Una bibliotecaria astuta

Desde el blog de Neogéminis para este jueves 13 de marzo, se nos invita a escribir un relato basado en ‘la escena de un crimen’.

La biblioteca municipal del pueblo llevaba muchos años en manos de doña Herminia. Apenas le faltaba un año para jubilarse y conocía al dedillo todos los títulos y hasta su localización en los estantes. Herminia comenzó siendo una fiel usuaria cuando la biblioteca abrió por primera vez sus puertas hacía más de sesenta años. Es más, el primer carnet que emitió fue el suyo.

Lectora empedernida se licenció en Lengua y Literatura,  luego estudió biblioteconomía y en cuanto se jubiló el anterior bibliotecario ella accedió a la plaza y la sacó por méritos.

Sus fondos apenas despertaban interés salvo por un incunable y una colección de unos cien libros procedente de la donación desinteresada de un aristócrata inglés, afincado en el pueblo, quien a su muerte donó esta pequeña pero valiosa biblioteca que era el orgullo de doña Herminia. Dicha librería estaba ubicada en unos anaqueles con puertas y llaves a los que sólo se accedía en su presencia y bajo autorización especial.

Cada día Herminia abría las puertas del edificio a las 10.00 en punto de la mañana y cerraba a las 14.00 de la tarde, pero aquel día a las 14.15 horas aún permanecía abierta lo que alertó a Matías, el panadero, que tenía su local justo en la acera de enfrente.

A Matías le parecía muy raro que doña Herminia no hubiera cerrado para comer, así que ni corto ni perezoso cruzó la calle y entró a mirar.  Llamó a voces a Herminia dos o tres veces. Nadie contestó. Recorrió la sala hasta llegar a la sección donde guardaban los libros más valiosos y encontró a la bibliotecaria en el suelo y a su alrededor algunos libros deshojados y desparramados. Enseguida se acercó e intentó espabilar a Herminia que yacía inconsciente sobre la alfombra pero un hilillo rojo de sangre corría desde la comisura de los labios hacia el cuello…

−¡Doña Herminia, doña Herminia, diga algo por Dios! –gritaba acelerado Matías dándole palmaditas en la cara.

Al fin Herminia entreabrió los ojos y señalando una ventana musitó:

−La vuelta al mundo en 80 días… Estantería 25, tercera balda a la izquierda…

Matías siguió las instrucciones y enseguida localizó el libro solo que al abrirlo comprobó que se trataba del incunable disfrazado de libro infantil.  

Cuando la policía llegó reconstruyó los hechos: Al parecer y según testimonio de algunos testigos, Herminia tenía en mente a un sospechoso que había solicitado varias veces consultar el incunable y otros títulos de la valiosa colección. Aquella misma mañana había estado allí, y desconfiando de sus intenciones, cambió la portada del libro, protegiendo el incunable con la tapa del famoso libro de Julio Verne, colocándolo después en el estante de literatura juvenil, de manera que el ladrón a la hora de robar no se llevara el auténtico.

Así fue como la astuta bibliotecaria salvó del robo el volumen más preciado y valioso, orgullo de la biblioteca, una heroicidad que le costó la vida a doña Herminia. De la noticia se hizo eco la prensa local y nacional alabando una proeza que pasó a la posteridad en toda la comarca.

©lady_p