Llevaba días sin salir de aquella casa. Las vacaciones no estaban resultando como había previsto. Mis captores lo habían planeado bien. Me sacaron a la fuerza de mi coche cuando estaba aparcada en aquel área de servicio. Recuerdo que Robert, mi novio, había salido a comprar unos refrescos mientras yo preparaba unos bocadillos. De repente dos hombres con careta del Pato Donald abrieron la puerta, me taparon la boca y me lanzaron al suelo de una furgoneta. Todo fue tan rápido que no pude gritar, ni pedir ayuda. Debieron inyectarme algún somnífero porque cuando desperté estaba en la habitación de un pequeño apartamento. Me sentía mareada. Todo me daba vueltas y no podía moverme. Tardé unos segundos en reaccionar y tomar conciencia de cuanto había sucedido.
Pasadas las primeras horas perdí la noción del tiempo. Los individuos se turnaban para darme de comer y esperar que fuera al baño. Me dejaban sentada en el suelo con las manos y los pies atados y una cinta de embalar tapándome la boca. Bajaban las persianas y aquella oscuridad me confundía. Pasaba horas durmiendo, o eso me parecía, y cuando me despertaba intentaba interpretar todos los ruidos que escuchaba, reteniendo en mi memoria cada olor, cada sonido, cada mueble de aquella habitación destartalada. Un cuartucho barato de un motel de carretera de tercera categoría sin duda. Sí, quería recordar todo para poder contarlo.
Cada cierto tiempo uno de los dos venía y me destapaba la boca, no sin antes advertirme de lo que sucedería si gritaba y yo no dejaba de preguntar «¿Qué queréis? ¿Por qué yo? No tengo nada que os interese». Pero nunca contestaban, solo me amenazaban con un gesto, pasando el dedo índice por la garganta. Después me callaba. Aceptaba lo que me daban de comer, iba al baño y vuelta a la misma posición.
Una vez les oí hablar delante de la puerta. Por la rendija vi la sombra de sus pies. Discutían. Uno de ellos comentaba que ya estaba bien, que habían pasado cinco días. Que aquello estaba perdiendo la gracia. Que la apuesta fue para retenerme como máximo un par de días. Que no contara más con él. Entonces el otro le dijo que de eso nada, que tendría que seguir adelante porque él no estaba dispuesto a perder la apuesta… Hubo un silencio y se fueron. Aquel día no comí, ni bebí, ni pude ir al baño…
Decidí averiguar quien era el más débil y al poco tiempo me di cuenta de que el que tenía los ojos claros resultaba menos brusco y más accesible. Le miraba fijamente para que se apiadara. Sus ojos me recordaron a Robert. Pensaba en él continuamente, estaba segura que estaría buscándome.
Cuando se marchó, noté que las bridas que me sujetaban las manos estaban más flojas de lo normal. Y aunque tenía heridas en las muñecas, comencé a tirar y a tirar hasta que conseguí zafarme. Tenía que ser rápida porque no siempre venían a la misma hora. Me despegué la cinta de la boca y me arranqué como pude las ataduras de los pies. Apenas podía enderezarme, había pasado mucho tiempo en la misma posición y aunque casi no podía caminar, casi sin fuerzas, abrí una ventana y salí. Efectivamente era un motel con apartamentos independientes. Casi cegada por la luz del sol, caminé agarrándome a la pared.
Miraba hacia todos lados y observé que una furgoneta se acercaba. No sabía hacia dónde huir hasta que vi una enorme piscina al fondo. Había mucha gente bañándose. Me dirigí hacia allí, me quité parte de la ropa y de un salto me lancé al agua. Primero dejé fuera la cabeza observándolos. Me sumergí para confundirme con los demás usuarios. Contuve la respiración mientras miraba a través de la superficie del agua. Primero vi sus pies, luego estuvieron de espaldas buscándome con la mirada. Y después, cuando se volvieron, comprobé con asombro, que uno de ellos era Robert. No podía dar crédito, él era uno de los que me habían raptado.
Me mantuve así, quieta bajo el agua, con los ojos abiertos, hasta que pasaron de largo y se fueron. Después ascendí y saqué rápidamente la cabeza para recobrar el aliento. Luego salí de la piscina y caí al suelo desvanecida. Cuando desperté me atendían en una ambulancia.
La noticia de mi desaparición llevaba días circulando en la prensa y la TV. Mi relato y el de otras tres chicas que corrieron la misma suerte, ayudó a que la policía atrapase a los raptores: se trataba de un grupo de jóvenes que realizan apuestas por un juego de rol…
Y una vez todo hubo pasado, pedí traslado y comencé de nuevo en otra ciudad. Nunca más me detuve en un área de servicio, ni me alojé en un hotel de carretera.
©lady_p