El reto de esta semana en ‘Relatos jueveros’, nos invita a escribir desde el ‘Blog de Campirela’, sobre la ‘una cena espacial’.

Recuerdo que los días previos a la cena de Navidad estuve preparando la casa con algunos adornos. Fui al desván donde guardo las cajas y pasé toda la tarde entretenida. Quería que todo estuviera listo cuando llegaran mis hijos y nietos. Dejé el árbol para que lo decorasen ellos, los más pequeños, porque así disfrutamos todos: ellos colgando estrellas, bolas y luces. los demás viéndolos mientras lo hacen. Mientras les miro intento reconocer en sus gestos y en sus rostros el recuerdo de mis hijos años atrás, cuando ellos hacían lo mismo por estas mismas fechas…
Por otro lado, la cocina es sin duda el escenario donde se efectúa la alquimia, la magia de preparar platos sabrosos que hagan la noche inolvidable. El menú de este año consistió en unos aperitivos a base de bombones crocantes de foie y almendras, bocados enrollados de pizza, -los favoritos de los niños- y unos langostinos. Como plato principal una lubina a la sal. Todos estábamos de acuerdo en cenar pescado porque es más ligero. Y de postre hojaldre con Nutella, turrones y demás dulces típicos a elegir. Como siempre sobró de todo y lo comimos al siguiente día.
Cuando todo estuvo a punto nos sentamos en torno a la mesa, dispuestos a degustar todas las exquisiteces, hasta que de repente, escuchamos unos sonidos tras la puerta. No eran muy fuertes por eso tuvimos que hacer unos segundos de silencio para oírlos con atención. Carlitos, mi nieto, saltó de la silla directo a abrir la puerta. Y allí estaba él, un setter canela con las orejas gachas, golpeando tímidamente la puerta con su pata. Pedigüeño, con cara triste, parecía abandonado o perdido. En cualquier caso necesitado de cariño y un hogar. Carlitos, amante de los animales, enseguida se encargó de él. Le dio agua, lo acarició, le pudo pienso de nuestra perra, le llamó Trufa y hasta durmió junto a su cama. Todos lo acogimos aquella noche a condición de llevarlo al día siguiente al veterinario para que buscara en el chip a su dueño.
Al día siguiente la veterinaria no fue capaz de localizar a su amo, así que lo acogimos. Desde entonces, hace ya algunos años, Trufa es un invitado más en la cena de Navidad y uno más en la familia.
©lady_p