho y antes de darme cuenta te derrumbaste.

Llamé a urgencias. Vinieron enseguida. Estuvieron treinta minutos reanimándote pero no pudieron hacer nada. Habías sufrido un infarto agudo de miocardio. Y unos segundos después habías muerto.

A pesar del tiempo transcurrido, ‘la ridícula idea de no volver a verte’ me sigue rondando continuamente la cabeza. Todo me parece ridículo e insensato y no puedo dejar de pensar en la absurda circunstancia de tu muerte. Y aunque ha pasado casi un año, no he dejado de extrañarte y mitigo mi soledad recordándote y recordándonos.

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