Quién bien empieza…

Este jueves desde el Blog ‘La trastienda del pecado’ Mag nos invita a escribir un relato utilizando algunas locuciones a elegir entre las propuestas.

Julián Preset gozaba de una fama y reputación intachables, a lo que sumaba que la suerte siempre estaba de su parte. Por eso consideró que era una fuente inagotable que jamás llegaría a su fin. Y a punto estuvo fe perderla aquella noche que entró en un casino por primera vez después de una cena con socios y amigos. Lo hizo dejándose llevar, para divertirse y fardar de que perder dinero no le importaba ni le hacía meya. Tener ‘pasta’ era una condición sine que non en su vida y una razón para no dormirse en los laureles y trabajar a destajo para ganarlo. Pero aquel día, cuando se sentó frente a la ruleta, algo diabólico se apoderó de él. Sintió cómo la adrenalina le subía y mil sensaciones extraordinarias lo inundaban. Se supo ganador, ni más ni menos, y se lamentó de no haberlo descubierto antes.

Y mirando la ruleta girar y girar, después de haber perdido varias apuestas, medio bebido y atontado por el soniquete de la bola dando vueltas, sobrevolando cada número, Julián soñó despierto con una especie de genio surgido del cuerpo del crupier que se plantó a su lado y comenzó a hablarle al oído: «Seguramente ganarás esta partida. Hay mucho dinero en juego pero querrás ganar más y más». El geniecillo hablaba con seguridad y conocimiento de causa, con experiencia y le fue relatando casos y ejemplos varios de personas que tentaban la suerte dejándose llevar por la ambición y lo perdían todo, absolutamente todo. Luego apareció una especie de pantalla donde pudo verse a sí mismo vagando por las calles con otros mendigos, durmiendo en portales abandonados. Finalmente el holograma le mostró su imagen saliendo triunfador del casino con un fajo de billetes en las manos: «Este eres tú si abandonas el juego después de esta partida».

Apenas un instante después volvió a la realidad. La bola se detuvo sobre su apuesta y una torre de fichas amarillas se deslizó sobre el tapete hasta acabar delante de sus narices. Y entonces fiat lux. Julián recordó con absoluta nitidez la visión que había tenido y cuando el crupier preguntó en alto: «¿alguna apuesta más?» él se levantó de la mesa añadiendo: «gracias estoy servido».

Y aunque los amigos le animaban a continuar, soplándole al oído que no lo dejara, que estaba en racha, él les contestó convencido: «la avaricia rompe el saco». Y se marchó satisfecho y con los bolsillos llenos.

©lady_p