La cicatriz

Para la convocatoria de este mesen en ENTC es la palabra WABI SABI, que POR SEPARADO viene a significar “LA ELEGANTE BELLEZA DE LA HUMILDE SIMPLICIDAD2 (Wabi) y “el paso del tiempo y el subsiguiente deterioro” (Sabi). La idea principal podría resumirse diciendo ‘que la imperfección es bella’. A partir de esta idea escribiremos un relato.

Cuando me abro la camisa ante el espejo puedo contemplar una enorme cicatriz en mitad de mi pecho. La repaso y la palpo una y otra vez, desplazando arriba y abajo la yema de mi dedo: es la línea que me identifica y define. Luego cierro los ojos y en apenas unos instantes recuerdo aquellos dos faros que me deslumbraron, mis manos aferradas al volante intentando apartarme, un golpe seco que hunde la chapa, dar vueltas rodando mientras caigo por una ladera, el sonido de sirenas, los bomberos, la ambulancia, el hospital y de nuevos unas luces sobre mi rostro hasta que pierdo la conciencia y me duermo…

La cicatriz de mi pecho, lejos de hacerme imperfecto me devuelve una nueva imagen de mí mismo reparado y a salvo, convertido en un nuevo ser. Es por eso que cuando me abro la camisa ante el espejo, acaricio agradecido esa línea inconfundible que me devolvió la vida.

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El sueño

Desde el blog “La trastienda del pecado”, en la convocatoria de ‘relatos jueveros, se nos invita a escribir un relato que tenga como telón de fondo algún fenómeno atmosférico: tormenta eléctrica, nieve. granizo, vendaval, ciclón, arcoíris…

Recuerdo que aquella noche nos habíamos acostado a la hora siempre. Mi hermano y yo nos quedábamos charlando un rato de una cama a otra mientras mis padres recogían el salón. Yo les veía deambular por el pasillo hasta que me dormía. De repente un estruendo me despertó. Escuché silbidos a través de las ventanas al tiempo que los rayos iluminaban la habitación y la lluvia golpeaban fuertemente los cristales. Cuando abrí los ojos las luces de casa estaban encendidas y todos levantados. Les escuchaba susurrar. Habían ido al balcón del salón y luchaban contra dos grandes persianas que colgaban inclinadas sobre la barandilla, intentando recogerlas y atarlas para que no se movieran. Entonces observé que a una de ella le faltaba la mitad que había caído a la calle y era arrastrada por el agua y viento.

Mi hermano se puso algo de ropa y un impermeable y bajó las escaleras dispuesto a capturar el trozo de persiana. Desde arriba le veíamos luchar contra ‘Eolo’. Casi no podía andar y avanzaba y retrocedía luchando contra la lluvia y aquel fuerte viento de levante que soplaba a rachas hacía ambos lados. De vez en cuando algunos rayos se dibujaban en un cielo oscuro y negro como boca de lobo. Poco a poco llegó hasta la persiana que se había detenido contra el borde de la acera. La enrolló, la cargó y la subió a casa mientras mantenía un nuevo combate contra los céfiros responsables de aquel vendaval.

Mis padres y yo lo recibimos como a un héroe. Y después de asegurar el resto de las ventanas, mi madre preparó chocolate para templarnos. Luego nos volvimos a la cama, aunque el viento seguía soplando, no tenía sentido pasar la noche en pie.

Cuando desperté, la cama de mi hermano ya estaba vacía y el día parecía calmo. Me levanté y les vi desayunando como si nada hubiera pasado: «Y la persiana ¿ya la habéis arreglado?». Todos me miraron con gesto de extrañeza: «¿Persiana? ¿Arreglado? ¿Qué has soñado esta vez…?».

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Hijos de la guerra

EL CONCURSO DE MICRORRELATOS DE LA CADENA SER ‘RELATOS EN CADENA’ EN SU SEMANA 28 NOS INVITA A ESCRIBIR 100 PALABRAS QUE COMIENCEN CON LA FRASE: Con una piruleta como único consuelo...

Con una piruleta como único consuelo, un grupo de niños se entretenía viendo pasar el tiempo. Se sentaban sobre los escombros de sus casas arrasadas y destruidas por las bombas, donde yacían enterrados los vestigios de una vida que ya no era: muebles, ropa, enseres, juguetes, quién sabe si algún cadáver… Y así esperaban entretanto se diluían las horas y los días, al tiempo que las tropas enemigas invasoras, con sus uniformes y armamentos, recorrían las calles ruinosas y desoladas, las mismas en las que distraían el hambre, inocentes, los hijos de la guerra.

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El trasplante

Desde el blog ‘Acervo de letras’ el Vadereto de este mes de mayo nos invitan a escribir sobre una historia de terror en el que participe algún animal de apariencia dulce y amigable…

Félix padecía una estenosis mitral, una cardiopatía cuya curación venía de la mano del implante de una válvula ovina, intervención que para cualquier cirujano vascular no revertía mayor importancia. De manera que, en principio, aparte de los riesgos que cualquier operación conlleva, todos estaban seguros y tranquilos de su probable éxito. Y llegado el día señalado Félix ingresó en el hospital para, apenas unos días después, estar de vuelta en casa feliz y satisfecho ante las buenas expectativas.

Pasado el primer mes y tras la primera revisión, comenzó a tener sensaciones extrañas. No podía concretar qué le pasaba pero no se sentía del todo bien. En la garganta, y cada vez que debía contestar ‘sí’, advertía una especie de burbujas y balbuceo, al tiempo que notaba que debía hacer un gran esfuerzo para pronunciar la partícula afirmativa: un alto y claro ‘sí’ se convirtió así en todo un reto. Y por si no fuera poco, experimentaba ciertos picores en brazos, piernas y cabeza que le obligaban a rascarse continuamente, sobre todo por las noches.  

Al principio no quiso darle importancia, pero pasado el tiempo y ante unos síntomas que iban in crescendo, comenzó a preocuparse.  Hasta que una mañana su mujer le preguntó si quería desayunar y él al querer contestar afirmativamente, lo hizo con un nítido balido: “¡Beee!”

La mujer, que no daba crédito a lo que había oído, insistió:

−No te he entendido bien ¿quieres desayunar querido?

−¡Beee! –volvió a contestar con gesto de notable extrañeza.

Félix saltó de la cama no sin antes comprobar que sus piernas y brazos comenzaban a cubrirse de una pelusa blanca y espesa. Sorprendido y algo atemorizado, compartió con su mujer su inquietud ante todas aquellas señales y ambos decidieron ir rápidamente al médico para que le diera una explicación.

El médico escuchó con atención su relato e hizo varias  preguntas sobre cuestiones que requerían una respuesta afirmativa a las que, efectivamente, Félix contestaba balando. Después le hizo un reconocimiento, varias pruebas y análisis de aquel extraño vello que lo recubría, comprobando que se trataba de una incipiente lanilla. Luego se introdujo en el sistema para ver su historial clínico donde comprobó la reciente reposición de la válvula mitral por una ovina. Fue entonces cuando le miró fijamente y emitió un claro diagnóstico:

−Siento mucho comunicarle que padece una enfermedad que en medicina conocemos como ‘síndrome verborreico y ovináceo’ a consecuencia del implante. A veces sucede que el ADN de la oveja contamina el del paciente injertado y suceden cosas como estas. No tiene tratamiento. Es un extraño padecimiento que se produce en uno de cada mil casos de trasplante. Tendrá que tener paciencia. Puede ser temporal y reversible o definitivo, eso el tiempo lo dirá. No quiero contarle qué hubiera sucedido si la válvula hubiera sido ‘bovina…’ ¿Comprende lo que le digo?

−Beee, beee… Contestó Félix resignado mientras se rascaba unas pequeñas prominencias que comenzaban a surgir de ambos lados de su cabeza…

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Estar a la altura

El reto de ‘Cinco Líneas de Adella Brac’, este mes de mayo nos invita a escribir con las palabras: metas, pozo y hablamos.

Medir casi dos metros era un gran reto en nuestra relación. Concreté varias metas personales para superar mi complejo y salir del pozo en que me hallaba. Él en cambio, le restaba importancia e incluso hablamos largo y tendido sobre cómo sería nuestra vida. Pero también importaba cómo nos verían los demás, y aunque él era un valiente, yo estaba convencida de que no estaba a mí altura: sólo medía uno cincuenta…

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El rodaje

En ‘Relatos jueveros’, desde el Blog de Marcos, esta semana se nos invita a un nuevo reto: escribir sobre una experiencia de cine.

Desde hacía meses no se hablaba de otra cosa. Al parecer iban a rodar algunas escenas de una película en los alrededores del pueblo. Por eso aquel día, nada más regresar de mi viaje, ya habían llegado las furgonetas, camiones y caravanas que habían aparcado en torno a la plaza del Ayuntamiento. 

La cafetería de Mauro no daba abasto sirviendo cafés y tostadas, cosa entendible por ser la única del pueblo. Cuando entré, aunque quise acomodarme en mi sitio habitual, tuve que abrirme hueco en una esquina porque el local es pequeño y no cabía un alfiler.

Un señor con un pañuelo al cuello y sombrero –el director de la película según decían- habló con Mauro y acordó pagarle todas las consumiciones –incluido los desayunos, almuerzos y cenas- al final de la semana, cuando se fueran. Mauro sonreía satisfecho. Aquella semana le produciría más ingresos que los recaudados durante todo el año.

Nada más salir, observé que todo se había transformado. Junto a la farmacia, se había colocado una mesa en la que reclutaban extras y figurantes. Dos chicas jóvenes echaban un vistazo al personal y enseguida le adjudicaban un papel. Una larga cola serpenteaba bajo los soportales pues la película, de carácter futurista, necesitaba de todos y cada uno de los habitantes del lugar.

Las Casas Consistoriales se habían convertido en vestuario. En ellas entraban uno a uno para salir transformados en monstruos, soldados, androides o en algún extraño ser extraterrestre. A continuación pasaban a otra sala en la que se maquillaban y salían irreconocibles. De esa guisa deambulaban por el pueblo. Nadie se reconocía y de cuando en cuando, antes de saludar, se preguntaban: «Y tú, ¿Quién eres?».

Como yo acababa de llegar y no quedaba un papel para mí, decidieron que hiciera de ‘hombre del pasado’, por eso aparecí con mi propia ropa -apenas un minuto- en una escena en la que el protagonista evocaba mentalmente a los seres de otros tiempos.

Y así anduvimos aquella semana: de la ceca a la meca, de aquí para allá, todos disfrazados, todos como extraños seres de una lejana galaxia aunque sin movernos un ápice del pueblo…  

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La relatividad del tiempo

En el mes de mayo el Tintero de Oro nos invita a escribir sobre el enigma del tiempo’. Ese será nuestro punto de partida para el microrreto. Una historia en un máximo de 250 palabras que gire en torno a alguna de sus múltiples vertientes.

Los vecinos de Königsberg ajustaban la hora de sus relojes a su paso: «Las siete en punto» murmuraban. Y es que Kant, rutinario y metódico, paseaba a diario, siempre a la misma hora y en la misma dirección, de manera que quienes le veían ya sabían qué hora era.

Pero aquella mañana al despertar, comprobó que había amanecido de lo que dedujo que no podían ser las 5.00. Cogió el reloj de la mesita y confirmó que las manecillas se habían detenido a las 3.00. De un salto se levantó, y rascándose la cabeza, fue al despacho para mirar la hora en el reloj de pared. Se quedó estupefacto: eran las 7.00. No daba crédito.

Enseguida bajó al comedor. Bebió el té y fumó su pipa con un ajetreo impropio en él. Apenas saboreó el tabaco y apuró la taza de té en un par de sorbos. Luego se dirigió hasta la entrada, se puso el abrigo y el sombrero y salió a su caminata diaria, esta vez una hora más tarde de lo habitual pues eran casi las 8.00.

Recorrió las calles adyacentes y desembocó en la principal. Observó que los vecinos le miraban con asombro y cómo un funcionario del ayuntamiento se subía en una escalera hasta el reloj situado sobre la cornisa del edificio. El joven manipulaba las manecillas y justo cuando él atravesaba los soportales, sonaron una a una ‘las siete’ campanadas tal y como sucedía a diario. Entonces Kant, aminoró el paso y suspiró tranquilo…

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¡Viajeros al tren!

Esta semana desde el Blog Escribe fino, en la convocatoria para ‘Viernes Creativo’, se propone el reto de escribir inspirándonos en esta foto deJuan Crusoe titulada «Antes de subirnos al Hello Kitty Shinkansen».

¡Viajeros al tren! Por segunda vez se llamaba a los pasajeros, invitándoles a que acabaran de despedirse y subieran a sus respectivos vagones. Uno de los revisores, que lucía un uniforme impecable, se asomaba a una de las ventanillas del famoso ‘tren bala’, Hello Kitty Shinkansen,  para efectuar las últimas comprobaciones antes de dar la salida.

Desde aquella posición, el revisor podía observar cómo la gente se agolpaba en el andén, caminando rápido mientras arrastraba cada cual su maleta.

El panorama mostraba diversas escenas: Una pareja de enamorados que apuraba el último beso. Un grupo de niños que recibían los continuos consejos de sus madres: «No comas muchas chucherías» «Ten mucho cuidado» «Haz caso a los monitores». La puerta del último vagón aún no se había cerrado y dos trabajadores del servicio de acompañamiento acababan de acomodar a una anciana que viajaba en silla de ruedas…

Por el altavoz se oye la última llamada. El jefe de estación se dirige a la cabecera del tren para dar la salida. El revisor continúa asomado a la ventanilla realizando las últimas comprobaciones, constatando satisfecho, que todo está orden, que las puertas se cerraron y que nadie se queda en tierra.

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Recuerdos

XXXVII EDICIÓN DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS DE RADIO TV LAVAPIÉS. El último ganador, Ángel Sainz Mora, nos propone una temática para este mes de abril muy sugerente y abierta a la imaginación: TORRIJAS.

La cocina era un hervidero. Mi abuela y mi madre esparcían harina y amasaban sobre una tabla. Los niños jugábamos con trozos de masa que moldeábamos como plastilina. El abuelo, mi padre y los tíos, sentados en el salón, charlaban ante una copa de anís mientras fumaban un cigarro. Las vecinas iban y venían de un lado a otro con bandejas y tarteras que repartían por aquí o por allá: esta para fulanita, esta otra para menganita… Y el aroma a torrijas recién hechas que impregnaba toda la casa…

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El sicario

El concurso de microrrelatos de la cadena ser ‘relatos en cadena’ en su semana 26 nos invita a escribir 100 palabras que comiencen con la frase: Pagaba al asesino por el trabajo realizado.

Pagaba al asesino por el trabajo realizado. Pero esta vez no hubo asesinato. Fue sólo un susto pues el sicario era un poco torpe y despistado. Para empezar tardó mucho en forzar la cerradura. Nada más entrar encendió la luz con el codo, sin querer. Después tropezó con el taquillón de la entrada. A continuación pisó el muñeco de goma del bebé, resbaló con el patinete del niño y aterrizó en el sofá donde dormía la abuela… Tras semejante odisea, arrinconado por todos, lo entregaron a la policía que comprobó con asombro que el arma que portaba no estaba cargada…

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