Dudas y temores

Desde el blog ‘Alianzara’, el reto de escritura de este mes de abril nos invita a escribir un relato siguiendo la técnica del ‘flujo de la conciencia’.

La policía sigue en casa. Dos guardias, apostados uno a cada lado de la puerta, continúan custodiando tu dormitorio. No me atrevo a entrar. Oigo a mi hermana Emma concretar los detalles de tu entierro. Necesito estar sola y pensar. Tu despacho me parece el lugar perfecto. Cuando era pequeña solía entrar cuando no me veían. Me sentaba en la silla giratoria y ponía los pies cruzados sobre la mesa tal y como veía en las películas. Luego daba unas vueltas ayudándome de la mesa y me quedaba mirando por la ventana. No sé por qué, al final siempre me descubrían y me reñían, advirtiéndome de que no podía tocar nada porque era tu ‘oficina’. Los resultados de los análisis tardarán todavía. Ojalá no tengan que hacerte la autopsia. Ojalá se trate de una muerte natural.  ¿Qué has hecho papá? ¿Has pensado en las consecuencias legales? ¡Seríamos cómplices por el amor de Dios! Me prometiste esperar y volver a hablarlo. Te vi decidido pero tal vez, si hubiera podido explicarte que te necesitaba conmigo te lo hubieras pensado. Sé bien que Emma es tu apoyo, tu persona de confianza, entre otras cosas porque está físicamente cerca. Ella quiso quedarse aquí, en esta ciudad. Quiso cuidar de mamá y de ti. A mí todos me animasteis a marcharme porque sabíais que aquí me sentía asfixiada, que este lugar se me quedaba pequeño y que aquí no tenía futuro como traductora. Y me marché a estudiar a Madrid y luego fuera. No fue fácil papá. Me hice mayor lejos de casa mientras Emma seguía a vuestro lado, lidiando con la enfermedad de mamá, haciéndose cargo de tu clientela, de tu despacho. Luego, para colmo, mi matrimonio fallido acrecentó aún más la distancia entre tú y yo. La oveja negra, eso he sido para ti. No he tenido tiempo ni intimidad para preguntar a mi hermana sobre tu muerte. No sé qué sabe, qué piensa, qué te dijo. Si le dijiste lo mismo que a mí ahora tendrá sus dudas, como yo. Tal vez por eso, mientras el forense te examinaba, no dejaba de mirarme invitándome a observar la mesilla de noche y ese vaso de plástico ¿desde cuándo usas vasos de plástico papá? Tú los odiabas. Te quejabas de casi todo lo que venía envasado con este dichoso material. ¿Cuándo tomaste tu decisión y por qué? ¿Cómo supiste sobre los efectos del tejo? ¿Quién te informó? He pensado en Anselmo, tu amigo aficionado a la botánica. Sería el único capaz de proporcionártelo… El ‘árbol de la muerte, así lo llaman. Al parecer es frecuente encontrarlos en las iglesias y monasterios. Y ahora que lo pienso en el pueblo está el viejo monasterio de los Jerónimos que tiene un gran huerto… No puede ser. ¿El padre Pedro seguirá allí? Él, Anselmo y tú sois de la misma quinta y él no te lo facilitaría pero Anselmo sí. La toxina se libera una vez trituradas y cocidas las hojas. He leído que la intoxicación produce vómitos y luego somnolencia, ¿lo hiciste solo o te ayudó alguien? ¿Anselmo tal vez? Te acompañó y se marchó. Porque la puerta estaba cerrada con llaves. De ser así en el cajón de la mesa de la entrada, donde guardamos la copia que utiliza Amparito, la asistenta, y los invitados, no estaría. Efectivamente. Aquí no está. ¿Así lo hiciste papá? Emma me pregunta si esparcimos tus cenizas en tu lugar favorito o las depositamos en el columbario del cementerio. Me encojo de hombros. No sé, le digo. ¿Qué querrías tú?  Emma pone cara de resignación y me dice que mi actitud no ayuda, que ella decidirá. Como siempre. La verdad es que no puedo pensar con claridad. La hipótesis del suicidio cobra cuerpo en mi cabeza y me rebelo. Eras un hombre de honor, de palabra. Y yo te creí cuando me dijiste que esperarías, que volveríamos a hablar. Debí seguir mi intuición y llamar a mi hermana para comentarlo pero quise ser obediente y guardar el secreto, al menos, hasta volver a vernos. ¿Cómo podía imaginar que faltarías a tu palabra?: «Amanda, la palabra dada es sagrada hija, nunca ha de darse en vano. Si pierdes credibilidad te resultará muy difícil recuperarla» me decías convencido. ¿Y ahora qué? ¿Dónde quedó la tuya? Cuando conocí a Leo, mi marido, no te gustó un pelo. Me advertiste. Me avisaste de que era un tarambana, que no me fiara, que no tenía palabra y que no se comprometería de verdad. Eso me dijiste cuando te anuncié mi boda. Fuiste duro conmigo y no viniste a verme. Te enfadaste y pasamos más de un año sin hablarnos hasta la enfermedad de mamá. Aquel día me esperaste a la salida del trabajo. No te reconocí. Fue la primera vez que te noté envejecido. Parecía que hubiera transcurrido diez años o más. Me miraste a los ojos y sin mediar palabras fuiste directo al grano: «Mamá tiene cáncer. Está muy avanzado». Esas fueron tus palabras. No soy tan fuerte papá. Fui yo quien se echó a tus brazos y aún tardaste en abrazarme contra ti. ¡Por qué lo has hecho papá, por qué lo has hecho…!

©lady_p