Falsa noticia

En ‘Vadereto’ de este mes de julio se nos invita a escribir sobre una ‘ crónica peridística’ o una ‘noticia’.

Fermín llevaba días preparando el viaje. Por fin ahorró lo suficiente para viajar en el lujoso tren Al-Ándalus. Siete días que le llevarían desde la metrópolis andaluza a la capital de España, parando en ciudades cargadas de arte y de historia…Fermín se había prometido este regalo tras la jubilación, y aunque habían pasado algunos años, el sueño estaba a punto de cumplirse.

Llegó a la estación con algo de tiempo. Todo el mundo se mostraba especialmente amable, solo que algo no le encajaba pues todos le llamaban Míster y el corregía: no, Sr. García, Fermín García. Entonces el botones o la azafata de turno le giñaba un ojo y repetía: claro, claro, como usted desee Sr. García…

El camarote era más espacioso de lo que pensaba. Tapizado en madera oscura ofrecía diferentes espacios para dormir, para el aseo y para descansar o pasar un rato leyendo. El colchón resultó confortable y cómodo. Durmió del tirón hasta que los primeros rayos se colaron por las rendijas de la ventanilla. Los nervios del viaje y el suave traqueteo, sumieron a Fermín en un agradable y reparador descanso.

Tras el aseo se dirigió al vagón restaurante. De nuevo comprobó una amabilidad desmedida, además de despertar a su paso las miradas curiosas de todos, particularmente de las señoras que cuchicheaban al pasar. Por un momento llegó a considerar que tuviese alguna mancha, o se hubiera dejado la bragueta abierta -cosa que comprobó de inmediato con disimulo- pero no, todo estaba bien, ¿por qué entonces despertaba tanta curiosidad su persona? La respuesta llegó unos días después de la mano de una dama con quien amablemente compartió mesa en un comedor abarrotado de pasajeros:

−¿Le importaría compartir mesa? Viajar solo también tiene desventajas y hoy parece que todos hemos querido comer en el primer turno…

−No, por favor, siéntese. Será un placer almorzar acompañada. Soy Amanda Orozco y usted es…

−Fermín, Fermín García.

La comida transcurrió entretenida y amable. Ambos rieron y despertaron las miradas del resto de pasajeros.

Al día siguiente Amanda se dirigió de nuevo a la mesa de Fermín:

−¿Puedo? –dijo señalando el asiento.

−Claro Amanda, somos dos alamas solitarias… 

−Ya que tenemos cierta confianza –dijo Amanda bajando el tono de voz- ¿me permite una pregunta? ¿nunca le han dicho que es clavadito a Liam Neeson, el actor? 

−Pues no la verdad. Pero ahora que lo menciona, ¿de verdad me parezco tanto?

Amanda sacó el móvil, buscó una foto del actor y se la enseñó:

−Juzgue usted mismo…

Fermín abrió la boca y balbuceó diciendo: «no puede ser, si soy yo…! Claro, por eso tanta atención y amabilidad… Ahora lo comprendo…»

Amanda sonrió mientras colocaba una revista sobre la mesa:

−Y no queda ahí la cosa. Mire la noticia −afirmó sonriente mostrando uno de los principales periódicos nacionales:  

«Sevilla, 1 de mayo de 2025. El famoso actor Liam Neeson cazado en la Estación de Santa Justa, en la capital andaluza, cuando se disponía a coger el tren Al-Ándalus para efectuar recorrido por diversas ciudades españolas. A tenor de las declaraciones de los pasajeros, el actor británico viaja de incógnito bajo el seudónimo de Fermín García. Fuentes de primera mano también aseguran que le han visto en compañía femenina y que el actor domina nuestro idioma a la perfección ¿Habrá elegido el cineasta nuestra ciudad para un nuevo romance?». La noticia iba acompañada de una foto del ‘supuesto actor’ junto a Amanda, brindando en el vagón comedor del tren.

Amanda y Fermín rieron a carcajadas y desde entonces no se han separado dando pábulo a la prensa que siguió alimentando el bulo hasta que el verdadero actor envió una nota de prensa desmintiendo la falsa noticia.

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Un cadáver junto al río

Desde el blog ‘Acervo de letras’ en la convocatoria Vadereto de este mes de marzo, se nos invita a escribir un texto en el que uno de los protagonistas sea un ‘río’.

El río serpenteaba ladera abajo hasta llegar al valle. Los primeros rayos del amanecer despuntaban en el pueblo. Todo estaba en calma y nada parecía presagiar una jornada anormal hasta que Aquilino apareció cerca del bar jadeando y repitiendo una y otra vez: «¡Un cadáver, un cadáver!».

Enseguida salieron a su encuentro el alcalde y unos cuantos vecinos que desayunaban tranquilos antes de comenzar la jornada.

−A ver Aquilino, tranquilízate y cuéntanos. ¿Qué ha pasado? –aseveró el alcalde apurando la humeante taza de café.

−Paseaba por la orilla del río con el perro como cada mañana, cuando de repente salió corriendo, le seguí y me llevó hasta encontrar un cuerpo. Es un hombre de mediana edad. Pero no lo he reconocido.

−Avisaremos a la guardia civil y al juez para que haga el levantamiento del cadáver –ordenó el alcalde mientras comenzaba a caminar en dirección al río.

Al cabo de una hora se encontraban todos en el lugar de los hechos. Efectivamente el muerto era un hombre de mediana edad. Iba vestido como un pescador y no le faltaba detalle. Sin embargo no portaba cartera ni documento alguno que le identificara, sólo una pequeña llave que escapó de su bolsillo cuya existencia advirtió un periodista con fama de ser demasiado curioso. Excepto para él, la llave pasó desapercibida para todos.

El periodista, obsesionado con el caso, examinó la llave con detenimiento. Parecía de latón y llevaba incrustado un número del que sólo se leían los dos últimos dígitos, ‘05’.

A la mañana siguiente visitó el archivo y la biblioteca, dejándose guiar por su instinto que le decía que en ellos encontraría algunas respuestas. No encontró nada hasta que revisó unos registros y observó una finca identificada con un número que acababa en 05. Y siguiendo su sabueso olfato se dirigió a la propiedad situada en las afueras del pueblo.

Una vez allí comprobó que la casa estaba abandonada. Entró y recorrió las habitaciones. No había nada que le llevara a una pista hasta que dentro de un dormitorio encontró una puerta cerrada. Miró la cerradura y el corazón le dio un vuelco. Probó la llave y la puerta se abrió. Encontró numerosas cajas con documentos, fotos y  algunas armas. Una ver revisados algunas cartas y vistas algunas fotos, el periodista dio por hecho que el pescador formaba parte de aquella red a la que también estaba vinculado alguien del pueblo.

Y a punto estaba de irse cuando advirtió una presencia tras él:

−¡Qué casualidad! Precisamente iba a salir a llamar…

No le dio tiempo a concluir la frase cuando un disparo atravesó su cabeza justo en el entrecejo. Luego la puerta se cerró de nuevo con llave. Y del periodista nunca más se supo.

Pasaron varios años hasta que unos niños jugando descubrieron la habitación secreta con los restos del cadáver. Esta vez nadie pudo impedir que la policía investigara a fondo y enseguida corrió la voz sobre aquella posible red secreta y sus implicados…

Aquel mismo día, al anochecer, sonó un disparo en casa del alcalde. Dos vecinos se acercaron a ver qué pasaba y lo encontraron muerto sobre su escritorio, con un disparo en la sien y una confesión escrita en la mano. Finalmente el caso se había resulto.    

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El trébol de cuatro hojas 82): Renacimiento

desde el blog ‘Acerbo de letras’ el Vadereto de este mes de enero se inspirará en la idea del ‘renacimiento

Algunas historias merecen una segunda parte que las completen, las cierren y le den cierto sentido. El relato ‘El trébol de cuatro hojas’ la merece…

Cuando Charly murió una parte de mí murió con él. El mayor acto de amor fue dejarle ir, desprenderme de su mano y despedirme. Luego, sostuve entre mis dedos el trébol de cuatro hojas y lo guardé en un libro y en aquel mismo instante el mundo se detuvo. Esa fue mi percepción. La tierra giraba y giraba y a mí alrededor todo seguía el curso natural de la vida y sin embargo yo vivía ajena, ensimismada, apartada de todo y de todos. Durante mucho tiempo quedé atrapada en una espiral de desconsuelo, de negación, de rechazo y transité por todas las estaciones del duelo en un vía crucis de dolor que intenté sobrellevar con la mayor dignidad posible.

Con el tiempo he conservado el trébol seco entre las páginas de una novela que jamás acabé. Cuando miro la estantería compruebo que sigue ahí, y de vez en cuando lo abro, acaricio cada pétalo con la yema de mi dedo y recuerdo aquel tiempo pasado, aquella noche que se obró el milagro. Entonces me estremezco y siento que un ligero temblor me recorre el cuerpo. 

Recuerdo que cuando todo acabó sentí la necesidad de reclamar para mí grandes dosis de soledad, de estar a solas conmigo misma. Sentía una necesidad imperiosa de recordar constantemente a Charly porque me aterraba la idea de olvidarlo, así que revivía una y otra vez muchos momentos de nuestra vida juntos. De vez en cuando lloraba con desesperación hasta quedar exhausta y después dormida. Y al despertar experimentaba una gran frustración por continuar viva. Durante mucho tiempo confié mi vida al sueño, deseando quedarme en él eternamente. De vez en cuando me refugiaba en los abrazos de los seres queridos que me reconfortaron, y más tarde, me ayudaron a sanar las heridas de un alma hecha trizas que parecía imposible de recomponer.

De la negación a la ira, para pasar a la negociación, la depresión y por fin a la aceptación. Y en cada tramo imprescindible la resiliencia, el esfuerzo, el deseo de superación para alcanzar el renacimiento, la catarsis, el resurgir cual Ave Fénix de las propias cenizas, dejando atrás a Sísifo arrastrando la enorme piedra de la culpa y alzar el vuelo renovada, dispuesta a afrontar la vida con todas las incertidumbres, los miedos, las alegrías y las demás penas y pesares que me tuviera reservada.

Aprendí. Aprendí que se aprende en la dificultad, que valoramos más lo que nos cuesta, que lo peor es todo aquello que pudimos hacer y no hicimos aún más que los propios errores. Y que renacer es darnos una segunda oportunidad para encarar la vida renovada y reinventada aunque llena de heridas y cicatrices. Y algo más: aprendí que mientras lo recordara, Charly permanecería conmigo para siempre.

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La Sibila Priscila

Desde el blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de este mes de junio nos invita a escribir sobre ‘oráculos y Sibilas’.

A la Sibila Priscila le precedía de una larga tradición de mujeres longevas, profetizas, capaces de desentrañar el futuro y predecir acontecimientos con un alto grado de acierto.

Como sus predecesoras y siguiendo la tradición, la Sibila pasaba los días en una gruta situada en las afueras del pueblo. Y como sus antecesoras gustaba del aislamiento y la soledad, estados  que consideraba ideales para preparar su ánimo y su espíritu adivinador.

Aunque Priscila era respetada muchos la tenían por una vieja loca, asocial y rara. Y aunque nadie quería darle pábulo ni creer sus predicciones, eran muchos los que iban a verla a escondidas, cuando presentían ciertos temores o querían conocer su destino. Ella siempre los atendía a cambio de algún presente: ropa o comida. Nunca dinero, pues según decía su sapiencia no tenía precio. Era un don que debía poner al servicio de los demás, por eso sólo aceptaba lo necesario para subsistir.

En sus largas horas de soledad la Sibila Priscila miraba su bola de cristal y consultaba el oráculo en el tarot. En ellos interpretaba el malestar general del mundo: las guerras, las miserias, los terremotos, el hambre, las incertidumbres de los gobiernos… Priscila veía un mundo en ebullición a punto de estallar en pedazos.

Pero los poderes de Priscila iban más allá de las predicciones y profecías, pues además, poseía la capacidad de comunicarse con los animales, una facultad insólita entre las Sibilas.

Un buen día despertó con un extraño presentimiento. Por eso se levantó y corrió enseguida a consultar el oráculo en su bola. Y ahí estaba: un extraño fenómeno atmosférico, acompañado de abundantes lluvias, se acercaba al lugar provocando el desbordamiento del río, que a continuación, engulliría el  pueblo sepultándolo bajo las aguas. Pero ¿Quién se creería semejante vaticinio? Allí apenas llovía en invierno. Nunca había habido una inundación, ni siquiera se formaban charcos…

Entonces, a sabiendas de que no le harían caso, se apresuró a enviar una misiva al alcalde a través del único vecino con el que se relacionaba. El alcalde nada más leer la carta, se rio a carcajadas moviendo la cabeza y afirmando lo mal que estaba… Y enseguida le contestó diciéndole que lo tendría en cuenta, aunque la Sibila supo de inmediato que no la había creído.

Temiendo lo que se avecinaba y mientras el cielo se teñía de gris oscuro, Priscila se dirigió al río donde convocó a todos los castores: «Tenéis que trabajar a toda prisa en un dique. Las lluvias se acercan y el río se desbordará si no contenéis sus aguas». Enseguida los castores se organizaron y comenzaron la faena. De inmediato empezó a llover con fuerza mientras ellos arrastraban por la superficie trozos de troncos, ramas, palos y todo lo que encontraban para construir un muro que contuviera el agua y desviara una parte hacia un afluente evitando así la crecida e inundación.

Mientras, en el pueblo, el alcalde que no había parado de reírse por la predicción, comenzaba a preocuparse. Los vecinos se agolpaban para preguntarle qué iba hacer si se producía una riada. Pero él no tenían ningún plan y las lluvias no cesaban, más bien al contrario, eran cada vez más fuertes e intensas.

Algunas casas comenzaban a inundarse, los coches flotaban y en el campo los cultivos se anegaban…

De repente alguien se acercó corriendo y gritando lo que los castores estaban haciendo. Todos se dirigieron rápidamente al puente para ver cómo se afanaban en la construcción de un dique que ya comenzaba a contener el agua.

Al cabo de unas horas, cuando las lluvias se volvieron más intensas, el río drenaba sus aguas y desviaba una parte hacia otro riachuelo evitando así que las casas quedaran sepultadas  por la tromba de agua.

La Sibila, a salvo en su gruta, contemplaba en su bola de cristal el trabajo de los castores y miraba pacientemente a los vecinos del pueblo, quienes ignorante de lo sucedido, se disponían a celebrar una gran fiesta en honor de los animales a quienes pensaban debían la supervivencia.  Desde entonces todos los años se celebra ‘el día del castor’ para no olvidar lo ocurrido.

Poco a poco el pueblo recobró la normalidad y siguió con su vida. La Sibila continúo en su gruta, atenta a los oráculos. El alcalde alguna vez que otra va a visitarla aunque nunca desveló la advertencia de Priscila, de manera que nadie supo jamás que fue su intervención quien los salvó a todos.

A la Sibila Priscila le precedía de una larga tradición de mujeres longevas, profetizas, capaces de desentrañar el futuro y predecir acontecimientos con un alto grado de acierto.

Como sus predecesoras y siguiendo la tradición, la Sibila pasaba los días en una gruta situada en las afueras del pueblo. Y como sus antecesoras gustaba del aislamiento y la soledad, estados  que consideraba ideales para preparar su ánimo y su espíritu adivinador.

Aunque Priscila era respetada muchos la tenían por una vieja loca, asocial y rara. Y aunque nadie quería darle pábulo ni creer sus predicciones, eran muchos los que iban a verla a escondidas, cuando presentían ciertos temores o querían conocer su destino. Ella siempre los atendía a cambio de algún presente: ropa o comida. Nunca dinero, pues según decía su sapiencia no tenía precio. Era un don que debía poner al servicio de los demás, por eso sólo aceptaba lo necesario para subsistir.

En sus largas horas de soledad la Sibila Priscila miraba su bola de cristal y consultaba el oráculo en el tarot. En ellos interpretaba el malestar general del mundo: las guerras, las miserias, los terremotos, el hambre, las incertidumbres de los gobiernos… Priscila veía un mundo en ebullición a punto de estallar en pedazos.

Pero los poderes de Priscila iban más allá de las predicciones y profecías, pues además, poseía la capacidad de comunicarse con los animales, una facultad insólita entre las Sibilas.

Un buen día se despertó con un extraño presentimiento. Por eso se levantó y corrió enseguida a consultar el oráculo en su bola. Y ahí estaba: un extraño fenómeno atmosférico, acompañado de abundantes lluvias, se acercaba al lugar provocando el desbordamiento del río, que a continuación, engulliría el  pueblo sepultándolo bajo las aguas. Pero ¿Quién se creería semejante vaticinio? Allí apenas llovía en invierno. Nunca había habido una inundación, ni siquiera se formaban charcos…

Entonces, a sabiendas de que no le harían caso, se apresuró a enviar una misiva al alcalde a través del único vecino con el que se relacionaba. El alcalde nada más leer la carta, se rio a carcajadas moviendo la cabeza y afirmando lo mal que estaba… Y enseguida le contestó diciéndole que lo tendría en cuenta, aunque la Sibila supo de inmediato que no la había creído.

Temiendo lo que se avecinaba y mientras el cielo se teñía de gris oscuro, Priscila se dirigió al río donde convocó a todos los castores: «Tenéis que trabajar a toda prisa en un dique. Las lluvias se acercan y el río se desbordará si no contenéis sus aguas». Enseguida los castores se organizaron y comenzaron la faena. De inmediato empezó a llover con fuerza mientras ellos arrastraban por la superficie trozos de troncos, ramas, palos y todo lo que encontraban para construir un muro que contuviera el agua y desviara una parte hacia un afluente evitando así la crecida e inundación.

Mientras, en el pueblo, el alcalde que no había parado de reírse por la predicción, comenzaba a preocuparse. Los vecinos se agolpaban para preguntarle qué iba hacer si se producía una riada. Pero él no tenían ningún plan y las lluvias no cesaban, más bien al contrario, eran cada vez más fuertes e intensas.

Algunas casas comenzaban a inundarse, los coches flotaban y en el campo los cultivos se anegaban…

De repente alguien se acercó corriendo y gritando lo que los castores estaban haciendo. Todos se dirigieron rápidamente al puente para ver cómo se afanaban en la construcción de un dique que ya comenzaba a contener el agua.

Al cabo de unas horas, cuando las lluvias se volvieron más intensas, el río drenaba sus aguas y desviaba una parte hacia otro riachuelo evitando así que las casas quedaran sepultadas  por la tromba de agua.

La Sibila, a salvo en su gruta, contemplaba en su bola de cristal el trabajo de los castores y miraba pacientemente a los vecinos del pueblo, quienes ignorante de lo sucedido, se disponían a celebrar una gran fiesta en honor de los animales a quienes pensaban debían la supervivencia.  Desde entonces todos los años se celebra ‘el día del castor’ para no olvidar lo ocurrido.

Poco a poco el pueblo recobró la normalidad y siguió con su vida. La Sibila continúo en su gruta, atenta a los oráculos. El alcalde alguna vez que otra va a visitarla aunque nunca desveló la advertencia de Priscila, de manera que nadie supo jamás que fue su intervención quien los salvó a todos.

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El suplente

El día del estreno había llegado. Los espectadores empiezan a entrar. Se colocan en sus asientos. Hablan en voz baja. Van muy acicalados: ellos de chaqué, ellas con vestidos de noche, luciendo magníficas e impresionantes joyas. Toda una paleta de color se derrama sobre los palcos y el patio de butacas…

En el camerino el tenor se prepara para interpretar el aria. Hoy es el gran día del todopoderoso, del inigualable y sin igual divo que estrena su voz por primera en este teatro de ciudad. Pequeño sí, pero con un público entregado, entendido, aficionado a la música clásica y a la ópera. El gran tenor italiano, Luigi Di Santi, venido a menos, había tenido que bajar su caché a causa de su propia dejadez y desidia. Con los años se había vuelto engreído y soberbio. Pensaba que era el mejor, que lo sabía todo, que ya no tenía nada que aprender. Por eso apenas ensayaba y se había entregado en cuerpo y alma a la vida disipada, viviendo de las rentas que su época doraba le había proporcionado. Un tiempo que empezaba a quedarse muy atrás.

Como siempre, un suplente lo acompañaba por si las moscas. Al contrario que él era disciplinado, trabajador. Ensayaba y ensayaba cada día, confiando que llegaría su oportunidad.

En el teatro todo parecía preparado. Se apagaron las luces y un haz de luz con forma de círculo iluminó la figura esbelta del director que saludó con una respetuosa y discreta reverencia en medio de un gran aplauso. Luego se dirigió a paso lento hacia una pequeña tarima donde estaba situado el atril. En ese momento el escenario se iluminó totalmente, distinguiéndose a la perfección las caras y manos de los músicos vestidos con esmoquin, tanto los hombres como las mujeres. Entonces sube con firmeza el peldaño, coge la batuta delicadamente entre los dedos índice y pulgar, golpea un par de veces la madera y eleva los brazos hacia la orquesta señalando a los violines para darles la entrada. Apenas un instante después, comienzan a sonar dulcemente, ‘piano piano’, los primeros compases de la Obertura. Los violines son seguidos por las violas, los chelos y los bajos. A continuación da paso a los instrumentos de viento, metal, percusión. Y una vez todos unidos e integrados, se produce un estallido de sonidos perfectamente conjugados, armónicos y acordes.

Todo está a punto. Sin embargo el tenor empieza a notar un persistente picor en la garganta. Comienza a carraspear y a toser compulsivamente. Bebe agua. Se retoca la laringe con un spray. Pero su voz no sale. No puede cantar porque no puede dejar de toser. Ha fumado y bebido demasiado. Faltan apenas unos diez minutos y hay que tomar una decisión: suspender o dejarlo todo en manos del sustituto.

Y se lo juegan todo a una carta. ¡Que siga la función!

Unos minutos después el foco de luz se detiene sobre el tenor suplente mientras suenan los primeros compases de la famosa arias de Puccini ’Nessum dorma’ de la ópera ‘Turandot’. La voz del tenor envuelve y emociona a los asistentes. El vello se eriza y algunos ojos dejan escapar unas lágrimas mientras resuena el clímax.

Poco a poco la música y la voz se apagan. El público se pone en pie e irrumpe con un fuerte aplauso que dura ocho minutos largos mientras rasga el silencio con vítores y halagos. El concierto se ha terminado. El tenor suplente ha triunfado.

©lady_p

Fábula ‘La cigarra y la hormiga’: La previsión y el trabajo constante tienen recompensa.

Participación en Vadereto, desde el Blog Acervo de Letras.  Este mes dedicado a “Recuéntame un cuento”

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