El abuelo Lucas

En ‘relatos jueveros’ desde el blog de Campirela se nos invita a escribir un relato sobre el tema, ‘el cuerpo como territotio’. Aproximadamente una extensión de 350 palabras

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El abuelo Lucas nos contaba muchas historias. Casi todas las mañanas paseaba hasta la huerta junto a Baby, un labrador negro como el carbón y tan leal como un faro al navegante. Allí, después de vigilar los tomates, pimientos, berenjenas, patatas y algunos frutales, el abuelo se sentaba mientras se liaba un cigarrillo que fumaba a escondidas de la abuela.

Algunos días, a la salida del colegio, mi hermana y yo íbamos a verle. Él nos recibía con un gran abrazo y un plato con unas peras y ciruelas recién cogidas del árbol. Mientras la mordíamos, nos sentábamos con él. Primero nosotras le hablábamos del colegio y luego él nos preguntaba: «bueno, ¿ qué queréis que os cuente hoy?».

A nosotras nos gustaba deambular por el mapa de sus cicatrices. Le habíamos contado hasta diez. Algunas eran de la infancia porque el abuelo había sido muy travieso de pequeño. Otras accidentes de trabajo en el campo y el resto de la guerra. Así que mi hermana comenzaba cogiendo su mano derecha mientras señalaba una pequeña línea marcada sobre la piel alrededor del pulgar y él decía: «esa me la hice en el campo, cogiendo setas con mi padre». Enseguida yo le señalaba una en la ceja izquierda: «Esa tiene una historia más larga». Y yo la contaba; «Sí. Bajabas corriendo la escalera perseguido por tu hermano y al llegar al último escalón te caíste y tropezaste con el pedal de una moto. La bisabuela, o sea tu madre, partió un huevo y pegó la membrana fina jugosa en tu ceja. La herida se taponó y no te pusieron puntos…» A continuación mi hermana, puso el dedo sobre el muslo «aquí está la de la guerra ¿verdad abuelo?». Él asentía con la cabeza y mi hermana contaba cómo había permanecido oculto en una cueva durante tres días sin agua ni comida hasta que pudo escapar. Pero unos soldados que andaban cerca y le dispararon. Su amigo Luis lo cargó al hombro y lo puso a salvo…

El cuerpo del abuelo es como un gran atlas. Cada cicatriz es un frontera, una huella de las diversas vivencias que atraviesan su vida. Recorrer todo este territorio es conocer su historia y rastrear su memoria.  

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El matrimonio Arnolfini

La obra en la que se inspira este micro es de  Jan Van Eyck, ‘El matrimonio Arnolfini’.

Amanecía en la ciudad de Brujas. Corría el año de mil cuatrocientos y pico, cuando los Arnolfini se dirigen hacia el que será su nuevo hogar, una finca pequeña pero bien situada en una de las arterias principales de la ciudad.

«Querida, espero que todo sea de tu agrado» −comentó Giovanni a su esposa. «Ha sido complicado encontrar una casa, considerando que debía ser un lugar a la altura que ambos merecemos. La mujer de un mercader debe vivir acorde a su estatus. ¿Qué te parece la recamara Jeanne? He procurado que la alcoba sea confortable para ti y para el hijo que esperamos».

«Como puedes ver, he colocado en un lugar destacado el espejo que nos regalaron tus padres e hice que escribieran nuestro nombre en el marco. El resto de los muebles los encargué a un ebanista que conocí en la capital».

Giovanni, descorrió la cortina, miró a su esposa y dijo sonriendo: «Cuando hace sol entra luz suficiente por la ventana. La habitación se ilumina y caldea lo suficiente como para que vos y nuestro hijo estéis cómodos, mientras yo viajo. Fíjate que hasta nuestro terrier Mussu, se ha quedado dormido…»

«Tomad mi mano, recorreremos juntos el resto de la casa…»

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Un insignificante detalle…

Desde el blog ‘Acervo de leytras’ el Vadereto de este mes de agostó nos invita a contar una historia inspirada en una imagen de las varias propuestas, Esta es la mía…

A propósito de las muchas series que actualmente circulan en las diferentes plataformas, recordaba con unas amigas una de ciencia ficción que estrenaron en TV cuando éramos adolescentes y que iba de extraterrestres. Se llamaba ‘Los Invasores’. En cada episodio, el protagonista, David Vincent,  se afanaba por denunciar una conspiración de estos seres venidos desde otro planeta, dispuestos a apropiarse de la Tierra. Él los denunciaba aunque siempre se quedaba a punto de descubrirlos porque tenían una apariencia humana y normal, como la nuestra, a excepción de un insignificante detalle: no podían flexionar el dedo meñique.

Con esta remembranza reciente en la cabeza, quedé con ellas para ver una exposición de pintura, aprovechando la buena temperatura después de la terrible ola de calor que nos asoló la primera quincena de agosto. Y así, con esta buena disposición, salimos lista y preparadas para embriagarnos con las magníficas obras de algunos artistas de la tierra.

Todo iba bien. ‘Horizontes paralelos’ mostraba obras muy variadas y de estilos diferentes. Nos paramos delante de cada cuadro para comentar. La sala estaba tranquila, apenas se escuchaba el leve murmullo de una pareja. Todo normal hasta que apareció un señor que llamó nuestra atención por su aspecto, pues era excesivamente alto y delgado. Vestía traje y chaqueta de lino blanco, sin corbata, y portaba un sombrero panamá en la mano. Todas nos volvimos para mirarlo. No le quitamos la vista de encima debido a una excesiva delgadez repartida a lo largo de un cuerpo de al menos dos metros. El caso es que este señor comenzó a ver la exposición por el lado contrario al nuestro y claro, nos encontramos hacia la mitad de la muestra. Entonces sucedió. Primero le vimos inmóvil, con la mirada fija en un cuadro. Luego se alejó para contemplarlo detenidamente, y a continuación se acercó para leer la tarjeta lateral que contenía el título y al señalarlo levantó el dedo índice y el meñique a la vez… En aquel momento nos miramos y gritamos muy bajito: «¡Es un invasor!»

A partir de aquel momento, comenzó una persecución en toda regla, aunque con el mayor disimulo posible. Acabamos de ver la exposición sin perderlo de vista. Después salió a la calle y nosotras tras él. Cruzamos la plaza, enfilamos la calle principal y unos metros más adelante el supuesto ‘invasor’ se detuvo en una cafetería. Pillamos una mesa. Todos pedimos café. Cuando le sirvieron, tomó la taza por el asa y comenzó a beber despacio, sorbo a sorbo, saboreándolo, pero con el meñique levantado… Nosotras nos miramos y asentimos. De nuevo percibimos la señal inequívoca de los ‘invasores’.

Al cabo de un rato, se acercó un señor con un maletín. Saludó y ambos se fueron caminando hacia el portal de la casa situada frente al establecimiento en el que estábamos. Ambos subieron la escalera. Nosotras seguíamos observando sin mediar palabra. Y pasada una media hora, vimos bajando la escalera al señor alto y enjuto. Y al salir a la calle una de nosotras dijo: «le falta la mano izquierda, la del dedo meñique estirado…» Y entonces, levantamos la cabeza y vimos un cartel colgado en el balcón del segundo piso: ‘Taller de reparaciones ortopédicas’. Atónitas nos echamos a reír al descubrir que el brazo era ortopédico . No sólo eso, además estaba estropeado, por eso no doblaba el dedo pequeño… Con razón decía Santa Teresa que la imaginación es la ‘loca de la casa’…

Y sin parar de reír hasta que nos dolieron las mandíbulas alguien comentó: «Si estuviera aquí David Vincent, también se habría dado cuenta de ese insignificante detalle…»

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Falsa noticia

En ‘Vadereto’ de este mes de julio se nos invita a escribir sobre una ‘ crónica peridística’ o una ‘noticia’.

Fermín llevaba días preparando el viaje. Por fin ahorró lo suficiente para viajar en el lujoso tren Al-Ándalus. Siete días que le llevarían desde la metrópolis andaluza a la capital de España, parando en ciudades cargadas de arte y de historia…Fermín se había prometido este regalo tras la jubilación, y aunque habían pasado algunos años, el sueño estaba a punto de cumplirse.

Llegó a la estación con algo de tiempo. Todo el mundo se mostraba especialmente amable, solo que algo no le encajaba pues todos le llamaban Míster y el corregía: no, Sr. García, Fermín García. Entonces el botones o la azafata de turno le giñaba un ojo y repetía: claro, claro, como usted desee Sr. García…

El camarote era más espacioso de lo que pensaba. Tapizado en madera oscura ofrecía diferentes espacios para dormir, para el aseo y para descansar o pasar un rato leyendo. El colchón resultó confortable y cómodo. Durmió del tirón hasta que los primeros rayos se colaron por las rendijas de la ventanilla. Los nervios del viaje y el suave traqueteo, sumieron a Fermín en un agradable y reparador descanso.

Tras el aseo se dirigió al vagón restaurante. De nuevo comprobó una amabilidad desmedida, además de despertar a su paso las miradas curiosas de todos, particularmente de las señoras que cuchicheaban al pasar. Por un momento llegó a considerar que tuviese alguna mancha, o se hubiera dejado la bragueta abierta -cosa que comprobó de inmediato con disimulo- pero no, todo estaba bien, ¿por qué entonces despertaba tanta curiosidad su persona? La respuesta llegó unos días después de la mano de una dama con quien amablemente compartió mesa en un comedor abarrotado de pasajeros:

−¿Le importaría compartir mesa? Viajar solo también tiene desventajas y hoy parece que todos hemos querido comer en el primer turno…

−No, por favor, siéntese. Será un placer almorzar acompañada. Soy Amanda Orozco y usted es…

−Fermín, Fermín García.

La comida transcurrió entretenida y amable. Ambos rieron y despertaron las miradas del resto de pasajeros.

Al día siguiente Amanda se dirigió de nuevo a la mesa de Fermín:

−¿Puedo? –dijo señalando el asiento.

−Claro Amanda, somos dos alamas solitarias… 

−Ya que tenemos cierta confianza –dijo Amanda bajando el tono de voz- ¿me permite una pregunta? ¿nunca le han dicho que es clavadito a Liam Neeson, el actor? 

−Pues no la verdad. Pero ahora que lo menciona, ¿de verdad me parezco tanto?

Amanda sacó el móvil, buscó una foto del actor y se la enseñó:

−Juzgue usted mismo…

Fermín abrió la boca y balbuceó diciendo: «no puede ser, si soy yo…! Claro, por eso tanta atención y amabilidad… Ahora lo comprendo…»

Amanda sonrió mientras colocaba una revista sobre la mesa:

−Y no queda ahí la cosa. Mire la noticia −afirmó sonriente mostrando uno de los principales periódicos nacionales:  

«Sevilla, 1 de mayo de 2025. El famoso actor Liam Neeson cazado en la Estación de Santa Justa, en la capital andaluza, cuando se disponía a coger el tren Al-Ándalus para efectuar recorrido por diversas ciudades españolas. A tenor de las declaraciones de los pasajeros, el actor británico viaja de incógnito bajo el seudónimo de Fermín García. Fuentes de primera mano también aseguran que le han visto en compañía femenina y que el actor domina nuestro idioma a la perfección ¿Habrá elegido el cineasta nuestra ciudad para un nuevo romance?». La noticia iba acompañada de una foto del ‘supuesto actor’ junto a Amanda, brindando en el vagón comedor del tren.

Amanda y Fermín rieron a carcajadas y desde entonces no se han separado dando pábulo a la prensa que siguió alimentando el bulo hasta que el verdadero actor envió una nota de prensa desmintiendo la falsa noticia.

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Un viaje inesperado

Desde el blog de Capirela, esta semana en ‘relatos jueveros’ se nos plantea el reto de escribir sobre un viaje iamginado a un destino deseado aunque aún sin cumplir.

Querida amiga, aunque sin ti, finalmente he podido cumplir mi sueño y he viajado hasta el Valle de los Reyes, «también conocido como Uadi Abwāb Al-Muluk…» eso leo en la pequeña guía que confeccionamos juntas ¿recuerdas?. Sé que nos acompaña un guía turístico que nos contará de todo y que tal vez haya algunas ‘apps’ para el móvil, pero yo soy de antigua escuela y me gusta tomar nota y el papel…

El vuelo fue directo desde Madrid. Nos alojamos en un hotel limpio, aunque sin demasiados lujos. Descansamos y recorrimos la ciudad durante tres días. La siguiente parada era Luxor. Las alternativas para viajar hasta allí eran variadas: tren, bus, taxi y avión. Esta última es indudablemente la más rápida y cómoda. El vuelo duró tres horas y media. Desde el aeropuerto la agencia nos trasladó a otro hotel en el que nos alojamos otros dos días.

El día de la visita hizo bastante calor –aquí, en primavera, las temperaturas superan los 30 grados- y había muchísima gente. Tuvimos que hacer largas colas. La visita tuvo una duración total de seis horas y acabamos muy cansados. aunque mereció la pena.

Una de las cosas que más me impresionó fue la panorámica desde la colina. Desde allí se puede contemplar todo el Valle y una se siente pequeña entre aquella grandiosidad. Los egipcios construyeron a una escala gigantesca donde la medida del hombre se difumina y apenas es nada.

El resto de viaje lo dedicamos a un crucero por el Nilo, visitando ciudades emblemáticas del Bajo y Alto Egipto. Fue como un paseo reposado, contemplativo y me acordé mucho de ti, a pesar de haber encajado muy bien en el grupo. No sabes cuánto siento que no hayas podido venir. El trato era acompañarnos en un viaje especial para cada una y me habría gustado compartirlo pero el COVID lo estropeó todo. Siento mucho que la alternativa solo fuera perder el dinero que con esfuerzo habíamos ahorrado. Sólo por esa razón, además de tu insistencia, fue por lo que vine.

Confío que para la próxima primavera viajemos juntas a la lejana India. Esperemos que no haya ningún contratiempo. Estoy deseando porque ya sabes esa es mi segundo viaje especial.

Cuídate mucho! Nos vemos pronto. Un abrazo.     

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El ágape

En ENTC el reto de este mes de junio está dedicado al ‘lo incorrecto’. El texto no deberá superar las 200 palabras.

Por primera vez asistía a un ágape de semejantes características. Quien me iba a decir que aquella papeleta que  encontré en el paseo de la playa, estaría premiada con un festín de este calibre, celebrado además junto al alcalde y los concejales del Ayuntamiento del pueblo, nada más y nada menos. Como había que ir acompañado, invité a mi amigo Rufino. Alquilamos un traje y hasta mi hija, cuando me vio, se despidió diciendo: «papá, estás hecho un pincel». Y allí que llegamos los dos, niquelados y con bastante apetito…

Nos sentaron en una mesa junto a unas señoras muy elegantes, con muy buena pinta. Había de todo: mejillones, gambas, langostinos, jamón, queso… Rufino, que era un tragón, no paraba de comer. Yo, más comedido, levanté un plato con unos langostinos. Lo ofrecí primero a las señoras, ambas cogieron uno pequeño, de manera que cuando llegué a mi amigo solo quedaba uno grande y otro diminuto. Rufino, sin dudarlo, se abalanzó sobre el grande y yo le susurré al oído: «yo hubiera cogido el más pequeño». A lo que me contestó: «ya, por eso yo he pillado el grande… Así los dos contentos».

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La ‘momia’

El reto Alianzara de este mes nos invita a ‘escribir desde la realidad’, a partir de una noticia. En este caso se trata de una compañía de gas, que instalando unas tuberías cerca de Lima, perú, encontraron una fosa con una momia del año 1000-1200.

Despertaban las primeras luces del amanecer cuando los obreros de la compañía del gas llegaron hasta el lugar indicado por los ingenieros para acabar de instalar las tuberías de conducción que surtiría a la ciudad de Lima y alrededores. Era tan temprano que la tierra se notaba fría y el motor de la perforadora se mostraba perezoso. Muy pronto el campamento cobró vida y las máquinas comenzaron a rugir a un tiempo. Y en esta especie de ruidosa calma estábamos, con cada obrero en su puesto, cuando de repente la perforadora tropezó con algo contundente que trocó el sonido habitual por otro más bronco, alertando de que algo extraño sucedía.

Enseguida el capataz dio la orden de parar. Se colocó un arnés y descendió para comprobar in situ el problema: efectivamente la enorme broca tropezaba con algo, tal vez una roca. Enseguida ordenó a un par de obreros que descendiesen con una palas para despejar el terreno y poder comprobar qué podía ser. Así lo hicieron y enseguida comprobaron que debajo de una pesada roca se encontraba un cráneo humano.  A partir de aquí, el trabajo se paralizó. Enseguida llamaron al equipo de prospección del Museo Arqueológico de Lima para que enviara a un equipo de arqueólogos a extraer lo que a primera vista podría resultar un gran descubrimiento.  

La fosa se blindó hasta que llegaron los expertos que trabajaron durante varios días, al cabo de los cuales, extrajeron un cuerpo momificado, sedente, que podría datarse entre los años 1000-1200. Un poco más tarde supimos que se trataba de una mujer pues junto al cuerpo se encontró un fardo con lo que sería el ajuar funerario compuesto por objetos de cerámica: cuencos, platos, cántaros y un pequeño códice que mencionaba a una “guardiana del equilibrio entre el sol y la sombra”. Al parecer, y en opinión de los arqueólogos, aquella zona se correspondía con una primitiva necrópolis por lo que podrían encontrarse más restos.  

Entonces fue cuando el capataz ordenó que montara guardia junto a otro compañero, mientras el Museo preparaba los medios para transportarla. Cuando nos quedamos solos no pude evitar fijarme en el medallón colgaba del cuello de aquella mujer. Tenía forma ovalada y lucía una piedra verde en el centro. Se me pasó por la cabeza una esmeralda pero no podía ser a tenor de los útiles de su ajuar. Nada parecía indicar que se tratada de una dama noble sino más bien de una campesina. Al menos esas eran las primeras conclusiones. Mi compañero se durmió enseguida. Yo permanecí en vela dándole vueltas en la cabeza al significado de aquel medallón e imaginando mil historias.

Y en esas estaba cuando sentí el impulso de acercarme a tocarlo. La noche estaba oscura como boca de lobo. Acerqué mi mano temblorosa y justo cuando sentí el frío tacto de la piedra en la yema de mis dedos, una especie de rayo me hizo salir disparado hacia atrás y una luz cegadora me iluminó: «¿Quién osa despertarme y poner fin a esta larga noche?» Apenas podía balbucear para pronunciar mi nombre. Tenía la boca seca y la voz no me salía del cuerpo. «Lo preguntaré por segunda vez ¿Quién ha osado despertarme y romper el equilibrio entre el sol y la sombra?»

Permanecí en silencio, petrificado, mientras mi amigo dormía a pierna suelta, con la mandíbula desencajada, roncando. A continuación un gran estrépito removió los cimientos de la tierra y los cadáveres de la necrópolis comenzaron a brotar y a caminar. Todo un ejército de zombies se dirigía hacia la mujer que brillaba bajo la luz verde del amuleto. Cada vez les veía más cerca y yo era incapaz de realizar el más mínimo movimiento. Cuando ya les tenía encima, uno de ellos de acercó a mi cara gritando:

−¡Levantaos inútiles! Ya acabó la guardia. Los del Museo están aquí para llevarse a la momia.

Entonces desperté. Sonreí creyendo que todo había sido una pesadilla, un mal sueño, hasta que observé una quemadura en el centro del pecho y comprobé la tierra removida alrededor de la fosa… Entonces comprendí que había despertado a la momia…

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La silla de Eduardo

Esta semana en ‘relatos jueveros, el blog de ‘El bici solitari’ nos invita a escribir un relato que tenga como protagonista a una ‘silla narradora’.

Corría el año 1296 cuando la Corte del futuro Eduardo I de Inglaterra encargó mi fabricación. Soy un elegante trono de madera de roble recubierta con pan de oro y aplicaciones de vidrios coloreados con dibujos de pájaros y flores, aunque actualmente estoy algo desgastada.

En mi asiento se suelen sentar los Monarcas no sólo durante la coronación sino también en otros eventos que requieran mi presencia como por ejemplo durante la declaración de Oliver Cromwell como Lord Protector, que se celebró en Westminster Hall en el año 1653. Igualmente, la Reina Victoria también me utilizó en 1887, y en la Abadía, para celebrar los Servicios del Jubileo de Oro.

Hasta el presente 38 monarcas se han posado en mí y se han ungido como Reyes en una ceremonia de Coronación, desde el rey Eduardo I hasta Carlo III.  

Suelo residir en la Capilla de San Jorge. Aquí me tratan muy bien y tengo personal de servicio propio.. Me miman para que dure muchos años más y siga siendo testigo directo de futuras coronaciones de la Casa Windsor.

Ocupo un lugar preeminente y estoy protegida tras un cristal de seguridad en un zócalo de la capilla, en una de las naves de la Abadía. En 2010 y 2012 pasé por ‘quirófano’ para hacerme unos ‘arreglos’ pues la edad no perdona. Expertos restauradores me limpiaron a fondo, me ajustaron, revisaron mis travesaños y el asiento y me dejaron como nueva para tirar lo que queda de siglo.

La verdad es que me tratan muy bien pues cada vez me han ido utilizando menos, así que llevo una vida tranquila, sin ajetreos, ni Reyes que reposen sus posaderas y sus pesados cuerpos sobre mí. Ahora disfruto mientras observo cómo los turistas hablan de mi rareza mientras me admiran o comentan mi singular belleza, distinción y solemnidad. No me extraña haber cumplido tantos años…Y los que me quedan…

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Anécdotas de una portería…

Desde el blog ‘Acervo de letras’, este mes de junio  Vadereto nos invita a escribir un relato sobre el ‘optimismo’

Mateo Linares Pérez, hijo de Mateo Linares López, había sucedido a su padre en la portería del edificio. En aquel pisito -un bajo izquierda de apenas 60 metros cuadrados- había nacido, y allí mismo, tal y como hiciera su padre, tenía intención de jubilarse. Mateo reunía gran parte de las cualidades que suelen identificar a todo conserje que se precie, pues a la agudeza y habilidades sociales heredadas de su padre, sumaba la curiosidad y cierta tendencia al cotilleo, recibida por línea materna. Eso sí, todo aderezado con grandes dosis de optimismo y discreción.

A sus 55 años tenía porte digno -estaba en plena forma- e iba siempre vestido impecablemente con su uniforme. Gozaba de un carácter jovial, conversador, amable y servicial con el que atendía tanto a vecinos como a  extraños, a cualquier hora del día, y en más de una ocasión, incluso de la noche… Educado bajo la atenta mirada de su padre había cultivado las virtudes necesarias para desempeñar su trabajo de manera eficaz: prudencia, sagacidad y tacto. Señas de identidad con las que había conseguido que aquella comunidad se le rindiera y dejara de tener secretos para él.

De los 12 vecinos, sólo cuatro residían desde tiempos de su padre. Los demás se habían ido incorporando conforme los más antiguos fallecían o se mudaban.

El día que apareció muerto don Antonio, Mateo estuvo al tanto de todo: recibió a la policía, al médico y al juez, a quienes acompañó en el ascensor hasta la quinta planta izquierda donde vivía. De su propia cosecha y mientras subían, comentó sus bondades, describiéndolo como un hombre educado y formal, que jamás había alzado la voz, alegre y dicharachero, aunque -a su parecer- algo cabizbajo desde que enviudó.

Aquella misma mañana cuando bajó doña Eulalia, la del segundo derecha, como siempre a primera hora, ya se comentaba en la puerta de la calle lo sucedido, a lo que Mateo, con cara de circunstancia, añadió:

−Todos tenemos que morir, mejor hacerlo mientras dormimos felices en nuestra propia cama ¿No es verdad doña Eulalia?

A lo que ella, como mujer de pocas palabras, asentía con la cabeza y la mirada baja mientras repetía: “Pues sí. Y que Dios lo tenga en su gloria”.

Y es que Mateo tenía calado al personal. Conocía bien los entresijos de tan variopinta comunidad, y siguiendo la política aprendida de su predecesor, contaba o decía a cada uno lo que quería oír, y así -parafraseando a su maestro y padre-” Hay que ser positivos y ver el lado bueno de las cosas”.

−Ha visto usted don Luis –el del tercero izquierda- cuánto jaleo esta mañana…−preguntó Mateo con algo de sorna

−Ya me he dado cuenta. He oído murmullos desde muy temprano, ¿Qué sucede?

−Pues que ha muerto don Antonio. Yo digo que feliz en su cama, ¿usted qué cree? Ha venido la policía y un juez. Ya sabe, para el levantamiento del cadáver.

−Vaya hombre, ya me fastidió usted el día, con lo supersticioso que soy. ¿No se da cuenta que es martes y trece? Me vuelvo a casa. No pienso ir a ningún sitio que ya lo dice el refrán: ‘trece y martes, ni te cases, ni te embarques ni vayas a ninguna parte…’

−Pero don Luis no hay que creer en esas cosas, ¿se va a quedar en casa sólo por un antiguo dicho?

En cuanto se fue, Mateo se rio a sus anchas. Y riendo estaba cuando doña Asunción -la del tercero derecha- salía para hacer la compra. No tuvo más que mirarlo para olerse la jugada:

−¿Qué? Otra vez bromeando con don Luis ¿no? Me acabo de tropezar con él al salir del ascensor. Iba farfullando no sé qué de martes y trece. Pobre don Antonio ¿verdad? Y lo chistoso que era. Pero ya quisiera yo morirme durante el sueño. Una suerte vamos.

−Eso es, una suerte. Yo pienso lo mismo. Que pase un buen día.

Pero si había alguien a quien Mateo apreciaba y admiraba de verdad, ese era don Enrique, el del ático. Un solterón empedernido de su misma edad. Se conocían desde niños y habían jugado juntos. Enrique siempre había sido un don Juan y despertaba la envidia de Mateo que alimentaba su narcisismo a cambio de obtener el relato de alguna anécdota o episodio de sus múltiples conquistas. Entre ambos existía una complicidad masculina y una inquebrantable barrera de estatus de la que ambos eran conscientes. 

Don Enrique asomó por la portería con aire misterioso, levantando la cabeza, buscando al conserje con la mirada…

−Ah! Estas aquí Mateo. Tengo un problema. Anoche vine acompañado… Y no sé cómo hacer que la señora que vino conmigo pase desapercibida entre tanta gente. Parece que don Antonio la palmó esta noche ¿no? Qué suerte la suya, irse a los 80 años y sin  sufrir. ¿Dónde hay que firmar?

−No se preocupe usted don Enrique. En media hora dejo esto despejado para que pueda salir por la puerta de atrás. Usted tranquilo. Déjelo todo en mis manos…

−Eres un amigo Mateo. Te debo una. Cuando se aclare el ambiente sube, tengo unas entradas de futbol para ti. ¡Gracias!

Mateo orgulloso, se apretó el nudo de la corbata, se ajustó la chaqueta, y con una amplia sonrisa se dijo en voz alta: “Otra buena obra Mateo. Otra vez le salvaste el culo. ¡Qué harían sin mí! Ay Dios, ¡cuántas almas felices gracias a mí!”.

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La herencia

Desde el blog ‘Serendipia, este mes de mayo el reto nos invita a escribir sobre el tema ‘fugarse’.

Lucía contemplaba absorta el paisaje que pasaba rápido por la ventanilla del tren de cercanías. Llevaba diez años haciendo el mismo recorrido cada día de la semana, y sentada en su asiento, no dejaba de pensar en desaparecer, en dejar aquella vida monótona, aquel trabajo mal pagado que apenas le permitía subsistir, y fugarse a otro lugar donde empezar de nuevo. No se trataba de una huida. No huía de nadie que no fuese ella misma y aquella vida que giraba y giraba sin sentido. Necesitaba objetivos, emociones, metas, liberarse de todo. Y estaba claro que en aquella rutina no los encontraría.  

Hacía apenas un par de meses había recibido una pequeña herencia de una tía soltera. Lucía era la única familiar viva directa. Curiosamente apenas la había conocido ni tratado. Tan sólo conservaba un vago recuerdo en casa de su abuela cuando era pequeña, y desde luego, muchas veces le habían hablado de ella porque llevaba su nombre. Y sin embargo, en aquel mismo instante, sentía una inmensa gratitud porque aquella pequeña fortuna le permitía plantearse un nuevo comienzo. Sólo le faltaba decidir dónde ir y desatar las ataduras que le mantenían ligada a los recuerdos de la ciudad donde vivía, a la casa de sus padres, a su niñez y juventud, y sobre todo, a la vida monótona que llevaba porque, a pesar de todo, le aportaba seguridad.

Llevaba años soñando con escapar pero le faltaba valentía y decisión. Aquella herencia le había infundido los ánimos necesarios para planteárselo en firme. Así que decidió marcharse y comenzar de nuevo. Aunque el cambio fuera radical, algo le decía que sabría adaptarse.

Dicho y hecho.

Se marchó sin despedidas, ni cartas, ni nada. Simplemente se levantó, reunió lo imprescindible para ir liviana de equipaje y caminó decidida hacia la estación para coger el tren que la conduciría al aeropuerto, y una vez allí, no miró atrás. Simplemente caminó decidida hasta la puerta de embarque, pasó el control y subió al avión que la trasladaría hacia una nueva vida.

Se acomodó en el asiento junto a la ventanilla y apretó la mochila contra su pecho, abrazando todas sus emociones y sentimientos que se manifestaron en una sonrisa abierta, esperanzadora y feliz. Y por primera vez en su vida se sintió libre…

©lady_p