Tu recuerdo inapelable

Aquella fue nuestra última noche. La butaca pegada al borde de tu cama, y bajo las sábanas, las yemas de mis dedos rozando las tuyas. No quería avergonzarte hijo. Ya sé que disimulabas y hacías como  si te molestaran mis muestras de cariño, tal vez exageradas a veces. Pero  me quedaba muy poco tiempo junto a ti. A pesar de luchar con todas tus fuerzas, la dama de negro te había visitado varias veces,  te hacía guiños, y aunque que tú querías escapar, ya estabas sentenciado. Tú respiración se pausaba, se detenía. Apenas sin aliento me llamaste para balbucear palabras que no comprendí. Me acerqué a tu oído para dejarte ir en paz con todo mi amor por compañía…Y te marchaste aquella mañana de febrero, gris, aunque tibia y soleada. Fría, aunque cálida y dulce.

Y te dejamos en la orilla de la playa convertido en centinela, en el guardián que custodia aquellos mares. Tierra a la tierra, polvo al polvo. Y allí estás hijo, allí vives porque aunque te fuiste te quedaste. Aunque te marchaste volviste. Aunque no pueda verte te tengo y te retengo como una melodía en mí memoria.

©lady_p

Participación en ENTC de la mano de Horacio: «No moriré del todo».

Noviembre

Fotografía: lady_p

Noviembre comienza su andadura con la celebración de los Tosantos y el Día de los Difuntos, ambas festividades precedidas por la noche de Haloween, una fiesta importada de los países de habla inglesa, de origen pagano, que surge como producto de la cristianización de la fiesta del final del verano que marcaba el inicio del año nuevo celta.

Es por tanto un mes marcado por las tradiciones y con una fuerte impronta procedente de la cultura judeo-cristiana del mundo occidental.

Pero la mayoría ignoramos que noviembre es un mes pleno de celebraciones nacionales e internacionales que festejan acontecimientos tan dispares como la ‘concienciación de los Tsunamis’, ‘el día de los Payasos’, ‘de la adopción’, ‘de las magdalenas de vainilla’, `’de los huérfanos’, ‘de la filosofía’, ‘del saludo’, ‘de Mickey Mouse’ y hasta ‘de la bondad’. Prácticamente cada día del mes cuenta con varias celebraciones simultáneas en diferentes países del mundo.

Tanta festividad se dejan ver en el contexto de las ciudades, que teñidas de otoño, destilan aromas diversos, que a mi personalmente, me trasladan a la niñez.

Lo primero que me llega es el olor a castañas asadas. Como en los cuentos de Dikens, algunas vendedoras –señoras mayores con guantes de medio dedo- aprovechan para ofrecer cucuruchos de castañas recién asadas, que antes de calentar nuestro estómago, templan nuestras manos del frío que anuncia la proximidad del invierno.

Recuerdo las flores, protagonistas indispensables en noviembre. Las floristerías, conscientes del papel simbólico que encierran, llenan las calles de color y se muestran dispuestas a hacer su agosto, pues muchas personas, siguiendo la tradición cristiana, se acercan a los cementerios para arreglar y adornar las tumbas de los familiares fallecidos.

Y junto a las flores la gastronomía ocupa un papel principal, particularmente la repostería. Y es que en el pasado solía celebrarse una noche de vigilia, con abstinencia de carne, antes del día de Todos los Santos, durante la cual la familia se reunía para rezar y recordar a los muertos. La ausencia de carne se suplía con otras delicias culinarias que han marcado la tradición de estas fechas como los buñuelos, huesos de santos o pestiños, entre otros.

©lady_p     

¡Si te gustó vota o comenta!

Participación en ‘Relatos Jueveros’, esta vez y desde el blog de ‘Molí del Canyer’, bajo el título NOVIEMBRE .

Una mirada desde los ojos de Abdul…

Imagen: Internet

Este relato no es una ficción, es una historia real escrita hace tiempo (reescrita ahora) basada en una experiencia personal durante una larga estancia como acompañante en el hospital.

Cuando entramos en la habitación él se ocultaba tras la cortina blanca que separaba las dos camas. Apenas podía ver la mitad de su cuerpo que casi no abultaba bajo las sábanas. Luego, mientras colocaba la ropa y nos instalábamos pude ver su figura, aunque no su rostro, que permanecía escondido tras un libro pequeño que sostenía tembloroso entre sus manos y que acercaba a los ojos para poder leer. Sobre la frente comprobé una parte de sus gafas, y un pelo negro, espeso y ondulado por el que asomaban las primeras canas, delataba que no era muy mayor.

Al cabo de un rato se levantó y pude verlo en pie: enjuto, delgado, débil y lento en sus movimientos, arrastraba los pies calzados con unas chanclas de goma con calcetines, mientras se apoyaba en un andador para poder desplazarse. Saludó tímidamente, con voz baja y asintiendo con la cabeza…Así, de esta guisa, se paseaba arriba y abajo por el largo pasillo de la quinta planta…Mientras se alejaba comprobé que su pelo oscuro -conservado a pesar de la enfermedad- destacaba entre el resto de enfermos a los que agrupé en el denominado cariñosamente por mí “el club de las cabezas rapadas”, en el que destacaba como una nota disonante en aquella sinfonía: una negra en contrapunto a una melodía de redondas y blancas…

Abdul –que significa “siervo de Dios” en árabe- posee una historia corriente, aunque para mí es especial porque es cercano y me tocó la fibra. Marroquí de un pueblecito próximo a Casablanca, llegó a España buscando una vida mejor, ignorando que sería aquí, en este país, donde descansarían sus huesos, seguramente en una fosa común, porque nadie lo podría reclamar por falta de medios para llevárselo. Este era su dilema: no podía irse por estar enfermo, necesitado de hospitalización y cuidados paliativos que en su país no tendría, pero a cambio debía afrontar sólo su desgraciado destino.

Al día siguiente cuando despertó me pidió perdón porque hablaba en voz alta mientras dormía. Le dije que sí, que era verdad, pero que estuviera tranquilo porque soñaba en árabe. Él me miró y sonrió aliviado al tiempo que saludaba levantando la mano...

Una vez presentados y compartida esa primera noche, estuvimos charlando. Pensé que sería grato para él hablar de su país de origen. «¿Eres marroquí verdad? –le pregunté». Asintió con la cabeza y me dijo un nombre de ciudad que no entendí aunque mencionó Casablanca y entonces le contesté que había estado allí.

−¿Tú conoces Marruecos? -me preguntó con una media sonrisa.

−Un poco. He ido un par de veces -contesté.

Y le conté mi viaje.

Le narré las ciudades visitadas, mencionando los lugares que más me habían gustado. Alabé la belleza de sus paisajes, la riqueza de sus monumentos, la exquisitez de su gastronomía. Él escuchaba atento como un niño, con una sonrisa dibujada en su boca desdentada. Señalé todas y cada una de las bondades de su país, insistiendo en que volvería en cuanto tuviera ocasión.

Y mientras acabo los ojos de Abdul se enturbian tras este rápido viaje a través de la memoria. Y enseguida se recoge de lado en su cama, cierras los ojos y se duerme plácidamente como un niño a quien acaban de leer un cuento…

Abdul murió pocos días después, quien sabe con esta melodía en su cabeza…Nunca he podido olvidar su sonrisa amable, la ternura de tu rostro, su mirada y ese pequeño viaje compartido, el mismo que apenas por unos instantes nos sacó de aquella habitación de un hospital y nos trasladó a lugares de ensueño…

De Abdul aprendí que no tener nada no está reñido con darlo todo. Que la gratitud y la valentía son valores universales y que uno puede ser pobre pero digno.

Han pasado algunos años, aunque de vez en cuando como ahora, con el actual conflicto en Próximo Oriente como ruido de fondo, las noticias nos muestren imágenes de personas que como Abdul, se ven obligados a abandonar su tierra (o eso intentan) para buscar un lugar en el mundo donde vivir en paz y un poquito mejor.

©lady_p

Carpe diem

Sugerencia de escritura del día
Cuéntanos una lección que te gustaría haber aprendido antes.

No sé por qué vinieron a mi cabeza algunas películas o series que juegan con la idea de controlar el tiempo. Máquinas o coches que regresan al pasado o impulsan al futuro. La conclusión suele ser siempre la misma y es que resulta peligroso alterar el curso de la historia, trastocar los acontecimientos y cambiar el devenir de los tiempos. Las vidas de todos se entrecruzan, forman una gran red de interdependencia, algo así como un laberinto. Bastaría con poder modificar unas pocas vidas para que se transformara todo el orden natural…

El paso del tiempo da mucho juego, será por eso que a cierta altura de vida una piensa qué diferente sería todo si volviera a tener veinte o treinta años, y a continuación añade: y si fuera posible, conservando la sabiduría de ahora. Claro, porque al mirar hacia atrás lo que más pesa son los errores: lo que se pudo hacer y no se hizo, lo que se pudo decir y no se dijo, lo que tal vez -y digo sólo tal vez- pudo ser y no fue… En definitiva todo aquello que hicimos desde la ignorancia, o la buena fe, o por complacer, o por inercia…Cuando me detengo en esta idea y me da por hacer inventario, me invade cierta nostalgia y hasta una ración de pudor o vergüenza, la misma de la que en su momento no fui consciente.

Con los años todo se relativiza y se aprende a extraer todo lo bueno, lo positivo, todo lo que haya aportado, lo que nos hace mejores y nos ayuda. Aprendemos a ver el lado bueno de todo, incluso de lo malo o de lo menos bueno. Y también a dejar atrás todos los pesos que anclan, inmovilizan e impiden seguir caminando.

La vida fluye constantemente sin detenerse por nada ni por nadie. Nos damos cuenta que no hay más tiempo que este mismo momento en el que escribo, el aquí y ahora, todo lo demás no existe. El pasado se construye conforme sucede el presente y el futuro llega a cada instante. Podría decirse que sólo existe el presente continuo, esa forma verbal que no se contempla en castellano pero sí en inglés para referirse a ‘lo que acontece en el momento exacto en que se habla o escribe’. El mismo sentido que dio el poeta Horacio a la locución latina carpe diem, cuya traducción literal significa ‘aprovecha el día a día’.

Esta sería la lección de vida que me hubiera gustado aprender mucho antes: carpe diem. Me hizo falta más de la mitad de mi vida para aprenderla y la otra mitad, en que estoy, para ponerla en práctica…

©lady_p

Sin rencores…

Sugerencia de escritura del día
¿Guardas rencor por algo? Cuéntanos por qué.

Como todo el mundo tengo virtudes y defectos, pero afortunadamente no padezco el terrible cáncer del rencor. Sí, ya sé que suena un poco fuerte pero es así. Dicen que el cáncer es ‘la enfermedad silenciosa’ y el rencor también. Podría estar frente a alguien comido y recomido por el rencor y no tener ni idea, porque así de entrada, aparentemente, no hay señales, ni signos que lo indiquen a no ser que conozcas bien a esa persona.

El rencor o resentimiento es una emoción negativa, nociva y dañina que sólo destruye a quien la padece y que produce un enorme sufrimiento, por no hablar de la energía que consume pues la persona imagina y proyecta sin cesar en su cabeza, mil formas de elaborar el ansiado antídoto de la venganza. Aunque, no obstante, me temo que nada satisface ese deseo insaciable de consumar la vendetta, porque una vez llevada a cabo, el monstruo voraz de la animadversión continuará desafiante, ávido de múltiples represalias sin que nunca se dé por satisfecho.

El rencor junto a la envidia y la avaricia son, entre otras, terribles lacras de las que afortunadamente la naturaleza me ha salvado aunque me otorgó otras. Y sí, he conocido a alguna persona que sufría de estas emociones adversas e insanas y he sido testigo de un dolor que se intensifica frente a la felicidad ajena, sobre todo de quienes están en su diana. Desgraciadamente tuve que apartarme de su camino para no ser arrollada y porque la toxicidad contamina.

Hay una fábula que ejemplifica con enorme claridad esta emoción:  

Dos hombres habían compartido injustamente una celda en prisión durante  varios años, soportando todo tipo de maltratos y humillaciones. Una vez en libertad, se encontraron años después. Uno de ellos preguntó al otro:

– ¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros?

– No, gracias a Dios ya lo olvidé todo –contestó-. ¿Y tú?

– Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas –respondió el otro.

Su amigo lo miró unos instantes, luego dijo:

– Lo siento por ti. Si eso es así, significa que aún te tienen preso. 

Personalmente he vivido situaciones emocionalmente complicadas, y sinceramente, explorar la vía del perdón ha resultado absolutamente sanador por lo que la considero totalmente recomendable para gozar de una buena salud emocional.

En todo caso, lo dicho, se vive mejor mejor sin rencores…

©lady_p

¿Que cómo me siento?

Sugerencia de escritura del día
¿Cómo te sientes ahora mismo?

Podría resumir diciendo que paso un momento plof… Después de estar un mes con la familia, cuesta retomar la rutina. Y es curioso porque soy yo quien la impone y soy yo quien maneja los tiempos a su antojo. No obstante siento melancolía y nostalgia: de las voces que no se oyen, de las risas que no suenan, de los amaneceres tardíos, de los desayunos tranquilos, de las largas sobremesas, de las idas y venidas, de las entretenidas tertulias sobre la actualidad, de las bromas desatadas, de los desfiles de ropa, de esa constante presencia e incluso de la ausencia momentánea…

©lady_p

Tener un blog…

Sugerencia de escritura del día
¿Por qué tienes un blog?

Llevo muchos años escribiendo diarios, relatos, cuadernos de viaje…Eran cuadernos manuscritos y decorados a mano. Una obra de artesanía que disfrutaba de principio a fin. Los más íntimos los escondía en algún lugar secreto de mi habitación, fuera del alcance de miradas que no me interesaban. Con los años me deshice de ellos. Demasiada intimidad para que cayeran en manos ajenas. Descansé cuando los quemé aunque con ellos se fueran mis despertares adolescentes, mis primeros deseos, mis tempranos amores…Luego el trabajo y la familia me entretenían demasiado. Y entonces llegó internet y con él el anonimato y un lugar donde escribir sin nombre. Así abrí mi primer blog hace la friolera de diez años, en el momento más terrible de mi vida, cuando más necesitaba expresar, contar y sanar. Mi primer blog fue una bitácora amiga, un refugio, un espacio  terapéutico que formó parte de mi proceso de reinvención. Afortunadamente esa etapa quedó atrás y ahora el blog cumple otras funciones y objetivos.

Tener un blog es algo así como poseer una parcela propia en tierra de nadie. El espacio virtual de internet es un universo infinito cada día más colonizado por las redes sociales, los bancos, las empresas, mensajerías o  correos, todo ello circundado por un ejército de nubes cargadas de información, muchas de ellas alquiladas por particulares para guardar imágenes y misterios. No quiero imaginar qué sucedería si esas nubes colisionaran, estallarán y expulsaran cuanto contiene. Si algo así sucediera se produciría un gran cataclismo mundial, un desastre, teniendo en cuenta que custodian los secretos de estado y que muchas grandes empresas y bancos guardan ahí toda la información…¿Asusta eh?

A pesar de todos estos riesgos y teniendo en cuenta todos estos enigmas, lo primero que me movió a crear a blog fue mi afición por la escritura. En realidad es algo que siempre he hecho para mí misma. No obstante y digan lo que digan, en el fondo a todo escritor aficionado o profesional, le apetece ser leído y no para que lo halaguen sino para sentir que sus opiniones, pensamientos o ideas son compartidas, que cada texto tiene destinatarios propios aunque no estén de acuerdo o lo aprueben. Así que tengo un blog porque me gusta escribir y considero que éste puede ser un vehículo para llegar a esos lectores anónimos, navegantes e internautas que pululan por la red, a veces sin rumbo ni destino, con la esperanza de que tropiecen con él y una vez hecha la parada lo lean, y con suerte, lo compartan.

©lady_p

Norte y Sur

Sugerencia de escritura del día
¿Qué es lo que te gusta del lugar donde vives?

Vivo en el sur del Sur, en la costa.  Aunque no nací en esta localidad creo que ya la considero  mi ‘patria chica’. Al principio, cuando llegué, siempre aclaraba que no era de aquí aunque no me lo preguntaran. Sentía algo así como si fuera una deslealtad no mencionar mis verdaderos orígenes. Pero con los años esa especie de deuda se difuminó: una puede ser de muchos sitios si vive en ellos y se identifica con ellos, máxime cuando se trata de lugares tan cercanos. Al fin y al cabo ¿qué son las fronteras sino demarcaciones territoriales administrativas establecidas por conveniencias varias de quienes gobiernan? En fin, vivo muy al sur aunque también soy norte porque de allí proceden mis ancestros. Norte y sur son conceptos relativos que dependen mucho de nuestra situación en el mapa. Pero si nos situamos en la Península, en el sur nací, me crie, estudié, formé mi familia, están mis amigos y sobre todo mi casa, mi hogar, mi refugio…Aquí están la mayoría de las personas a quienes quiero y mis ausentes, mis muertos, a quienes sigo queriendo desde el recuerdo.

Pero definitivamente una es de donde tiene su refugio. Y el refugio es el hogar transformado, metamorfoseado, es el hogar vacío después de la catarsis, el que se conforma cuando los polluelos abandonan el nido al que regresan de vez en cuando para reclamar altas dosis de amor, de cariño, de besos y abrazos, todo inyectado en vena con urgencia porque el tiempo apremia y de nuevo se marchan.  El refugio es una proyección de quienes somos, más aún, de quienes nos hemos convertido, de quienes acabamos siendo una vez vivida la mayor parte de la vida. El refugio refleja la esencia de un yo forjado, deconstruido y reinventado.  

Lo que más me gusta de este lugar es la cercanía al mar. El mar es un referente sin el que me resultaría difícil vivir y que añoro cuando viajo al interior. Cuando vuelvo, según me aproximo a casa me llega el olor a sal y eso me hace saber que ya estoy en el lugar al que pertenezco. Apenas a cinco minutos en coche están las playas. Allí me esperan siete kilómetros de costa para pasear nueve meses al año. Los otros tres forman parte de lo que no me gusta, de lo que me agobia y hasta me repele: esos meses de intenso verano en que la localidad triplica su población, se llena de foráneos y casi no cabemos.

No obstante además del mar este lugar me ofrece otras interesantes bondades: la cercanía a parques naturales, inmensos pinares, salinas, marismas. Naturaleza plena apartada de la intervención humana donde las aves mantienen su hábitat y viven en absoluta libertad.

Y para concluir este rinconcito del mapa cuenta con una historia milenaria de pueblos y culturas que nos han visitado, algunos de cuyos vestigios conservamos. Llegaron por tierra pero sobre todo por mar, nos conquistaron y nos dejaron un inmenso legado que constituye una parte importante de mi propia identidad.

©lady_p

30 cosas me me hacen feliz…

Sugerencia de escritura del día
Di 30 cosas que te hagan feliz.

A lo largo de la vida me han hecho felices muchas cosas, quizá más de 30. He tenido momentos sublimes e irrepetibles, de esos que sólo se dan una vez en la vida y por eso no aparecen en la lista. Hablamos de la felicidad de andar por casa, supongo, la que nos llega a través de las cosas cotidianas y sencillas, las mismas que hoy por hoy, más que felicidad me producen bienestar o tranquilidad y me parecen un regalo. El término felicidad me lo reservo para esas ocasiones excepcionales antes mencionadas y por ello escasas, exclusivas y únicas. La felicidad es apenas un instante. Estoy por creer que no soportaríamos una felicidad prolongada, una emoción de tanta intensidad. Es un clímax que se alcanza muy de vez en cuando. Lo que permanece y se prolonga es el sabor tras haberlo degustado… Estas treinta cosas me han hecho feliz más de una vez a lo largo de mi vida, algunas todavía me dejan ese regustillo para que me relama. aunque sea muy de tarde en tarde. Respecto al orden es absolutamente aleatorio, o sea que las he escrito conforme he ido recordando y me han ido viniendo a la cabeza…

1.-Amar/2.-Contemplar una puesta de sol/3.-Viajar/4.-Compartir una buena mesa/5.-Comer ostras con ribeiro blanco/6.-Contemplar la naturaleza/7.Una conversación interesante/8.Una mirada/9.-Conquistar/10.-Conducir/11.-Escribir/12.-Una siesta/13.-Pisar la nieve/14.-Bañarme en la playa desnuda/15.-Un buen vino en buena compañía/16.-Viajar sin destino/17.-Una canción/18.-Una sonrisa/19.-Estar con mis hijos/20.-Llevar a mi nieto al cole/21.-Cocinar para mi nieto/22.-Hacer fotografías/23.-Compartir juego de mesa con mis hijos/24.-Estar a solas en mi estudio/25.-Reunirme en familia/26.-Sorprender/27.-Regalar/28.-Levantarme temprano para ver amanecer/29.-Desayunar porras/30.-Asistir a una ópera.

Y citando a Jean-Paul Sartre, la «felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace» Este maravilloso pensamiento encierra algo de lo que nos olvidamos muy a menudo: la importancia de estar a gusto con lo que tenemos y con lo que hacemos…

©lady_p

‘Habitación propia’

Imagen: Internet

Cuando nos mudamos a esta casa mis hijos adolescentes vivían conmigo. Cada uno tenía su propio dormitorio así que tuve que apañarme con el salón o la cocina, haciéndome hueco en una u otra mesa para corregir exámenes o realizar cualquier otra tarea. Por aquel entonces escribía poco pues el tiempo no daba para más.

Pero mis hijos crecieron, se fueron a la Universidad y salieron de casa. Fue entonces cuando acomodé un espacio para mí. No necesitaba mucho: unas estanterías y un tablero de IKEA sobre un par de caballetes y paredes blancas que decoré con corcheras llenas de fotos y varios posters. Lo suficiente para crear un ambiente agradable en la que ha sido, desde entonces, mi ‘habitación propia’. Un lugar de encuentro con mis cosas y conmigo misma. Una especie de refugio donde dar riendas sueltas a la imaginación…

No es muy grande pero tiene mucha luz. Tanto es así, que tuve que cambiar la posición de la mesa porque el sol de cara era muy molesto y no me dejaba ver la pantalla del ordenador, eso por no hablar de las sombras que los objetos proyectaban sobre la superficie del tablero, por cierto, siempre ordenado, colocando a derecha e izquierda la impresora, un atril, algunos cuadernos, material de papelería en cajitas de diversos tamaños y una foto de mis hijos cuando eran pequeños. Todo está memorizado de manera que solo tengo que extender la mano hacia un lado u otro, en función de lo que necesite. En el centro la pantalla del ordenador, el teclado y el ratón. Detrás, libros apilados en las diferentes baldas de un estante blanco, con cajones que contienen objetos y recuerdos varios.

Como vivo en las afueras, el paisaje que diviso desde la planta superior de la vivienda, no es urbano: una carretera que conduce a las playas, los tejados de las casas de enfrente y palmeras, bastantes palmeras, entre las que despunta el sol cada mañana. Los ruidos son escasos -excepto en verano- y en primavera el canto de los pájaros suena como una sinfonía de fondo. Con los años me he acostumbrado a trabajar en silencio.

Por edad pertenezco a la generación de la pluma y el papel. También uso mucho el lápiz, de manera particular para tomar notas cuando alguna idea acude a mi cabeza. No obstante, y por economía de tiempo, hace ya algunos años que comencé a escribir directamente en el ordenador. Y aunque las nuevas tecnologías salieron a mi encuentro, reconozco que despertaron mi curiosidad desde el principio. Será por eso que me desenvuelvo con una soltura suficiente para cubrir mis necesidades y resolver con autosuficiencia aunque, por supuesto, tengo límites.

Escribir constituye un acto de reafirmación de mí identidad al que precede un ritual, una ceremonia preparatoria, cuya finalidad no es otra que crear un clima adecuado y propicio para abrir la mente a la inspiración. Afirmaba Graham Greene quedó “las personas reales están llenas de seres imaginarios”. Pues bien, es aquí, en esta habitación recogida, ordenada y silenciosa, donde de cuando en cuando, algunos de ‘esos seres’ despiertan mi imaginación… Y entonces escribo.

©lady_p