En ‘Relatos Jueveros’ desde el Blog ‘Neogéminis’ se nos invita a un nuevo reto: escribir una historia en la que los libros cobren protagonismo.

El cura Sanjuan era párroco de una feligresía de un pequeño pueblo. El salario y las limosnas de los cepillos apenas le daban para vivir, tal y como se percibía nada más verle con una raída sotana que mostraba una escasa botonadura y varios remiendos. Aquel joven sacerdote tenía muchas virtudes y entre sus aficiones se contaba la ser un lector empedernido, heredero de una prolífera aunque modesta biblioteca fruto de sucesivos legados de las familias más ricas del pueblo, quienes conociendo su afición, en lugar de dinero le donaron algunas obras que atesoraba con celo.
Se cuenta que allá por el año treinta y seis de la pasada centuria, cuando los españoles se vieron divididos y enfrentados en una guerra que duraría tres años, de la noche a la mañana y sin saber cómo ni por qué, el pueblo, que se encontraba situado en el bando republicano, se vio enfrentado a una localidad vecina del bando contrario.
El párroco pobre, aunque intelectual y versado, comprendió al instante la gravedad de los hechos y cayó en la cuenta del peligro de que corría su librería, pues los fascistas tenían fama de hacer una pira e incendiar los libros tal y como tiempo atrás hiciera la Santa Inquisición, institución que estableció la censura y quema de aquellos libros considerados heréticos. Así que para salvarlos urdió un plan: los envolvería en papel y tela, los metería dentro los sacos de las barricadas, los rellenaría de arena y los apilaría. Con suerte podría conservarlos hasta el final de la guerra.
Y así fue. Cuando entraron los nacionalistas arrasaron con todo pero los libros permanecieron escondidos en las entrañas de aquellas montañas de sacos apostados en la carretera de entrada y salida del pueblo. Y una vez firmada la paz el cura Sanjuan dijo una misa en señal de gratitud tras haber salvado no ya vida sino su tesoro más preciado: la biblioteca.
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