
Cuando nos mudamos a esta casa mis hijos adolescentes vivían conmigo. Cada uno tenía su propio dormitorio así que tuve que apañarme con el salón o la cocina, haciéndome hueco en una u otra mesa para corregir exámenes o realizar cualquier otra tarea. Por aquel entonces escribía poco pues el tiempo no daba para más.
Pero mis hijos crecieron, se fueron a la Universidad y salieron de casa. Fue entonces cuando acomodé un espacio para mí. No necesitaba mucho: unas estanterías y un tablero de IKEA sobre un par de caballetes y paredes blancas que decoré con corcheras llenas de fotos y varios posters. Lo suficiente para crear un ambiente agradable en la que ha sido, desde entonces, mi ‘habitación propia’. Un lugar de encuentro con mis cosas y conmigo misma. Una especie de refugio donde dar riendas sueltas a la imaginación…
No es muy grande pero tiene mucha luz. Tanto es así, que tuve que cambiar la posición de la mesa porque el sol de cara era muy molesto y no me dejaba ver la pantalla del ordenador, eso por no hablar de las sombras que los objetos proyectaban sobre la superficie del tablero, por cierto, siempre ordenado, colocando a derecha e izquierda la impresora, un atril, algunos cuadernos, material de papelería en cajitas de diversos tamaños y una foto de mis hijos cuando eran pequeños. Todo está memorizado de manera que solo tengo que extender la mano hacia un lado u otro, en función de lo que necesite. En el centro la pantalla del ordenador, el teclado y el ratón. Detrás, libros apilados en las diferentes baldas de un estante blanco, con cajones que contienen objetos y recuerdos varios.
Como vivo en las afueras, el paisaje que diviso desde la planta superior de la vivienda, no es urbano: una carretera que conduce a las playas, los tejados de las casas de enfrente y palmeras, bastantes palmeras, entre las que despunta el sol cada mañana. Los ruidos son escasos -excepto en verano- y en primavera el canto de los pájaros suena como una sinfonía de fondo. Con los años me he acostumbrado a trabajar en silencio.
Por edad pertenezco a la generación de la pluma y el papel. También uso mucho el lápiz, de manera particular para tomar notas cuando alguna idea acude a mi cabeza. No obstante, y por economía de tiempo, hace ya algunos años que comencé a escribir directamente en el ordenador. Y aunque las nuevas tecnologías salieron a mi encuentro, reconozco que despertaron mi curiosidad desde el principio. Será por eso que me desenvuelvo con una soltura suficiente para cubrir mis necesidades y resolver con autosuficiencia aunque, por supuesto, tengo límites.
Escribir constituye un acto de reafirmación de mí identidad al que precede un ritual, una ceremonia preparatoria, cuya finalidad no es otra que crear un clima adecuado y propicio para abrir la mente a la inspiración. Afirmaba Graham Greene quedó “las personas reales están llenas de seres imaginarios”. Pues bien, es aquí, en esta habitación recogida, ordenada y silenciosa, donde de cuando en cuando, algunos de ‘esos seres’ despiertan mi imaginación… Y entonces escribo.
©lady_p