El matrimonio Arnolfini

La obra en la que se inspira este micro es de  Jan Van Eyck, ‘El matrimonio Arnolfini’.

Amanecía en la ciudad de Brujas. Corría el año de mil cuatrocientos y pico, cuando los Arnolfini se dirigen hacia el que será su nuevo hogar, una finca pequeña pero bien situada en una de las arterias principales de la ciudad.

«Querida, espero que todo sea de tu agrado» −comentó Giovanni a su esposa. «Ha sido complicado encontrar una casa, considerando que debía ser un lugar a la altura que ambos merecemos. La mujer de un mercader debe vivir acorde a su estatus. ¿Qué te parece la recamara Jeanne? He procurado que la alcoba sea confortable para ti y para el hijo que esperamos».

«Como puedes ver, he colocado en un lugar destacado el espejo que nos regalaron tus padres e hice que escribieran nuestro nombre en el marco. El resto de los muebles los encargué a un ebanista que conocí en la capital».

Giovanni, descorrió la cortina, miró a su esposa y dijo sonriendo: «Cuando hace sol entra luz suficiente por la ventana. La habitación se ilumina y caldea lo suficiente como para que vos y nuestro hijo estéis cómodos, mientras yo viajo. Fíjate que hasta nuestro terrier Mussu, se ha quedado dormido…»

«Tomad mi mano, recorreremos juntos el resto de la casa…»

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Tiempo de espera

Desde el blog ‘El Tintero de Oro’ se abre una convocatoria para participar con un microrrelato inspirado en el tema ‘La espera’.

Llegué puntual a la cita médica, a sabiendas que se retrasaría. Siempre es así. Subí en el ascensor hasta la tercera planta. La enfermera de recepción me recibió muy amable. Recordaba mi nombre, cosa que no me resultó extraña después de dos años de visitas asiduas.

La sala de espera estaba a medio gas. Los asientos alineados a la pared dejaban bastantes huecos que se fueron llenando con el paso del tiempo. Una señora con un cochecito de bebé atrajo la atención de todos.

Estaba nerviosa. Tenía un nudo en el estómago porque esta vez no era como las demás. Si todo iba bien me darían el alta y perdería de vista aquel hospital al menos por un año…Un año… «Ojalá» pensaba con cierta reserva.

Llevaba un libro e intenté leer pero no me concentraba. Me entretuve arreglando la mochila: fundas de gafas, cartera, monedero, pañuelos, llavero, un pequeño neceser y un libro….Todo iba encajando a la perfección. Y en medio de semejante operación, la enfermera se acerca y se dirige a mí en voz baja: «El doctor la está esperando».

Guardé rápidamente todo en la mochila y caminé despacio por aquel pasillo que parecía más largo de lo habitual. Llamé con dos golpecitos en la puerta que estaba entreabierta: «¿Se puede?». «Adelante pase usted» Respiré hondo y me senté ante el médico que miraba por encima de las gafas. Finalmente la espera había terminado.

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Piratas cibernéticos

Desde el blog ‘El Tintero de Oro’ se convoca un nuevo concurso de relatos en esta ocasión dedicado al tema: una de piratas.

En la oscuridad de la noche, Helen tecleaba a gran velocidad en su ordenador. Los dedos sobrevolaban las teclas y mil pensamientos atravesaban su cabeza. Llevaba meses planeando el golpe junto a un grupo de amigos, piratas informáticos que vigilaban desde la red oscura las aguas convulsas del ciberocéano. El objetivo no era otro que atacar a los poderosos mundiales que desde los márgenes del poder actuaban a través de terminales mediáticos, lobbies y múltiples colaboradores que disfrazan sus perfiles para mover los hilos con libertad desde reconocidas redes sociales y tabloides digitales, con el fin de manipular y trocar voluntades a su favor. Ellos son considerados por estos grupos marginales cibernéticos los principales responsables de convertir estos espacios en un vertedero donde vomitar sus mentiras, engaños y bulos, ayudados por un séquito de seguidores ignorantes, todos ellos amparados en la libertad y la democracia contra la que atentan continuamente. Helen y sus amigos querían paralizar la red durante 24 horas en señal de protesta y defensa de la verdad, la transparencia de la información y la veracidad de los hechos.

Mientras unos preparaban los hackings, ajustaban los monitores y teclados otros se disponían a lanzar el ataque, intentando asaltar el sistema, aprovechando cualquier fisura de vulnerabilidad para irrumpir en la red, asegurando a sus amigos que los firewalls o sistemas de seguridad, a pesar de su capacidad restrictiva, no serían un problema. El tráfico de datos a esas horas había disminuido y todo sería más fácil.

Tom, por su parte, había diseñado un virus que introducido en los sistemas de seguridad, facilitaría el ataque, mientras Marc, otro de los hackers, se infiltraba y comenzaba a bajar información de gran utilidad para la lucha.

La noche avanzaba y los piratas estaban resueltos a hacerse con la red y bloquearla, al tiempo que preparaban el texto de un comunicado que difundirían en varios idiomas al amanecer: «Usuarios todos, somos el GIPC (Grupo Internacional de Piratas Cibernéticos). Nos hemos apoderado temporalmente de la red para denunciar que estamos viviendo una era de contaminación y retroceso. Agentes infiltrados de todas partes del mundo, nos desafían con el fin de desestabilizar el orden mundial sembrando el caos informativo. Estos agentes, al paraguas del anonimato, atacan instituciones y gobiernos con el fin de imponer medidas extremistas y reaccionarias en un intento por devolvernos al pasado, derribando aquellas libertades conquistadas a lo largo de más de medio siglo de democracia. Somos conscientes de la intención por parte de ciertos líderes mundiales, movidos por intereses económicos y por quienes los representan, de imponer su ideología para hacerse con el control mundial. Os invitamos a reflexionar sobre sus consecuencias. A las 00:00 horas de mañana la red volverá a funcionar con normalidad».

Los homólogos informáticos asiáticos encabezados por Chuanli, lanzaron una invasión de ransomware para retener bajo control los dispositivos y capturar como rehenes datos suficientemente importantes como para que los poderosos se lo tomaran en serio y se supieran amenazados y vulnerables. Ese era el efecto deseado, que sintieran cómo su poder en la red se tambaleaba y en un solo instante podían ser descubiertos.

Tras la prórroga señalada, el ataque había sido todo un éxito. Las redes sociales multiplicaron exponencialmente sus visitas. El mensaje había recorrido la geografía mundial ciberespacial. Muchos usuarios comentaban que ya no se sentían seguros, ni tenían garantía sobre la verdad de la información y las abandonaron. Algunos poderosos sufrieron un enorme cataclismo…

Cumplido el plazo, los ciberpiratas retiraron sus naves a las aguas pacíficas de la red oscura, dejando tras de sí un ligero atisbo de esperanza. La operación había culminado positivamente. El GIPC en su lucha contra los grupos de presión y manipulación, tiranos y oligarcas, se preparaba para actuar de nuevo: la lucha continúa…

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Susurros en el ático

Desde el Blog ‘El Tintero de Oro’, en una nueva convocatoria, nos invita a escribir un micro de 250 palabras sobre el ‘personaje y su entorno’ a fin de profundizar en sus emociones.

Recién llegada a la ciudad, Marta buscaba un piso para alquilar y aquella mañana se había citado con un agente inmobiliario para visitar un ático. Cuando llegó la puerta estaba abierta y se decidió a entrar al tiempo que saludaba: «Hola. Buenos días, ¿hay alguien?». Como nadie contestaba, pensó verlo por su cuenta. Y justo cuando estaba en el dormitorio principal, frente a un amplio armario, con las puertas abiertas de par en par, escuchó susurros y sonidos extraños  que la alarmaron. Se asustó, y casi inconscientemente se metió dentro y cerró las puertas. Después se agazapó en un rincón con las piernas encogidas y la cabeza gacha intentando no hacer el más mínimo ruido.

Sentía que el corazón le palpitaba a toda velocidad y que un ligero temblor se apoderaba de su cuerpo. Fuera, alguien gritaba y emitía sonidos extraños, y ella, presa del pánico, era incapaz de moverse y salir a socorrerla. Gritos y susurros se sucedían. Marta imaginaba escenas terribles, considerando la posibilidad de que el agente fuera un psicópata asesino. De repente, un gemido unánime precedió a un gran silencio.

Miró el reloj, habían pasado quince minutos y apenas se oían algunos sonidos ininteligibles. Entonces abrió la puerta y muy lentamente recorrió el pasillo con pequeños y temblorosos pasos hasta que el salón quedo visible y ahí estaban dos jóvenes en el sofá acabándose de colocar la ropa y sin percibir mi presencia el chico se levantó y dijo: « Y ahora ¿te enseño la casa?»

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Una larga memoria familiar

Desde el Blog ‘El Tintero de Oro’ se convoca un nuevo concurso de relatos esta vez dedicado ‘al entorno rural’.

Me acuerdo que aquel día se me pegaron las sábanas y me levanté muy tarde. Las noches de julio eran demasiado tórridas y apenas se podía dormir. Escuché las voces lejanas de mis hermanos, y por la rendija de la puerta vi a mi padre que había desplegado sobre la mesa del comedor el mapa de la Guía Campsa. Todos los años hacía lo mismo. Buscaba una ruta alternativa, más corta, pero al final siempre seguíamos el mismo itinerario.

Mamá preparaba las maletas, mientras daba órdenes a mis hermanos que jugaban o deambulaban de aquí para allá sin rumbo fijo. Me dijo que desayunara, que la ayudara a  preparar unos bocadillos y me vistiera. Saldríamos pronto.

El coche esperaba aparcado en acera, frente al portal. Las maletas iban en una baca colocada en el techo, sujetas con unas cinchas de goma y el maletero a tope con otras bolsas. En cuestión de una hora habíamos cargado todo. El viaje comenzaba.  

Cuando la ciudad quedaba atrás mi padre ponía el radio cassette a tope: Los Brincos, Los Panchos, Camilo Sexto, José Luis Perales… Nosotros nos sabíamos casi todas las canciones y las cantábamos a coro. Papá era un sentimental, un romántico que se resistía a los cambios y a los nuevos tiempos. Había sido tan feliz en su pueblo, donde todo era tan ‘sencillo y sano’, que quería que sus hijos revivieran su propia vida y disfrutaran del mismo ambiente que él. Pero olvidaba que la nuestra era otra generación y que ir al pueblo nos parecía un rollo y nos aburría, aunque la verdad, para quejarnos tanto no lo pasábamos tan mal allí.

El viaje duraba unas cuatro largas y tormentosas horas. Mis tres hermanos y yo íbamos apretados en el asiento de atrás del viejo SIMCA1200, del que mi padre estaba muy orgulloso porque ‘nunca –decía- lo había dejado tirado’. Al principio cantábamos como ya he dicho. Luego callábamos y entrábamos en una especie de letargo, cada uno a su bola. Y más o menos al cabo de una hora comenzábamos a discutir, a pelear y a darnos codazos. Mi hermana pequeña preguntaba una y otra vez «¿falta mucho para llegar?». A continuación lloraba porque la estrujábamos contra la puerta. Se quejaba y gritaba. Entonces mi madre se volvía paciente y trataba de calmarnos por las buenas, hasta que de repente el coche frenaba con brusquedad, mi padre soltaba las manos del volante y nos miraba serio, amenazante, frunciendo el ceño. Sólo entonces nos quedábamos quietos como estatuas. El silencio regresaba hasta que media hora después la escena se repetía. Cuando llegábamos al pueblo estábamos agotados de pelear y discutir pero nada más bajar del coche se nos olvidaba y salíamos corriendo dispuestos a jugar hasta la noche.

La casa era de mis abuelos. Mi padre se la había comprado a sus hermanos. Tenía dos plantas, cinco habitaciones, dos baños, una cocina enorme con comedor y un cobertizo lleno de tiestos donde jugaban mis hermanas pequeñas a las casitas y a las tiendas.

Ahora que lo pienso, aunque entonces nos daban envidia nuestros vecinos que siempre iban a la playa, a Benidorm, la verdad es que en aquel pueblo vivimos muchas aventuras y gozábamos de mucha libertad. Prácticamente vivíamos en la calle y sólo entrábamos en casa para comer y dormir. Aprendimos los nombres de árboles y de muchas plantas y animales. Jugábamos en la tahona mientras se cocía el pan. Las abuelas nos enseñaban a hacer embutidos durante la fiesta de la matanza. Y conformábamos una gran familia en la que todos cuidábamos de todos. La verdad es que el pueblo nos inculcó unos valores que los niños de la ciudad no tenían ocasión de aprender. 

Respecto a mí, en el pueblo se forjó la relación con mi mejor amigo. Aquella historia comenzó peleando por ganar una carrera. Él me puso un ojo morado y yo casi le rompo la nariz. Y hasta hoy. Aquella rivalidad sentó las bases de una amistad sólida, auténtica, de afecto incondicional, que ha llegado sana y salva hasta hoy.

Poco a poco, casi sin darnos cuenta, nos hicimos mayores y mis padres fallecieron. Durante un tiempo dejamos de ir al pueblo. Mis hermanos y yo pensamos vender la casa, hasta que mi hermana pequeña –tan sentimental como mi padre- nos recordó cuánto le dolería a él que lo hiciéramos y como nos veíamos poco, propuso que nos reuniéramos todos allí en vacaciones una vez al año. Y eso hicimos. Desde entonces todos los años volvemos, recordamos cientos de anécdotas y alimentamos nuestra memoria familiar que crece junto a nuestros hijos, al compás de nuevas experiencias.

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Parecidos razonables

Desde el Blog ‘El Tintero de Oro’ se convoca un nuevo reto: escribir 250 palabras sobre el tema ‘Redes Sociales’.

En la primera década del siglo XXI irrumpió Facebook en nuestras vidas. En aquel entonces era la red social por antonomasia y si no tenías una cuenta, no eras nadie en el universo de las relaciones sociales en el marco de internet.

Esta red conectaba a familiares y conocidos. Y recuerdo, que de buenas a primeras, alguien de quien no sabías nada desde hacía años, contactaba contigo y accedías y participabas d su vida a través del muro donde se colgaban fotos de la vida cotidiana: viajes, cumpleaños, fines de semana o incluso fotos del día a día en la casa.

Respecto a mí, hacía años que no sabía nada de Lena, una antigua compañera de colegio que con doce años se mudó de ciudad porque su padre era militar y le cambiaron de destino. Éramos muy buenas amigas, inseparables, incluso habíamos pensado estudiar lo mismo para vivir juntas.

Y un día se me ocurrió buscarla. Había muchas ‘Lenas’, con diferentes apellidos o sobrenombres. La empresa era difícil. Hasta que de repente -no lo podía creer- vi una foto de Lena tal y como la recordaba del colegio. Abrí su perfil y para mi sorpresa no era ella sino su hija, que se también se llamaba Lena y resultaba ser idéntica a ella. No acabó ahí la sorpresa porque entre los amigos de ‘Lena hija’ se encontraba la mía, que casualmente se llama como yo y es mi viva imagen.

Y pensé: «Lena y yo hemos estado unidas sin saberlo…».

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Transformación espontánea

El Blog ‘El Tintero de Oro’ convoca un nuevo concurso esta vez inspirado en “La Metamorfosis” de Kafka y nos invita a escribir un relatodonde el protagonista despierte a un mundo o realidad que contenga un aspecto que no acabe de entender’.

Sara llevaba días sintiéndose extraña: el cuerpo dolorido, cansancio, jaqueca y una especie de erupción en la piel. Por la noche tenia pesadillas y una sudoración fría a la que no encontraba explicación. Sin embargo le restaba importancia. Se tomó un paracetamol y siguió con su vida. A fin de cuentas trabajaba desde casa y eso tenía sus ventajas, ella misma marcaba el ritmo.

El día que todo comenzó, Mariela, la asistenta, llegó antes de lo previsto y Sara le dio instrucciones de que no la molestase. Luego se trasladó a su despacho y cerró la puerta para aislarse y trabajar tranquila. Mariela la avisaría, como siempre, antes de irse. Mientras tanto le esperaba una intensa mañana de reuniones y videoconferencias.

A las tres en punto la asistenta golpeaba suavemente la puerta y le avisaba: «Marcho señora, tiene la comida en el microondas. Volveré pasado mañana.»

Pero Sara no salió a comer. Trabajó ininterrumpidamente durante todo el día, y llegada la tarde, se recostó en el sofá y se quedó dormida. Cuando despertó apenas se podía mover. Al mirarse comprobó que su piel se había oscurecido y recubierto por una especie de vello. Sufría una intensa cefalea y dolores en los costados, punzadas que provenían de unos bultos duros que empujaban la piel. Su cara y su cabeza habían adoptado una extraña forma. Aquel proceso era tan doloroso que sudaba y se retorcía en el suelo. Había perdido en parte su capacidad de pensar y era incapaz de llamar a alguien para que la ayudase.

De repente sintió un crujido al tiempo que todos sus huesos se alteraban o cambiaban de forma. Un instante después, comprobó que ya no tenía brazos sino varias patas negras vellosas que debía utilizar para moverse. Y dejándose llevar por su nuevo instinto se desplazó hasta un espejo y comprobó que se había transformado en una hermosa araña y que su nueva identidad la hacía sentir tan poderosa como desconcertada al experimentar inclinaciones y sensaciones nuevas, desconocidas y a la vez placenteras…

Así, encerrada en su despacho, mutando,  permaneció los dos días siguientes hasta que de nuevo llegó Mariela quien, con la puerta semiabierta, se extrañó pues todo parecía estar tal y como ella lo había dejado. Nada más entrar se dirigió directamente a la cocina, comprobando que Sara no había comido, ni tan siquiera había bebido un vaso de agua. Sorprendida fue al dormitorio: todo estaba en orden y la cama sin deshacer. Entonces se preocupó y fue al despacho. La puerta permanecía cerrada. Pegó el oído pero no escuchaba nada: «¿Sara? ¿Está ahí? ¿Está bien?» Mariela miraba con extrañeza a su alrededor y temió que algo malo le hubiera  sucedido. Así las cosas, se decidió a entrar. Colocó la mano en el pomo y comenzó a girarlo lentamente a la par que apoyaba la cabeza en el borde dispuesta a asomarla. El corazón el latía con fuerza en el pecho. Entreabrió la puerta, entró y encendió la luz. Apenas se volvió cuando se encontró frente a una enorme tela de araña, perfectamente diseñada, que cruzaba diagonalmente la habitación. La asistenta no podía dejar de mirarla con la boca abierta, estupefacta, sin dar crédito a lo que veía y sin darse cuenta que por detrás la acechaba Sara, ahora transformada en una araña gigante. Y cuando la tuvo cerca la empujó contra su tela para que quedara atrapada.

Mariela instintivamente comenzó a luchar para intentar despegarse. Gritaba de pánico pidiendo auxilio, pero su lucha era inútil. Aquellos hilos eran tan fuertes y pegajosos que resultaba imposible zafarse. Después de un rato braceando y pataleando, agotada, sin fuerzas, se rindió. Mientras, Sara daba vueltas en la habitación preparando el momento final antes de darse el festín. Giró y giró sobre Mariela hasta que la envolvió con hilos tejidos a tal efecto. Luego se acercó despacio, posó sus colmillos sobre el cuello e inoculó a su presa un veneno paralizante de resultado inmediato. Mariela la miraba fijo a los ojos, mostrando una mueca de terror en su rostro. Luego Sara la contempló dispuesta a engullir, poco a poco, aquel suculento manjar…

Al cabo de unas horas en la tela sólo quedaba algún despojo que dejó para más tarde. Satisfecha y con el estómago lleno, Sara descansaba en un rincón mientras recordaba, afilándose de nuevo los colmillos, que su compañera de piso volvería en un par de días tras una semana de viaje: no tenía más que esperar, la siguiente presa ya estaba en camino…

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La relatividad del tiempo

En el mes de mayo el Tintero de Oro nos invita a escribir sobre el enigma del tiempo’. Ese será nuestro punto de partida para el microrreto. Una historia en un máximo de 250 palabras que gire en torno a alguna de sus múltiples vertientes.

Los vecinos de Königsberg ajustaban la hora de sus relojes a su paso: «Las siete en punto» murmuraban. Y es que Kant, rutinario y metódico, paseaba a diario, siempre a la misma hora y en la misma dirección, de manera que quienes le veían ya sabían qué hora era.

Pero aquella mañana al despertar, comprobó que había amanecido de lo que dedujo que no podían ser las 5.00. Cogió el reloj de la mesita y confirmó que las manecillas se habían detenido a las 3.00. De un salto se levantó, y rascándose la cabeza, fue al despacho para mirar la hora en el reloj de pared. Se quedó estupefacto: eran las 7.00. No daba crédito.

Enseguida bajó al comedor. Bebió el té y fumó su pipa con un ajetreo impropio en él. Apenas saboreó el tabaco y apuró la taza de té en un par de sorbos. Luego se dirigió hasta la entrada, se puso el abrigo y el sombrero y salió a su caminata diaria, esta vez una hora más tarde de lo habitual pues eran casi las 8.00.

Recorrió las calles adyacentes y desembocó en la principal. Observó que los vecinos le miraban con asombro y cómo un funcionario del ayuntamiento se subía en una escalera hasta el reloj situado sobre la cornisa del edificio. El joven manipulaba las manecillas y justo cuando él atravesaba los soportales, sonaron una a una ‘las siete’ campanadas tal y como sucedía a diario. Entonces Kant, aminoró el paso y suspiró tranquilo…

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Esa no soy yo

En el mes de marzo, desde el Tintero de Oro queremos desafiar a nuestra comunidad a un microrreto musical.La música va a tener que estar presente en nuestros trabajos. pero no la utilizaremos como una anécdota sino como un personaje más del relato, un elemento indispensable o el eje sobre el que se articule.

Yo no soy esa que tú te imaginas, una señorita tranquila y sencilla, que ríe por nada diciendo si a todo, esa no soy yo…

Soy mucho más rebelde y lo sabes. No dejo títere con cabeza si la situación lo requiere y peleo hasta la extenuación si quiero algo o si veo peligrar lo mío.

Yo no soy esa que tú te creías, la paloma blanca que te baila el agua, que ríe por nada diciendo sí a todo. Esa no soy yo. No creas que me convencen todas tus propuestas y mucho menos tú forma de vida. Sólo intento que haya paz entre nosotros y con frecuencia te dejo estar y no te llevo la contraria. Pero no te equivoques, esa no soy yo.

No podrás presumir jamás, de haber jugado con la verdad, con el amor de los demás. Porque todos te hemos calado y sabemos bien cómo eres y lo que buscas. Pero no te equivoques, no confundas la tolerancia o la paciencia con la aceptación.

Pero si buscas tan solo aventuras, amigo, pon guardia a toda tu casa. Yo no soy esa que pierde esperanzas. Piénsalo ya. Decídete.. No te esperaré siempre. Si te marchas ahora no estaré aquí cuando vuelvas. Tengo demasiado claro quién soy y lo que quiero. No estoy dispuesta a menos, porque yo no soy esa que tú te imaginas, una señorita tranquila y sencilla, que un día abandonas y siempre perdona… Esa no soy yo.

®lady_p

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Del azul al verde

Recuerdo que aquella mañana el cielo amaneció despejado, de un azul intenso, raso, despejado de nubes. Hacía frío pero el sol pegaba y nos reconfortó. El día se presentaba triste y aciago, lleno de emociones. Es curioso porque en enero no suele hacer tan buen tiempo, es más, se había anunciado lluvia y viento e incluso nieve, aunque todo se retrasó. Nos dieron una pausa para templar nuestros cuerpos fríos y demacrados. Días después el sol desapareció, el cielo se cubrió de nubes y soplaron ráfagas de un viento huracanado que precipitó las lluvias. Y luego un manto de nieve espesa lo cubrió todo y nos separó definitivamente.

Sé bien, aunque no lo dijeras con palabras, que no querías marcharte. Y créeme yo tampoco quería dejarte ir. Pero todo se volvió tan complicado que quedarte dejó de ser una opción y marcharte la única salida. Imposible luchar contra el destino. Inútil negarse. El final se aceleró como suele suceder en estos casos y no fue posible retenerte. El tiempo se agotó. Y para despedirme me dirigí al azul del sur, atravesando el verde norte. Dejé a mi paso campos y prados, montañas y bosques. De norte a sur, del verde al azul, sembré dolor y olvido.

Llegué a casa desolada, doliente y añorante, preparada para recordarte, lista para llorarte. Y entonces recordé un detalle insignificante: que del azul al verde sólo media un color, el amarillo, justamente el tuyo.

©lady_p

Participación en reto del Blog ‘El tintero de Oro’, convocatoria bajo el tema: escribir sobre un color.  

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