Esta semana desde el blog ‘El Demiurgo de Hurligham’, el reto juevero nos invita a escribir sobre ‘una caja misteriosa’

Nada más despegar el avión, Emma sintió un pellizco en el estómago y pitidos en oído izquierdo. No lo dudó. Aquellas señales no vaticinaban nada bueno. Lo sabía. Sabía desde pequeña que aquellas sensaciones en su cuerpo presagiaban alguna calamidad. Lo presintió a los 12 años cuando sucedió el accidente en el que murió su madre. Aquel día ella se anticipó y experimentó los mismos indicios. Años después sucedió otro tanto con su abuela, el día que murió de un infarto de miocardio después de saber por la TV que había ganado la primitiva, aunque resultó ser una discreta cantidad. O cuando se prendió fuego en la cocina, según ella por dejarse encendido un tostador, según los bomberos por un cortocircuito. O cuando subió a la noria con sus amigos y se quedaron toda la noche parados en el punto más alto… En fin, a Emma la precedía una larga lista de desgracias e infortunios, por lo que se consideraba a sí misma un poco gafe. Y siempre, a tales acontecimientos, le precedían aquellos síntomas corporales.
El vuelo parecía transcurrir con total normalidad aunque Emma no dejaba de sentir cierta inquietud y rezaba para que todo fuera bien. No se perdonaría otra desgracia. Se sentía responsable de las numerosas vidas de quienes la acompañaban en aquel viaje y que conste que nunca habría volado si no fuera necesario.
Y en esas estaba, cuando el capitán avisó que el aeropuerto ya estaba cerca. A continuación hizo las correspondientes advertencias y todos se colocaron en sus asientos para preparar el aterrizaje. Entonces, de repente, se escucharon sonidos extraños y el avión comenzó a descender en picado. Emma no dejaba de repetirse: «Lo sabía. Sabía que algo iba a suceder». Una azafata advirtió que nadie se moviera del asiento y que estuvieran alerta, que si saltaban las mascarillas siguieran el protocolo. Por la ventanilla se podía ver como el avión descendía rápido y se acercaba a la pista, hasta que el tren de aterrizaje tocó el suelo a tanta velocidad que el capitán no pudo frenar y el avión se salió de la pista para estrellarse contra unos matorrales. Afortunadamente no hubo víctimas mortales pero sí numerosos heridos y grandes destrozos en el fuselaje.
La investigación de la ‘caja negra’, testigo mudo de toda la actividad del vuelo, no desveló fallos humanos ni del motor, concluyendo que el accidente se había producido por causas ‘desconocidas’. Una vez conocido el informe, Emma decidió no viajar nunca más en avión.
©lady_p