
Aquella mañana Nora se levantó preocupada. Había tenido una terrible pesadilla en la que sentía que su reloj interior se paraba. La mano de un ser grotesco atravesaba su pecho y arrancaba de cuajo el mecanismo del reloj que hacía las veces de corazón e impulsaba su vida. El recuerdo de semejante sueño la inquietó. Por eso, de vez en cuando, colocaba las manos sobre su pecho para percibir el tic tac y comprobar que seguía funcionando. Hasta que el recuerdo de las manecillas de turmalina negra la alivió: su poder la protegía de cualquier negatividad.
©lady_p
Participación en el reto “Escribir Jugando” desde el Blog de Lidia Castro.
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