Un viaje transformador

Esta semana en ‘relatos jueveros’, el blog de Neuriwoman nos reta a escribir sobre ‘un gran viaje’
Screenshot

Aquel fin de semana llevaba meses programado. Después de casi dos años sin vernos, por fin nos reuníamos de nuevo las cuatro amigas del colegio. Cuando acabamos bachillerato, cada una eligió su camino aunque mantuvimos el contacto. Y cuando  formamos muestras propias familias, decidimos reunirnos al menos una vez al año para ponernos al día.

En aquella ocasión alquilamos un apartamento en un punto equidistante aprovechando un puente. A la hora convenida llegamos al restaurante elegido como lugar de encuentro, donde de paso, comeríamos y recogeríamos las llaves. Fuimos puntuales, como siempre, menos Ana claro, cosa que no nos extrañó. Siempre había sido impuntual y estábamos acostumbradas a esperarla.

Propuse entrar a tomarnos una caña en la barra o esperar sentadas en la mesa que teníamos reservada. Y así lo hicimos a pesar de las protestas de las demás que continuaban con su retahíla sobre la tardanza.

Pasaba cerca de una hora y Ana no daba señales. Poco a poco la impaciencia fue dando paso a la preocupación y lo peor es que no atendía al móvil. Alguien sugirió picar algo porque si solo bebíamos la cosa no tendría buen final. Así que pedimos unos entrantes para compartir. Se nos agotaba el popurrí de temas intrascendentes. Ninguna quería mostrarse particularmente preocupada, pero la verdad es que todas lo estábamos.

De repente entraron en el local dos agentes de la Guardia Civil. Se dirigieron al camarero de la barra y un segundo después uno de ellos nos miró y caminó hacia nosotras que nos manteníamos expectantes, aguantando la respiración…

−Buenas tardes, ¿conocen a una tal Ana Urrutia?−

−Sí− contestamos a la vez.

−Sentimos comunicarles que ha tenido un accidente a unos treinta kilómetros de aquí. La han llevado al Hospital Comarcal. Ahora mismo estará en quirófano. No les puedo decir nada más. Encontramos en el asiento de al lado un trozo de papel con esta dirección y hemos supuesto que podrían estar esperándola.

Después saludaron con un gesto típico militar y se marcharon. Nosotras pedimos la cuenta y salimos hacia el hospital.

Llegamos. Subimos. Nos sentamos sin mediar palabra. Al cabo de una media hora, salió un señor de mediana edad, vestido aún con atuendo de quirófano y cara de pocos amigos… Se dirigió hacia nosotras:

−Siento decirles que la paciente ha fallecido, no hemos podido hacer nada para salvarla…

Aquel viaje fue muy triste e inolvidable, un gran viaje interior y transformador tras el cual supe que nada sería igual, que la persona que regresaba no era la misma que había partido…

Pasó mucho tiempo hasta que las tres amigas volvimos a vernos y cuando lo hicimos fue para homenajear a Ana recordando las anécdotas más graciosas de nuestra vida juntas. No hicimos más que lo que sabíamos ella hubiera querido.

©lady_p