Una clase de historia…

Desde el blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de este mes de julio nos invita a escribir sobre una ‘receta’ de cocina que sirva de contexto a un relato.

Los alumnos apenas prestan atención en clase de historia. A la mayoría les parece aburrida y desfasada. No entienden el tópico de ‘mirar el pasado para comprender el presente’ porque su presente resulta demasiado inmediato y transcurre en un día a día atendiendo a los aspectos más recurrentes de sus vidas, centrados sobre todo, en los amigos y en pasarlo bien.

Puede que tenga algún efecto hacer una comparativa entre las vidas en el pasado y las suyas propias. Esa doble imagen les hace pararse a pensar en lo costoso que resultaba vivir entonces, el reto que representaba, los peligros que se padecían, la fragilidad de la propia vida y las escasas expectativas que los chicos de su edad tenían, sin ir más lejos, y por poner un ejemplo, en la antigua Roma.

Justo en aquel momento de la explicación, Pablo, sin cortarse un pelo, saca un bocata de tortilla adquirida en la cantina del instituto, recién hecha. Le pega un buen mordisco y habla con la boca llena para preguntar: «¿Y qué se comía entonces? ¿Ya existían las tortillas de patatas?». Le contesto que en la antigua Roma no. Pero que circulan varias teorías sobre sus orígenes, naturalmente siempre posteriores al descubrimiento del Nuevo Mundo, de donde los españoles importaron la patata.

Durante muchos años se consideró que este manjar había sido un invento impulsado por un general guipuzcoano en tiempos de guerra, quien preocupado por alimentar a sus tropas con un alimento contundente y barato, encargó a una campesina que ideara algún plato con estas características y que fue a ella a quien se le ocurrió esta mezcla de huevos y patatas, cosa que sucedió a finales del siglo XVIII.

Pablo insiste: «Entonces ¿Cuál era el plato más exquisito para los romanos?» Les explico que curiosamente, a escasa distancia de dónde vivimos, se elaboraba una de las recetas más deliciosas y conocidas en la Roma Imperial: el ‘garum’. Un alimento tan apetitoso como codiciado entre las élites romanas, comparable a cualquiera de los platos actualmente premiados con una Estrella Michelin y elaborado a partir de los restos del pescado capturado en aguas del Estrecho de Cádiz. Hoy en día sería considerado un menú de ‘cocina inteligente’ que pretende aprovechar todos los recursos.

A continuación les explico cuáles son los ingredientes: vísceras de pescado (sardinas, boquerones, pescado de roca…); sal gruesa; aceite de oliva  e hierbas aromáticas. Les comento la receta. Y aunque la elaboración en casa es complicada (pero no imposible), algunos se comprometen a intentarlo como proyecto de recuperación durante el verano.

De repente suena el timbre para ir al recreo. Todos comentan animados y enseguida sacan sus bocatas de las mochilas dejando en el aula un rastro de aromas diversos que hacen salivar e incitan el apetito: la clase ha terminado. 

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El trasplante

Desde el blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de este mes de mayo nos invitan a escribir sobre una historia de terror en el que participe algún animal de apariencia dulce y amigable…

Félix padecía una estenosis mitral, una cardiopatía cuya curación venía de la mano del implante de una válvula ovina, intervención que para cualquier cirujano vascular no revertía mayor importancia. De manera que, en principio, aparte de los riesgos que cualquier operación conlleva, todos estaban seguros y tranquilos de su probable éxito. Y llegado el día señalado Félix ingresó en el hospital para, apenas unos días después, estar de vuelta en casa feliz y satisfecho ante las buenas expectativas.

Pasado el primer mes y tras la primera revisión, comenzó a tener sensaciones extrañas. No podía concretar qué le pasaba pero no se sentía del todo bien. En la garganta, y cada vez que debía contestar ‘sí’, advertía una especie de burbujas y balbuceo, al tiempo que notaba que debía hacer un gran esfuerzo para pronunciar la partícula afirmativa: un alto y claro ‘sí’ se convirtió así en todo un reto. Y por si no fuera poco, experimentaba ciertos picores en brazos, piernas y cabeza que le obligaban a rascarse continuamente, sobre todo por las noches.  

Al principio no quiso darle importancia, pero pasado el tiempo y ante unos síntomas que iban in crescendo, comenzó a preocuparse.  Hasta que una mañana su mujer le preguntó si quería desayunar y él al querer contestar afirmativamente, lo hizo con un nítido balido: “¡Beee!”

La mujer, que no daba crédito a lo que había oído, insistió:

−No te he entendido bien ¿quieres desayunar querido?

−¡Beee! –volvió a contestar con gesto de notable extrañeza.

Félix saltó de la cama no sin antes comprobar que sus piernas y brazos comenzaban a cubrirse de una pelusa blanca y espesa. Sorprendido y algo atemorizado, compartió con su mujer su inquietud ante todas aquellas señales y ambos decidieron ir rápidamente al médico para que le diera una explicación.

El médico escuchó con atención su relato e hizo varias  preguntas sobre cuestiones que requerían una respuesta afirmativa a las que, efectivamente, Félix contestaba balando. Después le hizo un reconocimiento, varias pruebas y análisis de aquel extraño vello que lo recubría, comprobando que se trataba de una incipiente lanilla. Luego se introdujo en el sistema para ver su historial clínico donde comprobó la reciente reposición de la válvula mitral por una ovina. Fue entonces cuando le miró fijamente y emitió un claro diagnóstico:

−Siento mucho comunicarle que padece una enfermedad que en medicina conocemos como ‘síndrome verborreico y ovináceo’ a consecuencia del implante. A veces sucede que el ADN de la oveja contamina el del paciente injertado y suceden cosas como estas. No tiene tratamiento. Es un extraño padecimiento que se produce en uno de cada mil casos de trasplante. Tendrá que tener paciencia. Puede ser temporal y reversible o definitivo, eso el tiempo lo dirá. No quiero contarle qué hubiera sucedido si la válvula hubiera sido ‘bovina…’ ¿Comprende lo que le digo?

−Beee, beee… Contestó Félix resignado mientras se rascaba unas pequeñas prominencias que comenzaban a surgir de ambos lados de su cabeza…

©lady_p

La invitación

Desde el blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de este mes de marzo nos invita a imaginar una cita después de Recibir una carta escrita con una letra manuscrita preciosa,
¿quién escribe a mano hoy en día?
El texto es breve y claro:
El escribiente anónimo te invita a cenar al restaurante X

Encontré la invitación debajo de la puerta de entrada. Venía en un sobre de color azul, mi favorito. Dentro, escrito de puño y letra con una escritura firme y con personalidad, había una invitación a cenar en un conocido restaurante local, para el próximo sábado. La contraseña sería un libro y una flor. Yo debería ir vestida de negro y llevar “Mujercitas” y una rosa blanca. Él supuestamente llevaría “La Odisea” de Joyce y un lirio blanco. Aquellos libros tenían un especial significado para mí.  

Dudé sobre si aceptar o no ¿ quién podría ser tan atrevido anfitrión que me invitaba de manera anónima e incluso dejando instrucciones sobre el atuendo? Si me conocía ¿por qué no acercarse y hablar? A fin de cuentas nada mejor para conocer a alguien que el método tradicional: o sea una buena conversación en directo. Esa es la manera más segura para una primera toma de contacto. Mirar a los ojos, observar los gestos, la forma de hablar, los detalles. En fin, todas esas cosas que nos dan pistas sobre cómo puede ser un desconocido. Así que pensé que había alguna razón por la que no se atreviera a acercarse directamente a mí. Las casualidades no existen…

En fin que pasé varios días dándole vueltas al asunto y dudando sobre si aceptar la invitación. Pero la curiosidad me pudo.

Y cuando me levanté el día ‘d’, fui a la peluquería y a una floristería para comprar una rosa blanca. Preparé todo y lo puse encima de la cama. Sólo quedaba esperar unas horas que, dicho sea de paso, pasaron con cierta lentitud. Finalmente me vestí, cogí el libro y la rosa y salí de casa dispuesta a vivir la aventura.

Cuando llegué al restaurante miré por la ventana y comprobé que el salón era bastante pequeño y estaba vacío. Entré. De inmediato el metre me condujo a otro salón interior, a un reservado, dónde tampoco había nadie. Pedí un vermut y me dispuse a disfrutarlo sin quitar los ojos de la única puerta  del local.

Unos cinco minutos después entró una señora. Vestida de negro, con el mismo libro y la rosa blanca. Ocupó una segunda mesa. A continuación llegó otra, también de negro, con el libro y la rosa. Me pareció una burla, pero me quedé sentada, esperando a ver qué pasaba. Pasados un par de minutos entró otra, otra y otra más. Así hasta que en cuestión de diez minutos las mesas se llenaron de mujeres de negro, y sobre cada mesa, a la vista, un ejemplar de “Mujercitas” y una rosa blanca. Todas nos mirábamos con casa de sospecha. Hasta que de pronto el metre se colocó en el centro y dijo:

−Atención señoras. Con todas ustedes el anfitrión: el famoso fotógrafo Chema Madoz, quien con vuestro permiso os hará una fotografía para celebrar el centenario de la publicación de “Mujercitas” y optar al libro de los Guinness.  

La puerta se abrió y apareció un señor trajeado de negro con un ejemplar de “La odisea” de Joyce y un ramo de lirios blancos en las manos. Mientras nos entregaba uno a cada una, se disculpaba por la forma en la que nos había convocado y nos convenció de que consideráramos un honor posar para tal evento, explicándonos que nos había elegido personalmente a cada una. Tras él un equipo de fotógrafos se acercó dispuesto a inmortalizar el momento…

Al día siguiente la prensa, la radio y la TV se hicieron eco de semejante suceso y la foto lució en las portadas de las más prestigiosas revistas nacionales y extranjeras. La cita resultó, finalmente, inolvidable. 

 ©lady_p