Desde el Blog de Marcos, esta semana en ‘relatos jueveros’ se nos anima a escribir un relato sobre le tema: ‘tú o yo en una isla’

Cuando abrí los ojos sentí la boca pastosa y mi cuerpo flotaba mecido en la orilla por el suave ritmo de las olas. Me incorporé a duras penas y vi a Dana unos metros por detrás. Me acerqué a rastras y puse mi mano sobre sus labios: respiraba. La zarandeé y la llamé varias veces hasta que despertó: «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?» Me preguntó confusa. Lo último que recordaba era la fiesta en el yate de aquella pareja tan enrollada que conocimos en el hotel. Había mucha gente y lo pasábamos bien. Bebida y comida en abundancia, pero si habíamos naufragado ¿Dónde estaban los demás?
Miré de un lado a otro. Parecía una pequeña isla y lo era porque la recorrimos relativamente pronto. Estaba deshabitada y apenas tenía recursos para sobrevivir. Después de caminar un rato encontré un abrigo en los acantilados y allí nos refugiamos. Recordé cómo hacían fuego nuestros ancestros, pues una vez visité con el colegio un taller de arqueología y nos enseñaron a hacerlo manipulando dos palos. Me costó pero lo conseguí. Dana y yo nos calentamos. Ella estaba aturdida, necesitaba descansar. De vez en cuando soltaba alguna incoherencia, así que se recostó cerca de la fogata y se durmió.
Aprovechando la luz del atardecer, la dejé allí y salí a buscar algo de comer. Encontré bayas y bananas. Cargué lo que pude y llegué justo al anochecer. Ya seco y con algo de comida en el estómago me eché en el suelo dispuesto a pasar la noche…
Entonces, de repente, unos gritos me despertaron bruscamente: «¡Policía! ¡Esto es una redada!» Dana y yo nos miramos. Estábamos echados en la cubierta del yate. No podía dar crédito ¿Y la isla? ¿No habíamos naufragado?
Nos esposaron, nos leyeron nuestros derechos y nos acusaron de autoconsumo y tráfico de droga…Entonces lo entendí todo: la isla había sido una alucinación. Nosotros éramos unos pardillos y aquellas bolitas de colores eran algo más que inofensivos ‘caramelos…’
©lady_p