El abuelo Lucas

En ‘relatos jueveros’ desde el blog de Campirela se nos invita a escribir un relato sobre el tema, ‘el cuerpo como territotio’. Aproximadamente una extensión de 350 palabras

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El abuelo Lucas nos contaba muchas historias. Casi todas las mañanas paseaba hasta la huerta junto a Baby, un labrador negro como el carbón y tan leal como un faro al navegante. Allí, después de vigilar los tomates, pimientos, berenjenas, patatas y algunos frutales, el abuelo se sentaba mientras se liaba un cigarrillo que fumaba a escondidas de la abuela.

Algunos días, a la salida del colegio, mi hermana y yo íbamos a verle. Él nos recibía con un gran abrazo y un plato con unas peras y ciruelas recién cogidas del árbol. Mientras la mordíamos, nos sentábamos con él. Primero nosotras le hablábamos del colegio y luego él nos preguntaba: «bueno, ¿ qué queréis que os cuente hoy?».

A nosotras nos gustaba deambular por el mapa de sus cicatrices. Le habíamos contado hasta diez. Algunas eran de la infancia porque el abuelo había sido muy travieso de pequeño. Otras accidentes de trabajo en el campo y el resto de la guerra. Así que mi hermana comenzaba cogiendo su mano derecha mientras señalaba una pequeña línea marcada sobre la piel alrededor del pulgar y él decía: «esa me la hice en el campo, cogiendo setas con mi padre». Enseguida yo le señalaba una en la ceja izquierda: «Esa tiene una historia más larga». Y yo la contaba; «Sí. Bajabas corriendo la escalera perseguido por tu hermano y al llegar al último escalón te caíste y tropezaste con el pedal de una moto. La bisabuela, o sea tu madre, partió un huevo y pegó la membrana fina jugosa en tu ceja. La herida se taponó y no te pusieron puntos…» A continuación mi hermana, puso el dedo sobre el muslo «aquí está la de la guerra ¿verdad abuelo?». Él asentía con la cabeza y mi hermana contaba cómo había permanecido oculto en una cueva durante tres días sin agua ni comida hasta que pudo escapar. Pero unos soldados que andaban cerca y le dispararon. Su amigo Luis lo cargó al hombro y lo puso a salvo…

El cuerpo del abuelo es como un gran atlas. Cada cicatriz es un frontera, una huella de las diversas vivencias que atraviesan su vida. Recorrer todo este territorio es conocer su historia y rastrear su memoria.  

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Un encuentro de lo más incómodo

Desde el blog de ‘Neogéminis’, el encuentro juevero de esta semana se nos invita a escribir sobre un ‘personaje descontextualizado’. Esta es mi aportación.

A veces –como en este caso- no es necesario imaginar personajes ficticios que protagonicen una historia inventada porque la propia vida, cuando empieza a ser larga, contiene todo tipo de situaciones que pueden ayudar a ilustrar el ‘tema juevero’ de la semana. Así que echo mano de la memoria para contar una historia real, vivida en primera persona acorde al tema propuesto por Mónica.

Para empezar debo aclarar que me he dedicado a la enseñanza. Por mis manos han pasado muchos alumnos a una media de ciento veinte por año. Ha habido de todo, buenas y malas cosechas. Todos se han abierto camino y hoy son hombres y mujeres profesionales en muchos campos.

Durante los primeros años viví en la misma localidad donde trabajaba. Les veía hacerse mayores y no les perdía la pista. Pero luego me mudé a otra localidad y ese contacto más cercano se limitó al círculo del instituto, a las clases, al aula. Y una vez acaban no sabía nada más de ellos.

Es fácil comprender que ellos se quedaran con una imagen mía petrificada y con pocos cambios en el tiempo. Ellos, en cambio, pasaban de adolescentes a hombres y mujeres. Cambiaban el peinado, el cuerpo se estilizaba, crecían y algunos se dejaba crecer la barba. Imposible recordarlos a todos. Resultaba fácil retener los extremos: los brillantes y los más traviesos o conflictivos. Por eso ellos me han seguido saludando y yo muchas veces he respondido sin saber quiénes eran…

Y esta fue la situación incómoda que viví, cuando al cabo de los años se me acercó un antiguo alumno, que dio por hecho que lo reconocía.

Recuerdo que estaba de compras en un centro comercial local y de repente se me plantó un chico delante con una inmensa sonrisa…

−Hola ¿no te acuerdas de mí? Soy David, tu alumno favorito…−dijo con un tono de sorna.

En mi cabeza se fueron abriendo archivos y carpetas de antiguos alumnos: «A ver…David…David… ¿Bueno o malo?»

−Espera que te localice, has cambiado mucho…

−Sí mujer, ¿no te acuerdas? Claro, llevaba el pelo muy largo y ahora rapado…¿Te acuerdas que me suspendiste pero me diste otra oportunidad…?

«Madre mía…Carpeta de ‘pelos largos y segundas oportunidades…’ Pero quien es este…Y piensa que sé en qué centro estuvo y no tengo ni idea…»

−Sí, David, David Fernández Pérez. Luego le diste clases a mi hermana Azucena, dos años después. Tenemos muy buen recuerdo de ti, sobre todo cuando fuimos de excursión a Port Aventura y me perdí…Bueno, dije que me perdí pero estuve todo el rato subido en la ‘Montaña Rusa’…

« David, pelo largo, segunda oportunidad, hermana Azucena…Nada. Mente en blanco. Eso sí, recordé que ‘alguien’ se perdió en un viaje y nos llevamos un gran disgusto». Y sin poder soportar más aquel tormento dije sonriendo:

−¡Ah claro, David!¡Ahora caigo! Vaya susto que nos diste −dije no muy − estuvimos a punto de llamar a la policía. Y ¡qué es de tu vida…?  

¿Quieren saber la verdad? Nunca recordé con claridad, a David…Su imagen acudía borrosa a mi mente y me sentía mal por ello. Pero a pesar de mi olvido el encuentro fue muy agradable, porque siempre es un placer y una satisfacción que te recuerden con cariño…

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Un viaje inesperado

Desde el blog de Capirela, esta semana en ‘relatos jueveros’ se nos plantea el reto de escribir sobre un viaje iamginado a un destino deseado aunque aún sin cumplir.

Querida amiga, aunque sin ti, finalmente he podido cumplir mi sueño y he viajado hasta el Valle de los Reyes, «también conocido como Uadi Abwāb Al-Muluk…» eso leo en la pequeña guía que confeccionamos juntas ¿recuerdas?. Sé que nos acompaña un guía turístico que nos contará de todo y que tal vez haya algunas ‘apps’ para el móvil, pero yo soy de antigua escuela y me gusta tomar nota y el papel…

El vuelo fue directo desde Madrid. Nos alojamos en un hotel limpio, aunque sin demasiados lujos. Descansamos y recorrimos la ciudad durante tres días. La siguiente parada era Luxor. Las alternativas para viajar hasta allí eran variadas: tren, bus, taxi y avión. Esta última es indudablemente la más rápida y cómoda. El vuelo duró tres horas y media. Desde el aeropuerto la agencia nos trasladó a otro hotel en el que nos alojamos otros dos días.

El día de la visita hizo bastante calor –aquí, en primavera, las temperaturas superan los 30 grados- y había muchísima gente. Tuvimos que hacer largas colas. La visita tuvo una duración total de seis horas y acabamos muy cansados. aunque mereció la pena.

Una de las cosas que más me impresionó fue la panorámica desde la colina. Desde allí se puede contemplar todo el Valle y una se siente pequeña entre aquella grandiosidad. Los egipcios construyeron a una escala gigantesca donde la medida del hombre se difumina y apenas es nada.

El resto de viaje lo dedicamos a un crucero por el Nilo, visitando ciudades emblemáticas del Bajo y Alto Egipto. Fue como un paseo reposado, contemplativo y me acordé mucho de ti, a pesar de haber encajado muy bien en el grupo. No sabes cuánto siento que no hayas podido venir. El trato era acompañarnos en un viaje especial para cada una y me habría gustado compartirlo pero el COVID lo estropeó todo. Siento mucho que la alternativa solo fuera perder el dinero que con esfuerzo habíamos ahorrado. Sólo por esa razón, además de tu insistencia, fue por lo que vine.

Confío que para la próxima primavera viajemos juntas a la lejana India. Esperemos que no haya ningún contratiempo. Estoy deseando porque ya sabes esa es mi segundo viaje especial.

Cuídate mucho! Nos vemos pronto. Un abrazo.     

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La silla de Eduardo

Esta semana en ‘relatos jueveros, el blog de ‘El bici solitari’ nos invita a escribir un relato que tenga como protagonista a una ‘silla narradora’.

Corría el año 1296 cuando la Corte del futuro Eduardo I de Inglaterra encargó mi fabricación. Soy un elegante trono de madera de roble recubierta con pan de oro y aplicaciones de vidrios coloreados con dibujos de pájaros y flores, aunque actualmente estoy algo desgastada.

En mi asiento se suelen sentar los Monarcas no sólo durante la coronación sino también en otros eventos que requieran mi presencia como por ejemplo durante la declaración de Oliver Cromwell como Lord Protector, que se celebró en Westminster Hall en el año 1653. Igualmente, la Reina Victoria también me utilizó en 1887, y en la Abadía, para celebrar los Servicios del Jubileo de Oro.

Hasta el presente 38 monarcas se han posado en mí y se han ungido como Reyes en una ceremonia de Coronación, desde el rey Eduardo I hasta Carlo III.  

Suelo residir en la Capilla de San Jorge. Aquí me tratan muy bien y tengo personal de servicio propio.. Me miman para que dure muchos años más y siga siendo testigo directo de futuras coronaciones de la Casa Windsor.

Ocupo un lugar preeminente y estoy protegida tras un cristal de seguridad en un zócalo de la capilla, en una de las naves de la Abadía. En 2010 y 2012 pasé por ‘quirófano’ para hacerme unos ‘arreglos’ pues la edad no perdona. Expertos restauradores me limpiaron a fondo, me ajustaron, revisaron mis travesaños y el asiento y me dejaron como nueva para tirar lo que queda de siglo.

La verdad es que me tratan muy bien pues cada vez me han ido utilizando menos, así que llevo una vida tranquila, sin ajetreos, ni Reyes que reposen sus posaderas y sus pesados cuerpos sobre mí. Ahora disfruto mientras observo cómo los turistas hablan de mi rareza mientras me admiran o comentan mi singular belleza, distinción y solemnidad. No me extraña haber cumplido tantos años…Y los que me quedan…

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‘Las Libertarias…’ Porque las mujeres no debemos olvidar…

Desde el Blog de Marifelita, relatos jueves nos invita ésta semana a participar en el reto ‘Mujeres en Guerra’.

El anarcosindicalismo fue un movimiento que nació en 1936 en España y persistió durante los años de guerra hasta 1939. Aunque su ideario reivindicaba la igualdad de las mujeres, fueron ellas quienes pensaron que debían crear su propia organización, protagonizar, liderar y desarrollar sus capacidades y correr sus riesgos. Las mujeres venían de una situación de opresión, de una falta total de libertad ante el matrimonio, sin poder salir solas de sus casas sino era acompañada por algún varón. Por otro lado, en el ámbito laboral, eran explotadas y percibían la mitad de salario que los hombres. También fueron discriminadas entre sus iguales por su estatus económico pues a las de clase media se les permitieron ciertos derechos que para nada se hicieron extensivos a las clases trabajadoras.

En este clima nacieron las ‘libertarias’, cuyas fundadoras fueron todas activistas y estuvieron involucradas en los sindicatos, participando en las acciones de protesta. Muchas, casadas con sindicalistas, descubrieron muy pronto que la pretendida igualdad que sus maridos proclamaban en reuniones y en las calles a voz en grito, no eran sino consignas defendidas teóricamente, con la boca pequeña y de puertas afuera, porque de puertas adentro esa igualdad estaba bien vista para las esposas de los demás pero no para la propia… No era sino un feminismo de boquilla. Así que los hombres se tomaban en serio a las mujeres en los espacios donde se debatía. Ahí les dieron voz, sí, pero al llegar a casa enmudecían. El enfoque de las Mujeres Libres aspiraba a tomar conciencia de que su situación y sus problemas eran inseparables de los problemas sociales de la época y presionaron con su movimiento para que se les reconocieran sus capacidades, organizando para ello, dicho movimiento.

En 1934 fundaron la revista Mujeres libres utilizada como altavoz para la difusión de sus ideas. El movimiento creció y creció y para 1936 contaba con 25.000 integrantes. Se trataba de una revista para mujeres, escrita por mujeres que vetó la participación de los hombres (aunque hubo alguna excepción) Todo un logro. En mayo del 36 (poco antes de estallar la guerra) se publicó el primer número, de cuya primera página extraigo lo siguiente:

Sin que pretendamos ser infalibles, tenemos la certeza de llegar en el momento oportuno. Ayer hubiera sido demasiado pronto; mañana demasiado tarde. Henos pues, aquí, en plena hora nuestra, dispuestas a seguir hasta sus consecuencias últimas el camino que nos hemos trazado; encauzar la acción social de la mujer, dándola una visión nueva de las cosas, evitando que su sensibilidad y su cerebro se contaminen de los errores masculinos. Y entendemos por errores masculinos todos los conceptos actuales de relación y convivencia: errores masculinos, porque rechazamos enérgicamente toda responsabilidad en el devenir histórico, en el que la mujer no ha sido nunca actora [sic], sino testigo obligado e inerme…

Además de su activismo político y sindical, las mujeres libertarias participaron en el frente de batalla, en hospitales y en la educación, desafiando los roles tradicionales de género y demostrando su capacidad para contribuir a la causa revolucionaria. Su legado sigue siendo un referente en la historia del feminismo y el anarquismo en España.

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El caballero y la rosa

Desde el blog, ‘El vici solitari’, el reto juevero de esta semana está dedicado a homenajear la literatura, coincidiendo esta semana la celebración del día del libro.

Durante la Edad Media la transmisión oral de las tradiciones tuvo un gran peso debido a la existencia de una sociedad iletrada y analfabeta y a la falta de conocimientos científicos. Es por eso que los relatos y leyendas, con el paso del tiempo, evolucionaban y se transformaban de un narrador a otro. Algunas de ellas han llegado hasta nuestros días y forman parte de nuestro acervo cultural, como es el caso de Sant Jordi y la costumbre de regalar junto al libro una rosa. Veamos cómo fue.

En la villa de Montblanc, entre los siglos III y IV, vivía un dragón que atemorizaba a la población y devoraba a diario a una persona previamente elegida, ya fuera hombre o mujer, niño o anciano, hasta que un buen día le tocó en suerte a la princesa y cuando esta se dirigía resignada hacia la mansión para ser engullida por el dragón, apareció un caballero –Sant Jordi- dispuesto a enfrentarse a semejante monstruo armado con una lanza, salvando así a la princesa y al resto de la población. Tras un duro combate el dragón fue derrotado. Y allí donde se desangró brotó un rosal de rosas rojas, del cual el caballero cortó una y se la ofreció a la princesa como símbolo de su amor y su valentía.

En base a esta leyenda en Cataluña, desde la década de 1920, se regala una rosa el día de San Jordi, día que también se popularizó la costumbre impulsada por un librero valenciano –Vicent Clavel- de fomentar la lectura y homenajear a los escritores regalando un libro junto a la rosa, costumbre que tuvo gran calado social y se consolidó durante la Exposición Internacional de Barcelona en 1929. Era la primera vez que los libreros salían a la calle  para mostrar sus novedades.

Posteriormente, recordando que el 23 de abril fallecieron tanto Cervantes como Shakespeare, la UNESCO declaró este día, Día Internacional del libro.

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La despedida

Esta semana para relatos jueveros, el blog de ‘Neogéminis’ nos propone como reto, escribir un relato a partir de algunas citas de autores conocidos. ‘Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad’ (E. Sábato). ‘Nuestra mente es porosa para el olvido’ (J.L. Borges). ‘Nada tan engañoso como…’ (A.C. Doyle). ‘La palabra tiempo rompió su propia cáscara’ (V. Woolf).

‘Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad’. Acabamos de separarnos en la estación. Aunque el tren salía más tarde, no querías que me quedase y nos despedimos con cierta frialdad, anticipando distancia. ‘Nuestra mente es porosa para el olvido’ me dijiste. Y yo asentí sin ánimo de contrariarte. Parece que estamos diseñados para olvidar algunas cosas con el tiempo. Aunque no queramos. Y nuestros pensamientos se escapan como lo hace el agua de una esponja. Luego añadiste que te quedabas con todo lo bueno que fue mucho, casi todo. ‘Nada tan engañoso como’ este tópico que me has repetido tantas veces insistiendo en que lo nuestro ha sido mucho y bueno.

Mientras te veía caminando por el andén hasta tu coche, he recordado la primera vez que te fui a buscar al aeropuerto. No cabía en mí de alegría. Estaba ilusionada y ansiosa por verte. Casi siempre te esperaba ansiosa. Siempre me faltó tiempo y me sobró todo lo que no fueras tú.

Pero ‘la palabra tiempo rompió su propia cáscara’ y te cansaste de ir y venir. De estar y faltar. Pudo más la ausencia. Se te hicieron eternas las semanas de espera y no querías más. Algo se rompió dentro de ti, dejaste caer la barrera junto a tu territorio y has preferido acotar un espacio para estar a solas, aunque odias la soledad.

Recojo nuestras cosas y me dispongo a dejar este apartamento que tanta felicidad nos proporcionó…Laman a la puerta ¿ quién será a estas horas? Probablemente el casero que viene a buscar la llave…Abro cabizbaja y triste… ¡Eres tú!

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Un viaje transformador

Esta semana en ‘relatos jueveros’, el blog de Neuriwoman nos reta a escribir sobre ‘un gran viaje’
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Aquel fin de semana llevaba meses programado. Después de casi dos años sin vernos, por fin nos reuníamos de nuevo las cuatro amigas del colegio. Cuando acabamos bachillerato, cada una eligió su camino aunque mantuvimos el contacto. Y cuando  formamos muestras propias familias, decidimos reunirnos al menos una vez al año para ponernos al día.

En aquella ocasión alquilamos un apartamento en un punto equidistante aprovechando un puente. A la hora convenida llegamos al restaurante elegido como lugar de encuentro, donde de paso, comeríamos y recogeríamos las llaves. Fuimos puntuales, como siempre, menos Ana claro, cosa que no nos extrañó. Siempre había sido impuntual y estábamos acostumbradas a esperarla.

Propuse entrar a tomarnos una caña en la barra o esperar sentadas en la mesa que teníamos reservada. Y así lo hicimos a pesar de las protestas de las demás que continuaban con su retahíla sobre la tardanza.

Pasaba cerca de una hora y Ana no daba señales. Poco a poco la impaciencia fue dando paso a la preocupación y lo peor es que no atendía al móvil. Alguien sugirió picar algo porque si solo bebíamos la cosa no tendría buen final. Así que pedimos unos entrantes para compartir. Se nos agotaba el popurrí de temas intrascendentes. Ninguna quería mostrarse particularmente preocupada, pero la verdad es que todas lo estábamos.

De repente entraron en el local dos agentes de la Guardia Civil. Se dirigieron al camarero de la barra y un segundo después uno de ellos nos miró y caminó hacia nosotras que nos manteníamos expectantes, aguantando la respiración…

−Buenas tardes, ¿conocen a una tal Ana Urrutia?−

−Sí− contestamos a la vez.

−Sentimos comunicarles que ha tenido un accidente a unos treinta kilómetros de aquí. La han llevado al Hospital Comarcal. Ahora mismo estará en quirófano. No les puedo decir nada más. Encontramos en el asiento de al lado un trozo de papel con esta dirección y hemos supuesto que podrían estar esperándola.

Después saludaron con un gesto típico militar y se marcharon. Nosotras pedimos la cuenta y salimos hacia el hospital.

Llegamos. Subimos. Nos sentamos sin mediar palabra. Al cabo de una media hora, salió un señor de mediana edad, vestido aún con atuendo de quirófano y cara de pocos amigos… Se dirigió hacia nosotras:

−Siento decirles que la paciente ha fallecido, no hemos podido hacer nada para salvarla…

Aquel viaje fue muy triste e inolvidable, un gran viaje interior y transformador tras el cual supe que nada sería igual, que la persona que regresaba no era la misma que había partido…

Pasó mucho tiempo hasta que las tres amigas volvimos a vernos y cuando lo hicimos fue para homenajear a Ana recordando las anécdotas más graciosas de nuestra vida juntas. No hicimos más que lo que sabíamos ella hubiera querido.

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Helene Mayer: esgrimista alemana y judía

Esta semana en ‘relatos jueveros’ desde el blog de Marifelita se nos invita a escribir un relato o un texto sobre alguna mujer pionera en deporte.

Las Olimpíadas de 1936 celebradas en Berlín no estuvieron exentas de cierta polémica y entre ellas pulula la imagen de Helene Mayer entre luces y sombras, pues Mayer, una judía afincada en EE.UU, resultó momentáneamente indultada por Hitler para representar a Alemania en aquellos Juegos.

Nacida en Alemania en 1910 era hija de una luterana y un médico judío. Desde muy joven comenzó a practicar esgrima y con sólo trece años ya obtuvo su primer triunfo en un campeonato nacional que a los veinte había ganado seis veces.

En 1928 obtuvo el oro en las Olimpiadas de Amsterdam, medalla que no revalidó cuatro años después en Los Ángeles debido a la coyuntura emocional familiar difícil tras las muertes de su padre y su novio.

En 1936 llegaba la oportunidad para la Alemania nazi. La situación de Hitler era comprometida pues con el problema judío la imagen que mostraba al mundo no era muy amable por lo que se decidió abrir un poco la mano y hacer la vista gorda. Así se permitieron el regreso de algunos libros prohibidos a las librerías, de la música de jazz a algunos clubs y a mirar hacia otro lado frente a algunas manifestaciones consideradas homosexuales. Y respecto a los Juegos, el gobierno de Hitler pactó con el COI una cuota de participación judía que permitió a Helene, afincada en EE.UU desde su expulsión de Alemania, participar en esgrima.

Helene Mayer, representó a Alemania en las Olimpiadas de Berlín de 1936, una participación  simbólica puesto que tenía ascendencia judía. Con ello el régimen nazi buscó proyectar una imagen de inclusión internacional, pese a sus políticas discriminatorias. Mayer ganó la medalla de plata en esgrima, una destacada actuación en un evento envuelto en tensiones políticas. Helene murió en 1953 y su historia sigue siendo un tema de análisis y reflexión sobre los Juegos Olímpicos y su relación con la política.

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La memoria del barrio

Esta semana en ‘relatos jueveros’ el Blog de Dafne nos invita a participar con un relato que hable del ‘amor de barrio’.

El barrio es la delimitación territorial en que la ciudad se subdivide. Pero más allá del territorio y sus fronteras ciudadanas, perimetrado por calles y edificios, el barrio  es un microcosmos con vida propia, una unidad emocional en la que compartimos la vida quienes lo habitamos. Es un espacio de pertenencia y resistencia. Es el lugar donde quienes vivimos encontramos nuestra identidad más próxima, donde entrelazamos nuestras experiencias cotidianas y nuestras vidas que se entrecruzan en lugares comunes de socialización: el mercado, el parque, los bares…

Por otro lado los barrios son células vivas de características sociales y económicas semejantes, que articulan la vida de su moradores, que están en constante movimiento y reproducción y reúnen a gentes que proyectan una historia común. Es por eso que tienen una personalidad y una diversidad cultural que da sentido de pertenencia a sus habitantes.

Así mismo suelen albergar servicios esenciales como centros de salud, colegios, transporte, bares… al tiempo que son motores económicos a través de los pequeños comercios, supermercados y tiendas en general.

Yo nací en el barrio del Castillo. Se llama así porque está ubicado en la zona alta y más antigua de la ciudad. Hace un par de años quisieron cambiarle el nombre por el de un conocido poeta. Pero resultó imposible. Nadie asumió el cambio y decidieron dar vuelta atrás y otorgarle al afamado escritor una pequeña calle peatonal.

Si damos un paseo observamos varios establecimientos con su nombre: una cafetería, un supermercado, una mercería y una cristalería…

Cuando camino por mi barrio muchas imágenes vuelven a mi cabeza y me veo a mí misma en las distintas etapas de mi vida: jugando de pequeña en el parque, tomando mi primera cerveza en el bar de Julián, la esquina donde di mi primer beso, las manifestaciones y revueltas estudiantiles…Y ya de mayor, un poco la historia se repite a través de mis hijos.

La verdad es que fuera de estas calles mi memoria se pierde y se diluye, porque el barrio representa casi todo cuanto he sido y he vivido hasta ahora.

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