El reto de este mes de marzo desde el blog Divagacionistas nos invita a escribir sobre el tema ‘lluvia’.

Llovió insistentemente durante días. Pensé que había limpiado los cristales para nada porque miles de gotas se deslizaban sin parar hasta el punto de no dejar ver la calle.
De vez en cuando clareaba un poco, el tiempo justo para sacar a Cara que volvía con el morro y las patitas mojadas y el rabo entre las piernas, asustada por la tormenta.
Aunque me encanta el invierno y la lluvia, después de tantos días hasta yo empezaba a necesitar un poco de sol. Me sentía algo abatida, echaba en falta mis paseos por la playa y sentarme a leer un rato en el porche. Por eso de vez en cuando consultaba el pronóstico del tiempo a ver si por casualidad prometía cambios para el siguiente día…Pero no. Las borrascas entraron una a una pero seguidas y entonces, no sé por qué, recordé otro tiempo con la casa llena de gente. Recordé a Diego cuando llegaba del trabajo calado hasta los huesos porque se negaba a usar el paraguas. Me acuerdo que dejaba el suelo de la entrada perdido y yo tenía que colgar su ropa en el baño mientras le oía repetir que para otra vez se lo llevaría… Y a los niños cuando volvían del colegio caminando, hundiendo las botas de agua en cada charco, con los paraguas de colores tropezando y los flequillos mojados…
La lluvia suena a melancolía, a nostalgia que me lleva a tiempos pasados que repaso mentalmente mientras no dejo de oír cómo golpea los cristales y la luz de los relámpagos ilumina la oscuridad del salón… Pienso en Diego y en el vacío de su ausencia. Cara, asustada, se echa a mi lado e inesperadamente suena el motor de un coche que para justo en la puerta. Casi no puedo ver quien llega. No espero a nadie…
De repente la puerta se abre: Diego ha regresado. No trae paraguas y pone el suelo perdido de agua, pero está de nuevo en casa y eso es lo único que importa.
©lady_p

