El matrimonio Arnolfini

La obra en la que se inspira este micro es de  Jan Van Eyck, ‘El matrimonio Arnolfini’.

Amanecía en la ciudad de Brujas. Corría el año de mil cuatrocientos y pico, cuando los Arnolfini se dirigen hacia el que será su nuevo hogar, una finca pequeña pero bien situada en una de las arterias principales de la ciudad.

«Querida, espero que todo sea de tu agrado» −comentó Giovanni a su esposa. «Ha sido complicado encontrar una casa, considerando que debía ser un lugar a la altura que ambos merecemos. La mujer de un mercader debe vivir acorde a su estatus. ¿Qué te parece la recamara Jeanne? He procurado que la alcoba sea confortable para ti y para el hijo que esperamos».

«Como puedes ver, he colocado en un lugar destacado el espejo que nos regalaron tus padres e hice que escribieran nuestro nombre en el marco. El resto de los muebles los encargué a un ebanista que conocí en la capital».

Giovanni, descorrió la cortina, miró a su esposa y dijo sonriendo: «Cuando hace sol entra luz suficiente por la ventana. La habitación se ilumina y caldea lo suficiente como para que vos y nuestro hijo estéis cómodos, mientras yo viajo. Fíjate que hasta nuestro terrier Mussu, se ha quedado dormido…»

«Tomad mi mano, recorreremos juntos el resto de la casa…»

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Un viaje inesperado

Desde el blog de Capirela, esta semana en ‘relatos jueveros’ se nos plantea el reto de escribir sobre un viaje iamginado a un destino deseado aunque aún sin cumplir.

Querida amiga, aunque sin ti, finalmente he podido cumplir mi sueño y he viajado hasta el Valle de los Reyes, «también conocido como Uadi Abwāb Al-Muluk…» eso leo en la pequeña guía que confeccionamos juntas ¿recuerdas?. Sé que nos acompaña un guía turístico que nos contará de todo y que tal vez haya algunas ‘apps’ para el móvil, pero yo soy de antigua escuela y me gusta tomar nota y el papel…

El vuelo fue directo desde Madrid. Nos alojamos en un hotel limpio, aunque sin demasiados lujos. Descansamos y recorrimos la ciudad durante tres días. La siguiente parada era Luxor. Las alternativas para viajar hasta allí eran variadas: tren, bus, taxi y avión. Esta última es indudablemente la más rápida y cómoda. El vuelo duró tres horas y media. Desde el aeropuerto la agencia nos trasladó a otro hotel en el que nos alojamos otros dos días.

El día de la visita hizo bastante calor –aquí, en primavera, las temperaturas superan los 30 grados- y había muchísima gente. Tuvimos que hacer largas colas. La visita tuvo una duración total de seis horas y acabamos muy cansados. aunque mereció la pena.

Una de las cosas que más me impresionó fue la panorámica desde la colina. Desde allí se puede contemplar todo el Valle y una se siente pequeña entre aquella grandiosidad. Los egipcios construyeron a una escala gigantesca donde la medida del hombre se difumina y apenas es nada.

El resto de viaje lo dedicamos a un crucero por el Nilo, visitando ciudades emblemáticas del Bajo y Alto Egipto. Fue como un paseo reposado, contemplativo y me acordé mucho de ti, a pesar de haber encajado muy bien en el grupo. No sabes cuánto siento que no hayas podido venir. El trato era acompañarnos en un viaje especial para cada una y me habría gustado compartirlo pero el COVID lo estropeó todo. Siento mucho que la alternativa solo fuera perder el dinero que con esfuerzo habíamos ahorrado. Sólo por esa razón, además de tu insistencia, fue por lo que vine.

Confío que para la próxima primavera viajemos juntas a la lejana India. Esperemos que no haya ningún contratiempo. Estoy deseando porque ya sabes esa es mi segundo viaje especial.

Cuídate mucho! Nos vemos pronto. Un abrazo.     

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El ágape

En ENTC el reto de este mes de junio está dedicado al ‘lo incorrecto’. El texto no deberá superar las 200 palabras.

Por primera vez asistía a un ágape de semejantes características. Quien me iba a decir que aquella papeleta que  encontré en el paseo de la playa, estaría premiada con un festín de este calibre, celebrado además junto al alcalde y los concejales del Ayuntamiento del pueblo, nada más y nada menos. Como había que ir acompañado, invité a mi amigo Rufino. Alquilamos un traje y hasta mi hija, cuando me vio, se despidió diciendo: «papá, estás hecho un pincel». Y allí que llegamos los dos, niquelados y con bastante apetito…

Nos sentaron en una mesa junto a unas señoras muy elegantes, con muy buena pinta. Había de todo: mejillones, gambas, langostinos, jamón, queso… Rufino, que era un tragón, no paraba de comer. Yo, más comedido, levanté un plato con unos langostinos. Lo ofrecí primero a las señoras, ambas cogieron uno pequeño, de manera que cuando llegué a mi amigo solo quedaba uno grande y otro diminuto. Rufino, sin dudarlo, se abalanzó sobre el grande y yo le susurré al oído: «yo hubiera cogido el más pequeño». A lo que me contestó: «ya, por eso yo he pillado el grande… Así los dos contentos».

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La silla de Eduardo

Esta semana en ‘relatos jueveros, el blog de ‘El bici solitari’ nos invita a escribir un relato que tenga como protagonista a una ‘silla narradora’.

Corría el año 1296 cuando la Corte del futuro Eduardo I de Inglaterra encargó mi fabricación. Soy un elegante trono de madera de roble recubierta con pan de oro y aplicaciones de vidrios coloreados con dibujos de pájaros y flores, aunque actualmente estoy algo desgastada.

En mi asiento se suelen sentar los Monarcas no sólo durante la coronación sino también en otros eventos que requieran mi presencia como por ejemplo durante la declaración de Oliver Cromwell como Lord Protector, que se celebró en Westminster Hall en el año 1653. Igualmente, la Reina Victoria también me utilizó en 1887, y en la Abadía, para celebrar los Servicios del Jubileo de Oro.

Hasta el presente 38 monarcas se han posado en mí y se han ungido como Reyes en una ceremonia de Coronación, desde el rey Eduardo I hasta Carlo III.  

Suelo residir en la Capilla de San Jorge. Aquí me tratan muy bien y tengo personal de servicio propio.. Me miman para que dure muchos años más y siga siendo testigo directo de futuras coronaciones de la Casa Windsor.

Ocupo un lugar preeminente y estoy protegida tras un cristal de seguridad en un zócalo de la capilla, en una de las naves de la Abadía. En 2010 y 2012 pasé por ‘quirófano’ para hacerme unos ‘arreglos’ pues la edad no perdona. Expertos restauradores me limpiaron a fondo, me ajustaron, revisaron mis travesaños y el asiento y me dejaron como nueva para tirar lo que queda de siglo.

La verdad es que me tratan muy bien pues cada vez me han ido utilizando menos, así que llevo una vida tranquila, sin ajetreos, ni Reyes que reposen sus posaderas y sus pesados cuerpos sobre mí. Ahora disfruto mientras observo cómo los turistas hablan de mi rareza mientras me admiran o comentan mi singular belleza, distinción y solemnidad. No me extraña haber cumplido tantos años…Y los que me quedan…

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Tiempo de espera

Desde el blog ‘El Tintero de Oro’ se abre una convocatoria para participar con un microrrelato inspirado en el tema ‘La espera’.

Llegué puntual a la cita médica, a sabiendas que se retrasaría. Siempre es así. Subí en el ascensor hasta la tercera planta. La enfermera de recepción me recibió muy amable. Recordaba mi nombre, cosa que no me resultó extraña después de dos años de visitas asiduas.

La sala de espera estaba a medio gas. Los asientos alineados a la pared dejaban bastantes huecos que se fueron llenando con el paso del tiempo. Una señora con un cochecito de bebé atrajo la atención de todos.

Estaba nerviosa. Tenía un nudo en el estómago porque esta vez no era como las demás. Si todo iba bien me darían el alta y perdería de vista aquel hospital al menos por un año…Un año… «Ojalá» pensaba con cierta reserva.

Llevaba un libro e intenté leer pero no me concentraba. Me entretuve arreglando la mochila: fundas de gafas, cartera, monedero, pañuelos, llavero, un pequeño neceser y un libro….Todo iba encajando a la perfección. Y en medio de semejante operación, la enfermera se acerca y se dirige a mí en voz baja: «El doctor la está esperando».

Guardé rápidamente todo en la mochila y caminé despacio por aquel pasillo que parecía más largo de lo habitual. Llamé con dos golpecitos en la puerta que estaba entreabierta: «¿Se puede?». «Adelante pase usted» Respiré hondo y me senté ante el médico que miraba por encima de las gafas. Finalmente la espera había terminado.

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Encuentro fortuito

En una nueva convocatoria ENTC nos invita a escribir sobre ‘quijoterías’ imaginando nuevas historias para don Quijote o bien refiriendo a un modo de proceder propio de quienes le imitan.

Aldonza Lorenzo y su señora doña Blanca atravesaban tierras manchegas en un carruaje con las cortinillas echadas. Hacía calor y la señora le ordenó que las descorriera para que entrara el aire y añadió: «Haremos una parada para descansar y tomar un refrigerio. El camino es largo y no será bueno hacerlo con el estómago vacío».

Una vez en tierra, paseaba por el campo cuando divisó unos molinos, y ante él, la figura enjuta de un hombre que portaba armadura, casco, escudo y una lanza que dirigía hacia las aspas. El caballo, con tan pocas carnes como su amo, arremetió contra ellas con tan mala fortuna que se enredó, lanzándolo al aire para después estrellarlo directamente contra el suelo…

Aldonza corrió a socorrer al pobre hombre que yacía mal herido. Se acercó, le levantó la cabeza mientras él balbuceaba: «Oh mi Dulcinea, por fin os he liberado de los gigantes».

−¿Dulcinea? ¿Gigantes? Tu señor delira –dijo Aldonza dirigiéndose a Sancho.

−Suele suceder señora –contestó resignado.   

Y mientras Aldonza regresaba para proseguir el viaje, don Quijote despertó, se topó con la cara de Sancho y exclamó:

−¡Menos mal que sois vos, no sería prudente conocer a mi amada de esta guisa…!

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El pequeño girasol

Desde el blog de Mercedes, ‘Mil y una historias’, este viernes nos invita a escribir un relato con la palabra ‘girasol’.

No debí quedarme solo en aquel barrio. El ambiente era peligroso pero cuando me di cuenta ya era tarde y me habían desvalijado. Me quitaron el dinero, las zapatillas nike último modelo y la chupa…Luego me arrojaron en medio de un campo de girasoles. En menos de una hora salió el sol. Los girasoles altos y esbeltos se giraron hacia el astro rey. Me levanté y caminé entre ellos. Tenía la planta de los pies llena de heridas y tardé mucho en atravesar aquel lugar que a mí me pareció inmenso…

Sin saberlo, había estado dando vueltas en círculo, desorientado y a ratos desmayado, hasta que de nuevo se hizo de noche. Entonces los girasoles se giraron hacia el este para descansar y hacer la fotosíntesis. Me acurruqué entre ellos y observé junto a mi cara a un pequeño girasol que, en contra de toda lógica, permanecía erecto y firme mirando la luna. Me dormí junto a él.

Al día siguiente, cuando desperté, el pequeño girasol permanecía mirando al oeste, en sentido contrario a todos los demás… Escarbé la tierra, lo saqué con todas sus raíces y lo llevé conmigo. Dolorido y hambriento me levanté, caminé rápido en la dirección indicada y encontré una salida en la dirección indicada. Enseguida me socorrieron.

Al llegar a casa lo planté en una maceta y desde entonces cuido de él como él cuidó de mí.

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Sucedió en invierno…

Desde el blog ‘Mil y una historias’, en ‘las palabras de los viernes’, Mercedes nos invita a escribir sobre ‘el invierno’.

Sucedió en invierno. Cuando los caminos de desdibujan bajo la nieve y los árboles esconden sus hojas bajo pesados copos mecidos en sus ramas. Los coches permanecen sepultados y la ciudad entera se oculta tras un manto espeso de silencio roto por un laberinto de caminos abiertos de huellas y pisadas.

La noticia de su cercana muerte me sacó de casa y anduve perdida, deambulando de un lado a otro, sin saber a dónde ir o dónde refugiarme. En mi cabeza sonaba la sentencia firme de los médicos que negaban toda posibilidad de salvación y veía la cara desencajada de Marcos intentando asumir su condena. Luego, en el taxi, durante el trayecto de vuelta, ambos permanecimos callados, con las manos entrelazadas y la mirada al frente. Hasta que llegamos a casa. Marcos se acomodó en una esquina del sofá. Yo entré en el cuarto de baño y me miré al espejo. Me fijé en mis facciones envejecidas, en las ojeras moradas bajo los párpados y en las sienes tan nevadas como día. No quería llorar. O sí, pero sin que nadie me viera. Y entonces inventé la tonta excusa de salir a comprar unas cervezas y algo para picar. Y escapé a la ciudad para perderme entre la gente y sentirme por un instante una más, alguien anónimo, ausente, extraño, desconocido…

Y sucedió aquel invierno. Cuando la espesa nieve intentó ocultar el dolor. Mientras la tierra aguardaba la primavera para poder germinar de nuevo su recuerdo …

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Falsa apariencia

En la convocatoria de ENTC  para este mes de febrero, el relato debe estar inspirado en las MENTIRAS…

Mi madre siempre me decía que derrochaba aires de grandeza, que debía conformarme con lo que tenía y que la envidia era mala, y todo porque soñaba con llevar una vida mejor que la suya. Me consumía rivalizar con mis amigas y compañeras: sus ropas, sus coches, sus casas…Pero en la vida las cosas no siempre salen como se planean, y al final resulta que llevo una vida mediocre. Eso sí, de vez en cuando me permito el lujo de fingir ser quien no soy y tener lo que no tengo: me visto con mis mejores galas y visito casas en venta. Nada de pisos, solo chalets y mansiones. A la chica o chico de la inmobiliaria le digo que busco una gran casa, porque somos cinco en la familia además de dos mascotas. Que tiene que tener al menos cinco dormitorios con baño, dos salones, sótano, jardín, piscina y casa de invitados. Mi marido es un ingeniero de reconocido prestigio y yo una abogada que dejó de ejercer para educar a sus hijos… Los vendedores derrochan amabilidad, se quedan prendados con mis historias y me miran con una cara de envidia en la que me reconozco…

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Una extraña noche

En la convocatoria de este mes de enero en ENTC nos invita a escribir un relato inspirado en ‘escaleras’.

Una noche recorriendo las callejuelas de la ciudad, encontré a un gato negro en una esquina. Me pareció tan tierno y gracioso que fui tras él. De vez en cuando sus ojos me miraban como asegurándose de que le seguía, hasta llegar a un antro, un tugurio desvalijado, desde cuya entrada se divisaba al fondo una sinuosa escalera.

Su diseño dibujaba una espiral, que vista desde arriba, insinuaba un perfecto caracol. El gatito escaló rápidamente los escalones y al llegar arriba me miró nuevamente invitándome a subir. Le seguí. La madera crujía bajo mis pies y el pasamano parecía poco firme, aun así, continué escalando uno a uno cada peldaño, girando hasta tres veces, antes de llegar al final.

Luego, crucé el umbral de la puerta, y para mí sorpresa, comprobé que la escalera continuaba ascendiendo hacia una oscuridad cada vez más ciega conforme se adentraba en un estrellado firmamento…  

A continuación me perdí en aquella negrura hasta tropear con los ojos amarillentos de una pantera… La silueta del gatito fue lo último que vi y su rugido lo último que escuché…

Cuando desperté, Zeus, mi gato negro persa de cinco kilos, yacía sobre mí, mirándome fijamente a los ojos…

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