
Cuenta la leyenda que años después de haber liberado a la muchacha cautiva, Asiram, siendo ya mayor, Abdul ben Alssur desapareció. Desde entonces, los habitantes de la antigua kora de la costa andalusí, por la noche podían divisar la luz que brillaba lejana en el litoral norteafricano sin que nadie supiera de donde provenía. Hasta que un día, un navegante que había surcado y explorado el Mediterráneo por esa zona, contó que la luz procedía de un Faro conocido con el nombre de Asiram, una torre enorme que se elevaba sobre el punto más alto del acantilado que había mandado construir Abdul ben Alssur, un viejo caudillo militar, ordenando que permaneciera encendido cada noche hasta el final de sus días, como señal de su amor por una joven cristiana a la que había llamado Asiram –ojos de tormenta- en árabe.
De repente, el sonido de la puerta me sobresaltó, ensimismada como estaba mientras tomaba unas notas para la sinopsis del libro. Me puse una sudadera sobre el pijama, me calcé las zapatillas y abrí la puerta…No había nadie, sólo un pequeño sobre encima de la alfombra, con mi nombre, sin remitente…Lo abrí. Contenía una foto en color de un precioso velero. En el dorso una nota escrita: «Gracias por tu acogida. Hubo acuerdo con la editorial y se publicará el libro. A punto de hacer realidad mi sueño, me gustaría celebrarlo contigo. Víctor». En ese mismo instante, un wassap entraba en mi móvil:
−¿Qué te parece? Aún no lo tengo, pero me gustaría contártelo. Llámame y quedamos.
Diez invitaciones más tarde accedí. No entendía su insistencia y aún menos por qué me resistía tanto…o sí… El recuerdo de Abdul se quedó plantado en mi cabeza. Pensaba en él y en la joven Asiram, en sus ‘ojos de tormenta’ atravesados en el corazón de aquel hombre, en cuyo interior el amor y el deseo luchaban enfrentados en un respetuoso silencio. Pensaba también en la muchacha, preguntándome qué habría sentido contemplando el amor frustrado de aquel hombre al que era incapaz de corresponder y qué hilo extraño y misterioso los mantuvo unido a través de los tiempos. Aunque Abdul había desposado y tenido varios hijos, ni una sóla noche dejó de acercarse hasta el Faro para mirar la otra orilla, la kora de Rayya. Y allí de pie, soñaba que aquel haz de luz, proyectado desde la inmensa torre, iluminaba los ojos de su amada, mientras una lágrima recorría lentamente su mejilla y esbozaba una leve sonrisa al tiempo que pronunciaba lentamente su nombre, apenas un íntimo susurro escapado entre los labios. Su corazón estaba en paz.
Me reconocía a mí misma en aquel texto. Recuerdo que cuando lo escribí, como en un juego de rol, a veces me sentía Abdul, a veces Asiram, y siempre un trozo de mí, de mis vivencias, se camuflaba y hablaba a través de ellos. Porque todos. alguna vez en la vida, hemos amado equivocadamente o no hemos sido correspondidos… Y en este momento, como Abdul, yo también estaba en paz. Por primera vez en mucho tiempo me sentía bien conmigo misma, había conseguido equilibrar los diferentes ámbitos de mi vida y en mi interior reinaba un orden añorado, signo evidente de una madurez llegada con los años, con la experiencia y después de una profunda reflexión.
Por eso sentí miedo. No quería que nada perturbara esa armonía y presentía que Víctor podía llegar a colarse por alguna fisura ¿quién no las tiene?.
©lady_p
Continuará…


