Alter ego…

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Las razones que motivan a quienes ejercen el oficio de  escritor -profesional o amateur-, pueden ser muchas o sólo una. Personalmente creo que el motor que me impulsa a escribir es la necesidad de volcar emociones y trascender mi propia realidad creando, proyectando o trazando otras vidas ficticias pero verosímiles, y en ocasiones, similares a la mía, tanto en cuanto, los personajes son seres imperfectos, con necesidades semejantes, unidos por una idéntica naturaleza humana. Esos ‘seres imaginarios’, habitantes  de la imaginación, cobran vida a través de las palabras. Cada una de ella los define, les otorga una identidad, los dota de un rostro, de una manera de ser, de actuar e incluso de pensar. Y aunque quien piensa soy yo, quien escribe es mi alter ego, cuya existencia se remonta mucho tiempo atrás.   

Creo recordar que todo comenzó cuando aprendí a leer, porque como sabemos la lectura y la escritura se dan la mano. Entre mis recuerdos más remotos están mis primeros libros escolares –conocidos como ‘cartillas’- en los que aprendí a leer. Eran tres pequeños ejemplares –uno por trimestre-  cada uno en un color: rojo, verde y azul. Las portadas lucían sobre el color liso, una cenefa alrededor con el dibujo de unas campanitas y en el centro un título que no acierto a recordar con claridad, todo ello en letras blancas. Aquellas cartillas me enseñaron las letras sueltas que más tarde se unieron y combinaron para formar palabras, frases y párrafos, hasta que finalmente, conformaron textos más largos. Entonces comenzó una aventura que aún continúa: la lectura. Leer puso a mi alcance un nuevo universo que me permitía soñar, explorar lugares, tener aventuras, experimentar emociones, conocer nuevas palabras y configurar mis propias ideas, criterios y  pensamientos…

De cuando en cuando, me parece oír en mi interior el sonido de esas campanitas de las cartillas animándome a seguir, sobre todo cuando el folio en blanco constituye una amenaza, las ideas permanecen vagas y remolonas en mi cabeza o mi alter ego está de bajón. Y siento una gratitud inmensa hacia aquellas maestras -porque fueron mujeres las que me enseñaron- con las que aprendí el arte de combinar las letras, el lenguaje escrito, que me ha permitido estar aquí, instalada en esta testarudez, en este texto…

©lady_p