Sin oficio ni beneficio

Cuando llegué Martín seguía tumbado en el sofá. Hacía quince días que le habían echado del trabajo. Recuerdo que aquella tarde llegó a casa disgustado, decaído y serio, quejándose de lo injusta que es la vida, de que nadie valore su inteligencia, de la falta de solidaridad de los compañeros y de la incomprensión de los jefes, la mayoría unos abusones, según sus propias palabras… Enseguida le pregunté qué había pasado porque, en apenas seis meses, había tenido siete trabajos y de todos le han echado. Él le restó importancia. Primero me contó dos o tres anécdotas que no vienen al caso, y por último, me dice, que cómo desayuna dos veces, la segunda vez tardó un poco más en incorporarse. Al parecer era la tercera o cuarta vez que le advertían, e incluso le habían sancionado. Pero él se había defendido con pobres argumentos como decir, que siendo diabético, debía comer poco pero muchas veces al día…En fin, que el jefe se cansó y lo mandó a paseo. Algo parecido a las veces anteriores, porque Martín, más que ausentarse se escaquea sin excusa con tal de no dar un palo al agua.

Como siempre su primera reacción fue tomarse un descanso –cómo si estuviera cansado- y tumbarse en el sofá varios días seguidos sin hacer otra cosa que ver la TV y comer.

Hace un par de días nos visitó el vecino para avisar que en el supermercado necesitaban un reponedor. Pero él dijo que eso no es para él, que él es ‘informático’. Eso lo dice porque hizo un curso on line… Pero le salió el tiro por la culata, porque resulta que su primo, el del vecino, tiene una empresa de mantenimiento informático y necesitaba a alguien, aunque en principio sólo para tres meses. Entonces Martín comentó que es poco tiempo. Que mejor esperar un trabajo fijo. Pero que ‘a lo mejor’ después se acercaba al local para hablar con él. . Sé que no lo hará por desidia. Seguro. 

Aquel mismo día, por la tarde, llegó mi tío -que lo conoce y sabe de qué pie cojea- y le ofreció trabajar en su bar los fines de semana: «Así tienes para cubrir tus gastos» le comentó. Ni pestañeó: la hostelería ni hablar. Eso sería lo último, añadió indignado.

Cansada de repetirme le comento que el tiempo pasa, que tiene suerte de tener tantas oportunidades en un mismo día, que en realidad ‘no tiene oficio ni beneficio’ y no puede ser exquisito a la hora de elegir. Le insisto en que la vida es algo más que estar echado y comer. Que tiene responsabilidades y que no se puede vivir del aire. Y entonces le planto el periódico en las narices para que mire posibles trabajos y me dice lo mismo que ayer y antes de ayer, y antes de antes de ayer, y antes de antes de antes de ayer: «Después lo miro…».

©lady_p

Participación en “Relatos Jueveros” esta semana desde el Blog ‘El vici solitari’ con el tema ‘Los pecados capitales’

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