Lorenzo’s oil…

Desde ‘café hypatia’ este mes de octibre se nos invita a escribir sobre un tema relacionacionado con el cine: ‘De películña…’

“No estamos pidiendo milagros. Estamos pidiendo que piensen”. Esta fue la respuesta de Micaela Odone ante  el diagnóstico que los médicos sentenciaron para su hijo Alexandre que sufría ALD, con escasas perspectivas de vida. Resignarse ante semejante perspectiva, para algunos padres se reduce a un amargo trago que apenas consiguen digerir, mientras un puñado de ellos se empeñan en encontrar una alternativa e inician un largo viacrucis a clínicas y especialistas que no hacen sino corroborar el mismo veredicto una y otra vez. Finalmente unos pocos, muy pocos, no cejan en su tenacidad, empeñándose en una lucha incansable, personificada en este caso, en Michaela en la película (Lorenzo’s oil) ‘El aceite de la vida’.

El argumento, para quienes no la hayan visto, narra la historia de Lorenzo Odone, un niño de tres años, que comienza a mostrar síntomas de una rara enfermedad genética llamada adrenoleucodistrofia (ALD), que afecta el sistema nervioso y para la cual no existe tratamiento conocido. Los médicos le dan un pronóstico sombrío: deterioro progresivo y muerte en unos pocos años.

Sus padres, Augusto y Michaela Odone (interpretados por Nick Nolte y Susan Sarandon), se niegan a aceptar ese destino: “La ciencia no avanza por consenso, sino por evidencia” aseguran los padres en el diálogo con uno de los médicos.  Por eso, y aunque no tienen formación médica, se sumergen en el estudio de la genética, la neurología y la bioquímica, desafiando a la comunidad científica. Su tenacidad los lleva a desarrollar un tratamiento experimental —el famoso “aceite de Lorenzo”— que logra frenar el avance de la enfermedad.

La película, aparte del amor, la perseverancia y la resiliencia, pone de relieve y pasa a primer plano el sistema médico-científico cuestionándolo y la ética en la investigación médica. Se trata de un film con un gran contenido humano que impactó sobre la comunidad médico-científica y la sociedad de su tiempo.

Respecto a lo primero visibilizando una enfermedad rara prácticamente desconocida, impulsando tratamientos alternativos y criticando la lentitud y rigidez de las instituciones médicas. Y en segundo lugar, el ejemplo de la familia Odone movió el ánimo de otras familias para implicarse más activamente en la búsqueda de soluciones a las enfermedades raras, apoyando la creación de fundaciones para el fomento de la investigación y promoviendo un cambio de mentalidad, mostrando a la par que la pasión y el estudio autodidacta también pueden contribuir.

La película, basada en hechos reales, estuvo nominada a los Oscar y abrió el debate sobre la validación científica de tratamientos impulsados sobre los propios pacientes. Y aunque el aceite de Lorenzo (mezcla de ácido oleico y ácido erúcico) no logró revertir la enfermedad en pacientes sintomáticos, estudios posteriores demostraron que podía retrasar su aparición en niños presintomáticos.

Nota: para quienes tengan interés en ver la película o recordarla, actualmente y según me informa Googie, está en la plataforma Filmin y en YouTube.

‘Saberes femeninos’

Desde el Blog ‘Café Hypatia’, el tema de escritura para este mes de febrero versará sobre ‘mujer y ciencia’.

A lo largo de la Historia y desde la más remota antigüedad, las mujeres han estado fuera del espacio público quedando relegadas a la esfera de lo privado. Y aunque siempre hubo díscolas, disidentes e inconformistas que alzaron la voz, se resistieron y rebelaron contra las normas impuestas en las sociedades patriarcales del pasado, ha sido en la privacidad donde ejercieron los denominados ‘saberes femeninos’, siempre relacionados con el cuidado  personal y familiar. Las mujeres se encargaron de la atención del  hogar y de sus miembros, tratando enfermedades comunes, curando heridas, asistiendo a los partos, a veces solas, sin médicos ni matronas. En definitiva las mujeres se ocuparon de todas aquellas tareas que ponían la vida en el centro y que requerían unos conocimientos ‘plenos de ciencia implícita’ aunque vacíos de formación previa legítima, y mucho menos, reglada.

La línea materna ha funcionado como vehículo de transmisión de saberes cuyos conocimientos eran eminentemente prácticos y se transmitían de madres a hijas, de generación en generación. Pócimas, ungüentos y emplastes unidos a recetas de caldos y comidas caseras ayudaban a aminorar y paliar los efectos y síntomas de catarros, enfriamientos, diarreas, de la menstruación o durante el puerperio. Y junto a estos saberes, también se hicieron cargo de la economía familiar, administrando los gastos cotidianos de la casa. Una contabilidad que exigía unos conocimientos de rudimentarios de lectura, escritura y cálculo. De ahí que con el devenir de los tiempos muchas profesiones quedaran asociadas a las féminas: enfermería, docencia, secretariado y muchos otros títulos de ‘ayudantes de…’, siempre bajo liderazgo masculino.

Fue en el siglo XVIII con la Ilustración, cuando surgieron y desarrollaron los famosos ‘Salones literarios’, liderados y promocionados por mujeres, en cuyo seno se conversaba sobre política, economía y ciencia, que emergieron figuras femeninas destacadas como Émile de Châtelet que tradujo una obra de Newton al francés de la que dedujo la conservación de la energía.

El XVIII marcó un antes y un después y comenzaron a  promocionarse estudios de carácter científico, de manera particular en el campo de la botánica, hecho que se vio favorecido por las múltiples expediciones fomentadas tras el descubrimiento del Nuevo Mundo.

Fue un siglo muy prolífero para las mujeres científicas que destacaron en el terreno de las matemáticas como María Gaetana Agnesi, de la medicina como Mary Montagu, de la astromonía con Caroline Herschel o con la científica Laura Bassi entre otras.

Aún tendríamos que esperar el paso del siglo XIX e incluso el XX para que ‘mujer y ciencia’ formaran un tándem reconocido y prestigioso, y aun así, el reto sigue estando ahí para muchas féminas cuyos logros, más que demostrados, a veces quedan difuminados o la sombra de considerados ilustres varones. La falta de modelos, el encasillamiento en los roles de género constreñidos al ámbito del hogar y de las tareas domésticas y las funciones asignadas como esposa y madre, han sido los principales escollos que las mujeres han tenido que afrontar en su lucha por abrirse paso en la ciencia.

Afortunadamente, hoy por hoy, la lista de mujeres destacadas en los diferentes campos de la ciencia es muy extensa y son muchísimos los logros aunque en cierto modo aún tengan que afrontar el desafío de estereotipos de género para fomentar la plena igualdad de participación.

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Abulcasis: Marcando tendencia…

Desde elBlog ‘Café Hypatia’el reto para este mes de diciembre se nos invita a escribir sobre el tema ‘herencias’

El valor semántico del término herencia según la RAE, es múltiple y afectan tanto al ámbito de la ciencia como al del derecho. En cualquier caso hablar de herencia es hablar de ‘transmisión’, de ‘patrimonio’ o de ‘legado’ que circula a través de los tiempos, que pertenece a alguien concreto, o de manera genérica, a todos.

Desde tiempos remotos las diferentes culturas han ido dejando legados gracias a los cuales la ciencia ha podido avanzar hasta el momento actual, y sin lugar a dudas, la Edad Media representa la etapa en la que se forjaron los cimientos que sustentan los avances conseguidos en la era moderna.

En aquel tiempo la Península estaba ocupada por los musulmanes, que conformaban el espacio de Al-Ándalus, y los Reinos Cristianos. Fue precisamente durante el Califato de Córdoba que Al-Ándalus conoció su momento de mayor esplendor pues en la capital andaluza se reunieron los sabios e intelectuales más importantes de su tiempo. Fue ésta una etapa de prosperidad en el marco político y artístico refrendado por una gran expansión y estabilidad económica. La ciudad aún conserva vestigios del apogeo de esta época. Y es en este contexto donde nos  encontramos con la figura de Abulcasis (s. X-XI), nacido en Medina Azahara y fallecido en Córdoba. Médico, cirujano, farmacéutico y filósofo es considerado el ‘padre de la cirugía moderna’ al que debemos contribuciones pioneras en el campo de la medicina como la creación de los ‘forceps’ y el uso del ‘catgut’ -o hilo quirúrgico absorbible- para las suturas. Herencias que sin duda han resultado determinantes para el posterior desarrollo de nuevas técnicas en el terreno de la cirugía.

Como colofón final Abulcasis identificó la ‘hemofilia’, descubrió el embarazo abdominal e inventó también aparatos quirúrgicos para la cesárea y las cataratas. Sus conocimientos fueron recopilados en una obra de gran magnitud, una enciclopedia médica conocida como Kitab al-Tasrif, escrita hacia el año 1000.

Todas estas aportaciones de gran trascendencia y repercusión tanto en Oriente como en Occidente, permitieron el posterior desarrollo de la cirugía moderna en el campo de la ginecología y la oftalmología, innovaciones que han tenido como referencia los trabajos pioneros de Abulcasis.

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Con la ‘@’ de arroba…

Desde elBlog ‘Café Hypatia’el reto para este mes de noviembre nos invita a escribir sobre el tema ‘símbolos’

Desde 1971 la ‘arroba’ se ha convertido un símbolo de comunicación escrita imprescindible en el correo electrónico, estratégicamente colocada entre el destinatario y su dirección, tal y como estableció Ray Tomlinson, su inventor.

Ese minúsculo símbolo, heredado de los teclados de las antiguas máquinas de escribir, se ha vuelto cotidiano y un elemento indispensable para la comunicación escrita en sustitución de la correspondencia epistolar o cartas manuscritas incapaces de sobrevivir ante avance imparable de internet y que los nostálgicos tanto añoran.

La palabra ‘arroba’ hunde sus raíces en la lengua árabe –ruba– que significa ‘cuarta parte’. En algunas regiones de Europa y Oriente representaba una unidad de peso, el quintal, de donde proviene el conocido dicho que hace referencia a un peso exagerado (‘pesa un quintal’), cuya grafía se creó durante la Edad Media tal y como corroboran algunos documentos.

Por otro lado, en la antigua Roma representaba una medida, el ‘ánfora’, vasija en la que cabían unos 26 litros. Lo que me hace recordar aquellos barcos cargados de ánforas de aceite, vino o garum que partían desde Bolonia, en Cádiz, hasta Roma capital. Entonces nadie hubiera pensado que aquella medida pasaría a tener un lugar en la posteridad. Siglos después, un documento de carácter comercial fechado en 1536 entre Sevilla y Roma, evidencia el uso de la ‘arroba’ tal y como la representamos ahora, o sea, como una ‘@’ encerrada en un círculo, pues la escritura de la época contiene numerosas abreviatura dada la ingente cantidad de documentos escritos que se generaban, pues no podemos obviar la importancia que adquiere el protocolo notarial a partir del siglo XVI.

Además, concretamente en Francia, España y Portugal, la arroba aparece en transacciones económicas que señalan cantidades de peso o volumen. Dichas cantidades vienen acompañadas del símbolo, que se mantuvo durante años en las máquinas de escribir y que después aparecerá también en los primeros teclados de las computadoras. Tomlinson observó que en el ordenador tenía poca utilidad y decidió adoptarlo y universalizarlo incorporándolo, como ya se ha señalado, a la dirección de correos.

Hoy en día la ‘arroba’ tiene otras utilidades como por ejemplo en matemáticas, en programas de diseño gráfico o en el marco del lenguaje de programación. Además en medios rurales se sigue usando como medida de capacidad y cada vez es más frecuente usarlo en el lenguaje inclusivo a pesar del desacuerdo de la RAE.

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El discurso

Desde el Blog ‘Café Hypatia’ el reto para este mes de octubre nos invita a escribir sobre el tema ‘rebeldía’.  

Reconozco que cuando conocí a María Skłodowska me impresionó. Éramos sólo veintisiete mujeres entre los más de setecientos hombres que conformaban el campus de la Universidad de París. Veintisiete insurrectas que caminábamos contracorriente y nos negábamos a asumir las funciones asignadas a nuestro rol de género. Veintisiete incomprendidas no sólo por los hombres sino por las propias mujeres, quienes, como dijera más adelante Marie, con frecuencia se cuestionaban, “sobre cómo podríamos conciliar la vida familiar con una carrera científica”.

Me acerqué. Tenía la tez pálida y ojerosa. Lucía un vestido oscuro, algo pardo y raído, el pelo recogido y llevaba un cuaderno en las manos. Como no conocía a nadie me presenté con la idea de entrar y sentarnos juntas en clase. Ella me pareció algo tímida e introvertida, y yo que acostumbro a ponerme nerviosa en estas situaciones, no paraba de hablar, cosa de lo que era consciente aunque no pudiera evitarlo. Afortunadamente el murmullo grave de las voces masculinas me hizo callar. Entramos en el aula y nos sentamos en la tercera fila. De repente entró solemne el profesor y al instante se hizo un silencio de ultratumba.

María, al contrario que yo, apenas tomó apuntes y permaneció rígida, cual estatua, atendiendo sin pestañear. Cuando acabó la clase le pregunté y ella me contestó que tendría que esforzarse en matemáticas y física, además de mejorar su francés que dejaba mucho que desear. Entonces comprendí el porqué de su actitud. Y a este respecto la tranquilicé y le dije que la ayudaría con el idioma. Ella sonrió y me dio las gracias.

Al parecer estaba recién llegada de Polonia. Ella y su hermana se acababan de trasladar a una buhardilla del Barrio Latino, cerca de la Facultad. Me contó que como su país había sido ocupado por los rusos, había tenido que estudiar primero en escuelas clandestinas y después en la ‘universidad flotante’. No entendía muy bien a qué se refería y debió notármelo en la cara porque enseguida se dispuso a explicarme de qué iba todo aquello. Y dicho muy sucintamente se trataba de una institución ilegal que educaba en la cultura polaca y no siguiendo los nuevos supuestos que los rusos pretendían implantar tras la ocupación. María hablaba desde la pasión, la resistencia y la rebeldía. No se había resignado a que sus escasos recursos, ni su condición de mujer, le impidieran estudiar o ir a la universidad o ser una científica, y aunque todo se le resistió, ella lo afrontó con determinación y aplomo.

Aquel año fue muy duro. En más de una ocasión se desmayó porque apenas comía. ¡Los ingresos eran tan exiguos! Y ella prefería pagar por unos libros en lugar de comer. En más de una ocasión la socorrí pues mis padres me enviaban ayuda y alimentos.

Al acabar el curso (era el año 1893) nos licenciamos, y al año siguiente María comenzó a investigar sobre ‘las propiedades magnéticas de los aceros’ por encargo de la Sociedad para el Fomento de la Industria Nacional. Fue entonces cuando conoció a Pierre Curie y el interés por la ciencia les unió. A partir de aquí nuestras vidas se separaron y siguieron caminos diferentes. Pero nos seguimos escribiendo durante años.

La trayectoria de Marie Curie o Madame Curie, que así pasará a la historia, fue imparable a pesar de los obstáculos que sufría una y otra vez por el simple hecho de ser mujer, hecho contra el que se revolvía aunque siempre contó con el apoyo incondicional de su marido que consideraba cada descubrimiento como un éxito de ambos. Pero la sociedad de finales del XIX y principio del XX era poco tolerante e invisibilizó a las mujeres, sólo las más fuertes y rebeldes subsistieron y vencieron.

Los avances de Marie eran incuestionables y constituyeron un aval para su efectivo reconocimiento a nivel mundial, reconocimiento que llegó de muchas formas, sobre todo de la mano del máximo galardón: el Premio Novel en Física que Pierre se negó a recibir solo.   

Todas estas cosas pasaban por mi cabeza mientras la radio retransmitía la entrega de Premios de la Academia Sueca. Corría el año 1911 y en esta ocasión Marie Curie recibía su segundo Premio Novel, esta vez en Química y en solitario, pues en aquella fecha Pierre ya había muerto. Y entonces, en directo desde Estocolmo, la voz de Marie Curie sonaba entonando su discurso “La  belleza de la ciencia”: «Podría decir muchas cosas sobre el radio y la radioactividad pero me tomaría demasiado tiempo. Y como no podemos hacerlo, déjenme solamente darles una pequeña muestra de mi trabajo con el radio…».

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Un invento casual

Desde el Blog “Café Hypatia” el reto de este mes de septiembre nos invita a escribir sobre ‘apariencias’

Aquella mañana me levanté decidido a concluir la elaboración de un jarabe que curase las náuseas y el dolor de cabeza. Llevaba días metido en el laboratorio y tenía la impresión de estar cerca de conseguirlo. Frank, el contable, se pasaba por allí y me servía de conejillo de indias pues padecía unas jaquecas horribles que, a menudo, lo dejaban caos, metido en cama y vomitando.

Me saludó y me preguntó que cómo iba todo. Yo andaba mezclando la coca y la cola en diferentes proporciones. Sabía que casi lo tenía pero que debía seguir probando hasta conseguir la mezcla exacta. No quería una medicina convencional sino una mixtura con una apariencia, sabor y presentación diferentes. Y como decía Frank, después todo sería coser y cantar. El producto se vendería en todas las farmacias, y quien sabe, incluso podría exportarse a Europa. Frank hablaba de la medicina de Pemberton a lo grande, «no se pueden tener sueños pequeños John, hay que ser ambiciosos» me decía con frecuencia.

No obstante, aquella mezcla primitiva marrón oscura, resultaba un poco densa, sabía un poco raro y se pegaba al paladar dejando un punto de amargor en la garganta. Aun así, se la di a probar a mi contable. Tosió un par de veces al tiempo que hacía una mueca extraña con la cara. Luego, nos sentamos relajados a leer la prensa. Debíamos esperar un rato a ver si surtía efecto y mejoraba la sensación de pesadez que padecía desde hacía semanas. Después de una media hora escuché sus risotadas:

−¡Esto parece que funciona! ¡Me siento aliviado! –afirmó sonriendo.

−¿Eso es todo? ¿No vas a hacer ninguna crítica? –pregunté algo irritado.

−Pues te diré que deberías licuarlo un poco más y aligerar su intenso sabor y densidad. Así no se la tomará nadie –contestó.  

−Tal vez si lo mezclo con agua carbonatada y algunos excipientes, aligere su aspecto y aclare su color. Pero ¿mantendrá sus propiedades? –pregunté con tono dubitativo.

Al día siguiente me levanté antes del amanecer. Estaba inquieto, deseoso de probar la formula tal y como la había pensado el día anterior. Mezclé el compuesto con agua carbonatada. Lo agité. Quedó demasiado líquido tal vez. Lo guardé en la nevera para que Frank lo probara más tarde.

Ya casi a la hora de comer Frank llamó a la puerta de mi laboratorio dando voces eufórico.

−¡Me bebí tu mejunje y me parece que lo has conseguido John! Pero creo que ha perdido la apariencia de jarabe. He probado el compuesto y está muy bueno. Refresca y despeja. Creo que se comercializará bien. ¿Cómo lo llamaremos?

Estuvimos pensando durante días y no se nos ocurría nada hasta que de buenas a primeras, Frank gritó con media sonrisa «¡Eureka!» Y al cabo de una hora apareció con un logo pintado con lápiz rojo:

−¿Qué te parece si lo llamamos “coca-cola”?

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